Mabruka Mimouni:Palabras urgentes que no fueron escuchadas

Tiziana Perna Fotografía Simona Granati Traducción de Amaranta Cornejo Hernández

Roma, Italia. Era el 24 de abril, de hace un año. Estabas en la fila como tantos otros frente a la comisaria, con los papeles en la mano. Las manos te sudaban, pero con ligereza y esperanza esperabas, sabías que casi lo habías logrado. Tenías un trabajo, de pocas horas y poco dinero, pero un trabajo, y esto bastaba para obtener un permiso de estancia, un pedazo de papel, un precioso pedazo de papel. Un pedazo de papel donde se ponía, negro sobre blanco, que tú también tenías derecho a un pedacito de espacio en esta tierra y bajo este cielo.

Verificaron todo sobre ti, de tus años pasados en Italia, de esos cinco años de prisión, del primero al último. Se encontraron con un decreto de expulsión del 2001. Nadie te preguntó que hacías ahora, que habías hecho en los últimos años, del cansancio y de la fuerza necesarios para ponerte en pie, para demostrarte a ti misma y a los otros que podías hacerlo, que querías vivir en paz, modestamente en paz. No tenías a nadie a quien decir esto, explicarlo, contarlo. Tenías palabras urgentes y necesarias. No hubo orejas ni inteligencias listas a recibir las palabras.

No entendiste inmediatamente qué te pasaba, sólo entendiste que algo no estaba andando come habías pensado, que te estaban llevando fuera de ahí, que nadie te daba ese precioso pedazo de papel que te autorizaba a existir. Nadie te decía nada. Te pusieron en otro cuarto. La respiración se te había acortado, el corazón iba rápido. Esperaste hasta el último momento que esto no te pasara a ti, que alguien entrara por la puerta y te dijera que se habían equivocado y que podías tener ese pedazo de papel. La puerta permaneció cerrada hasta que te llevaron fuera de ahí.

Llegaste a Ponte Galeria, y ya habías entendido todo, que era inútil seguir esperando, que estabas sola y así te quedarías, y que tus palabras urgentes y necesarias no tenía ningún sentido, ni siquiera para ti. Ya ni te creías tus palabras, te las habías inventado de la nada. Ya no había más Mabruka que limpia jardines, que regresa a casa y se prepara la cena, que compra la despensa en el supermercado, que mira la televisión, que toma el metro. Sólo estaba esta Mabruka aquí, encerrada en un blindado de la policía, sin un pedazo de papel, sin trabajo, sin casa, con las palabras urgentes muertas en la boca.

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