Zegache, una comunidad oaxaqueña donde se restaura el arte y la vida

Gloria Muñoz / Desinformémonos          

Foto: Luis Jorge Gallegos

Santa Ana Zegache, Oaxaca | Desinformémonos. Es verano y las milpas sobre la carretera lucen espléndidas. La Teta de María Sánchez, el cerro más prominente de los Valles Centrales, se destaca en el camino bajo la lluvia. Después de recorrer 28 kilómetros al sur de la ciudad de Oaxaca, un letrero da la bienvenida a Santa Ana Zegache, tierra de migrantes y, desde hace casi 20 años, tierra también de destacados y destacadas restauradoras de arte, hombres y mujeres que con afinadas técnicas no sólo devolvieron el esplendor a su templo, sino que han hecho de este oficio un modo de permanecer en la tierra.

Ver foto reportaje «Los talleres comunitarios de Zegache»

Son expertas las manos que moldean la madera, finos son los acabados de un arte que ha conseguido arraigar a la población de esta comunidad que, como tantas otras de Oaxaca, pasa épocas enteras despoblada de hombres y cada vez de más mujeres que migran a Estados Unidos en busca del sueño americano. De un pueblo fantasma de escasos 2 mil habitantes, dice Georgina Saldaña, ex coordinadora de los talleres de restauración, se convirtió “en un pueblo que lucha contra su realidad”. Y todo a partir del arte.

Agricultores, migrantes, policías, artistas…

Si bien los talleres no impiden la migración en su totalidad, abren la posibilidad de quedarse y de no viajar a Oregon, lugar estadounidense al que suelen llegar los de Zegache. De los que se quedan, hay quienes por alguna razón se han incorporado a las corporaciones policiacas. Y hay otros y otras que son artistas. Todos son gente del campo.

Paula Montes se integró a los talleres comunitarios en 2010 “por necesidad”, pues tenía tres hijos y “había que sacarlos sola adelante”. De sonrisa fácil, habla mientras pinta un marco de madera. Se dice orgullosa, pues aquí ha “aprendido mucho, como aplicar la hoja de oro, la preparación de blanco de España, a lijar madera y un montón de cosas”. Pero lo más importante, recalca, es que se siente “más fuerte como mujer”.

A Sofía Pérez le pasó algo similar. Madres de dos adolescentes, se incorporó “más que nada por la economía”. Empezó lijando, pero lo que más le gusta es la aplicación de blanco, porque le “da tranquilidad”, aunque el dorado “es igual muy bonito porque trabajas con el oro y piensas en otras cosas”. La vida de Sofía ha cambiado, “con los cursos de superación vimos que las mujeres valemos mucho, que somos muy importantes en la sociedad, en la comunidad, en todo, y por eso hoy me siento más fuerte”. A los hombres, dice, “no les gusta que las mujeres sean mejores que ellos, siempre quieren vernos menos, que una dependa de ellos, pero como trabajamos pues ya no y eso también me da otro lugar en mi casa”.

La migración en Zegache hace mucho tiempo que ya no sólo es cosa de hombres. Sabina se fue cuatro años a Estados Unidos dejando aquí a sus dos hijas. Cuando regresó se integró a los talleres comunitarios y aquí, dice, agarró fuerza y “la convicción de que podemos superarnos, como que se nos quita el miedo. Ahora sé que no dependo tanto de mi esposo”.

Ofelia trabajó como policía en la ciudad de Oaxaca durante cinco años, se incorporó a los talleres hace seis y ahora sueña con el desafió actual de los talleres: alcanzar su autonomía, no depender de los apoyos de las fundaciones, lograr su propia empresa, porque así, dice, “seremos más fuertes”.

Morales llega a Zegache

Todo empezó con la llegada a Zegache del pintor oaxaqueño Rodolfo Morales. Era 1995 cuando el artista plástico conoció el templo dominico del pueblo y descubrió la pintura mural del siglo XVIII, similar a la existente en el barroco templo de Santo Domingo. Morales se coordinó con las autoridades y con la gente de la comunidad y se ofreció a apoyar la restauración con los recursos de su fundación.

Mónica Galván Cruz fue una de las mujeres que acudieron a la convocatoria del pintor. Corría el año de 1997 y se abrió el proyecto de restauración de la pintura mural. Toda la gente, recuerda Mónica, “quería un templo bonito, daban su cooperación cada cierto tiempo, pero se necesitaba mucho dinero. Las capillas atriales estaban tiradas, sólo una estaba en pie. El muro ya no existía. De la capillita de la entrada sólo existía una parte de pared, por lo que se tuvo que hacer una maqueta para ver cómo estaba originalmente. Todo estaba prácticamente en ruinas”.

Primero se restauró la obra arquitectónica y el trabajo estuvo a cargo de Morales. Se quitaron las goteras y se reconstruyeron los muros. Posteriormente entró, a pedido del pintor, el notable restaurador Manuel Serrano y de su mano fueron apareciendo los retablos del siglo XVIII, 12 en total, que la gente ni conocía. “Guau, esto es oro”, se decían los nacientes restauradores. “Teníamos Santos, imágenes, tanta riqueza que nadie sabía. Fue una impresión muy grande y todos estábamos agradecidos”, continúa su relato Mónica.

Al principio, recuerda sentada en una banca del templo, nadie quería que se incorporara al trabajo “porque estaba muy chiquita y decían que era muy peligroso por las alturas”. Además, cuenta, en el pueblo “había mucha desconfianza, que si se iban a robar algo porque eran gente de fuera. Entonces Morales dijo que emplearían a la gente de la comunidad, que iba a invitar a diez mujeres a trabajar”. El pintor eligió a las mujeres porque tienen más habilidad con las manos, por los bordados y las manualidades y, además, “quería que ellas vinieran a ver lo que tenían para que aprendieran a valorarlo”. Una de las diez mujeres que se incorporaron fue Mónica.

Ninguna sabía nada de restauración de pintura mural. Desencalaron, retiraron pintura para ver que había abajo, un trabajo minucioso en el que las indígenas del pueblo fueron quitando las capas y descubriendo una maravilla: “Llegamos a la tercera capa original que tiene flores de acanto, algo muy bello. Encontramos incluso oro en el muro, en partes de las cornisas y todo era emoción”.

De manera paralela a la restauración, se fortalecían las mujeres en la cotidianidad de sus casas, en las que, cuentan, “había mucho machismo y las mujeres no debían trabajar”. De hecho, hubo algunas que sólo fueron unos días y tuvieron que irse porque sus padres “les dijeron que ya no, por ser mujeres, que debían estar en la casa”. Mónica rogó a su familia para que la dejaran quedarse.

Después del rescate de los retablos, vino el descubrimiento de 100 espejos originales del siglo XVIII, realizados con madera antigua y pintados con hoja de oro, lámina de plata, pintura con temple de huevo y grabados. Cuenta Mónica que “eran piezas maravillosas y la gente que visitaba el templo las quería comprar, y obviamente no se podían vender los originales porque son patrimonio del pueblo, pero se le ocurrió a Morales hacer reproducciones con gente de Zegache y enseñarles un oficio”.

Se pensó entonces que la restauración y la elaboración de las reproducciones podrían evitar la migración en Zegache que, como en todo Oaxaca, es muy alta. “Se decía que Zegache era un pueblo de mujeres solas porque todos los maridos andaban en Estados Unidos. De hecho hay una parte en Oregon que está llena de gente de aquí, le llaman el Santa Ana Chiquito, por eso la idea de darnos un oficio a las mujeres para poder mantener a nuestras familias”.

En el año 2000 llegó a Zegache, de la mano de Morales, una entusiasta restauradora de nombre Georgina Saldaña, quien impartió en los talleres restauración de pintura mural, de madera, de los espejos, la aplicación de hoja de oro, de plata, pintura al temple y grabados. “El sueño del maestro Morales fue crear un taller mixto, rescatando los oficios que había antes, como carpinteros, talladores, que trabajaran el vitral, el fierro forjado, y que del pueblo saliera toda la mano de obra”, así es que Saldaña se dio a la tarea de continuar la obra del maestro.

Con la muerte de Morales, en el 2001, prácticamente se cerraron los talleres, pero las y los restauradores continuaron trabajando en la fachada del templo, hasta dejarla como “un mantel, bien bonita”. La inauguraron en el 2002 con bombo y platillos.

El templo es su orgullo e identidad. En la fachada los colores mostaza y los distintos azules destacan entre los racimos de flores multicolores. No quedó prácticamente nada de la fachada del siglo XVI, pues en lugar de Santos, se colocaron grandes floreros en los nichos, quedando más parecida, como dice Mónica, a un mantel bordado con flores de la comunidad que a una iglesia del siglo XVI.

Un par de años después, en el 2004, regresó Georgina Saldaña al pueblo para continuar la iniciativa de Morales. Con ella empezaron a buscar recursos en fundaciones altruistas y reiniciaron la restauración, empezando por el retablo de la Virgen del Carmen, que estaba por caerse, con la madera podrida, excremento de rata y de murciélagos.

Después vino la restauración de los cien espejos, siempre de la mano de del maestro Manuel Serrano. Y, de esta manera, fueron también restaurando sus vidas. Al paso de los años, Zegache se haría famosa como una comunidad incubadora de artistas, incluso hubo quienes, como la hermana de Mónica, salieron a estudiar restauración a la Ciudad de México y se quedaron trabajando para el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), donde “los que llegan de Zegache tienen fama de ser muy buenos”.

Espejos, manitas, servilleteros…

En la entrada a la casa sede de los talleres se encuentra una pequeña sala de exhibición de cuyas paredes cuelgan réplicas de los espejos intervenidos por los más notables artistas plásticos del país. Francisco Toledo, Gabriel Macotela, Demián Flores y una larga lista de artistas recibieron una reproducción de los espejos, los intervinieron y donaron el resultado a los talleres, donde se reproducen y son vendidos al público, de tal manera que, por ejemplo, alguien puede llevarse una reproducción de un espejo del siglo XIII intervenido por Toledo. Los precios no son populares, por eso la necesidad de llegar a un público amplio, también fuera de las fronteras.

También sus manos realizan juguetes con los que cuentan las leyendas de la comunidad, y se pueden encontrar bolígrafos, servilleteros, guardacubiertos, placas de luz, cojines bordados, marcos inspirados en el estilo barroco de detalles del templo. De la manita de un santo, de las puertas, de nichos y retablos, surge cada una de las piezas.

Una alternativa para los hombres de Zegache

Uriel Santos tiene 21 años, desde los 19 es parte de los talleres. Llegó primero como visitante, miraba y se llenaba del ambiente. Ahí supo que el arte era lo suyo. La restauración, dice, es “como un acto de magia, un proceso que no se puede definir con palabras, sólo con el sentimiento y el amor que puedes tener por una pieza”. Uriel habla con la madera, pues “cada pieza tiene una historia detrás y para poderla maniobrar tienes que hablarle bonito, pedirle permiso, equilibrar tu energía con la energía de la pieza”.

A Uriel le queda claro que el resultado final es un trabajo en equipo. Terminó la carrera de Salud Comunitaria y su sueño es “marcar un cambio, aunque sea mínimo, entre lo que hay ahora y el futuro”. Los talleres, dice, son importantes por el arte, pero “aquí también se restaura la vida y se preserva la historia”.

El caso de Antonio es distinto. Llegó a los talleres a través de un amigo albañil desde 1999. Conoció al maestro Morales y se incorporó a la restauración de la fachada. Fue uno de los que realizó y pintó los jarrones llenos de flores en lo nichos y después participó en la restauración de los retablos, compaginando el arte con su trabajo en el campo,  la siembra de maíz, frijol y todo lo que da la milpa.

Tiene tres hijos y platica con orgullo que nunca se ha ido a trabajar a Estados Unidos. “Quizás si no hubiera entrado a los talleres, me hubiera ido al otro lado. Tengo a mis primos y mis tíos allá, en Oregon, donde se van todos los de Zegache”.

Antonio ha trabajado para el pintor Demián Flores, quien le encargó una piezas en madera y “ahí fue donde empecé a aprender más el tallado”. Lo que más hace son rostros, manos y pies, marcos y bastidores. “Esto me cambió la vida. Se te abren otras oportunidades, como convivir con artistas, participar con ellos, tener un intercambio.

Un caso emblemático de lo que han logrado los talleres es el de Estanislao Chompa, quien trabajando en Estados Unidos vio un reportaje de televisión sobre los talleres que se impartían en su propia comunidad. Se entusiasmó y luego, cuando regresó a su pueblo, se integró y “poco a poco le fui encontrando el gusto”. Ahora ya es un carpintero y está a punto de abrir su propio negocio. Los talleres, dice, “me regresaron a mi comunidad”.

En Estados Unidos talaba árboles en los aserraderos. Aquí le da vida a la madera.

Esta publicación es financiada con recursos del RLS con fondos del BMZ

 

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2 Respuestas a “Zegache, una comunidad oaxaqueña donde se restaura el arte y la vida”

  1. Lilia Monroy

    Sin duda, para Santa Ana Zegache, ésta es una nueva forma d vida, que dará vida a otras generaciones y opciones muy distintas a las que éste hermoso lugar tuvo en otros tiempos.

  2. Los pobladores de Zagache le dan vida a la madera, antes que ir a talar árboles a Oregón. Asi leemos a Estanislao Chompa, y es un gusto enorme y una gran esperanza que se encuentren formas creativas, cargadas de identidad y sentido para la existencia digna de las comunidades. Que Zagache sea un ejemplo de la búsqueda del potencial artístico que es mucho en una tierra de grandes artistas cómo lo es México y sus rincones

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