En las guerras de verdad, la verdad desaparece
«La primera víctima de una guerra es la verdad». Que resulte tópico decirlo no quita que sea verificable en los hechos. La frase está cumpliendo un siglo, pues se atribuye a un olvidado senador estadunidense (en todo caso más olvidado que su dicho de 1917), llamado Hiram Johnson, en referencia a la primera y delirante «guerra mundial» que había devastado Europa después de devastar la cordura de las naciones que la pelearon. Si uno la viera con la óptica del cineasta Jean Renoir o el escritor alemán Ernst Jünger, podría considerarla como la última guerra del antiguo régimen, y por tanto digna de nostalgia. Pero aquella fue más bien la primera conflagración moderna por muchas razones, y más por sus sinrazones. En ella debutaron los bombardeos aéreos, los gases venenosos, las minas terrestres y otras malas artes que pusieron lo canallesco donde había estado lo caballeresco y al terror criminal en vez del honor militar.
También fue la primera que a gran escala uso la propaganda para torcer los hechos, los ánimos nacionales y la determinación imbécil de toda una generación que mandó a sus hijos a la carnicería como si acudieran a una fiesta. Pocos años antes el gobierno y la prensa yanquis habían montado un teatro de mentiras para provocar y atizar su guerra contra España, quedarse con Cuba e invadir salvajemente Filipinas, y sólo Mark Twain (el Noam Chomsky de la época) se atrevió a denunciar aquella operación de deliberado engaño colectivo. Un papel similar, y más solitario aún, tocaría al vienés Karl Kraus para ridiculizar de origen la «Guerra Europea».
Aprendida la lección sin pudor alguno, los nacionalsocialistas alemanes y austriacos inspirados en el soldado Adolf Hitler y «su lucha», echaron a andar una maquinaria de guerra imperialista que, antes de disparar el primer tiro, soltar la primera bomba o gasear al primer judío, asesinó a la verdad por la espalda, con una puntería tal que hicieron de buena parte de sus compatriotas una masa ebria de grandeza imaginaria, la materia prima de una monumental empresa criminal que duraría una década. Al teórico práctico de aquella industria del engaño, Joseph Goebbels, se atribuye, también tópicamente, lo de «si una mentira se repite mil veces (o lo suficiente) acaba por convertirse en verdad». Kraus tuvo tiempo de ver venir el desastre («la tercera noche de Walpurgis» lo llamó) pero no vivió para sufrirlo.
Como idea, como programa y como técnica, el concepto ha penetrado hasta la médula buena parte de la vida cotidiana, de la década de 1930 para acá. Ya no sólo se hace a ciertos pueblos tragarse la «necesidad» de una guerra, de una persecución sectaria, religiosa o racial, sino que determina buena parte de las más simples decisiones personales: mentiras mil veces repetidas nos convencen de qué comer y beber, cómo vestir, a dónde ir, qué creer, por dónde «navegar». La mentira «científica» devino regla dorada, siempre implícita, de la publicidad comercial, tanto o más de lo ha venido siendo para la propaganda política y religiosa en el mundo entero. Son tantas sus derivaciones, aplicaciones y adaptaciones que, llegados al siglo XXI, no tiene caso mencionarlas siquiera. En este sentido (hay otros), los métodos del Tercer Reich fueron precursores del mundo moderno.
Señalemos un caso: el nuestro. México es víctima de una guerra que no lo es; la guerra misma es negada por los poderes que la pelean. Tenemos una no-guerra con decenas de muertos y afectados cada día, cientos a la semana, miles al mes, decenas de miles al año. Masacres sin nombre ni número, «desapariciones», tortura metódica, éxodos de población, leva y reclutamiento forzosos de jóvenes y hasta niños, complicidades obligatorias, miedo y silencio (o sea censura y autocensura). Otro síntoma de guerra suele ser el auge de la prostitución forzada y las violaciones sexuales.
Cada tanto el gobierno mexicano se ve obligado a desmentir informes, denuncias y declaraciones internacionales (sobre todo si vienen de instituciones o voceros con alguna credibilidad): cuál guerra, no somos el país más violento, ni el más injusto, ni los feminicidios son tales; sostenerlo es desestimado como tendencioso o inexacto por secretarios de Estado, fiscales, voceros y candidatos oficialistas. Así, la primera verdad asesinada en la guerra de México es la existencia de la guerra misma.
Hedor a PRI
Estos días presenciamos muchas formas de matar la verdad. Una muy obvia, y hasta gráfica, es la que encarna en los periodistas asesinados, y dentro del mismo esquema, los igualmente sacrificados defensores de territorios o derechos civiles, o bien los activistas que buscan tanto a sus hijos, hijas, familiares y paisanos como buscan a los culpables. Hoy, el que busca la verdad en México es un buscador de huesos. Y la burla más amarga que hemos padecido es titulada por las autoridades mismas como Verdad Histórica; dicha fórmula se aplica a un acto de guerra horrendo que hace tres años impactó al país: la ejecución de algunos estudiantes y la «desaparición» de otros 43 en la ciudad de Iguala, bajo las narices (cuando menos) del Ejército federal y las policías.
Cuando la verdad simple no existe, las identidades de los actores de una guerra se vuelven difusas, contradictorias; en fin, falsas. Vivimos una cultura política de la mentira. Y su resultado más importante es la impunidad. De ella depende que la fiesta de la muerte no se interrumpa.
La verdad, entendida modestamente como la versión más verificable de los hechos, la más cercana a lo que ocurre, atraviesa tiempos aciagos. Los ataques contra ella son arteros, descarados, cínicos y con poderío. La aportación más reciente a la teoría goebblesiana la debemos a sus parodiadores contemporáneos (Steve Banon, Donald Trump, Sean Spicer et al.): «los hechos alternativos». No sucedieron pero ¿qué tal si sí hubieran pasado? La baba de perico como materia prima de la dominación.
Cuando uno escucha a los dirigentes y candidatos del Partido Revolucionario Institucional, como lo hemos venido padeciendo esta temporada electoral de calentamiento rumbo a 2018, no queda sino aceptarlo: se están riendo de nosotros, somos su burla. Que a estas alturas el tal Del Mazo reitere que votar por los mismos de siempre es optar por el desarrollo, el progreso y el bienestar, en una entidad tan desfondada como el Edomex de todas sus permanencias atacomulcas, nos humilla mientras aceita el cinismo de una sociedad en proceso de descomposición.
Uno de mis favoritos de la temporada es el orador profesional Enrique Ochoa Reza, mala copia del gran cómico Clavillazo según han notado los colegas moneros, siempre agudos. Cobró un millón 206 mil pesos (Proceso) ¡por dejar de trabajar! en una empresa paraestatal. Preside el PRI. Y cultiva una escalofriante relación con la verdad alternativa. ¿Cuántas veces reviró al líder del partido Morena eso de que «la mafia son ustedes», como si estuviera en una cantina? Poseedor de una Tonta Útil (una) para acusar de corrupta a la oposición que les duele a los priístas (la morenista), no dudó en cacarear la pureza de su instituto político mientras las noticias internacionales detallaban la captura de connotados correligionarios suyos, ex gobernadores de fuste. Y conste que sólo eran aquellos que ya no podía defender el PRI (porque a los demás, que administran más de la mitad del país y son ladrones en activo, asesinos intelectuales algunos, abusadores trepados en la ley del dinero, cómplices del capital depredador, torcedores de tribunales, elecciones y versiones periodísticas, a esos se les sigue dando el trato de compañeros y socios hasta que la ola del escándalo pise sus cochambrosos talones). ¿Cuántos gobernadores y ex de Quintana Roo, Chiapas, Estado de México, Morelos, Sonora, Oaxaca, ya no digamos Tamaulipas, Nuevo León o Sinaloa, deberían estar presos y devolvernos lo que se clavaron? Tanto priísta que mencionar: los Moreira, Medina, Torres, Herrera, Hernández, Granier, Alonso Reyes, Vallejo, Montiel, Duarte & Duarte, Borge, Yarrington, Anguiano Moreno, Toranzo Fernández, Olvera, Eruviel Ávila. El actual secretario de Agricultura, José Calzada Rovirosa, en 2015 dejó un desfalco de 73 millones en Querétaro.
En un reportaje de SinEmbargo se detalla que «de los 32 gobernadores que han administrado el país a la par del sexenio del Presidente Enrique Peña Nieto, sólo entre los 22 que son priístas han desviado alrededor de 258 mil 829 millones 185 mil pesos de los recursos públicos, de acuerdo con denuncias penales y resultados de la Auditoría Superior de la Federación» (22 de abril de 2017).
Muchos de estos bandidos no son (o no son ya) del PRI, pero la diferencia entre ellos es mínima: ¿A poco Guillermo Padrés, panista de Sonora, fue distinto? ¿Recuerdan cuánto se demostró que su Acueducto Independencia era ilegal y violaba los derechos colectivos del pueblo yaqui y de muchos más sonorenses? Nada detuvo su verdad alternativa. Y si hoy está encarcelado, ni siquiera es por eso. Similares casos nos ofrecen los perredistas Ángel Aguirre (ex PRI, embarradísimo en el narco y la violencia guerrerense) y Graco Ramírez con su devastación a la fuerza de Tepoztlán y sus caninos enterramientos de huesos humanos en fosas clandestinas; el ex de Puebla Rafael Moreno Valle (que fue del PRI, que es del PAN), o el injustamente olvidado perredista (ex PRI) Juan Sabines II.
Tenemos los gobernadores mexiquenses que han hecho del aeropuerto en Atenco la madre de todos sus proyectos; el cáncer inmobiliario y de obras urbicidas emprendidas por los gobiernos perredistas de la capital; la debacle moral de Veracruz, desatada por los priístas Herrera y Duarte, y continuada por su rival (hoy del PAN, fue del PRI) Miguel Ángel Yunes e hijos. Así nos podemos seguir, el transvestismo es mínimo: todo huele a PRI.
Pero al presidente del tricolor Ochoa Reza no se le despeina ni un cairel para acusar a todos los demás de mafias, de corruptos, de mentirosos, de ladrones. Apenas esta semana se aventó el puntacho (¡nuunca me hagan eso!!!) de nombrar como su par en Morelos (o sea presidente del Comité Ejecutivo Estatal del PRI) al impoluto Fernando Charleston Hernández, ex secretario de Finanzas del hoy reo Duarte de Ochoa, no obstando que lo investigue la Fiscalía de Veracruz por «posible desvío de recursos».
Una frese de Ochoa Reza, que merece reflectores: «A mí me indigna la corrupción» (14 de junio de 2017). (Pos sí mano, a quién no, me cae). Eso no le impide presidir, vitorear, fomentar y administrar al PRI, la mera mata de esa corrupción que tanto lo indigna.
En tiempos de guerra (negada), nada mas elocuente que la verdad (negada) del partido que gobierna al país. Lo dicho: se ríen de todos nosotros mientras profesan compromisos con la libertad de expresión (Enrique Peña Nieto, 15 de junio) y con esto que sólo ellos se atreven a llamar «democracia» sin sonrojarse.
Hermann Bellingahusen
Poeta, editor, escritor de cuentos, ensayos y guiones cinematográficos. Es cronista, reportero, y articulista de La Jornada desde su fundación. Dirige Ojarasca desde 1989. Desinformémonos publicó su poemario «Trópico de la libertad» en 2014.