Postales de la revuelta

Hermann Bellinghausen

La participación profunda: Concepción Calvillo Alonso cumple 100 años

«A través del olvido y la esperanza, de la violencia, la gloria y el desastre, apenas y siempre una única y antigua historia de amor».

Manuel Calvillo Alonso

Hace más de dos décadas, en 1995, cuando doña Concepción Calvillo de Nava se aproximaba a los ochenta de su edad y en poco tiempo sería una joven octagenaria, en las montañas de Chiapas ocurrían cosas terribles y maravillosas, y el gobierno mexicano alcanzaba nuevas profundidades en sus canalladas. Un año atrás, un ejército de indígenas campesinos había declarado la guerra a ese gobierno, que respondió primero con una guerra directa y luego con la que devendría la guerra de baja intensidad y contrainsurgencia más prolongada en la historia de México, una que a la fecha continúa.

Los mayas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) habían empezado a hablar con claridad y elocuencia, poniéndole nombre a sus demandas y también a los enemigos del pueblo. Dijeron «ya basta» y sonó tan fuerte que nadie pudo dejar de escucharlos. La sociedad civil, como pronto se le llamaría, les tomó la palabra a los sublevados y en menos de dos semanas, en aquel inolvidable enero de 1994, detuvo los combates y exigió al gobierno y a los insurrectos que negociaran la paz para la solución de las demandas indígenas.

Eso no ocurrió. El gobierno respondió muy pobremente a las demandas de los indígenas; de hecho, se negó a cumplirles. En tanto, los zapatistas rompieron a hablar y actuar; le dieron un motivo a la guerra y le pusieron condiciones elementales a la paz. Tras un año sorprendente, donde el Estado fue el único actor nacional que no aprendió a respetar a los mayas sublevados y los desdeñó con sus habituales racismo, discriminación y ninguneo, el titular del Ejecutivo federal cambió en condiciones inéditas al cabo de dos asesinatos de cúpula entre priístas (su candidato y su presidente de partido), síntomas del descontrol alcanzado por el partido de Estado. El nuevo presidente fintó que quería la paz y de inmediato, traicioneramente, escaló la guerra, invadió y cercó con tropas las comunidades indígenas, cientos de ellas, obligando a los sublevados a remontarse en la selva para defender la paz el 9 de febrero de 1995. Los pueblos, las bases civiles de apoyo del EZLN, recibieron no sólo a la soldadesca, también la segunda gran oleada de solidaridad de la sociedad civil, ahora internacional. Los rebeldes no se callaron ni se rindieron. Y el gobierno que pretendía exterminarlos y humillarlos, pronto hubo de recular y aceptar un nuevo diálogo con los rebeldes, masiva militarización por delante.

En todo este tiempo, una figura clave para la intermediación entre los indígenas (cuya inconformidad se legitimó y el propio gobierno la tuvo que admitir como válida) fue el obispo católico de San Cristóbal de Las Casas, Samuel Ruiz García. Llegado el momento de sentarse a parlamentar con los comandantes indígenas, don Samuel, el Tatik, convocó un grupo de notables y decentes miembros de la sociedad civil para conformar la Comisión Nacional de Intermediación (Conai); entre sus miembros, dos pensadores continentales, dos poetas nacionales y dos viudas que representaban la dignidad política. Tanto los unos como las otras enaltecieron su condición y cuidaron con sus frágiles presencias la palabra de los indios, que resultaron sabias y admirables; no estaban solos, y no eran los primeros de levantar un ya basta.

Aún resonaban las movilizaciones del 88 y el 91. En 1988, la inesperada victoria del cardenismo en las elecciones federales había sacudido al sistema, obligándolo a cometer el fraude más artero de su fraudulenta historia. El partido de Estado conservó el poder, pero la sociedad civil había despertado. Se sucedieron experiencias políticas que confirmaban que los mexicanos estábamos cambiando para bien. Una de las luchas regionales más trascendentes fue el navismo, que como los ríos de la montaña venía de lejos. Otra victoria arrebatada al pueblo, pero nuevamente no del todo. También fue la última batalla del doctor Salvador Nava por San Luis Potosí.

Pocos años después, desde Chiapas aún se veían las humaredas vivas del 88 cardenista y el 91-92 navista. Y entonces don Samuel trajo a doña Conchita a nuestras vidas (de los que andábamos por allá) y sobre todo a las de los indígenas zapatistas, amenazados y en resistencia. Cuando se logró un nuevo proceso de paz (a la fecha, el último), después del revelador, casi alucinante aunque a la postre fallido diálogo en la catedral de San Cristóbal a principios de 1994, sonó, perdonen que así lo diga, la hora de las mamás. De las madres. Digo, además de la hora de los pueblos indios, que fue la que detonó todo aquello.

Madre resistencia

A lo mejor ésta es una visión muy personal. En 1995, en San Andrés Sakamch’en de los Pobres (o Larráinzar), un amplio y conmovedor velo maternal se tendió sobre el sureste mexicano. Numerosas mujeres de distinta condición, discretas o con visibilidad pública, dejaron lo que estuvieran haciendo para bajar al sureste para acompañar y proteger a los mayas rebeldes. Mujeres sin miedo. Así, se creó un grupo de profesionistas llamado «Rosario Castellanos», de madres con hijos ya encarrerados y maridos en su sitio, que se puso a disposición de lo que sirviera a los zapatistas. Casos así proliferaron. Otro ejemplo: también sentó plaza Emma Cosío, una madre dura y hasta temible, pero de fiar.

Concepción Calvillo, hermana del gran poeta Manuel Calvillo, es una de esas mamás inolvidables. Su presencia frente a los trapaceros negociadores que envió Zedillo constituía todo un escudo formidable, por frágil que pareciera. Los enfriaba. Una madre poderosa que seguramente los hacía pensar en las suyas. Traía una historia que databa de tres décadas atrás, cuando el navismo desafió casi solitario al imbatible PRI en San Luis, y su líder el doctor Salvador Nava Martínez acabó perseguido. Doña Conchita se fraguó desde entonces como dique al lado del doctor, su marido satanizado, torturado y al final encarcelado. Ella repite cuando mira hacia atrás: «Nunca me dí por vencida».

Esa es la mujer que llegó en 1995 a Chiapas. Ella y su esposo, no por casualidad oftalmólogo, y de los buenos, habían ayudado a ver, enseñaron a hacerlo a los potosinos, y a los mexicanos que los voltearon a ver. Habían demostrado que la injusticia y la corrupción pueden y deben ser enfrentadas con los ojos abiertos y limpios. La palabra de doña Conchita en San Andrés, la palabra colectiva de la Conai, acompañó a los zapatistas y a las representaciones indígenas de todo el país que se dieron cita para defender los caminos de una paz justa y digna. Ese conjunto de esfuerzos arrancó al Estado los Acuerdos de San Andrés, un hito en la historia de México. El incumplimiento cínico e inmediato del gobierno federal no los acabó y hoy están vivos en Chiapas y en muchos pueblos originarios del país.

No fue la última batalla de Concepción Calvillo, hoy portentosamente viva y centenaria. No puede soslayarse su papel como pionera mujer libre en este país tan malvado con las mujeres. En tiempos recientes confrontó con los potosinos a la infame minera San Xavier, otro caso paradigmático de la venalidad y la traición de los gobiernos. En 2010 expresó: «La situación de deterioro que padece nuestro país requiere de la participación profunda de la sociedad. En diversos frentes, grupos ciudadanos desarrollaron resistencias pacíficas que buscan hacer realidad la idea del bien común y terminar con los privilegios y la corrupción que nos hieren como nación».

En 2017 sigue claro que gente como el doctor Nava y doña Conchita cumplieron a cabalidad con su parte al ayudarnos a ver. Con esta vista recuperada, los mexicanos aún tenemos una obligación que cumplir: el rescate de la nación herida.

No queda más que agradecer la constancia firme y pacífica de este ícono de la resistencia popular, Concepción Calvillo. La retrata en un poema su sobrino Tomás Calvillo, «sin dudar, de pie en el altiplano/en los altos de la selva/en la carretera y la ciudad». Y le reconoce: «nunca te quebraste ni un ápice/como solemos decir nunca te rajaste».

Gracias, doña Conchita, y como dicen en los pueblos, que Dios nos la conserve muchos años.

*
Palabras leídas durante la celebración pública por el centésimo cumpleaños de Concepción Calvillo el pasado 11 de diciembre en la ciudad de San Luis Potosí.

Hermann Bellingahusen

Poeta, editor, escritor de cuentos, ensayos y guiones cinematográficos. Es cronista, reportero, y articulista de La Jornada desde su fundación. Dirige Ojarasca desde 1989. Desinformémonos publicó su poemario «Trópico de la libertad» en 2014.

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