Crónicas de las luces y de los ruidos

Oleg Yasinsky

La guerra nuclear de mi infancia

El discurso político central de los tiempos de mi infancia en la Unión Soviética, que se escuchaba en todas las radios, televisores y aburridas reuniones de la escuela era sobre la importancia de conservar y defender la paz. La paz que le costó tantas vidas a nuestro pueblo y a los pueblos de Europa. Cuando nos referíamos a “nuestro pueblo” en aquellos días, nadie pudo imaginar, ni en su peor pesadilla, que tan solo unas pocas décadas después los rusos y los ucranianos no sólo serían considerados “pueblos diferentes” sino que se enfrentarían con armas, en un territorio donde recordar u opinar favorablemente de la Unión Soviética sería oficialmente prohibido…

Bueno y después de este gran paréntesis, que me es inevitable hacer, continúo con el recuerdo de entonces… Cuando el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), Leonid Illich Brezhnev, ya viejito e incapaz de moverse por sí mismo, ni de hacer sus declaraciones sin un papelito y por eso, objeto de mil chistes de todo tipo de bromas por el ingenuo pueblo soviético, nos hablaba de lo valioso que era vivir en paz y sobre los enormes riesgos que implicaba la carrera armamentista, impuesta por la OTAN a la URSS y al todavía existente Pacto de Varsovia, nosotros, los hijos de los tiempos de paz, no teníamos cómo ni de dónde entenderlo. Nos hablaban mucho de los riesgos de una guerra nuclear “donde no habría vencedores”, pero nos sentíamos tan tranquilos y seguros, al creer con toda la fe que nos inculcó la cultura soviética, en los valores de una humanidad admirable, con total certeza de que esa humanidad no estaba loca.

Ahora siento que con nuestra excelente y gratuita educación éramos totalmente unos ignorantes. Conocíamos toda la literatura, la geografía y la naturaleza del planeta, pero no teníamos ni idea del mundo real. El infantilismo político del pueblo soviético de los años 70 consistía en evadir cualquier disputa ideológica dentro de la sociedad, depositando toda la confianza en las “sabias decisiones del partido”. Y no era por el miedo a las represalias, pues el mismo pueblo con gusto contaba en privado los chistes políticos anticomunistas y en público se afiliaba al Partido Comunista para avanzar en su carrera. Si tuviéramos que definir esos tiempos en dos palabras, serían: tranquilidad y cinismo.

Escribo estas líneas desde Moscú en septiembre del 2024. También desde un otro planeta, que cambió de un modo vertiginoso mientras tratábamos de huir de la realidad, tropezando con verdades y mentiras. No sólo pienso que el riesgo de una hecatombe nuclear es simplemente alto, sino que además estoy seguro de que es el único desenlace posible si no cambiamos de rumbo. La gente que piensa, analiza y trata de mantenerse informada desde diferentes fuentes está preocupada. Estamos presenciando un conflicto armado en territorios llenos de centrales nucleares, y no se necesita ni siquiera un ataque intencional. Solo un “error” o un desajuste de algún sistema electrónico de cualquiera de las altas tecnologías bélicas actuales, para que lo que vivió la humanidad con Chernobyl parezca un chiste de niños. La Central Nuclear de Zaporozhie, la más grande de Europa, está bajo el fuego del ejército ucraniano, que ya desde hace cerca de dos años la tiene por objetivo. La Central Nuclear de Kursk, hace más de un mes está siendo atacada.

Pero las comisiones del Organismo Internacional de Energía Atómica, encabezado por su director general Rafael Grossi que van y vienen con “misiones de inspección”, al igual que la ONU y toda su burocracia internacional, se limita a hacer cautelosas declaraciones generales, seguramente para no herir la sensibilidad de sus auspiciadores y beneficiarios de esta guerra. En estos dos años de paseos a la zona de conflicto, el señor Grossi no supo decir que los drones y misiles ucranianos que de forma regular atacan a las centrales nucleares, son ucranianos. Porque la víctima oficial no puede ser un agresor. No importa los riesgos infinitos que este silencio implica. Aunque los optimistas afirman que las centrales nucleares fueron construidas en los tiempos soviéticos y por eso están a prueba de bombas y misiles. Lo que no dicen es que las tecnologías militares de ahora también son otras.

Pero el mayor riesgo es otro. Es una pesadilla presente en muchas discusiones y silencios de los militares y analistas en Rusia.

Primero, deberíamos reconocer el hecho de que Occidente domina la agenda mediática mundial y la “prensa seria” en estos últimos años, convertida en un laboratorio e incubadora de las fake news, que a diferencia de “los organismos internacionales” sí influyen realmente en la política. Hace ya más de dos años, con el montaje de la “masacre en Bucha” –muchos muertos por fuego cruzado y algunos civiles ejecutados por paramilitares nazis, presentados como “víctimas civiles del invasor”, además eligiendo para el macabro show a una localidad con un nombre que parece la palabra “butcher” (“carnicero”) en inglés y otros similares de menos impacto-, con lo que Occidente logró terminar de satanizar la imagen de Rusia. Algo así es muy fácil de hacer si tienes la prensa y el control, basta sólo con recordar las “armas químicas de Saddam” o el “bombardeo de la plaza llena de manifestantes en Trípoli por Gaddafi”. Tengo por lo menos dos testigos que podrían desmentir el cuento de Bucha, con pruebas, pero están en Ucrania y no son suicidas.

Ahora es evidente que Occidente a través de Ucrania quiere provocar que Rusia use las armas nucleares tácticas, para despejar cualquier sospecha de que es el mismísimo demonio para la Humanidad. También entendemos que sin una situación extremadamente crítica que represente una amenaza para su desaparición, Rusia no lo hará y, por fortuna, todavía estamos lejos de un escenario así. Pero las fuerzas ucranianas ahora están perdiendo militarmente y Occidente se siente más amenazado que nunca, porque la economía rusa resiste muy bien el bloqueo, se acerca cada vez más a los países Sur Global y el proyecto BRICS es un éxito total. El problema es que Occidente no está acostumbrado ni a negociar, como lo exige Rusia, ni mucho menos a perder. Entonces, la solución más inmediata para Occidente es el uso de armas tácticas nucleares de la OTAN en Ucrania contra fuerzas ucranianas para acusar de eso a Rusia, destruyendo así su imagen definitivamente y quitándole cualquier legitimidad que hubiera podido tener antes, por las amenazas en sus fronteras. Ni siquiera tendrían que informar de eso al gobierno ucraniano para no complicar la operación de falsa bandera. El riesgo de provocar así la destrucción del planeta se ve desde el poder mundial enloquecido, casi como un posible efecto colateral.

La guerra nuclear de mi infancia era una caricatura en blanco y negro, dibujada en el periódico “Pravda” (“Verdad”). Ahora la guerra nuclear ya no es un riesgo, sino un destino trazado por el poder, y revertirlo es el deber de esta humanidad desesperada y confundida, que tal vez todavía tiene un poco de tiempo para eso.

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