Montaña adentro

Abel Barrera Hernández

Javier, el tesoro perdido de la montaña

Javier miró por última vez a sus padres alejándose entre los surcos de tomatillo del rancho Granjeno, en León, Guanajuato. Su mirada quedó fija por un momento en el campo y con el rostro afligido, pero sin lágrimas. Con las ganas de seguir a su mamá, se entretenía jugando debajo de un árbol. Sus padres trabajan arduamente para pagar los gastos de comida y la renta del cuarto. Al perder de vista a sus papás, Javier se sentaba a jugar. Sólo se entretenía y le daba vuelo a su imaginación. Con una varita seca rayaba la tierra y ponía a prueba su fuerza hasta que la quebraba. Cuando se concentraba a jugar con el carrito de volteo no sentía la ausencia de sus padres. Aprendió a llenarlo de tierra y a imitar el ruido del camión. Toda la maniobra le divertía porque sentía que la tierra que amontonaba le serviría para hacer un camino de terracería. Todo quedó inconcluso. Cuando llegaron sus padres sólo estaba el volteo y la tierra desparramada.

Era inenarrable esta pesadilla para Anselmo y Maura, padres del niño. Sus seis hermanos contenían el llanto y solo se miraban sin saber qué hacer. Los pensamientos surgían tratando de encontrar una explicación sobre dónde pudo haberse ido su hermanito. 

El 15 de mayo se levantaron a las 6 de la mañana para realizar sus labores previas a su salida al campo agrícola. Todo estaba en calma, el único ruido cercano eran sus pasos y los trastes del almuerzo. En los últimos minutos fueron más agitados porque cada quien tuvo que agarrar sus herramientas para ir a trabajar. Javier tomó su volteo y luego su mamá lo abrazó para subirse a su vehículo. Se dirigieron al rancho agrícola Los Ramírez para entrar a trabajar a las 9 de la mañana en el corte de chile. Se cubrieron la cabeza con unos paliacates para soportar el calor en una jornada de 4 horas. Para aprovechar el día se trasladaron al rancho Granjeno al corte de tomatillo. Entraron a los surcos a las 2 de la tarde. Con el calor insoportable Maura no podía cargar a Javier por el miedo de que pudiera deshidratarse. Para protegerlo lo dejó sentadito bajo la sombra de un árbol, ahí podía jugar con su volteo. Siguieron las labores y a lo lejos miraba jugando a Javier. A las 5 de la tarde avanzaron en el corte de tomatillo, pero por la distancia ya no distinguían bien la figura de Javier. Alcanzaron a ver que pasó una moto y después dos vehículos más. No alcanzaron a ver si subieron a Javier. Sospecharon que algo malo había pasado. De inmediato se dirigieron al árbol donde se encontraba Javier, pero ya no lo encontraron.

Los rastros de que había estado en el lugar permanecían casi intactos; la tierra tirada y su volteo a un lado. Los padres no esperaron más para iniciar su búsqueda a los alrededores. Escudriñaban desesperadamente en los surcos de tomatillo cualquier señal de Javier. A pocas horas se sumaron a la búsqueda colectivas de desaparecidos y el Centro de Desarrollo Indígena Loyola. Su desesperación fue mayor porque no encontraron nada. Los familiares realizaron el reporte a la policía del municipio Romita, pero no tuvieron una respuesta inmediata. Más tarde las organizaciones de la sociedad civil dieron aviso a la Secretaría del Migrante y Enlace Internacional y a la Comisión Estatal de Búsqueda de Guanajuato. 

Ante la violencia galopante en la región, los familiares regresaron a un local que rentan en la comunidad de La Sandía. Sin poder dormir trataron de hacer un recuento, pero les ganó más el recuerdo de aquel 15 de marzo de 2021 cuando llegó al mundo Javier. Unos meses antes fueron a rezar al cerro para que naciera con buena salud y también le hablaron a Ñá tìkuí’na (deidad del temazcal) para que lo cuide. Sus primeros pasos irradiaron de alegría en la choza de adobe de su comunidad. Le gustaba jugar la tierra como si quisiera abrazar las montañas. Al final quedó su sonrisa cuando el sueño los venció.

El 16 de mayo se realizó la denuncia ante la Fiscalía General del Estado de Guanajuato, sin embargo, la alerta Ámber y la ficha de búsqueda se emitió hasta en la tarde. La incertidumbre incontenible de los padres aumentaba. Repasaban una y otra vez los hechos sin dar crédito a lo que había pasado en el campo. Lo que más les preocupaba es que las autoridades no reaccionaban con la rapidez que se requería para localizar a su pequeño hijo. 

Fue el 19 de mayo cuando se realizó la primera búsqueda con los peritos de la Fiscalía General, integrantes de la Comisión Estatal de Búsqueda, Protección Civil, la Célula de Búsqueda Municipal, Procuraduría de Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes, Bomberos, Colectivos de búsqueda como Madres Guerreras y Buscadoras Guanajuato. El recorrido se realizó en los campos agrícolas y en comunidades cercanas a los municipios de Romita y Silao, pegando en lugares públicos la ficha de búsqueda de Javier. Las actividades continuaron el 21, 22 y 23 de mayo, pero no dieron con el paradero del niño. 

En las caminatas de búsqueda y con la ola de calor la mamá se hundía en la preocupación al imaginar que no había comido y que estaba sufriendo por la ausencia de su familia. Lloraba ante la impotencia de no saber dónde buscar a su niño. ¿Dónde está? ¿Dónde lo tienen? Mira para todos lados, las casas y los carros, pero todo es parecido y extraño a la vez. Podría estar en cualquier parte. La posibilidad de que haya sido el de la moto, los del carro o la señora de la grúa, está muy cerca de la realidad. 

En la tarde del 23 de mayo las autoridades realizaron la detención de un posible sospechoso que había extorsionado a la familia pidiéndole una cantidad de recursos económicos a cambio de entregar al niño. Le dieron el dinero, pero no cumplió su palabra. Además, fue detenido porque ya tenía cuentas pendientes con la justicia. En las búsquedas de la mañana de este 24 las autoridades encontraron restos humanos en los campos, cerca de donde desapareció el niño. Se embalaron y la Fiscalía los trasladó para hacer los estudios de identificación correspondientes. La familia no pudo distinguir si se trataba de Javier. Van a esperar los resultados de la confronta genética. La mamá tiene la esperanza de encontrarlo con vida para que regresen todos a la Montaña de Guerrero.          

Su afectación emocional es enorme, sus rodillas se doblan en momentos y sus ojos lloran la ausencia de su pequeño. Qué culpa tenía él, no debía nada, comenta con el dolor punzante. Exige que la búsqueda con vida siga, así como las pegas de fotografías en los lugares públicos, y sobre todo en El Maguey y San Francisco del Rincón. El padre secunda la petición para “que las autoridades profundicen la investigación en los camiones privados y públicos. Sí encontraron unos huesos pequeños, pero no se sabe de quiénes serán. Como padres tenemos la esperanza de encontrar con vida a mi hijo Javier”. 

El drama cotidiano de las familias jornaleras siempre tiene que ver con el dolor, la cruz sobre sus espaldas, la explotación, el hambre, la discriminación racial, los surcos de la ignominia y de la muerte, pero la desaparición  del niño na savi Javier es el mayor agravio que puede sufrir una familia pobre que es tratada con desprecio por ser indígenas. Las y los jornaleros de la Montaña de Guerrero, y más los niños y niñas son los invisibles de esta tierra herida por la violencia y el desamparo institucional. Javier es una víctima de un Estado que se colude con la delincuencia y que encubre a los perpetradores. En sus primeras búsquedas las autoridades estatales se justificaban diciendo que hay muchos desaparecidos y que no solo tenían que atender el caso de su hijo. Ser de la Montaña es cargar con el estigma de la indianidad, de la indignidad marcada por el racismo y el clasismo. Lo más cruento es que a las autoridades federales poco les importa la vida de los niños y niñas indígenas. Su interés se centra en el barullo electorero y el derroche de dinero, mientras el niño Javier, que es parte del tesoro de las familias de la Montaña, es desaparecido de un campo agrícola.

Abel Barrera

Antropólogo mexicano y defensor de los derechos humanos. En 1994 fundó el Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan en Guerrero, México. Ha recibido diversos premios por su trabajo en la defensa y promoción de los derechos humanos, de Amnistía Internacional Alemania en 2011, y el premio de derechos humanos 2010 del Centro por la Justicia y los Derechos Humanos Robert F. Kennedy, entre otros

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