La columna de lxs que sobran

Desde el Margen

Hacia infancias dignas y libres

Foto: Andrea Murcia | Cuartoscuro

En el trayecto del bus rumbo al centro norte de Quito —mismo que iba con la mayoría de sus asientos llenos—, iban estudiantes, trabajadores, madres, lectores, comerciantes y artistas que ponen sus talentos en el transporte público. En una parada se subió un grupo de chamxs1 que aparentaban edad de quince, pero sus rostros evidenciaban entre once y doce. Ellxs iban conversando de un hermano o primo que el día anterior había violentado a una de sus amigas, que no estaba en ese momento con ellxs; decían que la mamá de esta chica, niña o chama estaba enojada porque al llegar a la casa no había comida hecha, y encima la encontraron llorando. De pronto, empezaron a quedarse de unx en unx en las paradas y, quienes quedaron de último en el bus, al bajarse, arracharon un par de celulares de la primera fila de asientos.

Podríamos decir que, sin importar nuestras geografías, hemos visto o escuchado situaciones similares. Y ante estas surgen dos imaginarios: primero, estxs niñxs, chamxs o chicxs “no tienen futuro”; segundo, este mismo grupo debe empezar a ser apartado de la “sociedad”. Estos imaginarios se convierten en mecanismos, con los cuales se normaliza su separación; por ejemplo, la educación para este grupo ha de ser limitada y categorizadora, aquella que les señala como extraños o —peor aún— como casos perdidos. Otra situación es aquella con la que normalizamos las violencias a las y en las infancias.

Si bien, durante los últimos, años en el movimiento social —determinados sectores— se han percatado de la importancia de trabajar para tener infancias libres, pero ¿cuán cerca nos encontramos de estas? También cabe preguntarnos ¿para cuáles infancias?, ¿para quiénes hay Montessori?, ¿con quiénes se trabajan las maternidades y crianzas conscientes? Estas preguntas surgen porque el propio movimiento social también va experimentando cambios, entre ellos el irse sosteniendo de la comodidad académica y sus entendidxs; y ante ello, el reto está en poder encontrar los puntos comunes que aporten a la desconstrucción de las formas impuestas y normalizadas.

Seguramente, esta lejanía con las infancias es una forma más que nos han enseñado. Desde las aulas nos indican obstinadamente que “debemos hacer caso —entre otras cosas— al adultx”. Es de esta manera, como desde este segundo espacio se va forjando el adultocentrismo; el primer espacio se da en las relaciones familiares y, un tercer espacio es durante las infinitas opciones de interacción social.

De lo anterior, hagamos un ejercicio de memoria; recordemos nuestras aulas ¿cómo están distribuidas?, ¿con quiénes me junto?, ¿qué cosas me cuestan más; ante cuáles me llenan de adjetivos, buenos o malos? En nuestras escuelas podemos ir identificando tantas formas que nos hicieron o nos hacen lo que somos; fue como el primer lugar en el cual debíamos enfrentar situaciones desde los aprendizajes familiares. Siguiendo en esas escuelas podemos recordar ¿por qué mencionábamos que tal niñx era odiosx, fex, raritx…? Y, en caso de haberlo vivido, ¿cómo se dio una pelea de niñxs? Es probable que haciendo este ejercicio identifiquemos el peso que han tomado las opiniones de adultxs en nuestras vidas.

La crítica aquí va hacía las imposiciones y censuras que se sustentan desde la dinámica patriarcal y colonial; porque desde las construcciones colectivas y desde la búsqueda de otras formas de vida se apuesta por un trabajo de redes conformado por distintas generaciones, para que compartan desde la escucha y participación en procesos de des(re)aprender.

Continuando con el ejercicio de memoria, vamos a las familias durante nuestra infancia; ¿logramos recordar sí alguna ocasión fueron aceptadas opiniones que dimos con claridad y que no fueron burladas o silenciadas con el comentario: “eres muy niñx para darte cuenta”? En la dinámica familiar ¿cómo tomaban la incomodidad con tíxs, primxs o cercanxs?, ¿de quiénes sentíamos aceptación y de quiénes rechazo? Las familias pueden doler en nuestros procesos futuros —o presentes—porque dieron poco valor a nuestras emociones, expresiones verbales, no verbales y corporales. Es posible que recordemos lugares a los que íbamos en familia, ciertos parques o fiestas; y en ello, a quién no le ofrecieron al señor o señora que pasaba por la calle por “ser malcriadx” o, le dieron un chirlazo2 para que se calme. Esperando que este rememorar sea crítico —en el sentido de verlo con sabiduría— ¿en cuántas borracheras de lxs adultxs dijimos “no quiero tomar cuando sea grande”?

En la familia —aquella que es y la que se encuentra— desarrollamos desde peques, formas que nos permitan ser, pertenecer y sobrevivir para llenar vacíos o minimizar las grietas que se formaron en la infancia. Desde la educación cuestionamos la violencia, porque ha sido normalizada desde la mirada correctiva de educar a golpes. Con este intento de acercamiento, escribimos desde el sueño de construir infancias libres, porque las queremos libres de estereotipos, de mutilaciones genitales, de ser mulas3, de la hipersexualidad infantil, de explotación, de sumisión, de ser racializadas y de las múltiples violencias.

1 Chamxs: expresión para referirse a una persona que está entre la infancia y la adolescencia.

2 Chirlazo: golpe o bofetada.

3 Mula: persona que es usada para contrabando de algún objeto o sustancia.

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