La columna de lxs que sobran

Desde el Margen

El delito de ser joven

“Por cierto, carne de cañón en el tráfico de las grandes políticas. Oscurecidos para violar, robar, colgar, si ya no tienen nada que perder y cualquier día lo encontrarán con el costillar al aire. Por cierto, entendibles tácticas de vietnamización para sobrevivir en esta Edad Media. Otra forma de contención al atropello legal y a la burla política. Nublado futuro para estos chicos expuestos al crimen, como desecho sudamericano que no alcanzó a tener un pasar digno. Irremediablemente perdidos en el itinerario apocalíptico de los bloques…navegando calmos por el deterioro de la utopía social.”

Pedro Lemebel (2004) –“La esquina es mi corazón”

En Ecuador —y seguramente en todos los territorios donde la política de exterminio al otrx existe— ser joven implica estar constantemente bajo sospecha.

Según el informe[1] realizado por la CIDH en 2022 por el contexto de las masacres carcelarias que se vivieron en el país y que dejaron alrededor de 416 personas asesinadas, hay un total de 36.599 personas privadas de la libertad, el 93.46% son hombres y el 6.54% mujeres; el 44. 24% tiene entre 18 y 30 años. Los delitos que concentran principalmente estas personas son delitos relacionados al microtráfico de drogas y contra la propiedad. Sin embargo, detrás de esas cifras se encuentra la criminalización a la pobreza, a ser racializado… a ser joven.

Si bien las fuerzas del orden siempre han estado al servicio del mal gobierno de turno (porque son su herramienta para reprimir y oprimir) para mantener el “orden” donde lxs de arriba siguen haciéndose más ricxs, y lxs de abajo siguen haciéndose más pobres. Lo que hoy estamos viviendo en este territorio que llaman Ecuador es la militarización de la vida. Son las calles, los barrios más populares, los parques y las estaciones de buses donde policías y militares han empezado a habitar, paseando con sus armas e imponiendo su poder y virilidad; son el patriarcado con armas.

Con lo acontecido tras el decreto de Muerte Cruzada por el gobierno asesino del banquero Lasso, medida que terminó disolviendo la Asamblea Nacional como un manotazo de ahogado de un gobierno muy débil, ahora necesitan demostrar su capacidad y efectividad  en operativos, donde sus principales objetivos son lxs jóvenes que bajo su mirada patriarcal, adultocéntrica, clasista y racista interpretan que pueden ser delincuentes, para de esta manera montar espectáculos que afirmen, normalicen y legitimen su presencia en la cotidianidad.

La narrativa bélica de “la guerra contra el narcotráfico” ha intensificado el perfilamiento específico sobre los cuerpos en que se aplicará el castigo: en primer lugar, si no eres blanco, eres sospechoso; si vistes ropa ancha, eres sospechoso; si usas capucha o gorra, eres sospechoso; si usas capucha y gafas, eres sospechoso; si tienes otro acento (que no sea el común de un “turista” de primer mundo), eres sospechoso; si tienes tatuajes, eres sospechoso; si se te nota la proveniencia de barrio popular, eres sospechoso; si tienes una focha[2] en la mochila, eres sospechoso; si eres consumidor, eres sospechoso, y si no, pero tienes alguna de las anteriores características, eres sospechoso.

Lo preocupante es que este perfilamiento no queda solo en la sospecha, sino que escala hacia el castigo punitivo provocando que la cifra de jóvenes encarcelados aumente. ¿Qué futuro nos queda como jóvenes?

¿Ser encarcelados y sobrevivir al encierro siendo parte de alguna banda?, ¿matando o siendo asesinado? Y si no nos encarcelan, pero el despojo es tanto que la banda que controla el barrio te ofrece ser parte, ser “alguien” y tienes que juntarte; porque sino el hambre también te va a matar. O tal vez lograste entrar a la universidad, eres primera generación de tu familia en hacerlo, te gradúas, pero no hay trabajo y la norma social te exige. No entiende de la desigualdad, solo te exige cumplir con el mandato, te exige tanto que no aguantas y terminas aceptando un trabajo sobre explotado que con los años acabará con tu salud, pero ¡ojo!, tampoco tienes seguro social, así que nadie te va a atender.

Tal vez la desesperanza de no ver un futuro es tanta que no aguantas porque tu salud mental está rota y nadie habla de eso, tampoco puedes tener terapia porque es costoso y decides no seguir con esa vida. O tal vez ni siquiera lograste entrar a la universidad, en tu país tampoco hay trabajo y te ves obligado a salir de ahí para ayudar en casa de alguna forma, llegas a otro país después de caminar meses, llegas a un país xenofóbico, donde te tratan como una mierda, vives en las calles, trabajas de lo que sea para poder llevarte algo a la boca. La rabia e impotencia se acumula y las mismas calles te ofrecen unirte a una banda que te asegura la comida y dinero a cambio de hacer unos “trabajitos” …

Tal vez, creciste sintiéndote fuera de lugar, sin encajar en el molde asignado según tu biología y cuando decidiste expresarlo, te castigaron y expulsaron hacia los márgenes y las noches; te condenaron a que tengas que sobrevivir dejando que usen tu cuerpo, mismo que violentan y estigmatizan durante el día, u otras actividades igual de precarias; te encerraron en los prejuicios de la normatividad y te destinaron a ser asesinadx joven por parte de la policía o el odio a ser diferente.

¿Qué tienen en común lxs que matan y lxs que mueren? Que son hijxs del despojo, infancias que fueron rotas.

Tal vez, no tuviste que pasar por esas situaciones, o quizá es a causa de aquello que decides organizarte, plantarle frente a lxs que te roban los sueños, pero tienes un Estado policial y un sistema adultocéntrico que te persigue y cataloga como terrorista, que te quiere también encarcelar y silenciar[3]. Y ahora, ese mismo Estado policial, tiene un reglamento para el uso legítimo de la fuerza que les permite, autoriza y protege el asesinar a esxs otrxs peligrosxs.

Para ir cerrando —pero como decimos siempre, puede ser para ir abriendo la discusión— pensemos en otro escenario, estás regresando a tu casa, te tomaste una biela con tus panas[4]. Vas caminando porque no tienen plata para el bus, paran en una pared y hacen un tag de graffiti pequeño, con un marcador que cargan en su bolsillo. De repente a un vecino que estaba viendo la escena tú y tus amigos te les hiciste sospechoso, por eso, llama a la policía; corres, tus panas corren, te escondes, pero te encuentran. En la patrulla está tu otro pana, les insultan y golpean, a tu pana le botan en la calle, pero a ti no, porque tú tienes la piel más oscura, porque tú fuiste más insolente por correr y no fuiste tan “hombrecito” que te escondiste. Te torturan. Te matan y tiran tu cuerpo para que piensen que por “borracho” te caíste de un puente. Esto le pasó a Paúl Guañuna en el 2006, tenía 17 años. ¿Cuántos Paules hay y no sabemos? ¿A cuántxs jóvenes nos arrancaron ya y no sabemos? ¿Quiénes seremos lxs próximxs?

Se ensañan con lxs jóvenes y nos tratan como el despojo del despojo, porque no tenemos nada, ningún futuro asegurado. Nos venden un éxito que no existe. Nos dicen que somos el futuro de la patria, cuando ni siquiera tenemos una.

Y si hablamos de ser mujeres, cuerpos femeninos y feminizados jóvenes, pues ya sabemos que nos matan solo por serlo, nos secuestran y explotan en redes de trata de personas, nos violentan en las calles, los buses y los espacios educativos. Tenemos aún menor posibilidad de acceder a derechos, nos obligan a parir hijxs de los violadores y además de que en nuestras propias casas y territorios aquellos jóvenes, que son nuestros compañeros, (y son igual de violentados estructuralmente) terminan ejerciendo y descargando violencia contra nuestros cuerpos[5]; aún más en contextos donde el gran capital quiere entrar con fuerza (territorios de explotación de recursos y de rutas para la droga). Eso también es algo que no para ni cambia porque el patriarcado atraviesa todas las formas.

Lxs jóvenes, lxs chicxs expuestxs, la vulnerabilidad latente que es traicionada por todxs y vista por nadie, somos la generación que carga sobre sus espaldas todos los juicios y desatenciones, todos los reclamos y las culpas de un tiempo en que no nos dan ni la oportunidad de decidir lo mínimo. El chivo expiatorio y la carne de cañón. Ser joven hoy es un delito, una amenaza, un peligro.

Si nos organizamos, nos matan. Si no nos organizamos, también nos matan; entonces, nos organizamos[6], porque no queremos seguir con ese círculo de muerte del que nadie se hace cargo. Porque vendrán otras niñeces a las que seguramente también el sistema les va a fallar, pero nosotrxs ya no. Porque tal vez no seamos el futuro, pero sí podemos ser parte del presente que ante el despojo decide organizarse para vivir. 


[1] https://www.oas.org/es/cidh/informes/pdfs/Informe-PPL-Ecuador_VF.pdf

[2] Encendedor

[3] En el marco de la “lucha contra las drogas”, también se ha implantado en el Ecuador la figura de “terrorismo”, una figura ambigua que pretende exterminar cualquier cosa que “atente contra el orden del Estado”

[4] Amigos o amigas

[5] En Ecuador cada 26 horas una mujer es asesinada (se trata de la cifra más alta registrada desde el 2014). El 2022 cerró con 332 feminicidios, de los cuales más de la mitad de las muertes violentas se dieron en contexto de delincuencia organizada, el resto se dieron dentro de contextos íntimos familiares perpetrados por personas cercanas, y hubieron 9 transfeminicidios. Hasta abril del 2023 la cifra es de 122 feminicidios.

[6] Modificación de la frase dicha por Cristina Bautista “Si hablamos, nos matan. Si no hablamos, nos matan también; entonces hablamos”.

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