Experiencias del Estado Punitivo I
Soy la hija bastarda de un hombre de buena posición social, que no me dio un lugar en su vida o en su casa. Fui abandonada a mi suerte en la calle, sin afecto ni sustento económico. Culpé a mi madre porque no me daba cuenta, no comprendía que ella también fue víctima de un sistema patriarcal muy antiguo en el tiempo, que organiza a la sociedad en estatus donde las mujeres estamos destinadas al servicio de los hombres; y de un sistema económico que garantiza la ganancia de pocos a costa de la explotación de muchos. Estas jerarquías me han impedido salir del empobrecimiento, pues una vida de arduo trabajo no asegura medios suficientes para aplacar el hambre, las enfermedades, el frío…
Crecí en la calle, en medio de drogas, abusos sexuales, siempre soñando una vida diferente, viendo de lejos a otros niños y niñas con sus padres, en sus casas calientitos, alimentándose bien, asistiendo a colegios en los que yo jamás podría encajar. Era urgente volver realidad esos sueños. Y comencé a delinquir. Poco después en la correccional encontré un techo, ropa, comida y estudié, pero al cumplir mi sentencia me regresaron a la calle, ¿y de ahí?, ¿qué se hace con la vida de una? Todavía seguía siendo una niña de 14 años excarcelada.
Pronto llegaron mis hijos, sin un padre que se haga cargo me envolvió la desesperación por evitarles la infancia que yo tuve; sin el apoyo de familiares, instituciones o el acceso a derechos básicos, la calle continuó siendo mi espacio de subsistencia y en ese momento también de mis hijos. Sobrevivir implicaba robar, ser señalada, denigrada, insultada, encarcelada, y ser testigo del encierro de mis hijos en hogares para menores.
Jueces y fiscales encarcelan a miles de personas sin saber sus historias ni conocer a quienes, pequeñitos, dependen de ellas. He visto a jueces que desconocen los motivos de juicio dictando sentencia: la acusada es culpable hasta que demuestre lo contario. He visto fiscales concentrados en acusar, desconociendo los esfuerzos por salir de este hueco, por cambiar de vida. La justicia ecuatoriana castiga violentamente las estrategias de subsistencia que los abandonados a la calle nos sacamos de la manga.
Esa justicia de Estado afirma basarse en una ley que regula actos individuales, sin embargo inflige castigo a toda la familia. Esposada en un patrullero, lo primero en mi mente eran mis hijos: ¿quién les retiraría de la escuela?, ¿quién les daría de comer?, ¿quién les cuidaría mientras estuviese detenida? Angustiada presentaba partidas de nacimiento, pero la policía solo se reía, me insultaban, “ahora si piensas en tus hijos” me decían. Ni policías, ni jueces, ni fiscales comprendían que mi maternidad estaba cercada entre la ilegitimidad y los sueños de que mis hijos accedieran a una vida diferente.
Cada vez que salía libre y sin dinero iba a retirar a mis hijos de donde los tenía encargados, o del hogar donde los vecinos les habían mandado pensando en que les abandoné. Al igual que yo, mis hijos mayores experimentaron el abandono materno que tanto procuré evitarles. Los sistemas de justicia y carcelario actuaron juntos para castigarlos a ellos también privándoles de madre.
Mientras yo deseaba que todo fuera diferente, mis hijos fueron creciendo en ese mundo también. Anhelando resurgir y ser alguien; fueron creciendo con la imagen de su madre siendo golpeada física y psicológicamente, encarcelada, oprimida; crecieron siendo señalados, juzgados y estigmatizados en el colegio por ser hijos de una mujer presa. La violencia del sistema de justicia y carcelario les cortó las alas a ellos también.
En el sistema carcelario ecuatoriano nadie se rehabilita, sin trabajo el tiempo es infinito pues no hay en qué ocuparse. He pasado horas pensando en cómo mantener a mis hijos. En un lugar que reitera la angustia por la subsistencia propia y de otros a mi cargo, se aprenden otras técnicas de trabajo ilegal. En las mega-cárceles de Ecuador nos mantienen incomunicadas del mundo, por ello todos los medios de subsistencia son escasos y se encarecen muchísimo, en una economía capturada por los llamados “comandantes” convertidos en socios por autoridades del Estado.
Tras excarcelarme tampoco tuve oportunidades, el sistema judicial me dio la libertad y luego me abandonó a mi suerte. Las amistades trabadas en prisión fueron una experiencia laboral para la búsqueda de trabajo en la ilegalidad, lo que me obligó a volver al estilo de vida que me llevó a prisión. No tuve más salidas.
Actualmente estoy organizada con otras mujeres que tienen ganas inmensas de ser alguien, de ser escuchadas, de dejar huellas y sobre todo con ganas de justicia. Entre todas estudiamos y aprendemos que tenemos opciones para ser autónomas y protegernos de la violencia del sistema judicial y penitenciario; sin embargo las huellas de la justicia penal y la cárcel se extendieron sobre mí y llegaron hasta mi familia. Mi joven hijo fue sentenciado de manera desproporcionada por el robo de un celular, acto que cometió en la angustia por conseguir recursos para él y sus hermanos el tiempo que estuve presa.
Lo que aprendo en la organización se combina con mi experiencia de abandono y me siento acorralada por las mismas necesidades de antaño: sostener a mis hijos y alcanzar un mejor futuro. Encontrándome en libertad la justicia sigue sancionándome como culpable. Quiero salir corriendo en búsqueda de un nuevo lugar para empezar de cero… por suerte mis amigas de Mujeres de Frente están allí para abrazarme, recordarme lo valiosa que soy y que en conjunto podemos alcanzar el tan anhelado sueño de mi infancia: experimentar el hogar.
Mujeres de frente
Comunidad feminista popular quiteña de cooperación contra el castigo y cuidado entre mujeres, niñas, niños y adolescentes.
Saludo el trabajo consciente y solidario con los grupos vulnerables, me gustaría dar mi apoyo con lo que yo puedo aportar puedo dar talleres de desarrollo humano para fortalecer los grupos organizados de Quito en defensa de los derechos de humanos