Postales de la revuelta

Hermann Bellinghausen

Engarróteseme ahí: Las batallas del miedo

«Un hombre a quien no se puede persuadir es un hombre que da miedo»: Albert Camus

1.

Con carácter de urgente, Albert Camus escribe en la revista Combat: «El Diecisiete fue el siglo de las matemáticas, el Dieciocho de las ciencias físicas y el Diecinueve de la biología. Nuestro siglo XX es el siglo del miedo. Se me dirá que el miedo no es una ciencia. Pero, en primer lugar, la ciencia es en cierto modo responsable de ese miedo, porque sus últimos avances teóricos la han llevado a negarse a sí misma y sus perfeccionamientos prácticos amenazan con destruir la Tierra entera. Por otra parte, si el miedo en sí mismo no puede considerarse una ciencia, no hay duda de que es, sin embargo, una técnica».

Es 1946, Francia, Europa. El mundo acaba de salir de la espantosa Segunda Guerra Mundial. La resistencia, los vencedores, creen haber enterrado para siempre el fantasma del fascismo. Y aún así, esa generación europea entendió en lo que vio lo que podría ser el porvenir. El diagnóstico que nos hereda Camus es demoledor:

«Lo más característico del mundo en que vivimos es, ante todo y en general, que la mayor parte de los hombres (salvo los creyentes de todo tipo) están privados de futuro. Ninguna vida es válida si no se proyecta hacia el futuro, si carece de una esperanza de madurez y progreso. Vivir contra un muro, tal es la vida de los perros. Pues bien, los hombres de mi generación, y la de ésta que entra en las fábricas y facultades, vivieron y viven cada vez más como perros». ¿Eco de Franz Kafka? Camus parece escribir una página de ciencia ficción, de fantasía post apocalíptica, pero se basa llanamente en la realidad: «Vimos mentir, envilecer, matar, deportar, torturar y ni una vez fue posible persuadir a quienes lo hacían que dejaran de hacerlo, porque estaban seguros de sí mismos y porque no se persuade a una abstracción, es decir al representante de una ideología».

Los lectores disculparán (o agradecerán, según) la extensión de las citas al ineludible y archiconocido artículo de Camus «El siglo del miedo», recogido en el libro Ni víctimas ni verdugos años después, pero la certidumbre que habla para nosotros los de hoy hace irresistible la plenitud de su lucidez en aquel momento de la historia. ¿Cómo clasificaría Camus al siglo XXI?

«Lo cierto es que vivimos en el terror, porque la persuasión ya no es posible». Le queda claro que el silencio no es opción para quien se mantiene alerta. Eso sí que sería «el fin del mundo», dice Camus. (Todas las citas provienen de la edición de Ni víctimas ni verdugos por Ediciones Godot, serie Exhumaciones, Buenos Aires, 2014). Admite que el terror «no es justamente un clima favorable para la reflexión». Sin embargo, cree que «en lugar de echarle toda la culpa a ese terror, hay que considerarlo como una realidad y tratar de hacer algo». Y lo primero es «encararse con el miedo», aún en un mundo «donde el asesinato está legitimado y la vida humana carece de importancia».

De ahí en adelante siguió el futuro ya pasado de la Guerra Fría, la descolonización de África y las luchas por la liberación en América Latina, las invasiones estadunidenses en los cinco continentes, el fin del bloque soviético, el fin de la Historia, su inmediato recomienzo, el neoliberalismo desbordado, el cambio de milenio que sí sucedió, el terror como justificación para anular la intimidad y los derechos apenas ayer conquistados. Y ahora la unción como emperador del Imperio de un payaso que da miedo porque ya dejó claro que no se da cuenta que no entiende pero «no se le puede persuadir».

2.

México, enero de 2017. El coeficiente del miedo nada más crece. Violencia letal en las secundarias, los festivales turísticos, los medios de transporte terrestre, los restoranes y otros lugares de consumo y diversión. En centenares de caminos rurales y carreteras, enclaves urbanos, separos policiacos y migratorios. Violencia por corrupción en los hospitales oncológicos. Inseguridad laboral, educativa, cotidiana. Los poderes difunden el miedo matando defensores de los bosques primordiales, desapareciendo estudiantes y muchachas, sembrando las calles y los establos de cadáveres. Unos reforman la ley y otros simplemente la violan (o la tuercen nomás si están de buenas) para que aumenten las razones del miedo. Cada día la represión directa parece más garantizada, mientras se suman agravios, despojos, traiciones, simulaciones, abusos de autoridad, burlas. ¿Nada podrá detenerlos? Ellos le apuestan a nuestro miedo para conseguirlo. Sube la presión, el gasolinazo llueve sobre mojado y nada promisorio se vislumbra. Impunidad al límite. ¿Democracia? Ni ésta que participa en la extendida patraña se gobernar el país, ni aquella del norte, la quesque ejemplar, que se deja imponer un rey de Oro y Nada y no deja de temblar.

Lo primero que necesitamos para resistir contra su desprestigiado dominio es despojarlos de nuestro miedo, sacárselos de las manos. Nada nuestro les pertenece, ni siquiera nuestro miedo.

Contando con nuestra impotencia y débil solidaridad, ellos quieren con armas y cárceles engarrotarnos, con mentiras intravenosas e incertidumbres ponernos quietos, profundizar nuestra ignorancia desde las escuelas y la propaganda. Acabar con nuestra iniciativa, convertir el descontento en sumisión. Y en el extremo, considerar un crimen nuestra mera sobrevivencia.

Nada puede no ser negocio en el mundo de los poderes. Negocios probados son «los recursos» de los habitantes de la tierra. Despojándolos por entero los poderes que desembocan en el actual Capitalismo, financiaron la construcción de Europa y la invención de Estados Unidos en los pasados siglos. Lo siguen haciendo. En México el avasallamiento del Estado en lo que al vecino del norte le venga en gana garantiza que lo seguirán haciendo, mejor y más barato. Esa es la herencia que nos dejó el prócer de todo este chiquero, Carlos Salinas de Gortari. Como escribía el controvertido periodista John Ross en La anexión de México (The Annexation of Mexico, Common Courage Press, Maine, 1998), «en sus seis años en Los Pinos, Carlos Salinas contribuyó a la anexión de México más que ningún otro presidente de México desde Santa Anna». Pero la cosa no paraba ahí: «Ya para diciembre de 1994, el castillo de naipes se había colapsado y México quedaba nuevamente girando en el abismo. Apenas otro capítulo que se escribía de la anexión de México a su vecino del norte».

¿Qué significa para los mexicanos entonces que el nuevo rey de Disneylandia, con más poderes que ninguno de sus antecesores, y con las peores credenciales en la historia, haya basado su resistible ascenso (como dijera Brecht de su Arturo Ui) en vilipendiar a los mexicanos, amenazarnos, y ya desde antes de asumir el cargo, golpearnos efectiva y no sólo efectistamente. Los siguientes gobiernos mexicanos, de la pe de Peña a la Z de Zedillo, pasando por los fiascos de Fox y Calderón, nada más han hecho nuevas piruetas para mejor acomodárseles a los vecinos. Antonio López de Santa Anna dejó de ser referencia. La nueva anexión podría significar la desaparición de México como Nación soberana. ¿La última y nos vamos?

3.

El instrumento del miedo («técnica», decía Camus) se nos ha aplicado en dosis elevadas, y de la peor manera: mediante la violencia gratuita en un país hundido en la ilegalidad bruta y militarizado, con una sociedad crecientemente vigilada y una deliberada imposición de la ignorancia. ¿O qué otra cosa fueron las décadas de entretenimiento y manipulación de la verdad a cargo de Televisa y similares? (Hace ya mucho que Carlos Monsiváis señaló a esa televisora como la verdadera Secretaría de Educación Pública). Lo que son las cosas, hoy ya no quedan en condiciones firmes ni Televisa ni la SEP. Vamos, ni el presidente que la televisión fabricó. La lucha de los maestros ha sido casi desesperada, contra un Estado (especialmente en el sexenio peñista) que hace de la ignorancia y la improvisación su divisa. El conocimiento es blanco a abatir. ¿En qué país puede llegar un político de carrera al cargo de Canciller (de relaciones exteriores) y confesar: «Vengo a aprender». En un momento en que las exigencias diplomáticas nos tienen contra la pared y urge plantar la cara al mundo con solvencia y dignidad. ¿Lo dice por sinceridad, cinismo, candor o burla? De cualquier manera, estos señores del Estado se ríen de nosotros en nuestra cara.

El mensaje pretende ser desesperanzador: no hay de otra. Lo han impuesto con cierto éxito en amplias capas de la población. No obstante, una y otra vez, grandes cantidades de gente están con su ya basta en las calles. Los desmantelamientos sindicales, las matanzas, las desapariciones sin fin, los feminicidios, los gasolinazos, los despojos territoriales, las privatizaciones a la fuerza, todo derivado de la imposición autoritaria y abusiva de una globalización que favoreció a los inversionistas foráneos (y los locales que se montaron a modo) hasta desfigurar el rostro y las raíces de nuestra Nación. En pocos lustros México se volvió en el mayor expulsor de migrantes en el mundo, sólo recientemente superado por India. En pocos lustros México se hundió en una guerra sin nombre, con decenas de miles de muertos, que no se acepta como tal pero está en el ranking de las 10 guerras más importantes para 2017, y que ya en lo que va de la década hizo del nuestro un lugar peligrosísimo para periodistas, defensores de los derechos humanos y el medio ambiente. Puros récords vergonzosos. Estas han sido las batallas del miedo. Que siguen.

Lo más formidable ha sido la voluntad de no dejarse de millones de connacionales, resistiendo y oponiéndose, contra todo pronóstico, sobreviviendo creativamente a la emigración y a la violencia. Pero no parece haber bastado. La lucha electoral ha desgastado a mucha gente que demanda un cambio, a la sombra de partidos que más temprano que tarde sucumben a un sistema electoral que funciona como mercado y garantiza que la «política» quede en manos de los «profesionales». La «democracia electoral» funciona como distracción y garantiza que el sistema político no cambie. Más de los mismo, como lo confirman el Pacto por México de peñato y los usos y costumbres de gobernadores, senadores, alcaldes, diputados y funcionarios de cualquier franquicia partidaria.

Otra cosa que nos han confirmado las décadas recientes es que esa lucha no ha servido para cambiar las cosas, pues no organiza, solamente ocupa a los ciudadanos activistas. La meta no deben ser comicios en estas condiciones, sino la organización a escala amplia de una alternativa que sea soberana y popular. Esto al menos se desprende de la propuesta indígena de un Concejo de Gobierno, como expresan el Congreso Nacional Indígena y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en estos tiempos más que nublados, destrozados. En los pueblos del CNI y el EZLN, en diversos grados, se dan muchas de las luchas de resistencia y autodeterminación más importantes del presente.

Cuando se trata de la tierra y lo que hay en ella, los pueblos originarios y campesinos no le hacen caso al miedo. Es su vida misma, algo que con frecuencia no comprende la sociedad mayoritaria. No debe extrañarnos que sean los que han logrado autonomías funcionales y reales, a costa de demasiada autodefensa y oposición a la violencia institucional y con frecuencia la criminal. Los municipios autónomos en las montañas y selvas de Chiapas, organizados en los cinco caracoles zapatistas, han sido la insignia pero no van solos. Los años duros forjaron experiencias viables en Cherán, Ostula, la Montaña y la Costa de Guerrero, la sierra Huichola, la península de Yucatán, la cuenca del río Yaqui, los valles del pueblo otomí, la sierra Mixe y la de Juárez en Oaxaca. Y es porque se trata de bosques, ríos, laderas, mantos, costas, montañas, poblados, campos de cultivo. Porque se trata de la tierra. Si el país se desmorona, como muchos pretenden, no lo será por ahí.

Las sociedades urbanas, que son mayoría nacional, exploran y edifican centenares de experiencias barriales, de colectivo, que respiran un aliento de libertad con justicia e igualdad, pero hasta ahora pocas se conciben como forma alternativa de gobierno, al menos a nivel local. La estrategia contra estas experiencias consiste en mantenerlas aisladas o engarrotadas, o comprarlas. Igual y hasta peores agresiones sufren los pueblos, mas la capacidad de darte a ti mismo alimento, abrigo, trabajo digno, significa la autogestión natural llevada a una escala política, de gobierno. En tiempos de emergencia.

El asesinato de Isidro Baldenegro en la sierra Tarahumara es un recordatorio más de que la defensa de la tierra es una de las cosas que más inquietan al poder, que la emprende contra pueblos enteros, representantes y voceros que no tienen miedo.

Fueron los pueblos indígenas los primero que dijeron «no» al tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá. Casi tres décadas después, el gobierno arrodillado ve cómo se le escapa el tratado de las manos y deja el país colgado de la brocha.

Sin idealizaciones -el proceso de los pueblos es complejo y contradictorio, con sus vicios y fragilidades- los pueblos organizados, y autogestivos en diversos grados, adquieren un valor real y legítimo cuando la economía nos devalúa, los puestos de trabajo se evaporan y no se callan los balazos.

Hermann Bellingahusen

Poeta, editor, escritor de cuentos, ensayos y guiones cinematográficos. Es cronista, reportero, y articulista de La Jornada desde su fundación. Dirige Ojarasca desde 1989. Desinformémonos publicó su poemario «Trópico de la libertad» en 2014.

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