El trabajo abusivo y precario del capitalismo de plataforma y apps
La pandemia direccionó la atención de muchos para las empresas de plataforma y aplicaciones informáticas, con gran crecimiento reciente por ocuparse de servicios online que se destacaron con el confinamiento. El llamado capitalismo de plataforma o digital, gig economy, industria 4.0 ya mostraba una alta valorización de empresas de transporte, comunicaciones, redes sociales, comercio online, entretenimiento, software, infraestructura de red, inteligencia artificial, y muchos otros servicios antes del COVID-19, pero la pandemia permitió un nuevo impulso y crecimiento de la especulación financiera vinculada a este sector de la economía.
Nos ocuparemos aquí de un tipo de empresas que trabajan con tecnología digital, plataformas, programación algorítmica y geolocalización. Son las aplicaciones de entrega de mercadería y transporte urbano de pasajeros, las que en los últimos meses posibilitaron que mientras parte de la sociedad se resguardaba en cuarentena, otra sea obligada por la necesidad de sustento a circular, accediendo al trabajo por medio de estas empresas.
El hecho de que trabajadores que acceden a empleo vía aplicaciones tengan que circular por necesidad económica, muestra una de las características de esta modalidad de organización gerencial del trabajo. No hay contrato. La situación forzada (de circular, pero también de cumplir con largas jornadas, atender pedidos a veces “a ciegas”), no deriva de una coerción directa para disciplinar el trabajo y obtener alta productividad. La realización de gran número de pequeñas tareas o servicios por una baja remuneración, se apoya en el auto gerenciamiento realizado por los propios trabajadores, responsables por organizar su jornada de trabajo temporal y espacialmente en la ciudad, así como de responsabilizarse por los medios necesarios para realizar la actividad.
A partir de estas características las empresas se presentan como meras mediadoras neutrales, incluso benéficas facilitadoras. El trabajador aparece como autónomo y libre para elegir cuánto y de qué forma trabajará. Como si oportunidades de trabajo surgieran por la magia de la tecnología y estas empresas no tuvieran responsabilidad por el régimen de precariedad impuesto. Muchos de los involucrados en este tipo de trabajo lo hacen movidos por la pérdida de puestos de trabajo en otras áreas. La mayoría, de hecho, trabaja de forma no esporádica, en largas jornadas donde una parte menor de este tiempo a disponibilidad del servicio será pago. La espera, el traslado hasta el lugar donde hay demanda de trabajo, debe descontarse de una cantidad incierta de trabajo que vendrá.
Sin regulación estatal y con empresas que parecen fantasmas, nadie responde por la violencia que podemos ejemplificar con el testimonio de un conductor de Uber en la ciudad de São Paulo que trasladó en los últimos meses varios pacientes con COVID, con evidente falta de aire y otros síntomas visibles, sin tener forma de evitar una situación de riesgo de contagio, por la que no sería recompensado y de la que en caso de enfermarse los gastos tendría que solventar. Si objetara continuar un viaje podría ser definitivamente desligado de la plataforma, perdiendo el empleo, sin posibilidad de argumentar y ser escuchado en un sistema de soporte difícil de acceder y que por default favorece al cliente o consumidor.
Mientras el modelo empresarial que se promueve como libre, rápido, moderno, tecnológico, innovador, colaborativo, práctico, los trabajadores se encuentran con la responsabilidad de garantizar los medios de trabajo, y deben asumir el riesgo de cualquier inconveniente como puede ser accidentes, contagiarse COVID (empresas lucharon en la justicia de Brasil para no responsabilizarse, además de crear fondos o seguros mentirosos), problemas con los vehículos (en el caso de choferes y repartidores), además de asumir el costo de desplazamiento cuando está fuera de servicio. Esta situación no se encuentra compensada con una amplia ganancia. Las empresas del capitalismo de plataforma se aprovechan de la necesidad de forma perversa, pagando lo mínimo posible para que una amplia flota de trabajadores esperando llamadas esté siempre disponible.
Las empresas por aplicaciones informáticas, difundidas junto a la masificación de smart phones, se caracterizan también por la falta de transparencia y dificultad de acceso, en caso de inconvenientes. Los trabajadores de plataforma deben lidiar con la falta de información sobre cómo será distribuido el trabajo, cuáles serán las reglas que deben atender para obtener un flujo razonable de pedidos. La práctica muestra que el algoritmo penaliza el rechazo de servicios, por lo cual hay una fuerte coacción a aceptar llamados en zonas peligrosas, o en ubicación lejana, no conveniente para el chofer o entregador. En caso de inconveniente o pérdidas, penalidades o bloqueos injustificados es muy difícil acceder al soporte y obtener explicaciones. Parte de la precariedad es la arbitrariedad a la que estas empresas someten a los trabajadores, con falta de información como base de la gestión. Reglas arbitrarias desconocidas también afectan a los usuarios y a la ciudad, que no cuenta con información sobre el servicio. La información está disponible para la empresa, incluso para comercializarla sin consentimiento y conocimiento de quien la genera.
El capitalismo de plataforma fue considerado por muchos como un nuevo paradigma y régimen de acumulación que sacaría con su pujanza al mundo de la última gran crisis (2007-2008). Esto no ha ocurrido, pero sí ha permitido una valoración sin precedentes. Lejos de la imagen de pequeñas start ups ingeniosas que facilitan la vida de la gente, la realidad es de grandes corporaciones monopólicas especializadas en lobby internacional e implantación de empresas sin cumplir las regulaciones locales, sin control democrático de la población frente a impacto en la vida de la ciudad, imponiéndose de hecho por la necesidad de trabajo y la rápida adopción de las aplicaciones por parte de los consumidores, producto de inversión monumental en publicidad.
El impacto de estas empresas en la sociedad es notable no sólo en lo que hace al trabajo, al medio ambiente, al desplazamiento urbano. Son también un vector de mercantilización de las relaciones sociales y de cada vez más espacios de la vida. También están en ese lugar donde el trabajo y el ocio se van volviendo cada vez más indistinguibles. Una de las fuerzas que van operando la integración de servicios y nuevos mercados es la continua generación, procesamiento y comercialización de datos. Los datos son el comportamiento de los consumidores, la productividad del trabajo, con una organización científica que el toyotismo envidiaría, obtenida por la capacidad computacional de administración de datos. Más que la facturación por viajes, por porcentaje cobrado a los productores o prestadores de servicios, estos datos son principal activo de muchas de estas empresas.
Por detrás de este gerenciamiento del trabajo y de la creación de una economía que tiene en el centro datos, más que productos y servicios, está la gestión algorítmica. Un elemento de esta gestión, que distribuye tareas y organiza el trabajo con apariencia de voluntariedad es la evaluación de performance. Así, la subordinación del trabajo no es operada por un jefe agresivo que habla en el oído del trabajador o lo humilla -y sin duda los trabajadores de apps valorizan eso – lo hace por una nota otorgada por la evaluación de usuarios, por la medición de su productividad, su disposición y entrega al trabajo. La llamada “gamificación” establece al modo de los videogames continuas penalidades, premios, estímulos para organizar una nube de trabajadores distribuidos y no más nucleados en un lugar de trabajo.
La evaluación y el ranking se impone más allá de la organización del trabajo. Es un modo de relación entre todos los actores que intervienen a través de la aplicación. Si bien se presenta y utiliza como modo de obtener una padronización de los servicios, cierta “calidad” guiada ante todo por la lógica del lucro, es claro y ya fue señalado como toda la sociedad se incorpora a este modo de funcionamiento, de competitividad y subjetividad neoliberal. Este avance más allá de la disciplina del trabajo tiene que ver con la propia disolución del mismo en una vida toda ella cada vez más abierta a la valorización capitalista. El uso estatal de esta tecnología para fines de gobierno, control social y penalidades a quién no cumpla con ciertos parámetros ya fue señalada como peligro cercano por filósofos y series futuristas de televisión.
El gerenciamiento basado en programación algorítmica funciona con centralización. La tendencia al monopolio que de hecho se ve en los distintos sectores con presencia de aplicaciones, tiene que ver con la ventaja comparativa que obtiene el que más datos puede procesar. Una vez que la marca aplicación se impone en el mercado, la empresa podrá bajar el valor pago por el trabajo y usufructuar un dominio de consumidores y trabajadores que se someterán a las plataformas como lugar que aparece como obligatorio para conseguir un flujo redituable de trabajo y con más oferta y rapidez de servicio para los consumidores. La falta de transparencia y “caja negra” de gestión algorítmica se muestra, en el caso de los repartidores, en el desconocimiento de frecuencia de pedido, para dónde serán encaminados, creando una situación donde no es raro que se trabaje gratis, haciendo un servicio que no paga el costo de la espera, la gasolina y el desplazamiento.
En distintos tribunales ya fueron discutidas las características del vínculo laboral, que está lejos de la imagen del emprendedor que utilizaría la plataforma como complemento esporádico de renta. Es amplia la gama de trabajo con plataforma: trabajos audiovisuales o de creación de contenido freelancer, pequeñas tareas casi mecánicas realizadas en la computadora como moderación o respuesta de reclamos, profesiones liberales, servicios de educación o terapias. En muchos casos, salta a la vista la explotación precaria que exige jornadas extenuantes sin que se consideren horas extras mejor pagas, derechos como licencias, además de completar en muchos casos una retribución que es menor que el salario mínimo oficial en los distintos países.
En este punto se abre un problema político sobre cómo y en qué dimensión situar la lucha contra estas formas de explotación. El escenario de los tribunales ha significado triunfos y derrotas continuas para las empresas, que en muchos casos prefieren cerrar las actividades en un país antes que atender a modificaciones en el modelo impuesto globalmente sin respetar normativas locales. Sindicatos, investigadores y partidos de izquierda suelen reivindicar un reconocimiento de vínculo laboral de empleo, buscando exigir el encuadramiento de estos trabajadores en el marco del derecho social. Pero esta posición encuentra dificultades. Muy lejos de cualquier horizonte de Estado de Bienestar, hoy las propias leyes estatales relativas al trabajo se encuentran adaptadas a la “uberización”. La solución parece exigir respuestas que dialoguen con una realidad de hecho que funciona con formas y ritmos que dejan muy atrás los mecanismos legales de repúblicas y sistemas jurídicos nacionales, pero también muestra obsoleta la lógica de representación sindical, y lejana la prédica de los partidos.
En el último tiempo surgieron varias formas de organización y lucha de trabajadores de aplicaciones. En Brasil hubo dos paralizaciones de actividades en julio, conocido como Breque dos APPs, que consistió en movilizaciones y bloqueos de puntos de salida de mercaderías reivindicando directamente que suban los valores pagados por kilómetro recorrido, entre otras demandas. Las empresas reaccionaron con gastos inmensos en publicidad, pero pocas respuestas. En México, Argentina, Chile, Perú, Paraguay, Bolivia, Colombia, con presencia además de venezolanos que se cuentan en alto número como trabajadores de este sector en los distintos países, realizaron varios actos, campañas, denuncias, e incluso movilizaciones y paros internacionales, coordinadas entre agrupaciones de los distintos países, que de a poco están organizando una articulación internacional. El nivel global en que las empresas funcionan, financian e imprimen una misma lógica, favorece esta asociación.
Uno de los desafíos en la lucha contra este modo de explotación es entender la forma fantasmagórica, de subordinación algorítmica y control gerencial, acompañado de forma falaz con mucha inversión en construcción de imagen de la marca, incluso del trabajo asociada a la misma, escondiendo el amplio control que determina condiciones precarias de trabajo. Al respecto, debe señalarse que no toda la izquierda puede hacer una crítica radical a estas formas de control. Funcionando al unísono de un comportamiento orientado a medición informal de desempeño, marketing y búsqueda de visibilidad para llamar la atención de forma mediática, partidos de izquierda y sindicatos también son incorporados a esta forma de funcionamiento, todavía combinada en algunos casos a la burocracia y relaciones jerárquicas que se vuelven gobierno cuando acceden a las instituciones.
Más que al futuro de una sociedad organizada tecnológicamente las empresas se asemejan a campañas coloniales de pillaje y piratería. Las empresas violan incluso las propias normas de calidad, guiadas por el principio de la búsqueda de mayor acumulación en menos tiempo, por ejemplo, permitiendo que usuarios bloqueados por evaluaciones negativas sigan accediendo a los servicios, o con promociones que no son pagas a los trabajadores cuando muchos de ellos acceden a las mismas. Hay indicios de que propinas altas no son vertidas integralmente a los trabajadores, aunque esto queda oculto en la cortina de humo que hace parte del funcionamiento.
Hubo casos en que trabajadores de aplicación fueron bloqueados después de participar de manifestaciones. Por no haber un vínculo contractual, un punto a favor para la organización es cierta facilidad para organizarse. Estrategias como apagar la geolocalización, poseer más de una cuenta o ayudarse informalmente, incluso en grupos de WhatsApp o puntos de encuentro, son las formas que aparecen como formas de resistencia. La lógica del marketing y la importancia de la instalación de una marca, hace que las empresas discutan sobre la posibilidad de responsabilizar a trabajadores por acciones que afecten la reputación de las aplicaciones, como la baja evaluación o la protesta.
Los trabajadores de aplicaciones no pueden ser echados de un vínculo de trabajo que se busca desconocer. Aunque pueden ser bloqueados o postergados en la distribución de servicios. Al mismo tiempo genera cierta libertad, en la que se apoya la responsabilidad de organizar el propio trabajo, pero abriendo al mismo tiempo una posibilidad de organización para la lucha. En este sentido los repartidores y choferes se muestran como sector que se suma a las luchas urbanas con fuerza estratégica, por la movilidad y forma molecular. Las formas de organización que acompañan los movimientos actuales de lucha en este sector, siguen las características de nube difusa no fija ni estable que derivan de las formas del propio trabajo.
Una de las acciones que han aparecido, atendiendo las características del sector, fue el boicot. Trabajadores que se organizan para rechazar llamadas de pago bajo, en las apps que muestran este valor, o usuarios que se sumaron a las movilizaciones en los paros y protestas. La imagen parece ser un punto débil, que puede articularse con la dependencia decisiva que las aplicaciones virtuales tienen sobre el trabajo real, del que extraen valor y se centran en disciplinar y controlar como característica central.
Salvador Schavelzon
Antropólogo, profesor e investigador de la Universidad Federal de Sao Paulo.