Postales de la revuelta

Hermann Bellinghausen

El rebozo de las patronas

Ahora que anda la señora Margarita Zavala de Calderón paseándose por sus foros y páginas web de rebozo y huipil (muy azulitos, eso sí) en su camino a la candidatura presidencial, podemos preguntarnos sobre el sentido de esa representación burguesa y blanca de lo aborigen. No es nueva en la clase política; la condescendencia de primeras damas estatales y federales con las «etnias», data por lo menos de 1970. ¿Recuerdan a la «compañera María Esther» (Zuno de Echeverría) convertida en perchero del Fonart? Su marido era el presidente de las guayaberas, equipales en Los Pinos y nada de whisky en las recepciones: limonada con chía. Inventada por el PRI, y heredada por los demás partidos que ya gobiernan, la fórmula sigue siendo vestirse o adornarse a lo indio cuando de nacionalismo se trata (o patrioterismo, como aportarían los gobiernos del PAN, aunque criollos al fin lo charro les gana gacho).

Aparte están los usos cínicos de las costumbres públicas de los pueblos indígenas a la hora de poner listones, sombreros, plumas, ponchos, chamarros de lana y estolas bordadas encima del señor gobernador o presidente al entregarles bastones de mando y ofrecerles votos a cambio de limosnas. La reiteración ha hecho parecer fotogénicas situaciones que rayan en lo ridículo. Y más ahora, cuando esos señores (y señoras) ataviados a todo folclor son cómplices y promotores del saqueo material e intangible de los territorios físicos y culturales de los pueblos originarios. Sus disfraces se han convertido en un insulto. Y ya ni siquiera ofrecen agua de limón con chía en sus actos proselitistas, porque son más prácticos Twitter y Facebook.

La señora de Calderón, que de salirse con la suya daría la última puñalada a la exánime Revolución, al cumplir la reelección embozada, ha elegido como logo un rebozo (de origen nahua poblano) trazando la M del tuteo al que aspira la, por ahora, candidata de los medios oficialistas por aquello de que el peñato les dio en la torre a las aspiraciones del PRI en 2018.

Cuando fue primera dama no dejaba de sorprender su colección privada de chales de marca y rebozos exclusivos, pero ahora en su carrera pre-presidencial se planta con huipil y rebozo azules en un escenario morado para proferir promesas, que es lo que los políticos profesionales hacen. Debemos a su predecesora Martha Sahagún de Fox la introducción del folk modificado. Es decir, corte o vestido «étnico» pasados por su modisto de cabecera. Ya no tenemos primeras damas ataviadas a tope de tehuana o china poblana, ni funcionarias con huipilazo a la Beatriz Paredes, sino los modelos esbeltos con bordado zinacanteco de la Sahagún o las blusas, de «indita» pero de autor, de Xóchitl Gálvez.

La derecha, que nunca ha logrado bases indígenas reales en el país, encuentra en la figura femenina un subterfugio que «suaviza» y hace correctas algunas candidaturas (también lo hacen el PRI y el Verde). Así, adornada de artesanía popular «refinada», busca gobernar el país la muy católicamente esposa de un presidente que desató la cacería de indios y pobres en 2007 bajo el tamiz de plomo en una nixoniana «guerra» contra las drogas y el crimen organizado, la cual fue diseñada como ocupación militar y evolucionó a perversa guerra civil entre los matones de ambos bandos.

En fechas recientes hemos conocido denuncias contra diseñadoras y modistos internacionales por plagios impunes a diseños, bordados y técnicas de los pueblos mixe, wixárika, otomí o tsotsil. Sucede en tiempos de patentes, saqueos y piraterías múltiples de los conocimientos y recursos agrícolas y botánicos de los pueblos indígenas, guardianes por siglos de algo que ahora sirve como mercancía. Sean la fórmula del pozol, los genes del maíz o los bordados de Pahuatlán, todo se puede robar.

Lo de Martita, Margarita y anexitas, además de oportunista es la otra cara del desprecio. Estas damas crean fachadas filantrópicas para atraer recursos y viabilidad electoral (Vamos México, Yo con México), que de prosperar en Margarita, les permitirá seguir entregando el viento del Istmo a las trasnacionales españolas, los río de Veracruz, Chiapas y Puebla a las empresas de energía y agua embotellada. Ellos (con ellas a bordo) son los que reformaron las leyes a favor de las plagas minera, transgénica, de monocultivos y urbanización salvaje. Los que acortaron los derechos ejidales, agrarios, educativos. Los que aceleraron la emigración y el abandono del territorio rural. Los que llevaron la guerra a los pueblos de Michoacán, Guerrero y Veracruz. Los que propiciaron (y medraron con) la esclavitud de indígenas jornaleros o maquileros en Jalisco, Baja California, Puebla y Chihuahua. Los que destruyen desiertos y ríos sagrados en Sonora y San Luis Potosí. Los que entregaron la seguridad nacional a los designios continentales del Pentágono.

En resumen, el verdugo se disfraza con los trapos de la víctima. El racismo en México está lo suficientemente arraigado como para qué tengamos un verdadero arsenal de negaciones, justificaciones, idealizaciones y manipulaciones que lo vuelven invisible.

Bueno, invisible si no eres indio, negro o chino. La sociedad mayoritaria del México moderno está conformada en su mayor parte por personas y familias que confunden ascenso en la capilaridad social con el alejamiento progresivo, y entre más rápido mejor, de la condición de indígena. Porque la «raza» importa, y entre más blanqueada, mejor. Ya ven Porfirio Díaz.

Pero el panismo folclorizado ni siquiera requiere Clarasol cutáneo. Es de por sí criollo, hispanófilo y más papista que el Papa de Roma. Alberga grupos y tendencias de supremacismo «mexicano» con la suástica y el yunque. Debemos desconfiar del manoseo de la derecha a los íconos ajenos. La patrona se disfraza de india para mostrar el rostro amable de un sistema autoritario, corrupto, racista y genocida. Su credo es el del capitalismo tardío, y sus armas, todas.

Hermann Bellingahusen

Poeta, editor, escritor de cuentos, ensayos y guiones cinematográficos. Es cronista, reportero, y articulista de La Jornada desde su fundación. Dirige Ojarasca desde 1989. Desinformémonos publicó su poemario «Trópico de la libertad» en 2014.

Dejar una Respuesta

Otras columnas