Postales de la revuelta

Hermann Bellinghausen

De una Guerra sin nombre

1.

Cual aves de mal agüero los policías entran a los cafés. Se ponen anchos, como los zanates en los parques. Ocupan espacio con sus chamarras y chalecos antibalas. A los presentes les entran ganas de cambiar de rama, bajan la voz, aguantan vara. Unos mejor se pasan a otra fonda.

Las patrullas afuera, estacionadas.

2.

Armas, armas, armas. Los fierros. ¿Qué vecino no tiene fusca? Sólo los mensos se refugian en los cuchillos de la cocina, los pacifistas.

A cualquier hora del día desfilan o se apersonan con armas largas y descaro en la cara los de la maña. Hasta avisan por las redes sociales, tuit, ahí les vamos. Para la población que los medios llaman «civil», equivale a un toque de queda y como tal lo acatan. No hay escuela, los comercios no abren, nadie sale. Nada que pueda estorbarles. Los niños se la pasan en la televisión o jugando con dispositivos de imagen violenta.

Si oyes tiros, te haces el que no. Te alejas de las ventanas. Agachas la crisma. Refuerzas la cerradura. Esperas.

3.

Para nivelar, los que están dispuestos a no dejarse y resistir también se arman como ejército, como policía, como guardia comunitaria, como autodefensa legítima. Defienden, ordenan, patrullan sus propios territorios, siguen reglas claras y sensatas. No agreden. Allí o en sus alrededores más próximos se dan, como en mata, los cabrones sicarios, los soplones, los esclavos, los plantíos secretos, y toda clase de descomposición a la mala.

En estas localidades organizadas la gente no desaparece, no se esfuma: la pueden matar o meter presa, pero no la callan. Su nombre es presencia. Tienen armas también de palabras, que en otras partes del país son asesinadas y desaparecidas junto con quienes las hablan.

4.

El chocar de los fierros. Cuando se juntan armas de asalto las llamadas largas, escopetas de cazador rural, metralletas de armas tomar, pistolas tamaños pistolones, al moverse suenan con metálica consistencia. El clac de rifle contra rifle significa un pacto. Fierros que se chocan no se disparan. El pacto de las espadas en cada bando.

5.

«Una de mujer se cuida. Quién si no te va a cuidar. ¿Mi esposo? ¿Cuál, si tiene rato que se fue el cabrón? Nunca sabes qué es peor cuando caminas las calles o te metes en algunos edificios y allí se te atraviesan. Pueden vestir de policía, de soldado, de pistolero. Te alzan la falda con el cañón del arma y te miran como si fueras una vaca o una cosas que se pueden comer si les apetece. Una procura no ponérseles, desafana rapidita, sin mirarles los ojos. Pienso en todas esas muchachitas que les gusta ponerse bonitas, tener contento al novio, atraer a los muchachos. Qué difícil ser bonita en la calle estos días. Qué difícil es llevarnos la carne por la vida.

«Yo ya, con mis chamacos, los desaliento. Sólo me entra nervio si salgo sola. En realidad son demasiados los machos peligrosos. Siempre están por encima de una. Los malos, claro, para ellos las mujeres somos desechables o valemos dinero. Luego están los viejos morbosos, y los hijos y nietos de los viejos morbosos que son los que luego violan o se roban a las niñas.

«Ni creo que sea delito, la violación; nunca he visto que encierren a alguien por hacerlo, no por aquí al menos. Si una mujer cuenta que le pasó, nadie le quiere creer. Tanta mamá muerta de miedo que no interviene, no se atreve a ayudar a sus hijas y hasta se les pone en contra.

«La mujer con hijas está más expuestas, es más que la verdad. Además de la continua aflicción cuando las chicas salen sin ellas. Yo siquiera tengo varoncitos. Te cuidan, desde chicos. Con niños hombres, te les antojas menos».

6.

«Aquí ya no se usan cuetes en las posadas ni en año nuevo ni el grito de la Independencia. Es ora una competencia a ver quién truena el fierro más fiero. A los chamacos les encanta. Señores hay que dejan a sus niños echar tiros. Que pa’ que aprendan».

7.

«Tan decente, tan fina. Platicábamos seguido al recoger a nuestros niños en la escuela. Hacíamos la fila juntas, por las tardes. Comentábamos los horarios nuevos, de la miss de inglés que llegaba tarde, de que había que confiscarles a los niños el celular para que hicieran la tarea, de que si el mío era mañoso para comer, el suyo para nada, un tragón. Pero dormía mal, pesadillas, mientras que al mío lo difícil era despertarlo. Guapa, ella, de tipo distinguido. No era del estado, vino de Guadalajara con su marido. Nunca lo vi al marido, no iba a la escuela, ni a los festivales, ni las premiaciones, ni el futbol de los sábados. Ella sí, no faltaba. Muy dedicada. Y rica. Traía chico carrazo con chofer y en ocasiones, eso variaba, la acompañaba una camioneta de guaruras, discretos. Pensamos las mamás que el marido era político. Nunca contó, ni le pregunté, menos una vez que se me salió ‘no sé que haga tu marido, pero el mío hace doble turno en la Tesorería, sale tarde’. No cayó. Joven, ella. Sí, Celia. Chiquilla fue mamá, obvio. Se quejó de aburrición. Una vez. ‘Nunca salgo de la casa’ dijo. Antes de yo preguntarle la razón, explicó: ‘Bueno, es grande. Así son las cosas para mí’.

«Bolsos lindos, ropa de diseñador, alhajas sobrias pero impresionantes, esmeraldas, diamantes, oro. Al principio. Luego cambió, más discreta, le dio por llegar de pants, o vestida así, normal. ‘Tengo todo lo que el dinero puede comprar, y hasta de más’. No lo decía por presumir, sino burlándose de su suerte. Que así le resultaba más difícil educar a sus hijos, separarlos de la tele. Tenía otros dos en preescolar, salían temprano. Yo los veía en las mañanas. Niño y niña, gemelos, preciosos. Su mayorcito, Bernardo, iba en sexto con mi Richi. Se llevaban, pero nunca aceptaron la invitación a la casa, o un plan. Ellos no invitaban. Hasta raro era. El pasado cumpleaños de Richi vino a la fiesta con sus tres niños, que se divirtieron como enanos. Celia estaba encantada de verlos disfrutar. Lo que me impresionó fue el regalo. Lo tuvo que subir cargando su chofer. Un trenecito electrónico, hecho en Japón, con estaciones, puentes, 30 metros de vías y control remoto. Ha de valer un dineral. No lo hemos podido instalar, no cabe en ninguna parte de la casa de usted, ni cochera hay. Le agradecí el detalle y como que se apenó. «No Celia» le dije, «lo aprecio deveras, a Richi le fascinó». Ella no quería llamar la atención, pero su marido había insistido. ‘Qué generoso’, dije. Y ella: ‘Así es él’.

«La última tarde que nos formamos juntas frente a la primaria, platicábamos tan así y le llegó un mensaje al celular. Cambió su cara. ‘Disculpa, me tengo que ir. Mi marido me necesita’. Y yo: ‘¿Todo bien?’. Y ella: ‘Sí, por supuesto, sólo que me sorprendió de momento’. ‘¿Te recojo a Berny’, me ofrecí, era lo normal, y ella: ‘No, gracias, van a venir sus abuelitos del lado del papá’. Nunca antes me habló de ellos. Así que me llevé a Richi y no me preocupé más.

«Ora está en las noticias. Hasta nacional. Junto con el marido. Salían del estacionamiento de Centro Galaxia cuando los ejecutaron. En las fotos se les ve puesto el cinturón de seguridad, regadas las bolsas de sus compras. Los sicarios también se echaron a los escoltas en el otro carro. Los gemelitos iban con el matrimonio. Pobrecitos, también les tocó. Al Berny no lo volvimos a ver. Los abuelitos lo fueron a entregar en Guadalajara con la familia de Celia. Le cambiaron su teléfono y desapareció del grupo de chat del salón.

«Me dio tristeza. Logré entender que había sido una especie de prisionera. El dinero no le compró felicidad. En la escuela nadie habla. Ni los papás, ni las mamás. Tampoco los niños. Me da rabia por ella. El marido no sé, pero Celia fue buena».

8.

El cobro de «la parte», en 3 etapas.

1, vienen estos dos estudiantes del Tec, trajeaditos, con buen modal solicitan la cuota al que atienda en la caja. Si no tienes, o si no quieres apoquinar, que no es lo mismo para ti pero sí para ellos, se despiden menos amables, y si tienes suerte te conceden una 2a. oportunidad. No más. Ni modo que levantes denuncia, eso te pondría en lo peor, como siempre que se mete la policía.

A la siguiente viene uno de los señores en persona. Entra en tu comercio, consultorio, taller o despacho y cierra la puerta tras él. Con guarura. No habla, allí se para. Como que no te mira. No deja salir a la clientela, que viéndole la pinta nunca protesta. Sí te haces guaje o te niegas, el señor abre la puerta y se va.

En la etapa 3 en un descuido y ni los ves, no vienen a cobrar sino a cobrártela pum pum +_+. Así es como funciona.

9.

Qué dios frenético inventó eso de que

se respira por la herida,

de que las heridas respiran.

Cuántas veces preferiría la herida

dejar de respirar.

Duele más cuando ya no sangra

y sus párpados se reconcilian

en camino a la cicatriz que

como la memoria

es asunto de los vivos

y no sin dolor.

10.

Nuestro ir y venir,

un campo de batalla

sembrado de miedo y malestar:

los mutilados, los perforados,

los caídos, los levantados,

los violados, los asustados

y los que corrieron, vaya que sí.

En qué momento qué arma,

qué percance, qué fiebres

nos van a fulminar.

Estamos rodeados de gatillos impacientes.

Se vive o muere por azar.

**

(Una parte de estas estampas aparece en Crónicas de una guerra civil, el número de verano de 2016 de la revista mexicana Blanco Móvil).

Hermann Bellingahusen

Poeta, editor, escritor de cuentos, ensayos y guiones cinematográficos. Es cronista, reportero, y articulista de La Jornada desde su fundación. Dirige Ojarasca desde 1989. Desinformémonos publicó su poemario «Trópico de la libertad» en 2014.

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