La columna de lxs que sobran

Desde el Margen

Cuidémonos, compas

Afectarnos es permitirnos cuidar y querer cuidar de otrxs a través de los afectos, explorar la sensibilidad y potenciarla, encontrarse, abrazar la vulnerabilidad, devenir manada-colectivo-organización-tejido.

“Compañerxs necesito ayuda, no estoy bien”

Cuán difícil puede ser pronunciar ese enunciado. Dónde está el punto de inflexión o el límite máximo que podemos aguantar para vernos en la urgente necesidad, nacida casi de las entrañas, de solicitar sostén de otrxs o reconocer la existencia de un problema que necesita atención. Es muy complicado —para quienes atravesamos afecciones emocionales/mentales— poder hablar abiertamente sobre ellas. Intentar no lidiar con el estigma social que conlleva manifestarlo puede direccionarnos hacia el aislamiento y el ocultamiento de los síntomas para seguir actuando “normalmente” y evitar sentirse expuestx.

Es preocupante saber que —pese a la trascendental importancia que tiene para el desarrollo digno— hoy, la salud mental sigue siendo un tema tabú dentro de los espacios de socialización y las discusiones sobre asuntos públicos. Nadie, a excepción de las grandes farmacéuticas —quienes manejan el monopolio de la salud/enfermedad y sus respectivas definiciones/tratamientos—, quiere hablar de ello. 

Éstas, desde los años 70, iniciaron una gran campaña de marketing para vender enfermedades y medicamentos; por ejemplo, hablar de estrés o ansiedad como una enfermedad (no como síntoma producido por diferentes condicionantes sociales como la precarización de la vida, trabajo no digno, injusticia e inequidad social) y su respectivo psicofármaco1. Desde entonces, la industria —especialmente el mercado antidepresivo— se ha posicionado como el más grande del mundo; ya que, según reportes, solo al 2013 sus ventas superaron los 9.400 millones de dólares, cuestión que se ha duplicado en los últimos años, puesto cada vez son más las personas que manifiestan problemas de estrés, depresión, duelos patológicos o ansiedad; pero pocas son las que obtienen atención inmediata para sobrellevar tales situaciones.  Sin hablar sobre el incremento mundial de la tasa de suicidio, producto de lo mencionado en el principio del apartado, que solo en nuestro país en el 2021 aumentaron en 17%; teniendo a Guayas (una de las zonas con más violencia y despojo del país) en el primer lugar, con el 24%.

Mientras que las farmacéuticas reparten a diestra y siniestra   antipsicóticos, ansiolíticos, antidepresivos, sedantes e hipnóticos —para  personas con capacidad adquisitiva— la desidia del Estado frente a este asunto, se traduce en atenciones ambulatorias para unxs pocxs; ya que la atención psicológica representa un privilegio, y cuando logras entrar te encuentras con sistema de salud colapsado que te brinda una cita de 30 minutos con un especialista para  después de dos meses; además de una  receta de depresivos y ansiolíticos. El poco dinero que se invierte en salud mental termina también direccionado a la compra de medicamentos de las mismas farmacéuticas y no en planes preventivos y de atención más allá de la medicación. Con esto no pretendemos —en absoluto— declararnos expertos en el ámbito psicológico, ni proclamar un rechazo directo del uso de medicamentos paliativos que ayudan a sobrellevar situaciones excepcionales (depresión crónica, esquizofrenia, entre otras); sino buscamos preguntarnos/cuestionarnos sobre este asunto dentro de las prácticas y aspiraciones de quienes luchamos por construir un mundo con otras formas de relacionamiento basadas en el cuidado colectivo y el trato digno. Sabemos que hablar sobre esto requiere de análisis minuciosos y de diferentes matices; la mente humana es un mundo poco explorado y complejo de tratar, pero hay que intentarlo, porque de lo contrario siguen hablando únicamente lxs que nos oprimen. 

Producto de ello es que este tema sea tratado únicamente desde la patologización, estigmatización, medicalización y la individualización; en lugar de entender las afectaciones como un problema social-colectivo; a pesar de que estas son comunes en muchas personas y —en su mayoría— responden a problemas estructurales del sistema patriarcal-colonial-capitalista. Es el patriarcado quién menosprecia, a la vez que explota, la sensibilidad y el cuidado —pese a que usufructúa de este porque si no fuera por ello no habría fuerza de trabajo—. Es el mismo patriarcado el que marca pautas sociales que imponen maneras de ser-actuar, y genera relaciones violentas de desigualdad y exterminio. Son las relaciones sociales de producción capitalista y su modelo económico con herencia colonial, las que individualizan-separan y nos exponen a condiciones de miseria.

Es el sistema el que nos ha empujado a vivir a través del miedo, en espacios no dignos; obligados a vender nuestra fuerza a cambio de nada; a la vez que nos cobra un precio alto por intentar sobrevivir. Es el sistema quién nos ha quitado la tierra, la ha explotado y envenenado; a la vez que nos fuerza a tragarnos pesticidas. Es el sistema el que privatiza el agua, a la vez que quiere hacer uso de las fuentes naturales gratuitamente. Es el sistema el que nos mide entorno a funcionalidad-productividad. Es el sistema el que nos roba la vitalidad. Es el sistema el que nos quita la paz.

No es nuevo ni iluminador decir que afectar la mente y corazón —como una forma de control social— es algo que el sistema viene haciendo desde hace mucho tiempo.  La Guerra Integral de Desgaste2, como la llaman lxs compas zapatistas, es una estrategia que se manifiesta no sólo en los territorios de lucha para paralizar los procesos, sino en todos los territorios y esferas de la vida.

El desempleo, el hambre, los conflictos armados, los feminicidios, los crímenes de odio, el alto costo de la vida, la desposesión y otras problemáticas, también se pueden entender como parte de esa guerra contra la vida que nos desgasta; incluso a quienes nos asumimos como militantes o con conciencia social. Por eso, es imprescindible que —desde el movimiento social— se empiece a tomar la salud mental como un elemento fundamental dentro de procesos revolucionarios; no solo como una causa exclusiva de cierto tipo de organizaciones/activistas, sino como una causa común.

No son pocos los casos de compañerxs que —después de entregarse a una causa militante— poco a poco, han ido decayendo, han abandonado la organización e incluso han dejado de sostener las ideas que antes empujaban debido al estrés o cansancio mental. Tampoco son pocos los casos de compañerxs que —por dificultades de la vida cotidiana (imposibilidad de obtención de condiciones para sostener la materialidad de la vida)— terminan siendo absorbidos por el trabajo precarizado; dejando de lado la militancia. Así como también, no son pocos, quienes llevan luchas internas contra la ansiedad o depresión y que —por efecto de estas— terminan aislándose o distanciándose. Desde el movimiento social poco hemos cuestionado las formas, en el afán de querer ser sembradores de procesos —esa idea que pasó de la cabeza al corazón y que nos alienta aun sabiendo que no habrá frutos en un futuro próximo— nos olvidamos de que somos semillas y que, para germinar, como dicen los taytas y mamas, requerimos de cuidado y afecto. 

En la lucha contra lo injusto, se asumen cantidades grandes de trabajo y responsabilidades; cuestiones que sin darnos cuenta —muchas veces, bajo la convicción de la vocación— terminan reproduciendo aquello contra lo que peleamos. Nos queremos volver seres muy fuertes, casi imperturbables, por lo que rara vez escuchamos a un compañero hablar sobre cómo realmente se siente, lo que le afecta o exterioriza abiertamente lo que está atravesando; debido a un sesgo patriarcal —porque este nos ha enseñado a ocultar la vulnerabilidad e impone barreras para la contención para hombres y mujeres—. Para los primeros, porque se piensa que no necesitan contención; ya que la masculinidad forja hombres “duros”. Para las segundas, porque romper la separación —a causa de la competitividad entre las pares y el juzgamiento impuesto por no poder cumplir con lo que el rol de “aguantadora” que el sistema impuso— es muy difícil.

Permitimos que compañerxs terminen asumiendo más trabajo y responsabilidades, como si fueran máquinas, y no sabemos cómo su cuerpo-mente-corazón está resintiendo aquello; porque no nos detenemos a preguntar. Nos avergüenza estar rotxs. Nos sentimos egoístas por no poder seguir el ritmo, por no poder salir del estado emocional/mental o por expresar esos sentimientos; cuando es una lucha colectiva la que se sostiene y esto se entiende como un tema individual.

El bienestar mental no es un tema recurrente en los espacios; a veces parece que estamos creando lugares capacitistas en los que no buscamos aprender a trabajar con otras formas de sentir-actuar (por ejemplo, personas con espectros autistas o algún tipo de afectación como depresión, ansiedad u otros); nos exigimos reaccionar-responder-asimilar-relacionarse por igual, aunque nuestra lucha es por el derecho a ser diferente. Hablamos del mecanismo de control del Estado, la perversidad de sus instituciones (como las psiquiátricas), pero muy poco nos hemos preguntado cómo —desde nuestro horizonte político— pretendemos abordar la salud mental, más allá de cuestionar el encierro. Imaginemos otro mundo…

Podemos aprender a sanar heridas físicas, pero ¿podemos sanar las emocionales? ¿Cómo actuamos para contener procesos de duelo, traumas u otras circunstancias? Lo podemos hacer de forma instintiva (es lo humano y la sensibilidad lo que nos convoca), pero debemos volverla una práctica política más consciente.

Sabemos cómo cuidarnos cuando estamos en las calles, sabemos cómo enfrentar la represión; pero aún seguimos aprendiendo a afectarnos, a ser vulnerables y asumir el compromiso de sabernos interdependientes y romper el concreto que el sistema quiere poner por sobre nuestra mente-corazón, para que no germine. ¡Hay que agrietar! Sabemos que el Estado no nos da nada más que muerte, entonces no podemos permitirnos perdernos entre nosotrxs. Y entre nosotrxs es que debemos encontrar el empuje necesario para salir de los tiempos de malestar o resistir cada que los embates del sistema quieran tumbarnos.

La contención debe ser una acción movilizadora. Por eso, es importante aprender de otrxs en lxs que nos reconocemos, de otras experiencias y territorios; para hacerle frente al Estado y su desidia y   la ambición de las farmacéuticas. Aprender que, por ejemplo, para enfrentar esa guerra integral de desgaste se crean espacios de convivencia, de simbolización y de fiestas que celebran la rebeldía; que se buscan nombrar todas las cosas para que no quede nada invisible y se pueda actuar en contención; que para romper el miedo se practica la solidaridad radical, que no implica no tener miedo, sino lidiar con él en conjunto para hacerlo pequeño. Además de que se busca preguntar y buscar formas de curación otras; revitalizar la herencia ancestral, para reducir la dependencia (cuando se puede) frente a las empresas y el Estado; aliarse y afectarse con otrxs, buscar complicidades y lógicas de apoyo mutuo.

Entonces, desde lo que podemos hacer en lo inmediato, hagamos de las juntadas colectivas esos espacios que nos ayuden a sanar, porque la militancia misma debe representar el cable a tierra que nos permite levantarnos en los tiempos en que parece que se toca fondo; trabajar y organizarnos con alegre rebeldía puede —mientras vamos luchando/curando esos claroscuros con los que lidiamos— convertirse en ese espacio terapéutico, que si bien no reeemplaza la atención psicológica (claro está), ayuda; busquemos formas en que cada compañerx se sienta contenido desde la escucha o los silencios, destinemos tiempo a hablar sobre las afecciones mentales-emocionales, desde nuestra solidaridad inmediata movilicemos recursos que alivien las condiciones materiales de la vida que nos aquejan y empecemos a colocar el bienestar mental dentro de los objetivos militantes.

Referencias

BBC, (2017). El negocio multimillonario que hizo que vivir se convirtiera en una enfermedad. Recuperado de https://www.bbc.com/mundo/noticias-41749706

Baronnet, B., Mora, M., Stahler, R, (2011). Luchas muy otras. Zapatismo y Autonomía en las comunidades indígenas de Chiapas. Salud y comunidad. (pp.229-371). Universidad Autónomas Metropolita México.

Jacobson, R. (2015). Muchos estudios de antidepresivos están contaminados por la influencia de la industria farmacéutica. Recuperado de

https://www.scientificamerican.com/espanol/noticias/muchos-estudios-de-antidepresivos-estan-contaminados-por-la-influencia-de-la-industria-farmaceutica/#:~:text=El%20mercado%20de%20los%20antidepresivos,el%20coraz%C3%B3n%20y%20el%20c%C3%A1ncer.

Swissinfo, (2021). Los suicidios aumentaron un 17 % entre enero y agosto de 2021 en Ecuador. Recuperado de https://www.swissinfo.ch/spa/ecuador-suicidio_los-suicidios-aumentaron-un-17—entre-enero-y-agosto-de-2021-en-ecuador/46939106#:~:text=Las%20provincias%20con%20el%20mayor,intentos%20autol%C3%ADticos%20en%20el%20pa%C3%ADs.

1 Declaración de Henry Gadsden, presidente de una gran compañía de farmacéuticos (Merck). Encontrado en “El negocio multimillonario que hizo que vivir se convirtiera en una enfermedad”.

2 La intimidación y el terror son utilizados como un medio de control social para generar dependencia, intimidar e incapacitar toda proyección hacia el futuro de manera autónoma, Fazio (1996), en el libro Luchas muy otras. Zapatismo y Autonomía en las comunidades indígenas de Chiapas. 

Dejar una Respuesta

Otras columnas