Corrupción sin fondo
Acusamos. Denunciamos Protestamos. Investigamos. Discutimos. Describimos. Repudiamos. Sabemos, porque nos consta, que en México, «gobernante» y «bandido» son sinónimos, al tal grado que si en una frase quitamos el cargo (por ejemplo presidente, secretario, gobernador, director, senador, procurador) y le ponemos ratero, o mentiroso, será cierto y no tendrá consecuencias. Aunque lo documentemos. En un país asolado por la violencia criminal, institucional y parainstitucional, la impunidad de los poderosos es también violencia. Una suerte de violencia doméstica, con malos tratos, burla, desdén patriarcal.
Nuestra cotidianidad está puntuada por infinitas manifestaciones de corrupción, manoseo de las leyes, mal uso del dinero público y los territorios de los mexicanos. Edificios mastodonte en la ciudad más poblada, contaminada y maltratada del mundo, que proliferan contra la voluntad ciudadana. Nomás circulen por las calles: cuando no en ruinas, están en obra. Lo mismo aplica para las demás ciudades, no crean que el abuso inmobiliario y depredador es exclusivo de Mancerolandia.
No digamos los millares de kilómetros y kilómetros de carreteras chafas, esa caja de Pandora a cargo de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) con el concurso del Ejecutivo con todo su peso, de los gobiernos estatales, municipales y delegacionales. Nomás circulen por nuestras autopistas de lujo, las que cuestan y cobran un ojo de la cara aunque valgan muy poco. Si no están todas agujereadas, se encuentran en reparación eterna y aparatosa a cargo, en todo el proceso, de empresas privadas. Los contratistas usan materiales baratos cotizados caro y dejan acabados lamentables desde la construcción inicial (esa planeación exprés y expresa) de la vía en cuestión; no sólo se forran de lana gracias a sus castigadísimos costos reales (de material y de recursos humanos) sino que tienen garantizada la permanente «reparación» de cuanto socavón se les haga. Entre cuates y socios «mueven a México» como les da la gana. Y allá nos vemos en el nuevo aeropuerto que tiene, cuándo no, olor a Slim.
Se dirá que ay sí, eso de materiales duraderos es del Primer Mundo, pero cuando uno transita por carreteras de Francia, Estados Unidos, Alemania y hasta España, no hay maquinaria a cada tantos kilómetros reparando las ruinas, ni atorones infinitos a causa de los tráileres de «doble remolque» transitando por el ojo de aguja de la SCT, los cuales, como cada día nos reporta la prensa, son auténticos emisarios de la muerte. Tampoco abundan allá baches que parecen zanjas, hundimientos como de montaña rusa, chapopote derretido, curvas trazadas al aventón. Allá usan materiales duraderos, de buena calidad, no se arman guardaditos como los camineros de acá, que no dejan de poner «hombres trabajando» en donde lo que debía haber es, sólo, un servicio eficiente sin obstáculos idiotas, ni esa nube de empleos precarios que el presidente celebra como si no fueran chatarra. Como todo.
Los grandes tráileres, prohibidos en la Norteamérica a la cual exportamos y de la cual importamos como loquitos, necesitan avorazadamente las carreteras, las gasolineras, las automotrices, las refaccionarias y el espacio vital de pobladores y viandantes. La «genialidad harvardiana» de los zedillistas (esos salinistas de segunda mano) impidió el desarrollo de otros medios de transporte más sensatos, como los ferrocarriles. Y lo que de ellos quedó les proporcionó pingües negocios y hoy, sin ninguna ruta nueva, sólo las vías mismas de porfiriato, van y vienen de sur y del norte toneladas y toneladas de mercancías y nada más. Se privatizó el uso de las ferrovías, expulsando a las personas (mencionando aquí como paradoja cruel a los migrantes que se encaraman a La Bestia con desesperación, a riesgo de ser vejados o muertos; son los nuevos pasajeros).
Los grandes vehículos de doble remolque y los contenedores rodantes pertenecen a Los Mismos de Siempre, los grandes consorcios de refrescos, chips, automóviles, maquinaria, alimentos procesados, cementos, concretos, maderas, minerales, combustibles. La totalidad de la carga que nos usurpa las vías férreas todos los días pertenece a las mismas firmas trasnacionales y voraces: Femsa o sea Coca Cola, Bimbo, Grupos Carso y México, las cerveceras, las automotrices que sobrevivan los caprichos de Trump, las maquiladoras, las agroindustrias. Nadie en el Congreso se atreve a cambiar las leyes (reformas) que tanto favorecen a las empresas y tanto empeoran la vida de los mexicanos.
Hasta la médula
La corrupción es intrínseca y sistemática. Por eso no les da vergüenza seguir adelante. Roban elecciones y ríos, diseñan bloques petroleros, autopistas, minas a cielo abierto, acueductos, hidroeléctricas, eólicas o centros comerciales donde viven pueblos que no quieren perder sus campos, bosques y viviendas. El sistema político en su conjunto (secretarías y comisiones de «desarrollo», procuradurías del medio ambiente, legislaturas, partidos políticos, fuerzas del orden) conspira contra el interés de la población real del país. Sus titulares y mandos habitan increíbles burbujas de bienestar, aquí o en el extranjero: qué van a saber lo que se siente que a uno lo echen de su casita o su terruño.
La impunidad posee múltiples recursos. A cada rato hay ejemplos de elocuencia meridiana. El caso Lozoya es el de esta semana. El Ruiz Sacristán es otro, y de larga duración. El Murillo Karam y sus verdades cansadas. El Videgaray aprendiz de palero. El caso Moreira(s), y en realidad el de todo gobernador, salvo los poquísimos que caen en desgracia (pobres chivos expiatorios), y que como quiera caen en blandito y se ríen de todos, como el tal JDDO a quien ni siquiera juzgarán por sus verdaderos crímenes, sólo por sus descuidos. Igual que al Padrés o algunos narcogobernadores que se apendejaron. Y le llaman «justicia».
Para lograr tanta libertad de maniobra, la conspiración de gobernantes y socios inversionistas pasa por desmantelar la educación nacional en vez fortalecerla, garantizar que el pueblo se quede ignorante, sin armas críticas, pasmado ante el diluvio neoliberal. Una movida radical la acaba de proporcionar el congreso mexiquense (tierra firme del peñato) al liberalizar inexplicablemente la venta de alcohol a los chamacos, pero mantener otras drogas en una muy conveniente ilegalidad. Vamos a votar por ellos para poder ponernos pedos. O esa propuesta del secretario del Medio Ambiente, un verde aguado de apellido Pacchiano, que consiste en extender el programa No Circula a todo el país para obligar a la gente a «renovar la flota» y engordar los bolsillos sin fondo de las automotrices. Los motivos ambientales son secundarios. Como lo son siempre que se autorizan obras o minas. Y entonces aparece Hacienda con estímulos fiscales y gratuidades exclusivas para los grandes millonarios. No de otro modo opera la banca, una de las más jugosas del mundo.
Tradición recargada
Tenemos expresidentes vergonzosos para regalar. El que protege hijastros y curas pederastas mientras rebuzna amenazas a sus rivales políticos. El que nos metió en una guerra equivocada y criminal por obedecer al Pentágono y a sus propias inseguridades de carácter (y ahora amaga con clavarnos a su esposa). El que traicionó y masacró indígenas y recibió, como premio por su malbaratamiento de los recursos nacionales, puestos ejecutivos en las trasnacionales yanquis favorecidas y las universidades Ivy League. El que después de robarse las elecciones de 1988 se robó la banca y la soberanía nacional y la repartió entre sus cuates. Y el decano de todos, sobreviviente de tiempos idos, genocida en 1968 y responsable de la guerra sucia de los años 70. Todos intocables y con prestaciones vitalicias.
Y de ellos para abajo ¿cuántos optaron por no ser políticos pobres para no pasar por pobres diablos? ¿Cómo no vamos a tener un popular alcalde que veja a las mujeres y roba poquito? ¿Un cantante popularísimo y un deportista quesque káiser embarrados con un capo? ¿Entidades enteras sin gobierno institucional controlados por mafias asesinas? En este país se tolera y fomenta el autogobierno de los criminales en las prisiones mientras se combate con todo el peso de la ley y de los cárteles la autonomía y el autogobierno de los pueblos ancestrales. ¿Cómo no van a proliferar jóvenes dispuestos a matar y morir por cualquier pendejada ante la inexistencia de un futuro justo, o las habituales policías tan temibles como los ladrones (y eso, cuando son distinguibles)?
Aguantamos demasiado, como Nación. Son las comunidades localmente organizadas en el campo y las ciudades, los colectivos sin miedo, las redes libres, los pueblos originarios y otras islas de la decencia las que no se dan por vencidas, aún contra toda esperanza según las señales inequívocas que les mandan de arriba.
La impunidad es violencia permitida por el aplastante poder de la mentira y la desvergüenza de los que pueden. El Poder consiste en poder lo que sea sin que nadie lo impida. ¿Hasta cuándo?
Hermann Bellingahusen
Poeta, editor, escritor de cuentos, ensayos y guiones cinematográficos. Es cronista, reportero, y articulista de La Jornada desde su fundación. Dirige Ojarasca desde 1989. Desinformémonos publicó su poemario «Trópico de la libertad» en 2014.