El cielo tiene la culpa
1.
La idea de que hay un cielo o paraíso o más allá, común en distintas creencias religiosas, podría estar detrás de la destrucción moderna y progresiva de planeta. Los análisis enfatizan, con toda razón, que el causante es el capitalismo, sistema, doctrina económica, construcción de una idea de las relaciones entre los humanos, y de estos con las cosas y vidas que hay en el mundo. Hoy vemos avanzar una a una las predicciones de catástrofes, y el cumplimiento de muchas. Lo hacen al paso de la explotación de las riquezas que hay en los cuatro elementos, y al abrumarlos con desechos monumentales. Nuestra civilización, más que zonas arqueológicas, heredará al futuro páramos y basureros.
Total, si la post-vida nos aguarda, este mundo deleznable dejará de importar. Así, los ricos del mundo obtienen lo mejor de esta vida previa, y la realizan como su recompensa en el bien ganado cielo. El capitalismo inventó estos arrasamientos, aunque los comunismos soviético y chino, y el actual híbrido capitalcomunismo que los sucedió, se hayan comportado y se comporten con igual destructividad ambiental y social. Pero la más genial invención del capitalismo judeocristiano fue, no el perdón universal de los pecados de la iglesia católica, sino la certeza del calvinismo y sucedáneos (hasta llegar a los mormones, adoradores del oro) de que el mayor bien es, más que generar riqueza colectiva, hacerse exponencialmente rico. La prosperidad material es la virtud que mejor cotiza allá en su cielo.
Esa gente nunca entenderá de otra manera. Y si se fija usted bien, resulta cómodo pensar a la Pompadour que après moi le déluge, ya mis nietos se las arreglarán, they’ll figure it out como yo lo hice. Hoy que estas creencias depredadoras están a su máximo descaro podemos imaginarnos escuchar a los Trump del mundo diciendo exactamente eso: que se jodan.
2.
Por ejemplo, nuestra ciudad (de México), que regida por inversionistas y administradores que se especializan en ganar utilidades y darse la súper vida, no parece tener límite al «crecimiento», hasta convertirse en enfermedad. Una película animada japonesa, Blame! (Huroyuki Seshita, 2017) del género manga, sucede en un futuro hiperurbano donde nuestra especie (y todas menos un gusano inmenso) se encuentran abolidas por las máquinas que se dividen entre vigilar (Los Guradianes) y edificar. Los Constructores son gigantes autistas, ni siquiera amenazan a los humanos, no los ven, sólo construyen edificios compulsivamente, para nadie, ya no existen los habitantes, sólo una progresiva cantidad de construcciones disponibles. La ilimitada oferta inmobiliaria deviene la locura estrepitosa de una actividad mecánica sin final.
El absurdo inmobiliario, como el absurdo extractivista, ha corrido Amok. Las empresas mineras, petroleras o que medran con la energía y el agua tienen al país en ascuas. Tenemos un millar de conflictos locales por otras tantas locaciones extractivas, con los millones de litros diarios de agua que contaminan, o sea echan a perder, mientras las regiones enteras y las grandes ciudades tienen sed en un paisaje de cubetas, tanques, mangueras y pipas; los habitantes somos limosneros del agua, o pagamos una fortuna por ella.
A nadie se le ocurre allá arriba comenzar a cuidar el agua (el aire, el suelo). Y es que no pueden. Una codicia los domina -de poder, riqueza, éxito- a un grado irracional radiante. Por eso el mundo está perdiendo la batalla contra el fracking (fractura hidráulica), porque lleva toda la ventaja de lo inescrupuloso y aumenta irresistiblemente las ganancias. Así es como vemos hoy a Estados Unidos convertirse por primera vez en el primer productor de petróleo del mundo. Ahora exporta (a México por ejemplo) porque extrae el petróleo a como dé lugar y el daño a sus suelos está siendo brutal. Y desperdicia agua con igual brutalidad con la que quiebra los subsuelos.
Eso, y la guerra. En México, la guerra es otra cara del multifacético negocio de sacarle dólares al dolor de la Tierra. Las armas, los estupefacientes y los seres humanos son recursos de gran rentabilidad que pueden manejarse sin ningún cuidado, a lo bestia, en tiempos de guerra. La disposición al daño, a la maldad, a la violencia que muestran todos los involucrados en estos tráficos garantiza la fluidez de los negocios. En eso no son diferentes negociaciones entre grupos criminales, las cumbres de políticos y las juntas directivas tipo Peñoles, Grupo México, Exxon. Todas dispuestas a chingar al prójimo por la salud de sus inversiones y la expansión sin cortapisas.
Puede parecer fantasioso, generalizador, esquemático. Pero es así. Lo peor es que sólo pueden ser así. La naturaleza del escorpión. ¿De qué otra manera explicarnos por qué no les importa, por qué lucen tan confiados de que el calentamiento global, en caso de existir, es voluntad de Dios, como lo «prueba» el nuevo universo de negocios que abre. De la doctrina del shock al deshielo del Ártico, la carencia de agua o el gran negocio de reconstruir después de los sismos. Los ricos ganan hasta cuando parece que pierden. Entre menos oro quede bajo tierra, más vale el que, purificado, yace en bóvedas secretas igualmente subterráneas. La vocación de oro es vivir bajo tierra; el que vemos son las sobras.
¿Qué pasa por la cabeza de esta «civilización» criminal y suicida? Que el futuro no es de este mundo. El cielo tiene la culpa del capitalismo.
3.
Escribe Ramón Grosfoguel: «Luego de varios siglos de expansión colonial europea a partir de 1492, todas las civilizaciones existentes -con sus diversas formas e economía, autoridad política, ideología, cosmovisión, de relacionarse con otras formas de vida; con tecnologías más ecológicas y formas más igualitarias de relaciones de clase, género y sexualidad- fueron destruidas y se impuso la civilización de muerte que tenemos hoy». Añade que el «choque de civilizaciones» no existe salvo como «proyecto de la derecha pro-imperialista blanca»: «es una gran ficción porque hoy en día existe una sola civilización planetaria».
Y de manera muy sugerente encuentra los límites del «anticapitalismo» moderno, o eurocéntrico: «No existe Modernidad sin capitalismo histórico, ni lucha anti-capitalista que pueda salvar la modernidad. Finalmente, la lucha de la derecha clásica por ‘mas modernidad’ no nos hace falta porque la Modernidad no es un proyecto emancipatorio sino un proyecto civilizatorio responsable del desatre planetario que tenemos hoy». Nos previene: «Tampoco se trata de romantizar el pasado y volver a un pasado idílico pre-moderno», sino apuntar a «un proyecto político más allá de la Modernidad». Por ello la lucha «tiene como requisito» ser antisistémica (Prefacio al inquietante libro Los blancos, los judíos y nosotros. Hacia una política del amor revolucionario, de Houria Boutelja. Akal, México, 2017).
Considera Grosfoguel los usos emancipadores de las creencias religiosas dominantes, en el espacio de los dominados que buscan liberarse. Eso puede concederse a cierto catolicismo, a cierto luteranismo, a cierto islamismo, opuestos a las formas dominantes y destructivas de los tres.
Citando a Enrique Dussel, encuentra que «la condición de posibilidad de la crítica radical es ser ateo ente todo poder terrestre. Si sacralizas al imperio, eres un creyente del Dios de los opresores. La crítica de la Modernidad es también una crítica radical al falso secularismo que nos intenta distanciar de Allah, la Pacha o el Ubundu como principios cosmológicos holísticos» reemplazados por los falsos dioses de la Modernidad, como el capital, el Estado moderno, el imperio, el hombre blanco, el dualismo cartesiano, la ciencia moderna, la cultura/valores/epistemología occidental y el dólar/euro, todas deidades destructoras de la vida. «La crítica descolonial es sobre todo una crítica a los dioses de la religión planetaria menos reconocida: el culto a la Modernidad».
Misma que, como se decía arriba, es creación estelar del dios cristiano y las disputas teologales del Renacimiento, una vez «descubierto» su Nuevo Mundo, el único espacio plantario exclusivo de las cristiandades. (Sin por ello culpar al Cristo original, podrían replicar Dussel y los teólogos de la liberación latinoamericanos).
4.
El sueño de la razón llamado Paraíso Terrenal (lo mismo si procede del cristiano dominante o del islamismo terrorista) (¿y dónde poner al sionista sin freno humanístico?) crea el monstruo definitivo: la depredación del espacio humano en aras de un dios bizarro, el del dinero.
Hermann Bellingahusen
Poeta, editor, escritor de cuentos, ensayos y guiones cinematográficos. Es cronista, reportero, y articulista de La Jornada desde su fundación. Dirige Ojarasca desde 1989. Desinformémonos publicó su poemario «Trópico de la libertad» en 2014.