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Mato Grosso do Sul, Brasil. Teodoro Ricarte tenía casi 34 años cuando fue golpeado y apuñalado hasta la muerte. Dejó a su esposa, a sus tres hijos – el mayor tiene sólo 12 años – y sus dos hermanas. Era el único hombre de la familia, cuyos miembros se quedaron “guaxo», como se llama a los huérfanos en guaraní.
En 2009, Teodoro decidió acompañar al cacique y a los principales líderes en la recuperación de las tierras de sus antepasados. Se llevó con él a toda su familia para volver a vivir allí y reivindicar la demarcación de las tierras indígenas de Ypo’i, el mismo lugar donde sus abuelos y su madre habían nacido. La lucha se daría a tres haciendas que ocupan el área, situada en la región de Paranhos, Mato Grosso do Sul.
Fue por la búsqueda de un futuro mejor que decidió dejar junto con su familia la reserva de Pirajuí, creada por el gobierno a principios del siglo XX y adonde muchas familias fueron llevadas – por la fuerza, en gran medida. El trabajo de Teodoro como jornalero en las haciendas de la región le permitía conseguir algunos artículos de subsistencia, como sal y jabón. Muy apegado a sus hermanas, dividía con ellas esas pocas compras, además de los productos de la caza. No sólo eso, con ellas también compartía el fuego y todo lo que ello implica.
Con la recuperación, Teodoro decía a sus hermanas que haría tres grandes casas para que vivieran juntos, con un gran área de cultivo para garantizar su subsistencia y la de sus hijos. Soñó también con ser ñanderu, rezador, y se estaba preparando para ello. Como ñanderu, andaba siempre sin armas, y desarmado estaba cuando fue asesinado.
Volvía a la comunidad de Ypo’i al atardecer en compañía de dos personas. Para llegar al área recuperada, donde el grupo permanece por una decisión judicial, es necesario atravesar la hacienda Cabeza de buey, una de las tres que se encuentran en el área reclamada, actualmente a la espera de la conclusión de los trabajos de identificación realizados por la Fundación Nacional del Indio (FUNAI).
Cuentan que en ese recorrido, aún dentro de la hacienda, fueron abordados por «Negão», como es conocido un hombre que se presenta como uno de los empleados de esa hacienda. «Negão», que habitualmente mantenía conversaciones pacíficas con los indios, descendió de su caballo, golpeó a Teodoro en la cabeza y le dio una serie de cuchilladas en el rostro y cuello. Los acompañantes consiguieron correr para salvarse. Cuando regresaron a la escena, Teodoro ya estaba muerto. Allí estuvieron junto al cuerpo hasta la mañana siguiente, cuando otros miembros de la comunidad fueron a su encuentro. El cuerpo fue llevado por la Policía Civil esa misma mañana a Paranhos y sólo pudo volver a la comunidad para ser velado al día siguiente, por decisión de la Corte Federal, y en contra la voluntad del propietario de la finca San Luis, una de las tres haciendas en disputa y donde sería el funeral.
La comunidad, de alrededor de 70 familias, no se siente segura. En total, relatan, son siete pistoleros los que trabajan para las tres haciendas del área. Los dos testigos oculares fueron escuchados por las autoridades que investigan la muerte de Teodoro, pero la comunidad tiene serias dudas de que haya habido una comprensión correcta de su testimonio, entre otros factores, por la dificultad de las mujeres para comunicarse en portugués.
«Cuando un indígena da un testimonio, es como si nadie hubiera visto, como si no valiera de nada», comenta un miembro de la comunidad al contar que, a pesar de las denuncias, el asesino sigue en libertad y en el área de la hacienda, lo que hace la atmósfera más tensa.
La tensión regresó a la zona después de casi dos años de relativa tranquilidad. En 2009, durante el último proceso de recuperación de esta área tradicional, un ataque de varios pistoleros a la comunidad dio como resultado la golpiza de algunos indígenas y la muerte de los maestros Genivaldo y Rolindo. El cuerpo de Rolindo sigue desaparecido, y las investigaciones sobre los homicidios no han concluido. El asesinato de Teodoro aparentemente marca un nuevo período de conflicto. Dos días después de este crimen, un grupo de indios que salió a pescar se vio amenazado por al menos ocho disparos de balas de goma de los pistoleros de la hacienda de San Luis.
La comunidad todavía está tratando de entender el por qué del retorno de las amenazas. «En cierto sentido lo están haciendo porque están perdiendo esta lucha. Están aterrorizados. Amenazan para ver si nos vamos, si abandonamos nuestras tierras. ¡Pero no nos vamos!», asegura en una lectura de la situación uno de los miembros de la comunidad. Mientras tanto, los indígenas están a la espera de que la justicia y la ley vean por ellos ya que, en dos años, han perdido a tres de sus guerreros en la lucha por un derecho que les pertenece.
La noche del velorio fue de tensión en la comunidad de Ypo’i. Mientras hacía eco en la selva el sonido de los rezos de los que velaban el cuerpo brutalmente asesinado del guaraní, la comunidad permanecía alerta ante cualquier posible ataque a instancias de los propietarios de tierras que circundan el área recuperada. Teodoro sería sepultado conforme a lo dispuesto por los guaraníes: en su tierra ancestral. Amaneció y Teodoro pudo ser enterrado en los límites de la selva de Ypo’i por la mañana del sábado. Fue devuelto junto con sus antepasados, para habitar de forma definitiva estas tierras y la selva a las que su espíritu estaba ligado. Unas horas después, una fuerte tormenta con viento y lluvia barrió la región. “Esa es nuestra arma y nuestra revancha”, concluyó un guarani-kaiowá entristecido.
* Los miembros de la comunidad colaboraron para la elaboración de este reportaje.
Publicado el 01 de Diciembre de 2011
Es triste cuando los compas mas decididos paguen con su vida ante los despojos de los finqueros, pero esto da mas valentía al pueblo para proseguir en su continuo avance de recuperación de su futuro.
Recuerdo con admiración el ejemplo de los comuneros de Ostula que no esperaron la supuesta justicia de las autoridades que están coludidas con los latifundistas.
Saludos compas, y a proseguir con la lucha.