“Le queremos decir claramente a nuestro patrón que de aquí no nos vamos a mover, nos quedaremos aquí hasta la muerte. Y si nos mandan a la fuerza pública, estamos listos para enfrentarlos. Yo tengo 60 años, no tengo nada que perder. El trabajo es dignidad, y eso nadie te lo puede quitar”.
Con estas palabras, Lorenzo, obrero de 60 años, introduce la discusión sobre la reforma del mercado laboral. Son las nueve de la noche, y a dos meses de que empezó la ocupación de los talleres de reparación de los trenes nocturnos, los trabajadores de Rail Service Italia (RSI) aparecen en el horario de máxima audiencia en una transmisión televisiva nacional en vivo en el programa Piazza pulita.
Se trata de un caso emblemático en una Italia en crisis, en la que el gobierno de Mario Monti aumenta la edad para pensionarse, reduce las indemnizaciones sociales y facilita los despidos (a través de la revisión del artículo 18 del Estatuto de los trabajadores). Los obreros cuentan su historia a través de una lucha.
La historia de los talleres de la avenida Partini, en Roma, vine de muy atrás. Éstos están a unos pocos cientos de metros de la estación Tiburtina que, después de un mega proyecto de reestructuración, está convirtiéndose en la estación principal de alta velocidad. La empresa, que tiene un siglo de historia, alguna vez se llamó Wagon Lits y era líder en manutención de vagones ferroviarios.
Pero desde hace algunos años Trenitalia (ex ferrocarriles del Estado, y hoy una empresa de capital público) ha decidido invertir todos los recursos en alta velocidad, con lo que se reducen en gran medida los servicios más populares y accesibles de los trenes regionales y nocturnos. Así, en el 2008, la empresa (que entretanto se había convertido en RSI Italia) está en crisis y, después de una larga negociación sindical, fue absorbida por una financiera del grupo Barletta, especialista en edificaciones y logística comercial. La transición de la propiedad, avalada por el único cliente Trenitalia, se convirtió en un desastre para los trabajadores y para el servicio de utilidad pública que deempeñaban. Comienzan los retardos en los pagos y en los tratos, y se vuelve evidente que el interés real de los nuevos propietarios es disponer de la actividad y la valoración del área adquirida con fines únicamente especulativos. Y así llegamos a la historia más reciente: en el 2010 llega el despido de 33 trabajadores y la suspensión de la actividad productiva.
En octubre de 2011, Trenitalia anuncia el cierre del servicio nocturno de trenes y 800 despidos en todo el territorio nacional. Inicia una movilización y, el 24 de noviembre, los trabajadores ocupan un inmueble cerca de la estación principal, en Roma. Pocos días después, en Milán, tres trabajadores subieron una torre dentro de la estación principal (ahora, cinco meses después, siguen ahí). Mientras tanto, en Val di Susa comenzaron las expropiaciones para la realización del túnel para el tren de alta velocidad y, al mismo tiempo, crecieron los movimientos de ciudadanos que desde hace más de veinte años se oponen a esta gran obra. Las políticas de Treintalia crean una gran escisión en el país. Del lado de los trabajadores de los trenes nocturnos aumenta la solidaridad de comités, asociaciones, centros sociales.
Los sindicatos siguen desplazados por la determinación de la lucha, la empresa propone la reinstalación de una parte de los trabajadores, en algunos casos casi con la reducción del 50 por ciento del salario (600 euros). En algunas regiones, los sindicatos han firmado los acuerdos, en otros no, pero Trenitalia no da marcha atrás.
La historia de los trenes nocturnos se ha convertido en el espejo de la Italia en crisis. Una empresa pública privatizada que con la liberalización produce un aumento en los costos y una reducción en el servicio para los ciudadanos. Competencia a la baja, reducción del salario y de los derechos de los trabajadores. Aparecen empresas de outsourcing que cierran y reabren con otros nombres, con lo que se elimina la antigüedad y los derechos conquistados. Miles pagan por las decisiones de Trenitalia, pero no son formalmente empleados.
De hecho, los líderes de la empresa niegan cualquier responsabilidad con respecto a financiar el mantenimiento de los trenes nocturnos.
Luego de meses de espera, de falta de respuestas, retardos en los pagos, de los despidos, los trabajadores de RSI dicen: “¡Ocupemos la fábrica!”
Encuentros extraños. La ocupación nació del extraño encuentro con los vecinos del centro social Strike. Los talleres están junto a otra fábrica que en un tiempo fue una imprenta, después fue un depósito de revistas y más tarde fue ocupada -en el 2002- durante una huelga general donde se manifestaban miles de jóvenes, gente precaria y estudiantes. Fueron los años que siguieron a Génova, y la gente se preguntaba cómo dar continuidad a aquel gran movimiento global. Una de las respuestas fue tratar de innovar la práctica de las ocupaciones y de la autogestión de los espacios. En esos años, sin embargo, las vidas de la gente del centro social y de los trabajadores de los talleres siguieron paralelamente, sin cruzarse. Tiempos y estilos de vida, lenguajes, mundos lejanos. Massimo, uno de los trabajadores, confiesa: “No los veíamos bien, parecía que nunca trabajaban. Ahora hemos descubierto que están como nosotros, si no es que peor. Sin ellos, no habríamos hecho la ocupación”.
Una novedad absoluta para Roma: la aceleración de la crisis, una condición común que se reconoce y se organiza. Y así, en el momento en que un nuevo ciclo de movimiento irrumpe en el mundo, desde España hasta Estados Unidos, también en Strike se preguntan cómo interpretar el espíritu de #occupy. La ocupación de la fábrica se replantea en este momento, y reciben sugerencias lejanas y cercanas. De las fábricas recuperadas en Argentina a los hospitales autogestivos de Madrid.
Hace años que Strike teje una red de barrios desde el pequeño barrio en que está situada, Casal Bertone. Aquí hay ciudadanos, centros sociales y comités lejanos a la especulación inmobiliaria y a favor de una mejor calidad de vida. El cuidado del parque, el gimnasio popular, la biblioteca, grupos de comerciantes, el mercado en la plaza de los agricultores, buscan hacer que sobreviva y se reinvente la comunidad de un barrio que se asemeja a un pueblo. Casal Bertone está en un violento proceso de transformación originado por la reestructuración de la estación de Tiburtina y del aumento de valor del área edificable.
Por ello, la relación entre el trabajo y el territorio se vuelve decisiva. Por semanas, los trabajadores y los precarios del centro social se encuentran en el bar, en la plaza del barrio. Se conocen e intentan comprender cómo pueden ayudarse. “Tenemos que movernos”, se dicen. Después de enero, se organiza una cena de solidaridad en el centro social. Se conocen mejor, la confianza aumenta, las relaciones se refuerzan y se crean así las condiciones para luchar juntos.
Las mesas de negociación entre el sindicato, la municipalidad y el ministro de economía no produjeron efectos. Los propietarios han presentado a municipalidad una petición para realizar una estructura comercial en el lugar de los talleres. El tiempo aprieta; desde hace meses que no llegan los pagos de los subsidios, es necesario bloquear la especulación para conseguir los sueldos de manera inmediata y un trabajo para el futuro.
En Roma nieva, pero se hace una asamblea frente a las puertas. Una vez, dos veces; a la tercera, los trabajadores ocupan. El 20 de febrero de 2012, la lluvia ha sustituido a la nieve. Las puertas azules se reabren, los trabajadores ocupan la fábrica, los precarios y los estudiantes, venidos también de otras zonas de la ciudad, preparan un presídium en la avenida principal para ser visibles y comunicarse con el barrio.
Es un poco como volver a casa para los 33 trabajadores; toman sus monos azules y sus chaquetas, verifican que sus herramientas sigan ahí. Con nostalgia, cuentan sobre el tiempo en el que trabajaban. Difícil para los precarios treintañeros comprender el apego al lugar de trabajo, pero lentamente las historias presentan un escenario inimaginable.
No estamos en la Fiat y su cadena de montaje, aquí el ciclo productivo estaba totalmente bajo control de los trabajadores, la dirección se reducía al mínimo. Así se comienza a discutir. “Estamos dispuestos a constituirnos en una cooperativa”, dice Lorenzo, el trabajador más viejo. “Ahora hagan como en Argentina, les regalamos este libro que han traído compañeros de la fábrica recuperada de Zanon”, dicen los del Teatro Valle, un teatro ocupado cuando llegan para mostrar su solidaridad. “Nosotros los trabajadores del espectáculo ocupamos un teatro. Hagan como nosotros, intenten trabajar sin patrones. Con nosotros el teatro renació, mejor que antes”. Lorenzo, Emiliano e Iván los miran perplejos, pero con curiosidad.
Pocos días después el comedor es sede de una importante asamblea; hay muchas personas, enlaces con otras fábricas ocupadas. La RSI no está sola, los primeros días son una inyección de adrenalina. Los trabajadores no se la pueden creer. Deprimidos y desconfiados por los meses de inactividad, con la ocupación recuperan el valor y conocen un mundo nuevo. Cada día se hace una asamblea y después se come en el jardín del Strike. El comedor ha decidido abrir a la hora de la comida para sostener la lucha. Así cambia también el centro social, las osmosis va más allá de cualquier expectativa y se proyectan juntas las próximas iniciativas.
En dos meses se organizan presidios en el municipio, en la región, en el INPS (Instituto de Seguridad Social, responsable del pago de los despidos), para tratar de desbloquear la situación. Los objetivos son tres: obtener los pagos atrasados de los subsidios, obtener un trabajo e impedir la especulación inmobiliaria. La ocupación produce los primeros efectos: la provincia de Roma organiza un encuentro público dentro de los talleres, la región y el municipio discuten y aprueban mociones de apoyo a los trabajadores.
Las oficinas se abren a la ciudadanía, alojan un espectáculo teatral y una muestra fotográfica. Activistas, ciudadanos, trabajadores, vienen cada día para conocer la experiencia y hacer un tour por la ocupación; desde gente que viene desde una universidad vecina, hasta otros que llegan desde Oakland, Viena y Fráncfort.
La crisis se agrava y en la zona aumentan los despidos. Se comienza a crear una red con otras empresas en el territorio, con los trabajadores del call center de Trenitalia y con los trabajadores de las instalaciones eléctricas. El 20 de abril se organiza la primera huelga coordinada entre los tres. Con la bandera “Unidos contra los despidos” los trabajadores hacen una asamblea y después una marcha que surge espontáneamente, donde participan todos. Durante años han trabajado a cientos de metros, quizá han estado en el mismo bar, sin conocerse. Ahora ha nacido la “unidad en la crisis” en Casal Bertone.
La ocupación se convierte en una ocasión para unirse. Si el capital tiende a fragmentar el trabajo, inhabilitando cualquier forma de contratación colectiva, en los talleres ocupados se ensamblan piezas de trabajo dispersas en el territorio, se construye la unión entre empleados y desempleados, con garantías y sin garantías, entre jóvenes y ancianos. La crisis convierte a todos en precarios y la única solución parece individual. Aquí, en cambio, se fabrica lo común.
Publicado el 21 de mayo 2012