Trotamundos político

Fabrizio Lorusso

Terrorismo, medios y paranoias

La paranoia se ha apoderado de los medios de comunicación y de la opinión pública europea. Tan solo es suficiente prender una televisión y sintonizar un canal italiano, inglés, español o belga para darse cuenta de que la manera de presentar las noticias se ha radicalizado, se ha dramatizado de tal manera que ya no importa si se está hablando de Estado Islámico, de los efectos de la Brexit (la salida del Reino Unido de la Unión Europea), de algún homicidio cometido por iniciativa individual o del golpe de estado en Turquía y de las represalias, arbitrarias y desmesuradas, del presidente turco Erdogan. Todo contribuye al caos global que, según la vulgata mediática, atraviesa el Viejo Continente como pivote y hoyo negro de los males del mundo.

Cada vez más, no hay ponderación o análisis digno en los medios masivos, el debate se reduce a espacios marginales y la sensación es de que la catástrofe ya no es inminente sino presente. Todo ello le da aliento a los movimientos y partidos xenófobos, in primis, y al populismo carrerista de gobiernos deteriorados y cuestionados como el italiano de Matteo Renzi, el español de Rajoy (débil incluso antes de arrancar) o el francés de Hollande.

Es un resultado esperado, deseado y buscado por el Estado Islámico (EI), la autonombrada entidad estatal islamista y yihadista que gobierna territorios en conflicto entre Siria e Irak, bajo el mando de Abu Bakr al-Baghdadi. El miedo generalizado es funcional a la aplicación de estados de emergencia (Francia va a tener seis meses más de suspensión de las garantías) y mano dura con migrantes y refugiados, pues el clima general favorece histerias y represiones.

Las personas que se encontraban en Europa, especialmente en Alemania y Francia pero no sólo, durante el pasado mes de julio, marcado por los atentados en el malecón de Niza (día 14) y por los ataques en una iglesia de Rouen (día 26), en un centro comercial de Munich (22) y en un tren en Wurzburgo (día 18), han sido bombardeadas de imágenes seriales de víctimas y terroristas, reales o presuntos, y de historias. Narraciones e hipótesis sobre la vida, los orígenes y los presuntos perfiles psicológicos de los atacantes. Este julio, por cierto, fue precedido por un mes de junio de “terror” en Estados Unidos, con la matanza de 49 personas en un club de Orlando, Florida, por parte de Omar Mateen, ciudadano americano que actuó para el Estado Islámico.

Queda claro que se trata, en su mayoría, de ciudadanos de los países en que actúan y atacan, y que sus historias personales son distintas, aunque los medios tienden a asociarlas y difuminarlas para encontrar matrices comunes. Sin duda, uno de los elementos es la religión musulmana que, con el tiempo, se va convirtiendo en un estigma y motivo de sospecha. Es un proceso antiguo, reforzado a partir del auge de Al Qaeda y el 11-S al inicio de este siglo, pero la oleada actual va reforzando la discriminación. Además, muchos de los que sí reivindicaron sus actos como militantes del EI, se adhirieron a la causa islamista sin haber pisado Siria o Irak. Es una afiliación “informal”, ideológica, y responde a los llamados de los voceros del Ei a “matar de cualquier manera a los infieles”. Hay una adhesión “a la causa” yihadista que aparece débil, basada más en la imitación y la reproducción en redes sociales que en la convicción y la militancia de larga duración, lo cual deja emerger otras motivaciones: la marginalidad social, la identificación con un objetivo “superior” y de “redención”, el fracaso de la integración y, más globalmente, el fracaso de un modelo económico-social excluyente. Parte del subproletariado pobre de origen extranjero, particularmente el de religión musulmana y sobre todo en Francia, parece buscar venganzas, redenciones y sentidos a través de actos extremos, en lugar de experimentar otras formas de lucha y rescate contra “el sistema”.

Un error que se comete en los ambientes políticos de Europa es difundir la idea de que cualquier atentado se debe relacionar con el EI y los medios contribuyen a esta confusión, haciendo el juego de los islamistas: crece el odio contra las comunidades musulmanas y, como en un círculo vicioso, crece el descontento y la posibilidad de venganzas o radicalizaciones entre ellas. Se impone, entonces, un estigma también contra los musulmanes pacíficos. Se habla de iraquís, sirios, paquistaníes, libios o tunecinos como si fueran lo mismo, además de que se olvida fácilmente que muchas personas tienen padres de estos países, pero nacieron y se educaron integralmente en Europa o Estados Unidos y son “producto” de estas sociedades y de sus contradicciones. Europa y las Américas, en donde murieron 658 personas en 2015 y 2016, han sido objetivos marginales de los ataques terroristas (de cuño islamista o de otro tipo) con respecto del resto del mundo y, si bien tienen un valor simbólico importante, sus países no han sido un blanco prioritario. Fuera de Europa y las Américas, hubo 28,031 fallecimientos (hasta el 20 de julio de 2016), o sea víctimas mortales de atentados terroristas. Su relevancia en los medios es infinitamente menor. El peligro existe en Occidente, pero la paranoia creada no guarda proporciones con el riesgo real.

La secuencia de un ataque tras otro, magnificada y propagada hasta que el siguiente apremie y se imponga, parece no tener fin, pero la confusión prevalece: si bien parece probado que el atentado de Niza (84 víctimas mortales atropelladas por un camión) fue obra de un militante o simpatizante (ya las dos figuras se confunden…) del Estado Islámico, así como los ataques de Rouen, en donde fue degollado un cura, y el del tren en Wurzburgo, no se puede decir lo mismo del adolescente de Munich que disparó en un mall. Y también en los otros casos los nexos son ambiguos, débiles. Sin embargo, los medios se encargan de manipular las ideas al respecto, pues todo sirve para alimentar el pánico y no ver lo que tres décadas de políticas excluyentes y la lenta erosión del bienestar, sobre todo de la clase trabajadora y de las periferias, ha provocado en Europa (lo cual ha quedado evidente tras el voto de rechazo de los británicos al proyecto europeo).

La propaganda dice que la guerra contra el Estado Islámico se está ganando y el grupo está desesperando, por lo que recurre a todos los medios para combatir. En efecto, el EI ha perdido un cuarto de su territorio en el último año y medio y, quizás, un tercio de sus combatientes. Sin embargo, la amenaza real ha sido llevado en el seno de las sociedades occidentales, cansadas y miedosas, y sería paradójico hablar de una “victoria occidental” y de unos “derrotados” en Oriente Medio, pues es imposible distinguir, hoy en día, quién es quién y quién ha ganado qué. Permanecerán las redes, los reclutamientos, el sistema de motivaciones y de contradicciones que fomentan la adscripción de potenciales agresores, así como la organización informal y global terrorista-islamista, más allá de “reconquistas” y victorias en Siria e Iraq, entonces habrá que lidiar con el problema por un buen rato y reflexionar sobre las fallas estructurales y las responsabilidades de origen que lo han hecho crecer.

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