Que este acontecimiento global, ilumine el 20 aniversario de la insurrección indígena zapatista: Jaime Montejo/ Brigada Callejera Elisa Martínez

Jaime Montejo Fotos: Más de 131

Pensar en La Escuelita Zapatista me obliga a recordar otras escuelitas, la universidad y otros entrenamientos tomados en mis últimos 30 años. No puedo evitarlo, son muchos los sentimientos encontrados que se mezclan en CIDECI, desde el día de la inscripción aparecen en mi memoria situaciones vividas al límite y muchas dudas, sobre el papel de la educación en la transformación de la historia.

En la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, encontré grandes maestros y condiscípulos, grandes aprendizajes y decepciones y también un gran descubrimiento vital para mi existencia. Allí conocí a mi compañera de vida, Elvira Madrid Romero. Estudiando en dicha escuela fue concebida mi hija Ana Milena y, con el tiempo, un ideario de lucha contra todo tipo de explotación: la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez”, alejada de las aulas universitarias, de los foros académicos y seminarios convocados por la intelectualidad del momento, que aspira vivir de todo tipo de causas, aunque ello implique venderse al mejor postor.

Después, mucho después, vendría la Escuelita Zapatista. Ese es otro asunto. Me sentí muy raro, en medio de otros alumnos y alumnas como yo, guiados por nuestro Votán respectivo, ese guardián, maestro, acompañante y guía en el proceso de reconocer a las y los zapatistas del EZLN, a sus bases de apoyo y autoridades autónomas, sin saber quién era quién por supuesto y sin el deseo de indagarlo. Ese sentirme raro en el CIDECI, en medio de un profesorado sin igual, se fue transformando en alegría y también en una gran pena, ya que no era posible estar más tiempo aprendiendo de los más pequeños que el primero de enero de 1994, despertaron una conciencia planetaria de la necesidad de fabricar un mundo diferente, donde todas las personas puedan ser felices y vivir en paz, incluso trabajadoras sexuales, personas que viven con VIH/Sida, gays, lesbianas, bisexuales, transgéneros, transexuales, travestis, intersexuales, así como apátridas y migrantes de todos los rincones del mundo.

Los horrores de la escuela obligatoria en la niñez, se habían ido a otro lado, al menos en ese momento de la escuelita zapatista, fueron exorcizados con éxito sin igual. A dónde se fueron, no lo sé, pero ya no me acompañaron esos días de estudiante. Las situaciones al límite vendrán con el aprendizaje, lejos del CIDECI y al amparo de los siete principios del mandar obedeciendo. Preguntas como ¿No la estaremos cagando al pretender llegar a un estado de pureza que las y los zapatistas no pretenden de ninguno de sus discípulos y discípulas? ¿Estaremos de la chingada por no guardar la horizontalidad de sus autoridades comunitarias? ¿Será que equivocamos el camino y nos falta prescindir de los recursos procedentes del gobierno mexicano? ¿Será que nos falta valor civil para afrontar nuestras limitaciones? ¿Porqué las bases de apoyo zapatistas tienen la capacidad de dialogar con autoridades comunitarias no zapatistas y hasta antizapatistas, donde las y los zapatistas conviven con enemigos y “neutrales”?

Fueron cinco días con tareas voluminosas, éstas, a diferencia de mis anteriores experiencias, con un sentido práctico para la vida, la construcción de la colectividad basada en el apoyo mutuo y no en la propiedad privada. Una colectividad que en los contextos donde irrumpe Brigada Callejera, tiene Sida, es víctima de trata, sobreviviente y guerrera, a su modo, taloneando como siempre, mientras no haya otras opciones o deseos de ganarse la vida de otra manera, que no sea  a través del trabajo sexual, digno como arar la tierra, curar la enfermedad, cuidar los bosques, ríos, cerros y aguas de nuestra tierra, como levantarse en armas el 1 de enero de 1994 y como cualquier otro oficio desempeñado por trabajadoras y trabajadores del campo y la ciudad para sobrevivir, sin hacerle daño a nadie.

Cinco días en CIDECI, tratando de entender este esfuerzo zapatista de ya casi 30 años y tratar de retomar lo mejor de cada asignatura, libro de texto, condiscípulos y votanes con los que conviví. El examen de La Escuelita Zapatista, nos lo hará la vida y nuestras compañeras, compañeros, que cada noche y madrugada se desvelan tratando de ganarse un pan en la esquina, la cantina o el teibol de temporada.

En la escuela donde estudié de niño y adolescente, nos decían los profesores y profesoras, que aprendiéramos para ser hombres de bien, en un futuro cercano, buenos cristianos, buenas personas, ciudadanos al servicio de la patria, etcétera, etcétera y bla, bla, blá.

En el seminario diocesano y en el grupo vocacional donde participé convencido de las bondades del mundo espiritual, me decían que aprendiera a reconocer los misterios de la vida y de dios, para que fuera un buen pastor y pudiera guiar a mi grey a la salvación, al nirvana pues, al reino del más allá, guiarlos para ser buenos ciudadanos, que clamaran al cielo piedad, cada vez que el poderoso pisoteara su dignidad.

En el servicio militar, en la estepa andina azulada y en el páramo de la altura más cercana a dios, me decían que aprendiera bien, para que sobreviviera al odio, sembrado a lado y lado de las cercas que dividen el campo de mi patria natal.

En La Escuelita Zapatista, mi Votán, otros votanes y los profes, hombres y mujeres de maíz, nos decían a todos y todas las estudiantes: organícense, aprendan de nuestra experiencia, retomen lo que les parezca, no como una receta de cocina, esto es, como un modelo a seguir. Organícense y luchen por un mundo donde quepan muchos mundos.

La Escuelita Zapatista, me hizo retomar un deseo de continuar mi camino hacia la encrucijada de las decisiones que nos marcan de por vida: todo o nada, patria o muerte, vive y sigue luchando y nunca desesperes, aunque el recreo tarde en llegar, porque es tiempo de fiesta y celebración.

La Escuelita Zapatista, representa para mí esa encrucijada, ese deseo pueril de hacer un alto en el camino y honrar a esos guardianes que contestaron nuestras dudas, cuando correspondía hacerlo, aunque fuera con una sonrisa traviesa.

Cinco días en CIDECI, preparándome para momentos más rudos, que quizás ni siquiera vea venir, no por miope, sino porque lo cotidiano nos pone un velo en los ojos y nos aleja de otras luchas que caminan por la vida, buscando vivir en paz.

Cinco días en CIDECI,  entre zapatistas, hermanos y hermanas de otras luchas, donde un vago sin oficio y pendenciero como yo, aprendió que no ha dejado de andar los caminos de dios, guardando silencio y tomando la palabra de manera pausada, una que otra vez, nada más.

Cinco días en CIDECI, conspirando contra mí mismo, contra el lastre que cargo a mi espalda y otro tanto que enterré en mi corazón, despertando cada mañana, ansioso de escuchar la alarma del reloj, deseoso de saludar a mi raza que me acompañó en esta gran aventura, que hoy, sigue dándole vueltas a mi cabeza.

Ahora, después de la escuelita, sólo me queda seguir conspirando con quienes nos han confiado un pedacito de su vida, de sus alegría y una que otra pena; sin más pena ni gloria, que servir a los demás para que juntos nos riamos de la tiranía y hagamos de cada tarea emprendida, una revuelta y una gran fiesta con ella, la fiesta de la comunalidad, del comunismo primitivo, donde nadie aspira a tener más que los demás. El reino de los cielos, para quien todavía creen en dios. El reino o territorio de la madre tierra y los espíritus del río, la quebrada, el páramo, el pantano, el mar, la luna y las estrellas.

El precio que haya que pagar, por seguir buscando la felicidad, es bipolar. Está de moda este término en Brigada Callejera, desde hace algunos años, cuando las chicas conocieron a los aprendices de brujas y herejes del núcleo inicial de nuestra organización. Esto es, el precio que cada quién esté dispuesta, dispuesto a cobrar, para que la rebelión le retribuya todas las malpasadas que ha vivido por solidarizarse con algunas luchas, en destinos, quizás distantes, hoy del corazón. Por otro lado, es el costo que podemos pagar, por no rendirnos, claudicarnos o vendernos, como no lo han hecho las y los compañeros del EZLN, sus bases de apoyo y autoridades autónomas de los tres niveles de gobierno que han hecho posibles.

El páramo de mi juventud, no se ha ido de mi vida. Mi páramo en este momento me sigue esperando, en alguna geografía de alguna extraña dimensión, no sé cuánto tiempo más… y no sé ni siquiera si espere mi compañía, algún día venidero o en otra realidad paralela a la vivida en este momento, en esta latitud en esta dimensión bien conocida por toda la banda.

El páramo de ayer está presente en cada calle donde una trabajadora sexual, un trabajador sexual, una payasita, una mesera, una teibolera, adquiere un condón Encanto de la Brigada Callejera. En cada esquina donde una promotora de salud defiende a una compañera suya del padrote de la zona. En cada bar, cantina o bailadero donde las chicas se divierten y aprenden de nuestros cómics algunos tips para prevenir el VIH/sida y otras infecciones de transmisión sexual (ITS), con sus clientes y pareja. En cada comunidad donde podamos prevenir casos de trata de personas con fines de explotación sexual. En cada mujer migrante con la que hubo química en la rebelión y ahora no se deja chingar con facilidad. En cada trabajador varón que reconoce que al pagar sexo comercial infantil y adolescente, está siendo cómplice de esclavistas y autoridades corruptas. En cada fosa clandestina, donde yacen los restos de una trabajadora sexual y en cada plegaria de cada madre que busca a sus hijas e hijos, viajeros perdidos en medio de tanta desolación encontrada en la ruta del sueño americano, acompañado en México por un gran desprecio y la desolación de quienes ya no esperan nada de la vida.

Qué significó La Escuelita Zapatista para mí? Todavía trato de digerirlo, espero que sueños hechos realidad, en medio de tanta pesadilla, como la que el amor al dinero ha hecho de nuestro México querido.

¿Qué qué opino de mi Votán? Nada. Que espero que no me haya reprobado, porque La Escuelita Zapatista apenas empieza, porque eso de los siete principios zapatistas, está cabrón.

¿Que si La Escuelita va a ayudar a la transformación  de la realidad mexicana? Por lo menos espero que me ayude a mejorarme a mí mismo, lo demás ya lo veremos, espero que sí, por supuesto y que este acontecimiento global, ilumine el 20 aniversario de la insurrección indígena zapatista.

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