Página suelta

Juan Carlos Salazar del Barrio

«Posverdad», al filo de un plazo fatal

En una impactante portada, la revista Time se preguntaba en abril de 2017 si la verdad había muerto. Its truth dead?, era la pregunta, impresa en grandes letras rojas sobre un fondo negro. Más o menos por esa misma época, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) sostenía en un estudio que las noticias falsas se difunden a una velocidad siete veces mayor que las verdaderas y advertía que en 2022 la mitad de las noticias en circulación serían falsas. Al filo del plazo fatal, bien podría decirse que, más que un pronóstico, el diagnóstico del prestigioso centro académico fue un recuerdo del porvenir.

«Nunca se ha mentido tanto como en nuestros días, ni de manera tan desvergonzada, sistemática y constante», lamentó el filósofo e historiador francés Alexandre Koyré. Su frase no es reciente. La escribió en 1943 en un ensayo sobre “La función política de la mentira moderna”. Si hace 80 años ya se hablaba de la “posverdad” en la política, aunque todavía no se había acuñado el término, nada de lo que se diga ahora al respecto, en pleno apogeo de las redes sociales, será exagerado, porque, como dijo un conocido periodista español, “en tiempos de inundación informativa, lo más difícil de encontrar es agua potable”.

La mentira es connatural al ser humano, pero de un tiempo a esta parte ha encontrado un gran aliado en las redes sociales. ¿Por qué? Según Marc Amorós García, autor del libro La verdad de las noticias falsas, porque nos gusta creer todo aquello que refuerza nuestra fe, porque nos dan la razón, porque nos suben nuestra autoestima, porque nos gustan las mentiras y queremos que sean verdad, porque nos gusta autoengañarnos, porque vienen a buscarnos, porque no nos importa de dónde salen y no reparamos en las fuentes, entre otras razones.

La manipulación y la desinformación tienen el claro objetivo de influir en el estado de ánimo de la sociedad para volcar la opinión pública en uno otro sentido. Como alguien ha dicho, las mentiras no son interesantes, sino interesadas. Buscan un beneficio político o económico.

Amorós García dice que “las fake news son informaciones falsas diseñadas para hacerse pasar por noticias con el objetivo de difundir un engaño o una desinformación deliberada para obtener un fin político o financiero”. Es, pues, un engaño intencional que busca beneficios.

Es la vieja “guerra sucia” elevada al infinito por las redes sociales, alimentada por usinas de noticias falsas o “verdades alternativas”, con las que se pretende, precisamente, manipular, distorsionar o contrarrestar la verdad, cuando ésta resulta incómoda o imposible de negarla. La diferencia entre el ayer y el hoy es que las redes sociales viralizan las “guerras sucias”, y los medios convencionales, en lugar de “atajar” las noticias falsas, las confirman al difundirlas sin cotejar su origen ni contrastarlas con las fuentes apropiadas.

La paradoja de nuestro tiempo es que en un mundo hiperconectado y con un acceso a la información sin precedentes en la historia, los ciudadanos están más expuestos que nunca a la manipulación y el engaño, a través de métodos cada vez más sofisticados en virtud de los avances de la tecnología.

Los fabricantes de noticias falsas se aprovechan de la polarización de la sociedad para lograr sus objetivos. Los políticos buscan pescar en la clara división que existe entre los que piensan como ellos y los que están en contra, entre los buenos y los malos. Por eso mismo, las “fake news” encuentran un campo abonado en las crisis políticas, económicas y sociales. Buscan demoler la confianza de la sociedad no solo en las instituciones, sino también en el periodismo, uno de los pilares de la democracia.

La prensa es una de las instituciones fundamentales para el desarrollo y funcionamiento de la democracia, como fuente y referente de la información independiente y veraz. Sin embargo, según una reciente encuesta realizada por el Reuters Institute for the Study of Journalism, de la Universidad de Oxford, la credibilidad de las noticias es apenas del 42%. No solo eso. El 55% de la población encuestada confesó que ya no puede distinguir qué es real y qué es falso en Internet, cifra que alcanza al 85% en Brasil, el 68% en España y el 67% en Estados Unidos.

Las redes, es cierto, no tienen fronteras, sirven como simples vehículos de difusión de las ideas, buenas o malas. Entonces, no tiene sentido echarle la culpa a estas herramientas tecnológicas. El problema no son, pues, las redes sociales, que son los instrumentos que tiene la gente para interactuar en el seno de una sociedad, sino nosotros mismos como agentes y sujetos de esa interacción. Hoy más que nunca es importante formar ciudadanos con espíritu crítico, informados y conscientes de lo que reciben y leen a través de las redes, capaces de hacer por sí mismos lo que hacen los verificadores: chequear, verificar la información, antes de compartirla.

Por eso es importante volver al rigor como esencia de la práctica periodística, primar los hechos, apostar por la investigación, teniendo en cuenta que la investigación está en la base misma del buen periodismo. Los periodistas hemos abandonado la verificación de datos, el “fact checking”, víctimas de la “dictadura del clic”. Y la verificación es la primera herramienta para combatir las “fake news”. Como dice el historiador Timothy Snyder, profesor de la Universidad de Yale y autor del libro Sobre la tiranía, los periodistas deberíamos decir: “Los hechos son nuestro trabajo, los hechos importan, los hechos son reales, conocer los hechos beneficia al público y por eso estamos comprometidos con los hechos”.

Juan Carlos Salazar del Barrio

Periodista, autor del libro Semejanzas y coautor de los libros de crónicas La guerrilla que contamos, Che: Una cabalgata sin fin y Prontuario. Coordinador de los libros de historia del periodismo De buena fuente, Presencia, una escuela de ética y buen periodismo y El periodismo en tiempos de dictadura. Es director de la Carrera de Comunicación Social de la Universidad Católica Boliviana (UCB) y Premio Nacional de Periodismo de Bolivia.

Una Respuesta a “La globalización de la mentira”

  1. L.Manteiga Pousa

    La del Efecto mariposa es sólo una teoría, no está demostrada de ningún modo. Me parece muy exagerada. Puestos a buscar ejemplos de podrían buscar muchos mucho mejores entre la «infinidad» de hechos de la vida. De entre los ejemplos conocidos prefiero el de Los dos péndulos.

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