Nunca seremos de verdad libres hasta que no lo seamos todos

Riccardo Carraro/italiano Traducción: Miguel A. González Ledesma

Del 24 al 30 de diciembre del 2013 tuve la fortuna de participar a la segunda edición del Primer Nivel de la “Escuelita Zapatista: La Libertad para l@s Zapatistas”, en Chiapas, México. De hecho, luego de una primer edición en Agosto del 2013, el experimento de la Escuelita se ha repetido en dos cursos más, a finales de diciembre uno y a principios de enero el otro. Todo ello en el contexto del 20 Aniversario de la insurrección de los zapatistas del primero de enero de 1994.

Pero, ¿qué cosa es eso de la Escuelita? ¿En qué consiste este nuevo instrumento insólito y original que el movimiento zapatista está utilizando para volver a crear redes con los movimientos en México y el mundo después de años de poca comunicación?

El 24 de diciembre, temprano por la mañana, llegamos aproximadamente mil 800 activistas al CIDECI-Universidad de la Tierra-, en la periferia de San Cristóbal de las Casas, para participar en la Escuelita. Un número similar de personas se dio cita para el segundo curso en enero.

A través de una organización verdaderamente admirable, los compas nos dividieron según el Caracol al que estábamos destinados al momento de la inscripción. Junto con 340 activistas de todo el mundo, fui destinado al Caracol de la Realidad. Partimos antes del mediodía en una larga caravana de 12 precarias camionetas, a través de una carretera igualmente precaria hacia la Selva Lacandona. Llegamos a La Realidad poco después de las diez de la noche, y la llegada compensó el cansancio del viaje: cientos de compas nos reciben con el puño en alto gritando “¡Zapata vive! ¡La lucha sigue!” y, “El pueblo unido, jamás será vencido!”

A cada activista-estudiante de la Escuelita se le asigna un Votán, un/a acompañante miembro activo del movimiento, que también es nuestro/a traductor/a español/lengua indígena, y sobre todo, un sostén con el que el estudiante cuenta para profundizar en el zapatismo con la intensidad que sólo las relaciones personales pueden ofrecer.

La mañana del 25, después de un encuentro sobre los temas centrales del movimiento, fuimos trasladados a las comunidades en donde nos esperan las familias que decidieron acoger los estudiantes y a sus respectivos Votanes: a cada estudiante, un Votán; a cada pareja, una familia (distinta de la del acompañante). Al ver cuántas personas somos, y considerando la dispersión del territorio es impresionante el esfuerzo que los zapatistas están haciendo para llevar a cabo la Escuelita.

A mí me toca una familia tzotzil de la Comunidad de Villanueva, en el municipio Tierra y Libertad. De La Realidad viajamos por dos horas y media con un camión a través de un camino de terracería, en lo profundo de la selva; luego una hora más a pie por un sendero en donde se alternan subidas, fango que llega hasta las rodillas y puentes de madera para atravesar algunos ríos. Otros activistas son conducidos a comunidades a las que se llega luego de una hora de navegación a través de un río, o a otras que están a varias horas de camino a pie.

La comunidad que me recibió está muy cerca de la frontera con Guatemala, y está ubicada en una de las tierras recuperadas por el EZLN en 1994, anteriormente en manos de terratenientes. Hoy en día, la comunidad reúne varias familias que han sido obligadas a dejar sus lugares de origen por la presión de los militares y, en general, por la estrategia de la contrainsurgencia que se ha seguido de forma ininterrumpida desde el 94.

La Escuelita es, sobre todo, un instrumento para hacer conocer a los estudiantes la geografía zapatista, tan rica de historia, de vida y memoria. Los días sucesivos los transcurro con la familia que me hospeda. Con ellos alterno momentos de vida cotidiana, de trabajo en los cafetales o en la milpa; por la tarde leemos juntos los textos preparados para la Escuelita, y discutimos sobre los retos actuales del zapatismo.

La Escuelita parte del presupuesto de que todos podemos enseñar el zapatismo, porque es teoría y práctica al mismo tiempo (caminar preguntando, como decían los compas hace algunos años), es decir que el zapatismo es la vida vivida en la Resistencia. En la Escuelita, se cree en la posibilidad de fundir lo personal con lo político en un excepcional relación entre iguales, bajo el supuesto de que se puede aprender a compartir. Esta relación se construye de manera verdaderamente horizontal: la típica diferencia Norte/Sur que vivimos cuando nos relacionamos con los pueblos del Sur, y que normalmente viene encubierta de relaciones de ayuda/poder, se ve eliminado completamente en este lugar. Te sientes al lado de una familia, sientes que tienes mucho que aprender de ellos, y que ellos están curiosos e interesados sobre lo que eres y vives en tu contexto. Un intercambio de este tipo es, por desgracia, muy raro de experimentar en contextos postcoloniales marcados fuertemente con el sello de la verticalidad y la dependencia.

El movimiento no tiene miedo de mostrarse desnudo ante los estudiantes que han llegado a la comunidad, y expone claramente sus progresos y debilidades, así como los problemas y retos que debe afrontar. Se habla mucho de la Autonomía (tan fatigosamente arrebatada al gobierno), que se funda en los tres niveles decisionales: las comunidades, los municipios y los cinco Caracoles administrados por las Juntas de Buen Gobierno. Pero la autonomía es hoy también el BANPAZ, El Banco Popular Autónoma Zapatista, en donde, entre otras cosas, se conceden préstamos para gastos médicos a tasas muy bajas. Autonomía son también las decenas de escuelas y los Promotores Educativos, así como las decenas de microproyectos de trabajo colectivo para pagar viajes, gastos varios y el sostenimiento del movimiento mismo. Autonomía es también la administración de la justicia, y los numerosos ejemplos de cómo ésta se ejerce desde abajo. Existen casos ejemplares como el de un grupo de migrantes centroamericanos que atravesaba el estado de Chiapas hacia los Estados Unidos bajo el control de un traficante. El grupo de guatemaltecos y hondureños es liberado por los compas, mientras el traficante es obligado a hacer trabajo comunitario por varios días, todo ello sin el uso de las armas “porque es la cohesión del pueblo y nuestra participación el arma más fuerte”.

Una de las amenazas más grandes que enfronta el movimiento en estos momentos son los proyectos económicos del gobierno mexicano, cuya finalidad es premiar con dinero y bienes materiales a aquellos que abandonan el zapatismo. Los compas explican que hoy en día esta amenaza es aún más fuerte que la del paramilitarismo (un problema que en algunos Caracoles es mucho más visible), porque divide a la comunidad a veces de forma irreparable; humilla y somete a las personas, y debilita la construcción de una resistencia realmente colectiva.

Durante el tiempo que pasé en la Selva me pregunté continuamente qué cosa significa la libertad de la que hablan los zapatistas y que lleva el título de la Escuelita. La respuesta que me he dado es que, para ellos, la libertad es sobre autodeterminación colectiva y comunitaria, capaz de crear autonomía de frente al gobierno y al neoliberalismo. Creo que en nuestra vida cotidiana nos vemos obligados demasiadas veces a renunciar a la libertad colectiva (o la ejercemos solamente en los espacios comunitarios que defendemos), al tiempo que nos limitamos a perseguir la legitima libertad personal e individual. Considerando, por otro lado, las numerosas batallas colectivas que hemos perdido en estos últimos años (por el derecho al trabajo digno y seguro, por la escuela y la universidad públicas, por la protección del ambiente), me parece que tenemos grandes dificultades para simplemente soñar la autodeterminación colectiva, hasta ser autónomos y libres del neoliberalismo.

Por su parte los zapatistas creen en ello plenamente, construyen cada día esta libertad colectiva, y hacen además un esfuerzo enorme para compartirla, contaminándote con una esperanza y una dignidad que en algunos momentos te trastorna, y en otros te conmueve profundamente.

Personalmente me impresiona cómo el zapatismo, hoy como hace 20 años, es capaz de encontrar un equilibrio extraordinario y genial entre estos dos elementos. Por un lado, el ser una lucha territorial y específica que no se deja llevar por ningún presunto universalismo (es, y sigue siendo una lucha indígena en un país en el que los indígenas viven una infinita discriminación). Pero del otro lado el movimiento sabe interpretarse siempre en clave sistémica como lucha que es parte de la resistencia global contra el neoliberalismo, vinculándose con otras luchas a nivel nacional e internacional, superando todo riesgo de localismo.

Antes de dejar a mi familia les pregunto, ¿por qué es tan importante para ellos la relación con los grupos internacionales? La madre, su hijo mayor y mi Votán me responden “incluso si un día Chiapas fuera libre, sería solamente Chiapas. El neoliberalismo nos somete a condiciones de pobreza y explotación, y lo hace tanto aquí como en el resto del mundo. Nunca seremos de verdad libres hasta que no lo seamos todos. Queremos compartir con ustedes nuestra autonomía y nuestra resistencia porque cuando regresen a sus países, al interno de sus propios contextos y bajo la forma o modalidad que crean oportuna, puedan construir también ustedes autonomía y resistencia frente al neoliberalismo… Y además porque así lo dice nuestra consigna ¡Para todos todo, para nosotros nada!, te acuerdas de ella, ¿no?”.

Sí… ¿cómo podría olvidarla?

Publicado el 27 de Enero de 2014

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