Trotamundos político

Fabrizio Lorusso

El No del referéndum en Italia: ¿otro Brexit?

En Italia ganó el No en el referéndum constitucional. ¿Pero qué significa? ¿Es la señal de una especie de Brexit a la italiana? ¿Habrá un nuevo gobierno derechista tipo Trump en el corazón del Mediterráneo? ¿Se van a desplomar el Euro y las bolsas?

Tras el voto popular del 4 de diciembre sobre las reformas a la Constitución propuestas por el gobierno de Matteo Renzi, sostenido en el Parlamento por una coalición entre el Partido Democrático (centro-izquierda) y el partido NCD (Nuevo Centro Derecha), la población reprobó los cambios que, de ganar el Sí, habrían modificado 47 artículos sobre un total de 139. El Primer Ministro y los miembros de su gabinete se dedicaron a una despiadada campaña electoral por el Sí en los últimos meses y Renzi insistió en relacionar el destino de su gobierno (incluso del país entero) con el resultado del voto del pasado domingo que, entonces, se transformó en lo que no debía: en un referéndum sobre la aprobación del ejecutivo entre la población, más que un ejercicio de cuestionamiento del eventual nuevo orden Constitucional.

Aun si parte de la opinión pública y de los medios han estado razonando y profundizando acerca de la trascendencia de los cambios en la Carta, el proceso de polarización del discurso y de la disyuntiva Sí-No, interpretada como voto a favor o contra de Renzi, dominó la agenda. Así que el joven político aceptó el resultado negativo a la medianoche del domingo y presentó, la mañana siguiente, sus dimisiones ante el Presidente de la República, Sergio Mattarella. Entonces, Italia pasa a tener un gobierno demediado, útil sólo para la ordinaria administración, en la espera de que en los próximos días el Presidente designe a su sucesor y le dé la tarea de construir un nuevo gobierno, buscar una mayoría y un voto de confianza en las Cámaras y, finalmente, trajinar al país hacia nuevas elecciones parlamentarias. Se habla de la hipótesis de un gobierno de transición conducido por el presidente del Senado, Paolo Grasso, o del enésimo gobierno “técnico”, o mejor dicho “tecnocrático”, bajo el mando del Secretario de Economía, Pier Carlo Padoan, quien podría incluso gobernar hasta el fin natural del mandato en 2018.

La idea es que ahora un gobierno ad hoc, temporal, pueda hacer aprobar la ley hacendaria de estabilidad, que todavía tiene que pasar en el Senado, y, a lo mejor, logre escribir una nueva ley electoral. La actual, en efecto, está en entredicho, pues la Corte Constitucional está evaluando su apego a las normas. La Corte ya había reprobado la ley electoral anterior que presenta elementos parecidos a la actual, ya que prevé un “premio” de congresistas desproporcionado a favor del partido o de la coalición que gane los comicios y, entonces, favorece una sobrerrepresentación artificial de quien sólo tendría una mayoría relativa. Es decir, ganas con el 30% o el 40% y te regalan el 50%+1 o el 55%. De hecho, el referéndum no tenía nada que ver con la ley electoral, pero el mecanismo conjunto que se habría creado entre ésta y la abolición del Senado prevista en la reforma comprometería la calidad democrática del sistema.

En realidad, formalmente, no se optó por un cambio antisistémico o “populista”, como se mencionó en el caso de Trump y el Brexit, sino que se votó para mantener el equilibrio institucional actual, dentro de un sistema parlamentario, con sus pros y contras. En el contexto italiano el sistema político históricamente ha sido inestable por lo que se refiere al mantenimiento de la confianza parlamentaria a los gobiernos, pues estos fueron muchos y duraron en promedio 13 meses cada uno desde el fin de la Segunda guerra mundial a la fecha. Por otro lado, ese mismo sistema, de difícil manejo debido a la diversidad social y regional del país y al gran número de formaciones políticas representadas, ha garantizado un largo periodo de continuidad y cierta calidad democrática, dentro de un equilibrio entre poderes que ralentiza el proceso legislativo pero sí lo hace más participado y plural, en el respeto de las minorías y de las posibilidades de corrección y revisión de las normativas.

Justo en sentido contrario, como para “acelerar decisiones” en un mundo más “rápido y globalizado”, pretendía ir esta reforma, reprobada en las urnas, al querer concentrar poderes en el ejecutivo y redimensionar radicalmente el papel del Senado, que se habría reducido a ser un mero testigo de la vida democrática dictada por la Cámara de diputados y el Primer Ministro. La gente ha sabido entender que existía un riesgo autoritario, en un país en donde ya buena parte de la política económica y fiscal depende decididamente de Bruselas. La opción por la rapidez y la eficiencia, que era una simple hipótesis aún por verificarse en la práctica política futura, fue desechada a favor de un mejor equilibrio democrático y en pos de la posibilidad de modificar la Constitución en otra ocasión, según pautas más compartidas por el espectro político nacional.

De hecho, fue una jornada democrática histórica y la participación popular fue muy alta, del 68.5%. Además, el margen de diferencia entre los contrarios a la reforma, que son el 59.5%, y los favorables, que son el 40.4% de los ciudadanos fue de casi 20 puntos. Sólo los partidos que apoyan al gobierno de Renzi sostuvieron el Sí, mientras que el frente del no fue heterogéneo pues lo integraron: la izquierda del Partido Democrático y Sinistra Italiana, que se coloca todavía más a la izquierda; Forza Italia, la decadente formación de Berlusconi; el segundo partido a nivel nacional, o sea el M5S (Movimento Cinco Estrellas, fundado por el cómico Beppe Grillo); los populistas xenófobos de la Liga Norte y los neofascistas de Fratelli d’Italia.

Debido a esta evidente heterogeneidad del frente anti-Sí y a la presencia en sus filas de algunos partidos de tendencia populista o con programas racistas y anti-europeos, hay muchos comentaristas que han empezado a establecer comparaciones entre la victoria del No en Italia, la de Trump en Estados Unidos y el Brexit en Gran Bretaña, como si lo que pasó en la península mediterránea se pudiera asimilar a la salida del Reino Unido de la Unión Europea.

Sin duda también influyeron el cansancio popular, la contestación y la oposición a cierto patrón de política de austeridad fiscal y de rigor según parámetros “europeos” (dictados por el Banco Central Europeo, la Comisión Europea, el FMI y, básicamente Alemania) que, desde el último gobierno de Berlusconi en 2008-2011 hasta los ejecutivos tecnócratas de Monti y Letta, ha paralizado la economía y la sociedad de medio continente. El rechazo a estas políticas suicidas y dogmáticas, punta del neoliberalismo en la región, está favoreciendo el ascenso de las nuevas y viejas ultraderechas, unificadas en una plataforma anti-Euro y anti-migración y representadas, en Italia, por Matteo Salvini, líder de la Liga Norte. Pero el resultado de este referéndum, si bien por un lado fue debido a la personalización que Renzi realizó (“conmigo o contra de mí”) y al sentimiento de hartazgo frente a los poderes fuertes de las finanzas y de los industriales, que apoyaban el Sí, por otro lado se debió también al hecho de que la reforma constitucional simplemente no convenció y se quiso imponer con una mercadotecnia barata e insistente a la cual la mayoría no cedió.

El mismo Partido Democrático se dividió y fue confuso, al afirmar sus miembros repetidamente que Italia tenía la Constitución mejor del mundo y que, sin embargo, se debía cambiar radicalmente. Entonces, la victoria del No fue producto también de la acción informativa de juristas y constitucionalistas y de la campaña de partidos de la izquierda italiana, no tan solo de “vientos populistas” o anti-Europa, como ahora Salvini y la ultraderecha del país tratan de sostener para convencer de que pronto van a gobernar porque “el pueblo” está de su lado y quiso tumbar al gobierno de Renzi. Esto es cierto sólo en parte y, desde luego, el peligro de que los partidos xenófobos y neofascistas puedan ganar más consensos existe y debe ser evitada.

Pero la situación es más compleja y no se reduce a un “Brexit a la italiana”. Posiblemente con su decisión de retirarse inmediatamente, el Primer Ministro haya querido alejarse temporalmente para jugarse otras cartas políticas en el futuro sin quemarse demasiado, lo cual es coherente con su operado y su discurso, hecho de ambigüedades y promesas no siempre creíbles, hasta la fecha. El Presidente Mattarella ha subrayado las urgencias del país y ha invitado las fuerzas políticas a unirse de nuevo para conseguir un nuevo gobierno, lo cual probablemente va a significar continuidad y austeridad hasta las nuevas elecciones en 2017 o, inclusive, hasta 2018. De todas formas no ganó ninguna perspectiva “a la Trump”, aunque sí haya sido refutada la “gobernabilidad” a la Renzi, basada en la reforma Constitucional y en el autoritarismo implícito en la ley electoral.

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