Entre la alegría y el llanto: la maternidad y el trabajo sexual

Elvira Madrid Romero y Jaime Montejo, de la Agencia de Noticias Independiente Noti-Calle

México. El Senado de la república y la Cámara de Diputados acaban de aprobar en México, la Ley general para prevenir, sancionar y erradicar los delitos en materia de trata de personas. Sin embargo, semejaron intactas las disposiciones de códigos civiles y códigos de procedimientos civiles como los de Nuevo León, Distrito Federal y Jalisco, que disponen que las prostitutas pierden la patria potestad de sus hijos e hijas menores de 12 años, por el sólo hecho de dedicarse a dicha actividad; situación que ha sido utilizada por tratantes de personas, funcionarios públicos de los tres niveles de gobierno, así como madrotas y padrotes, para extorsionar a las mujeres con la amenaza de entregar a sus niños al Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF).

La maternidad de las trabajadoras sexuales es utilizada como un mecanismo de control de las mujeres dedicadas a este oficio. Una herencia abolicionista que pretendía “salvar a niñas y niños” de madres prostitutas faltas de moral que, irremediablemente, iban a prostituirles. Sin embargo, dichos preceptos legales se convirtieron en un arma de dominación patriarcal, que mantiene a raya cualquier intención de no pagar las cuotas de explotación sexual a las que son sometidas muchas mujeres en México, en contextos de sexo comercial.

Hay quienes han padecido la maternidad y quienes a pesar de tener todo en su contra, han logrado sacar adelante a sus hijos con los ingresos que el trabajo sexual les acerca todos los días. No todas las experiencias son trágicas, aunque muchas de ellas contengan elementos dolorosos. Pero,  en la mayoría de los testimonios que a continuación se presentan en ocasión del Día de la Madre, tampoco todo es alegría.

A continuación, ochos historias sobre maternidad, violencia, misógina, trabajo sexual, superación y lucha contra la adversidad.

Juana

El padrote con el que vivía era un policía de Iztapalapa que me quitó a mi hija porque yo ya no quería darle más dinero. Un día le dije que quería ver a mi hija y me subió a su patrulla a golpes, pero al llegar al primer semáforo me salí y fue cuando me esposó a la ventana del auto y me arrastró como una cuadra. Yo sólo quería a mi hija, ya que a mi me dolió, yo la mantenía y la quería mucho, pero él me la quitó.

Cuando pedí ayuda a Brigada Callejera recuperé a mi hija, pero antes de eso fuimos a dar al ministerio público porque el hermano de mi padrote era judicial del Distrito Federal. Yo les dije a los de la agencia que él me quitaba el dinero, me golpeaba mucho, me amenazaba con hacerle daño a mi familia y con entregarle a mi bebita al DIF.

Cuando me entregaron a mi hija, sentí muy bonito volver a tenerla entre mis brazos. A él ya lo iban a encarcelar, pero se me arrodilló y me pidió perdón, me dijo que me quería como a nadie más en su vida, que iba a cambiar, y yo lo perdoné.

Fue entonces cuando los de Brigada mandaron a llamar a mi papá y a él le entregaron a mi bebita, porque al final de la noche, ya entrada la madrugada, me entró el amor por el hombre que me había puesto a trabajar en la Merced.

Sigo trabajando para él porque lo quiero mucho, sé que va a cambiar, y como no queremos más hijos por el momento, cada mañana me pone una pastilla de Cytotec (misoprostol, sustancia utilizada para interrumpir embarazos tempranos), donde me hacen el papanicolaou para que no quede embarazada. Los cólicos son muy fuertes y los puedo tolerar gracias a la piedra que consumo y me hace olvidar todos mis males.

Elena

Yo conocí a un hombre que se dedicaba al comercio ambulante. Él estaba separado porque su mujer lo abandonó. Él me dijo la verdad, que me quería y que nos fuéramos a vivir juntos. Yo tenía una hija que no era de él y él tenía tres hijos que tuvo con la chava que lo dejó. Yo tuve a sus hijos seis meses, pero luego su mamá regresó por ellos. Él habló conmigo y con ella, y nos quedamos a vivir los tres juntos, pero a mí me exigía mil quinientos pesos diarios para mantener a su esposa y a sus hijos.

Cuando él necesitaba dinero yo se lo daba. Un día me dijo que necesitaba 23 mil pesos porque iban a operar a su papá y yo se los entregué sin reclamarle nada. Yo siempre lo apoyé en todo, porque su esposa no tenía la culpa de nuestros errores.

Él se llevó a mi hija cuando tenía trece años, ahora tiene diecisiete y no me la ha dejado ver. No sé nada de ella. Sólo he hablado tres veces con mi hija. Él me dice que se la llevó lejos de mi lado porque yo ya no quería nada con él.  Me dice que sin él, yo no soy nada, que me voy a poner a drogarme y que como no va a haber nadie que me exija dinero, no voy a poder hacer nada en la vida.

Se supone que yo entré en esto de la prostitución por necesidad, porque en los trabajos a los que iba no me pagaban bien, pero ahora yo lo mantengo a él, a su esposa y a sus hijos y no sé nada de mi hija, si está bien o mal, o qué sé yo.

Yo quiero a mi hija, voy a enfrentarlo, aunque me ha golpeado mucho y le tengo miedo, pero ya no quiero estar con él. A quien quiero a mi lado es mi hija, no quiero que al rato le toque la misma suerte que a mí.

Rocío

Yo tenía quince años cuando me embaracé. Tuve un hijo con un empleado del lugar donde yo también trabajaba haciendo gomitas de dulce en Veracruz. No sabía que él era padrote hasta que ya tuve a mi hijo. A mí me corrieron de mi trabajo y no tenía a dónde ir. Mi familia no podía ayudarme porque era muy pobre.

Fue entonces cuando me llevó a la Merced, donde con violencia me prostituyó. A mi hijo me lo cuidaba su hermana, a quien yo le pagaba muy bien para hacerlo, pero ella lo golpeaba mucho. Un día llegué y mi hijo estaba sangrando de la cabeza y de ahí quedó mal de salud, con una discapacidad.

Como yo no podía cuidarlo porque estaba sola y había dejado a mi padrote, llevé a mi hijo con mi hermana para que me lo cuidara a cambio de mandarle dos mil pesos cada quincena, nada más para su comida.

Yo llevaba pañales y ropa aparte, pero como me empezó a ir mal en el trabajo por los operativos de la policía, sólo le pude depositar los últimos dos meses la mitad del dinero acordado, motivo por el cuál mi propia hermana le entregó mi hijo al DIF en Guerrero, sin avisarme, y ahora ya no lo tengo y estoy luchando para recuperarlo.

 Amanda

 A mí no me quería mi familia, ni mis tías. Nunca conocí a mi papá. No me dieron escuela, porque era mujer y me iba a dedicar a cuidar a mis hijos y marido, aunque yo sí quería estudiar. También quería que mi mamá me abrazara de vez en cuando, que pudiera platicar conmigo, pero nunca fue así.

Cuando yo tuve a mi hija, dije que no iba a hacer lo mismo con ella.

Ahora mi hija está en la preparatoria y saca muy buenas calificaciones aunque es muy rebelde por su edad. Yo sólo trabajo tres días a la semana. Diario la llevo a la escuela y la regreso a nuestra casa, pregunto a los maestros cómo se comporta y si hace las tareas que le dejan, platico mucho con ella, le doy consejos, le digo que se cuide. Va muy bien en la escuela, saca puro nueve y diez y hasta diploma sacó el año pasado.

Mi hija me quiere mucho, y yo a ella mucho más. Dice que quiere ganar una beca a España para ir a estudiar allá y está contenta con la beca que le dan en Brigada Callejera porque se compra sus cosas para la escuela.

Estoy muy orgullosa de mi hija y yo también estoy terminando la secundaria para seguir con la preparatoria abierta. Ella sabe a qué me dedico y nos damos tiempo para salir al cine o a pasear.

Estoy muy feliz con lo que el trabajo sexual me ha dado.

Tomasa

Yo empecé a trabajar porque un hombre me metió a la fuerza en esto, pero una vez que abrí los ojos ya no le volví a dar dinero y lo dejé. Para mí fue muy difícil hacerlo, pero lo logré, al igual que otras compañeras con quienes luchamos por mejores condiciones en el trabajo.

Yo tengo tres hijos, uno va en la secundaria, otro en preparatoria y el más grande en la universidad, está estudiando Derecho. Soy madre soltera, no tengo a nadie que me ayude, sólo somos mis hijos y yo. Es muy difícil porque tengo que pagar renta, comida, vestirlos y mandarlos desayunados a la escuela y tenerles algo para comer cuando regresen de estudiar.

Ya casi no hay trabajo para nosotras, me cuesta mucho ganarme el dinero que me llevo a la casa. Ya no estoy tan joven, pero a veces yo no como por darles a ellos. También cuesta mucho el transporte para que se vayan a la escuela. Los maestros siempre les están pidiendo cosas y no me alcanza el dinero.

Aquí en Brigada me ayudan con las becas de mis tres hijos, pero ni así me alcanza. Yo quiero que tengan una licenciatura para que sean alguien en la vida y no como yo, que por no tener estudios estoy aquí, exponiéndome a muchas cosas.

Quiero mucho a mis hijos, nadie más me ha ayudado. A veces ya no tengo fuerzas para luchar, pero los veo y sigo adelante. Ellos saben a qué me dedico y no por ello me han dejado de querer, yo sé que no todos son iguales pero corrí con suerte de tenerlos a ellos.

Mariana

Yo entré a esto del trabajo sexual porque mi esposo me dejó. Él se fue con otra mujer, cuando tenía conmigo seis hijos qué mantener. Como no tenía estudios entré a trabajar en una fábrica. No me alcanzaba el dinero, me pagaban poco y mi jefe me pedía las nalgas cada que se le antojaban, hasta que un día me corrió por negarme a estar con él.

Me fui a conseguir trabajo y nada que me quedaba en ningún lado. Llegué al centro a una fábrica de ropa y un señor se me acercó y me dijo que si me iba al hotel me daba cien pesos y como no tenía que darles de comer a mis hijos, me ocupé con él y lleve a mi casa huevos, tortillas y chiles para que mis hijos pudieran comer.

La felicidad de ese día no la cambio por nada en la vida. Fue así como empecé a trabajar en las calles de la Merced, ocupándome con los hombres que me ofrecían dinero a cambio de sexo. Me iba bien. Mis hijos entraron a la escuela y los saqué adelante, pero uno de ellos murió de SIDA; su mujer lo abandonó cuando supo la noticia y me dejó a mi nieta.

Ella se volvió a juntar con otro hombre y ya no se acuerda de nosotras.

Yo le ayudé a mi hijo, aunque él también trabajaba, pero ya no rendía lo mismo, hasta que se dejó morir porque el tratamiento era muy fuerte para él. Entonces yo me hice cargo de la niña; total, mis demás hijos ya están grandes y se pueden valer por sí solos.

Anastasia

Acabo de quedar viuda hace un año más o menos. Tengo 72 años. Mi esposo murió de repente del corazón. Él me daba todo y yo me encargaba de tenerle su comida y su ropa limpia. Nunca antes he trabajado. Busqué empleo pero nadie me lo dio por la edad.

Estuve haciendo limpieza en casas ajenas y la gente prefería tirar lo que no se comían que acomedirse conmigo. Lo que ganaba no me alcanzaba para nada, por eso terminé aquí en el jardín.

Tengo una casa chica que me dejó mi marido. Cuando él murió, mi hija y su esposo se fueron a vivir conmigo, arreglaron la casa y me mandaron a un cuartito chiquito.

Ellos se quedaron con todo. Cuando salen de compras al mandado, me preguntan si quiero algo y me piden dinero para comprarlo, si no es así, no hay nada para mí. El refrigerador y la despensa la dejan bajo llave, para que no agarre nada.

Mis otros hijos tienen su familia y no se acuerdan de mí.

Como no tenía dinero, entré a la prostitución a la edad que tengo; hasta vergüenza me da decirlo.

Mis clientes me dan cincuenta pesos por atenderlos. Hay unos muy lindos, pero otros me humillan y me hacen como quieren. Total, la necesidad es muy grande.

No conforme con esto, un año después de empezar a trabajar me dio SIDA. Me siento muy triste y mal de salud, yo sé que voy a morirme. Ya no quiero vivir más.

Camila

 A mi esposo lo mataron para robarle su coche. Y ahí quedó. No me dejó nada, ni pensión ni casa dónde vivir. Cuando él vivía, me daba todo a manos llenas. Todo cambió con su muerte inesperada.

Estuve buscando trabajo durante una semana. No sabía qué hacer. Nadie me daba trabajo. Las deudas crecían y ya nadie me quería prestar un peso, hasta que un día, cuando fui a empeñar una joyitas que me compró mi marido cuando vivía, un señor se me acercó y me dijo que cuánto cobraba y como no le entendí a que se refería, me dijo que no me hiciera pendeja, que cuánto le cobraba por dejarme coger.

En ese entonces, no sabía cómo cobrarle a ningún cliente. Así empecé como trabajadora sexual. No me hace falta nada. Mis hijos tienen para comer, hice mi casa propia y la de mi mamá que me cuida a los niños. Tengo mi camioneta. Me operé senos, nariz y pompas.

Ya no le debo a nadie.

Mis hijos estudian y yo sólo trabajo tres días a la semana. Les doy tiempo para que estemos juntos y me tengan confianza.

Soy feliz porque el trabajo sexual me ha permitido salir adelante. Eso sí, respeto a las mujeres que tienen padrotes.

Luchadoras de la vida

Las historias de Juana, Elena, Rocío, Amanda, Tomasa, Mariana, Anastasia y Camila, no representan la vida de todas y cada una de las trabajadoras sexuales. Sus testimonios fueron escogidos arbitrariamente por quienes han tenido oído para escucharlas y corazón para caminar a su lado en busca de la felicidad.

A algunas de ellas, el trabajo sexual les quitó algo en su vida. A otras, les aportó poco o mucho para salir adelante con sus hijos, como jefas de familia.  Y es que en la prostitución no todo es blanco y negro, no todo es dolor ni tampoco alegría.

El papel que deberían jugar las organizaciones de la sociedad civil que se acercan a las trabajadoras sexuales para rescatarlas, es preguntarles qué es lo que desean hacer con su vida y luchar con ellas por un mundo donde quepan muchos mundos.

Caminar preguntando, como nos lo han enseñado nuestros hermanos y hermanas zapatistas del EZLN, y no caminar salvando a las mujeres de sus propias decisiones.

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