– En la actual situación de Chiapas y del país: ¿qué significa la fe en este momento de su vida?
– Creo que no solamente para mí, sino para todo cristiano, es al mismo tiempo sostén, iluminación; y sin la fe, no tendría fundamento la esperanza.
Han sucedido muchas cosas en un lapso de tiempo muy corto. Hemos llegado a situaciones que jamás se hubieran creído hace dos o tres años, como el quemar viva a la gente, no por una venganza personal cuanto por una violencia colectiva de indignación por la falta de justicia. Desconcierta a muchas personas ver este deterioro y esa mancha de aceite grande que se extiende en el país en una forma tan rápida donde se conjuntan otros aspectos: narcotráfico, criminalidad, deterioro político, frustraciones, inducción de la violencia. Ante todo esto, si el cristiano no tiene una mirada de fe, no le encuentra ningún sentido a la vida.
A veces me ha parecido que el cristiano, el que tiene la luz de la fe, introduce una diferencia que él mismo percibe entre el creyente y el no creyente, como el que sabe leer y el que no sabe. El que no sabe leer, lo mismo le da tomar un libro al derecho que al revés, no significan para él nada los signos que están en el papel; pero el que sabe mínimamente leer, interpreta esos signos y les encuentra su sentido, lee lo que está sucediendo. Descubre el plan de Dios, y en el plan de Dios, también encuentra su responsabilidad en situaciones concretas. Por eso la reflexión de la iluminación, la cual hemos entendido a través de la experiencia, no tanto como una extraordinaria luz que aparece de pronto para que miremos para lo que va sucediendo y sepamos cómo conducirnos, sino más bien como una luz reflejada que viene desde el Señor a través de los acontecimientos históricos. Con esa luz, éstos cobran claridad y se pueden percibir de una manera diferente.
Después del Concilio, cuando la diócesis se empezó a mover en una dirección determinada, dentro de aquella óptica que Medellín proclamó como opción por el pobre, y que para nosotros, más que ser una opción teórica era una obligación concreta atender al indígena, pobre entre los pobres; cuando se empezó a tener un cierto despegue, un cierto movimiento y había críticas en torno, preocupaciones por dónde bamos, no pocas veces reflexioné si no era yo un ciego que conduce a otros ciegos. Pero cuando esa misma luz de la fe que nos había llegado, a través del Concilio, a dar determinados pasos obligados por las circunstancias, se confrontaba con el proceso de lo que había sucedido o estaba sucediendo en otras latitudes con una historia completamente diferente, mirábamos que otras Iglesias diocesanas no solamente habían avanzado dentro de los senderos que nosotros llevábamos, sino que los habían trascendido. Viniendo esto de distintas latitudes, decíamos: “es un soplo del Espíritu”, pues esa iluminación nos hacía sentirnos en comunión con estas Iglesias que llevaban caminos o puntos de partida diferentes, pero que tenían un punto de convergencia: los acontecimientos y la iluminación de la fe. Eso nos hacía sentir fuerza, tranquilidad y esperanza. Porque la fe es así, luz, pero una luz que a veces enceguece, que no se alcanza a percibir por la limitación del ojo humano, pero que si se sigue, se sabe que hay una iluminación que nos va haciendo percibir las cosas adecuadamente. Sin esta luz, el cristiano estaría totalmente perdido.
Creo que los hombres de fe, entendidos así, que se dejan llevar por la iluminación, que están dispuestos a caminar y a partir, aunque no haya claridad en ese momento, pero sabiendo que la luz está ahí, la percibirán y mirarán el panorama, pues esta luz ofrece no solamente la tranquilidad, sino también una esperanza firme hacia el futuro.
Publicado el 01 de Febrero de 2011