Trotamundos político

Fabrizio Lorusso

La Desunión Europea

La Unión Europea no es un país, pero tampoco una organización internacional propiamente dicha. La UE, como lo dice su nombre, es una Unión comercial, monetaria y, en parte, política, o sea un modelo de integración regional que se ha llamado “federalismo intergubernamental”. En otras palabras, no es un Estado-nación autónomo y tampoco es un simple acuerdo entre gobiernos, sino que es un hibrido y se puede definir como una entidad supranacional con cierta soberanía, bastante amplia, sobre todos sus integrantes en ciertos asuntos (política monetaria, comercial, arancelaria, circulación de mercancía y personas, etc…) y con soberanía limitada o inexistente, como conjunto, en otros campos (política militar, política exterior y de seguridad, entre otras).

Lo que tiene que ver con la economía y el mercado común funciona prácticamente como en un estado federal, mientras que los aspectos más sensibles para la soberanía de los estados miembros, como la defensa nacional, la seguridad y los asuntos exteriores, quedan en las manos de casa país. En el primer caso, las instituciones europeas como la Comisión puede emitir directivas que son inmediatamente eficaces en todo el territorio de la Unión y entran en vigor inmediatamente, mientras que para otros asuntos “más delicados”, como por ejemplo una intervención militar o una posición sobre problemas políticos internacionales, como las crisis en Siria o Palestina, siguen actuando los países por separado, o bien, vía concertación entre ministros plenipotenciarios y acuerdos intergubernamentales. La voz del representante de la política exterior y de seguridad europea, que en este momento es la italiana Federica Mogherini, cuenta más bien con un valor simbólico y “blando”, importante pero no efectivo en la geopolítica global.

¿Cuáles son las amenazas y rupturas que evidencian la desunión europea actualmente? Podemos recorrer la geografía del continente. De lado este los contrastes con Rusia, que se anexó Crimea y está en guerra con Ucrania, la cual a su vez es apoyada por la Unión Europea, en la provincia de Donbass, no prometen bien. La disputa en Ucrania y el “chantaje del gas”, es decir la palanca que Rusia tiene y aplica al resto de Europa para “dejarla en el frío” y suspender las exportaciones de gas a la UE, han sido instrumentos del hard power ruso y la UE ha podido responder con sanciones económicas. Por otro lado, en Siria tanto los Estados Unidos como la UE y los grupos rebeldes están debilitados y han perdido el partido, pues los ganadores en ese escenario son Putin, presidente de Rusia, y el dictador Assad de Siria, apoyado por éste. La crisis en Oriente Medio y el papel ambiguo de Turquía y de su cuasi-dictador presidente Erdogan no prometen nada buena para la UE. El distanciamiento turco de Estados Unidos y de Europa, así como sus intentos de acercamiento a Rusia y China muestran un cuadro diferente respecto de hace tan solo un par de años, cuando Turquía, a cambio de dinero, suscribió un acuerdo (infame) con la UE para contener a los flujos de refugiados sirios en su territorio y evitar que fuera e Grecia y a los países balcánicos. Sin embargo el dinero de la UE parece que sirvió más a apuntalar el régimen autoritario del sultán turco Erdogan, quien, tras el fallido golpe del verano de 2016, se ha dedicado a encarcelar arbitrariamente e periodistas, maestros, universitarios, congresistas y presuntos opositores políticos. Y la represión ha golpeado sobre todo a su eterno enemigo: la minoría curda. Definitivamente Turquía, que incluso hasta hace pocos años estaba en proceso para verificar la posibilidad de entrar a la Unión Europea, ya no representa un partner confiable para la desunida Europa.

De lado meridional está la brecha o fractura más grande: el Mediterráneo, un mar que ya no se considera simplemente una barrera física entre Asia, Europa y África sino que es la nueva frontera de la vergüenza y de la muerte, en la cual cada año miles de migrantes pierden sus vidas en el intento de cruzar en barco. El tráfico de personas es un negocio jugoso para los coyotes mediterráneos, que están en las filas del crimen organizado transnacional, y el fenómeno se torna incontrolable, pues países como Italia son dejados solos para encararlo y, además, del otro lado del mar hay estados fallidos, como Libia, que tiene tres gobiernos en conflicto y la presencia de importantes células del Estado Islámico en su territorio, o en grave crisis como Egipto y Tunes. En Libia los migrantes de África que son interceptados son encerrados en verdaderos campos de concentración.

De lado oeste, el del Atlántico, hay una fractura doble. Por un lado, la salida del Reino Unido con el voto del referéndum sobre el Brexit se formalizará dentro de pocas semanas y ya empezaron unas duras negociaciones entre Londres y Bruselas acerca de los numerosos asuntos pendientes, entre ellos el estatus de los ciudadanos europeos que viven en el Reino Unido y el tipo de relación económica del país saliente con el mercado único y los ex socios de la UE en general. Por otro lado, hay una brecha importante entre la Unión Europea y los Estados Unidos de Trump, quien se ha encargado de regañar con tono belicista a los socios europeos de la Alianza Atlántica, la OTAN, que según él no gastarían bastante en el sector militar y necesitan invertir en sus fuerzas armadas, y ha suspendido las negociaciones del TTIP (Tratado Transatlántico sobre Comercio e Inversiones), el equivalente del ahora muerto Acuerdo Trans-Pacífico o TPP. El frío encuentro entre Angela Merkel, la cancillera alemana, y Donald Trump sella un momento difícil de las relaciones euro-americanas.

Internamente, la Unión tiene fuertes diferencias entre los países del ex bloque soviético, de reciente incorporación, los cuales prefieren beneficiarse de las ventajas del mercado único y de las transferencias económicas desde Bruselas, pero son poco proclives a ceder soberanía y a limitarla sobre todo en temas de derechos civiles y respeto de los mayores estándares comunitarios sobre una larga lista de temáticas no solamente económicas. Además, no se ha resuelto el problema del Euro, que es una “moneda sin Estado”, y sigue vigente el distanciamiento entre Sur y Norte, entre países con deudas altas como Grecia, Italia, España, Portugal y, hasta cierto punto, Francia, y los países, como Alemania, Austria, Holanda o Suecia “más virtuosos” y con cuentas públicas más sanas. Dentro de este complejo enredo, la declaración conjunta que firmaron el pasado 25 de marzo los líderes de los 27 países de la Unión Europea, reunidos en Roma para celebrar los 60 años de los Tratados de Roma que dieron origen a la Comunidad Europea, quedó ambigua: por un lado, reafirma la unidad y la indivisibilidad de la UE, pero por el otro abre camino al principio de las “dos velocidades”.

En otras palabras, los países que aspiren a acercarse a un modelo federal de “Estados Unidos de Europa” y que puedan seguir profundizando la integración económica y, sobre todo, la política, podrán hacerlo, mientras que los demás seguirían en el mercado común, pero con menos derechos y menos ventajas, comparado con el núcleo central de países más integrados. Este principio de una Europa de dos o más velocidades se formuló interpretando la historia de la integración europea que, en efecto, comenzó como una “comunidad económica” limitado al sector del acero y del carbón, dentro de un bloque de tan solo seis países (Alemania, Francia, Italia, Holanda, Luxemburgo y Bélgica), y después fue expandiéndose gradualmente hasta abarcar casi todo el continente y muchísimos más ámbitos de la vida económica, social, política y cultural. Sea como sea, 60 años después de su fundación y a 72 años del fin de la II Guerra Mundial, que constituyó el gran aliciente para la integración y la búsqueda de una paz duradera en Europa, la UE está en la peor crisis de su historia y es un gigante decadente con los pies de barro. Aún no se vislumbran propuestas consensuadas, ni la clase dirigente actual parece tener la capacidad para formularlas, con el fin de superar el modelo económico-social ortodoxo de austeridad y gobierno de facto de las finanzas internacionales que ha deteriorado la “Europa social” y las condiciones laborales y de vida de la mayoría de los ciudadanos, al seguir una lógica tecnocrática e instrumental. En este sentido, los resultados de las elecciones de este año en Francia y Alemania, así como las de 2018 en Italia, podrán ayudar a los analistas en la ardua tarea de prever el futuro de la construcción política europea.

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