Explosión de energía e indignación en defensa de la educación en Roma

Tiziana Perna Traducción: Marcela Salas Cassani Foto: Simona Granati

Manifestacion

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Roma, Italia. Esta es la historia de un hombre, de una mujer y de una escuela. Esta historia atraviesa el siglo pasado, hasta llegar a nuestros días en Italia. Y es también la historia de niños y niñas, de tres a diez años, que vivieron por tres días dentro de su escuela, ocupándola. Y es también la historia de un pedazo de esta ciudad de tarjeta postal, que es Roma. Y de periferias.

La “Flaminia Guidi” es una escuela pequeña, pública, en donde se usa el método Montessori. Desde las ventanas de la escuela se ve un acueducto romano, siglos de historia e ingeniería. Sólo mirando por la ventana, se aprende. Las aulas dan hacia un pequeño jardín, al interior del Parque de los Acueductos, periferia sureste de Roma. Dentro de los arcos del acueducto romano, inmigrantes provenientes del centro y sur de Italia construyeron sus barracas en los años setenta. Quien arribaba a Roma y no tenía otra cosa que los propios brazos y los propios hijos, improvisaba viviendas hechas con cualquier cosa: cartón, madera y clavos; por techo, un arco construido siglos antes. Los hijos del Acueducto Feliz crecieron a pan y en barracas, estigma social que los seguía dondequiera que estuvieran, sobre todo en la escuela. Ellos iban a clases especiales, clases separadas, que luego fueron abolidas por el sistema educativo nacional, a las que se enviaba a los pobres, los diferentes, precisamente a los habitantes de las barracas. Un apartheid educativo que los marcaba como el fuego.

Se encontraron en su camino sin futuro a Don Roberto Sardelli, hombre de la iglesia, que decidió ir a vivir a una barraca con ellos. Y quien dentro de una choza, fundó una escuela. La escuela Barraca 725, por el número escrito con lápiz que cada barraca tenía. Cada día, Don Roberto hacía una escuela para los niños y jóvenes de las barracas. Una escuela después de la escuela, una escuela diferente a su escuela. Una escuela en donde se enseñaban materias llamadas Futuro y Derechos. Don Roberto y los jóvenes de la escuela barraca escribieron una famosa carta al alcalde de Roma, con el título «No estar en silencio», un imperativo moral que guió los pasos de los niños hasta la edad adulta.

En 1896, María Montessori fue una de las primeras mujeres en titularse en Medicina en Italia. También ella, en su camino de científica, encontró niños y niñas marcados socialmente por problemas psíquico. María Montessori se puso del lado de los últimos, niños ignorantes y cerrados, considerados incapaces de aprender. A partir de ellos, desarrolló un método científico y pedagógico aplicable a todos, y que después se volvió famoso en el mundo entero. En 1907 fundó en Roma, en el distrito pobre y popular de San Lorenzo, la primera “Casa de los niños”, no una escuela para los niños, sino una escuela de los niños, donde el espacio, los materiales, así como los muebles, respondían a la exigencia y a la facultad que cada niño posee: una innata predisposición para el aprendizaje. María Montessori revolucionó teorías pedagógicas y científicas, poniendo en el centro al niño y su derecho al aprendizaje y a la conciencia,  eliminando los filtros que la mirada adulto había querido posar sobre la infancia, que ella definió como “la verdadera cuestión social de nuestro tiempo”.

En 1957 Flaminia Guidi, alumna directa de María Montessori, fundó en el mismo distrito de la escuela barraca su “Casa de los niños”. Flaminia Guidi, hoy considerada la maestra de las maestras Montessori, se convirtió en un punto de referencia en el distrito para miles de niños y niñas, y para todos aquellos padres que creían en el método Montessori. Es junto a ellos que la señorita Guidi salió victoriosa en numerosas batallas, la primera de las cuales fue el reconocimiento público de su escuela, que no era una escuela más de élite, sino una escuela abierta a todos los niños y niñas, sin distinciones sociales ni económicas.

En 2011, siguiendo los pasos de la señorita Guidi y de María Montessori, padres y maestros, niños y niñas, ocuparon su escuela para defender una vez más aquellos principios básicos que guiaron la vida de estas dos extraordinarias mujeres.

La así llamada “Reforma Gelmini”, por el nombre de la ministro Mariastella Gelmini, quien se ocupa de escuela, universidad e investigación, es el instrumento por medio del cual el gobierno de Berlusconi está concretamente destruyendo, pedazo tras pedazo, todo el sistema educativo público italiano, desde la escuela primaria hasta la formación universitaria. Una ley ideológica, que a través de un sistema de recortes impresionantes, busca hacer retroceder décadas a la escuela pública en Italia.

En el plan trienal 2009-2012 se estima que la ley Gelmini ha llevado a la cancelación de 87 mil 440 cátedras y  a la pérdida de 44 mil 550 puestos de trabajo del personal administrativo. El despido masivo más grande en la historia italiana. Esto está llevando a consecuencias desastrosas, de modo que en las escuelas públicas de Italia comienza a faltar de todo: la posibilidad de asegurar una adecuada manutención de los edificios a tal punto que las escuelas italianas se encuentran entre las menos seguras de Europa, el personal administrativo, el material didáctico, el personal de apoyo para niños con capacidades diferentes, los proyectos de integración, las salidas fuera de la escuela. Hacen falta sobre todo maestros, con la consecuencia de que las clases están cada vez más llenas de alumnos, y grupos de 27 ó 28 niños significan una escuela menos segura en la que se aprende menos, en la que quien tiene alguna dificultad es simplemente dejado atrás. Una escuela que no logrará garantizar la plena satisfacción de unos de los principales fundamentos de la Constitución Italiana: el derecho a una instrucción gratuita y de calidad, y el deber del Estado de remover cualquier obstáculo social o económico para satisfacer tal derecho.

Frente a este desastre, la escuela pública italiana se moviliza desde hace tres años entre el silencio de los medios de comunicación y la indiferencia de la clase política.

Al volver la propia mirada hacia abajo, como lo hicieron hace muchos años Montessori, o, más recientemente, Don Roberto y la señorita Guidi, no queda quien no continué haciendo su trabajo con pasión y rigor, así como aquellos padres que no se rinden ante un no-futuro para sus propios hijos.

En la pequeña escuela “Flaminia Guidi”, la reforma Gelmini recorta maestras y la posibilidad de continuar aplicando el método Montessori. Aquí se trabaja en clases abiertas, en los corredores, en el comedor, en todos lados. Aquí, los niños saben que todas las maestras son sus maestras y que desobedecer aunque sea sólo a una significa penalizar a todas. Pero aquí como en otras escuelas, no nos resignamos. Si en los años 80 los padres de familia, junto a la señorita Guidi ocuparon la escuela para tener espacios adecuados, hoy se ocupa la escuela porque sigue existiendo.

En mayo de este año, después de una larga serie de manifestaciones y directores, los padres, los niños y los maestros ocuparon la escuela, permaneciendo dentro durante tres días. En estos tres larguísimos días la escuela se avivó con tantas iniciativas y tantas personas. Todos participaron, cada uno dio alguna cosa. Una explosión de energía y de indignación. En los corredores improvisados como dormitorios, los niños jugaron y crearon, padres y maestros discutieron, organizaron talleres, momentos de música y socialización.

En tanto, vino a visitarnos y a apoyarnos, y fue recibido con un largo y recíproco aplauso, el cortejo en defensa del agua pública, por la cual los ciudadanos italianos votaron el 12 y 13 de junio, dando una sonora bofetada al gobierno contra la privatización del agua y contra el retorno de la energía nuclear. Un aplauso recíproco para reiterar que los intereses mutuos de los beneficios deben permanecer fuera del agua, así como de la escuela.

En estos tres días también Don Roberto Sardelli nos vino a visitar. Desde el jardín de la escuela, de donde se ven los arcos del acueducto, que un tiempo fueron barracas, nos exhortó a no dejar nunca de defender el futuro, y con ello la dignidad y los derechos de las nuevas generaciones, a no rendirse, a continuar haciendo nuestro “No estar en silencio”, aun cuando parezca que ninguno está dispuesto a escuchar.

En un seminario organizado durante estos tres días por algunos padres, una instalación reproducía los valores fundamentales de las escuelas públicas italianas. Niños y adultos fueron exhortados a poner piedras de colores sobre aquello que tenía algún significado para nosotros. Los niños caminaron entre los carteles hasta detenerse, casi todos, a dejar su piedra bajo uno de ellos en el que estaba escrita una sola palabra: Futuro.

Niños así, difícilmente hallarán el modo de estar en silencio

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