Trotamundos político

Fabrizio Lorusso

Europa se viste de negro

Europa corre peligrosamente hacia un agujero doblemente negro. Negro por su color político predominante, ligado al neofascismo soberanista y xenófobo de las derechas extremas que crecen viral e imparablemente en Francia, Italia, Inglaterra, entre otros. Y negro también porque todo, el espacio y el tiempo de la Europa desunida, confluye en él, rápida e inevitablemente, para ser absorbido, sin que se vislumbre una idea del después.

Por un lado en Francia la candidata a la presidencia, Marine Le Pen, ve aumentar paulatinamente sus consensos y ahora sólo queda el político conservador Emmanuel Macron (una opción no muy alentadora, de todos modos) para hacerle frente, a menos de que no se junten los partidos de izquierda en una sola coalición, lo cual aún no es seguro pero podría garantizar una victoria a los progresistas. En España, con la confirmación de Pablo Iglesias como líder de Podemos, eso no va a ocurrir, por lo pronto, pero en Francia hay más posibilidades de unión con fines electorales. El pasado 5 de febrero en Lion arrancó la campaña de Le Pen con un programa simple y claro, de ruptura total: cancelar la reforma laboral neoliberal del presidente saliente Hollande, salir de la moneda única, del Euro, de la Unión Europea y de la OTAN, la Alianza Atlántica. Si hace unos meses podría parecer un plan maximalista, sobre todo por lo que atañe a una política exterior aislacionista y nacionalista, hoy en día se trata de una opción cada vez más realista y hasta apetecible para muchos franceses y muchos europeos, en general. Tras la victoria de Trump y del Brexit, las “izquierdas” neoliberales europeístas se han replegado (los socialistas franceses están en su peor crisis y el Partido Democrático italiano está fraccionado y sin rumbo) y las izquierdas democráticas y las extraparlamentarias no alcanzan, por ahora, una masa crítica comparable con las derechas extremas.

Y los mercados financieros, sensibles frente a los vaivenes políticos, señalan que el spread, el diferencial entre los rendimientos de los títulos públicos alemanes y los equivalentes bonos de otros países que funciona como medición de la estabilidad de un país europeo frente a Alemania, ya alcanzó los niveles máximos de los últimos 4 años en Francia, tras la llamada de Le Pen a salirse del Euro y a realizar una Frexit (salida de Francia de la UE), y el máximos de los últimos tres años en Italia, por la endémica dependencia del país de su insostenible deuda pública. También el estado español está padeciendo presiones sobre los rendimientos de sus bonos y ve agrandarse la brecha con respecto del referente alemán.

En conclusión de la cumbre europea de Malta, la cancillera alemana Angela Merkel anticipó que en la siguiente reunión de líderes de la UE para los 60 años del Tratado de Roma (1957) se podría hablar de establecer una Europa a más velocidades, es decir, con diferentes niveles y profundidades en la integración según el área. Una Europa de primera y una de segunda división, Seria A y Serie B (¿Sur/Mediterráneo – Norte? ¿Este – Oeste?), dirían los futboleros italianos. ¿Tiene sentido acelerar el proceso de integración sólo para algunos países sin modificar lo que no está funcionando del modelo ordoliberista aplicado bajo mando alemán? El estrechamiento de los vínculos entre países y con la “locomotora alemana” ¿constituye una panacea para quitar aliento a las derechas neofascistas y al malestar real de sectores crecientes de la población?

Pese a que estas interrogantes son apremiantes y radicadas hace tiempo en el debate, las élites políticas germanas y las tecnocracias europeas no han hablado seriamente hasta la fecha de volver a diseñar la Unión, sino que parece tratarse simplemente de estrechar lazos entre quienes, por elección obligada, dependencia, o bien por conveniencia política, quieran aceptar el apretón del gigante alemán. Pero sin recuperar la dimensión social y solidaria originaria de la Unión y la defensa del trabajo, su valor, dignidad y, especialmente, su correspondiente monetario o salario, y sin un cambio de modelo en las relaciones de Alemania con el resto de los países, el riesgo es el de provocar un suicidio colectivo.

El país central de Europa ha estado obteniendo surplus a costa de la construcción unitaria continental, pues por ejemplo fueron el BCE y las arcas de la UE a refinanciar el déficit griego en el cual estaban arriesgando capitales sobre todo los bancos alemanes y, además, hay contenidos y prácticas fuertemente mercantilistas en la tracción alemana de Europa. Hay una percepción y una realidad hechas de injerencias y violaciones a las soberanías de cada país, que van bastante más allá de las prerrogativas normales y aceptadas en una Unión monetaria y económica cuasi-federal, que envalentonan y enardecen el discurso derechista y antieuropeo de los partidos de corte neofascista.

Ahora que el modelo neoliberal sin frenos es puesto en jaque, al nivel del discurso político por lo menos, en Estados Unidos y el Reino Unido, y es sustituido por programas probablemente no menos nefastos para los más débiles y los más golpeados por la crisis de 2007-2009, se abren espacios para dos vías: el agujero negro de la profundización sin más, sin reformas y sin cambios, del proyecto europeo bajo conducción alemana, o una difícil pero necesaria inversión de rumbo y de tendencia para pensar en un proyecto, quizás algo utópico a la fecha, de tipo social, democrático, solidario, laborista e incluyente que prescinda del interés nacional alemán, francés o de los ejes cambiantes en las mazmorras políticas de Bruselas. En este sentido, el mantenimiento de la Moneda única no debe ser un dogma, pero se puede concebir aún dentro de la UE y para recuperar márgenes de maniobra, no para encerrarse, a la manera de la derecha lepenista, en una especie de autarquía belicista y racista “para el pueblo francés”.

@FabrizioLorussoLamericaLatina.Net

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