En Acteal, 15 años después de la masacre, es la vida la que tiene la última palabra

Adazahira Chávez Fotos: Marcela Salas Cassani

Acteal, Chiapas. Entre cantos, humo de copal, nubes y una ceremonia religiosa, los tzotziles deLas Abejas de Acteal conmemoraron a las 45 víctimas del ataque paramilitar del 22 de diciembre de 1997.

El centro de la conmemoración se ubicó en la ladera de uno de los innumerables cerros que componen la zona de Los Altos de Chiapas. Después de pasar por Chamula y Chenalhó, donde las construcciones reflejan la llegada del dinero migrante y de los programa gubernamentales, con edificaciones de cemento con columnas a la entrada, el camino desemboca en Acteal, donde se observan desde lo alto los grupos de casas que hace 16 años nacieron como campamentos de los indígenas desplazados por la violencia paramilitar.

A la entrada, una pequeña manta recibe a los cientos de visitantes que acompañan a la organización pacifista en el encuentro denominado “Frente a la guerra de desgaste, a compartir procesos de lucha”, que concluye hoy con esta ceremonia. Llegan hasta aquí sociedad civil de Chiapas y Argentina, de Texas y Holanda, de Suecia y Morelos, de Ciudad Juárez y Cancún, de España y Puebla, y del Distrito Federal. Filas de silenciosas pero sonrientes tzotziles les ofertan pequeños tamales, frutas y bordados, mientras niños y niñas merodean por todos lados y suenan cohetes, flautas y tambores.

La explanada techada, donde se celebra también el 20 aniversario de la creación de Las Abejas, está construidaal lado de la ermita donde ocurrieron los asesinatos, y mira al vacío; sólo se ve la neblina al fondo. Los olores del copal y de la juncia que cubre la explanada inundan el escenario, donde al fondo y a un lado están algunas autoridades eclesiales encabezadas por el obispo auxiliar de la Diócesis de San Cristóbal; y la mesa directiva de Las Abejas, presidida por Porfirio Arias. Al otro el coro de Acteal, creado en 2010. Complementa el cuadro una fila de mujeres tzotziles con sus trajes tradicionales, de larga falda oscura y blusa y rebozo bordados en morado y rojo. Al centro se levanta una cruz, rodeada por otras cruces de madera en el piso, 49 veladoras que representan a las 45 víctimas y a los cuatro que aún no nacían, flores, naranjas y calabazas y, en un flanco, la Virgen de la Masacre. La sociedad civil y pobladores de Acteal siguen el acto desde las gradas.

Por parte del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad ofrece un saludo el padre de Melchor Flores, joven desaparecido en Monterrey; también llega un mensaje de Alberto Patishtán y de los Solidarios de la Voz del Amate -en la voz del hijo de Patishtán- y del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, entre otras organizaciones. Tambores de Simojovel y canciones del coro en tzotzil y castilla se intercalan entre los saludos, intervenciones y una obra de teatro que da vida al trágico episodio frente a los ojos de niños y adultos.

Xibalbá, el reino maya del inframundo, se encarna para Las Abejas en la estrategia contrainsurgente del gobierno, señalaron en su mensaje central. El nombre de las autoridades militares y civiles responsables de la masacre también se recuerda aquí, así como los calificativos que hace 15 años les espetó el gobierno de Zedillo cuando quiso disfrazar el crimen como un conflicto intercomunitario: salvajes, violentos, irracionales, les dijo. Y denuncian también la continuidad de los paramilitares, los responsables identificados con nombre y apellido, que después de ser liberados se pasean armados por la zona. “Son nuestros familiares, pero engañados por la ideología del gobierno”, señala el orador. La impunidad, dicen, hace que sea posible que se repita la tragedia en algún momento.

Mientras se desarrolla el acto, un joven extranjero hace dinámicas grupales con una decena de adolescentes del lugar. Debajo de la explanada, un espacio cargado de los sucesos, guarda las fotos con nombres de las víctimas de la masacre, así como sus placas fijadas al piso, ataúdes de cartón y veladoras encendidas. Una cruz en la pared recuerda los nombres de los integrantes de las familias de los asesinados. Las jóvenes ríen discretamente mientras juegan frente al mural que representa a los obispos Samuel Ruiz y Raúl Vera.

El frío y el humo envuelven a los asistentes, que siguen atentamente cada intervención, mientras se alista la celebración religiosa que dará fin al acto. “¿Por qué cantamos?”, preguntó el moderador del lugar. “Porque el río suena, hay sobrevivientes, hay pueblo, hay futuro, y es la vida la que tiene la última palabra”, se respondió.

 

 

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