El transporte público en París

Texto: Manue para el colectivo RATP Traducción: Tania y Mik

El boleto de transporte: excusa para el control policiaco y la violencia social

El transporte público representa un lugar privilegiado para la experimentación de las políticas de seguridad. Para nosotros, el único objetivo que tiene el boleto de transporte es el control de movimiento de la población, especialmente el control de los más pobres.

Desde finales de los años 90, hay una multiplicación y acumulación de leyes de seguridad que tienen que ver con  el transporte público. Como es el caso de la ley de seguridad más reciente llamada Loppsi 2. Sin  embargo el paso más grave se dio cuando la ley de seguridad cotidiana, fue aprobada e impulsada en noviembre de 2001 por el gobierno de la coalición de izquierda con un ministro comunista encargado del transporte. Esta legislación restablece la prisión por deudas (cuando se multa a una persona por no haber comprado su boleto de trasporte): el delito de fraude repetitivo permite a los jueces dictar sentencia hasta por seis meses de prisión y siete mil 500 euros de multa a una persona que ha acumulado más de diez multas en un periodo de 12 meses. Desde su puesta en práctica, varias sentencias de prisión fueron dictadas, siempre contra los más pobres.

Estas leyes refuerzan y fomentan prácticas particularmente violentas de los organismos de transporte. La RATP[1]y la SNCF[2] colaboran de manera estrecha y regular con las fuerzas represivas del Estado. Estos organismos han creado policías privadas, que no dudan ni un segundo en requisar el autobús y llevarlo a la comisaría de policía para entregar a las personas que no presentaron boleto de transporte o entregar a los inmigrantes indocumentados a las autoridades. De esta forma, el transporte público juega el papel de zona fronteriza. Los medios de comunicación están involucrados en esta propaganda anti-pobres. Los incidentes de violencia relacionados con el control del transporte en las zonas populares son aprovechados por los medios de comunicación para estigmatizar a estas personas y justificar así las lógicas de seguridad que actualmente se practican. Por último, es el lugar donde pasamos el mayor tiempo bajo vigilancia constante, rodeados de anuncios de publicidad que buscan manipular nuestra imaginación, donde las tecnologías de la guerra son cada vez más comunes, donde el miedo al otro y el mandato que exige que nos comportemos de la manera que ellos esperan, se expande.

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