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El 11 de marzo será para los japoneses otra fecha que recordar con tristeza, una fecha ligada a un desastre de proporciones jamás vistas desde la última guerra. Y esto en el país mejor preparado del mundo para enfrentar fenómenos devastadores como los continuos sismos. En efecto, Japón tiene una ubicación particularmente desafortunada, pues se encuentra en una zona geológica muy activa dada la presencia de tres placas que tienen movimientos diversos y, por lo tanto, fallas muy dinámicas. Esto explica por qué éste es probablemente el país con mayor riesgo sísmico del mundo.
Dentro de este contexto general, el terremoto del 11 de marzo representa el evento más catastrófico registrado en Japón desde que iniciaron los registros sismográficos y el cuarto sismo más violento de todos los tiempos, con un momento de magnitud de nueve grados y una duración temporal particularmente larga (cerca de cinco minutos), con una liberación de energía realmente excepcional. Sin embargo, la verdadera mala suerte de Japón es que las fallas se encuentran en el mar y a poquísima distancia de la costa, por lo que los sismos más violentos con el enorme estallido que provocan, originan muy a menudo enormes olas llamadas en lengua japonesa tsunami. Para hacer una comparación con otro evento de este tipo, basta pensar que varias de las réplicas tuvieron más fuerza y duración que el terremoto de L’Aquila (Italia).
Aquí, a pesar de la enormidad del terremoto el 90 por ciento de los daños materiales y casi la totalidad de las víctimas se atribuyen a la enorme masa de agua que se esparció en las costas frente al epicentro del terremoto: en las costas orientales del Tohoku; en la Prefectura de Fukushima; en la de Miyagi y en la de Iwate.
Y precisamente en Fukushima se encuentra el más grave peligro, el proveniente de la central atómica de Fukushima Daiichi. Sin embargo, pocos han informado que las centrales de la zona eran en realidad cuatro: Fukushima Daiichi, Fukushima Daini, Onagawa e Tokai, más un centro de reprocesamiento en Rokkasho. Y son justo los medios de información los que han dado una imagen parcial y a menudo distorsionada de lo que ocurrió en Japón.
Por ejemplo, se creó una verdadera psicosis entre los extranjeros residentes en relación a las fugas de vapores radiactivos, cuando los órganos oficiales de control a nivel internacional comunicaban a través de boletines que a causa de los vientos que soplan siempre en dirección al océano, el 80 por ciento del Japón se vio menos “golpeado” que las costas americanas, con toda lo que implica el término “golpeado”.
Estudiando mejor estos índices, es posible decir que actualmente aquel vapor se ha diluido homogéneamente en porcentajes infinitesimales en todo el planeta, y, de hecho, es apenas detectable y del todo inocuo. Pero aún así, los periódicos de Europa, Estados Unidos y otros países están hablando de la “nube”.
En la red se confrontan dos grandes alineaciones facciosas: aquellos que saben que Japón existe por alguna que otra caricatura, por la electrónica o por el rico sushi de los fines de semana, y que de pronto se han enterado de todo aquello que la prensa del dolor y la catástrofe ha transmitido a cualquier precio al grueso del público. Y un segundo grupo, formado por personas que por varias razones conocen mejor el Japón y que, por tanto, lo aman más. Y cuando se ama, también se defiende más.
Japón es un país que vive en el futuro, pero que al mismo tiempo, logra manejarse siempre según dinámicas extremadamente previsibles y ligadas a su historia milenaria. Y lo que ha ocurrido en estos días no es una excepción.
De hecho, el japonés es un pueblo acostumbrado a luchar inflexiblemente contra la historia, la naturaleza e incluso contra sí mismo. Es, en efecto, un pueblo que desde una zona periférica del mundo, desde una condición sin esperanza (véase, para comprender, el último evento bélico mundial) ha sabido levantarse de manera prodigiosa, pero sobre todo, con orgullo. Porque aquí, el sentido de nación, el sentido de pueblo, es parte vital de la existencia de un japonés. Incluso la pertenencia a una empresa llega a ser casi siempre una finalidad en la vida.
Es pues, un pueblo que desde siempre ha luchado contra un territorio difícil del transitar, lacustre y pantanoso, y además objeto de violentísimos sismos, tsunamis y tifones. Con bastante frecuencia, los japoneses usan una palabra “especial”, shouganai o de manera más elegante shikata ga nai 仕方がない. Éste es un término usado por los japoneses para hacer frente a las calamidades y se puede traducir en nuestra lengua como “es inevitable, no se le puede hacer nada”. Esta frase, que puede ser vista como la apoteosis del fatalismo, ha sido también su fuerza. A lo inevitable han respondido siempre, pero pagando altos costos.
En suma es un pueblo que ha luchado y lucha contra sí mismo, y en su granítica unidad ha acunado en el último siglo y medio diversas almas: una conservadora, cerrada, tradicional, y otra negociadora e híper-capitalista con influencia estadounidense.
La japonesa es entonces una democracia que nació, creció y ha vivido en un nacionalismo casi espiritual que, sin embargo, recientemente se ha apegado a lógicas capitalistas que, en realidad, de espiritual tienen muy poco. Es cierto que el “éxito” por sí mismo y ante el mundo se ha convertido en una misión común, pero al mismo tiempo una ocasión para esfuerzos no impugnados y avalados. Para comprender, en esta democracia, manteniendo un propósito común, las elecciones eran hasta hace poco tiempo, la designación formal de un guía, y la palabra “jefes” era a menudo una expresión de oligarquías casi familiares. No entro en el tema de la actual crisis política porque ello ameritaría un discurso aparte, toda vez que cuanto se ha dicho sirve sólo para hacer entender el espíritu con el cual regularmente se hace frente a los problemas en el país.
De cualquier modo, todo tiene un precio y el precio pagado por este país para ser lo que es hoy ha sido notable. De hecho, es innegable que decisiones tales como la cementación de los cauces fluviales y las costas, y la apuesta por la energía nuclear hoy incidan considerablemente.
Los lados positivos que pueden reconocerse claramente en este acontecimiento son la muy notable fuerza de este pueblo y su sorprendente capacidad de responder a las emergencias. Por ejemplo, a sólo dos semanas del desastre que literalmente barrió con todo y comprometió infraestructura y vías de comunicación, el 80 por ciento de los servicios han vuelto a estar en operación.
Otro elemento positivo de este gran pueblo, es la dignidad y la ecuanimidad que mantiene aún en las horas más difíciles. Todos conocemos los acontecimientos de L’ Aquila, y todos sabemos cómo los italianos reaccionamos ante ciertas situaciones. Y no pretendo con esto expresar un juicio, se trata tan sólo de una constatación de que son culturas y modos de ser muy diferentes.
Pues bien, las víctimas japonesas del terremoto (las víctimas de Tohoku, porque en Kansai y Okasa las cosas fueron de otro modo) aún tristes por sus seres queridos desaparecidos y por haber literalmente perdido todo, expresaron con ecuanimidad estoica sus sentimientos y su desaliento, y regalaron a los socorristas palabra de elogio y profundo agradecimiento.
También aquí hay controversias y creo que las seguirá habiendo, pero como tradición hay un momento para estar juntos (véase el discurso del propio emperador) y uno para afilar las espadas de la responsabilidad.
Por otro lado, al buscar lo negativo que emergió de esta historia, la atención se posa sobre la cuestión nuclear. Aprovechando estos sucesos, se ha indagado entre las más variadas fuentes: desde reportes de organismos internacionales, hasta informaciones de órganos de prensa local, llegando incluso a archivos de noticias técnicas y legales ligadas al tema nuclear.
La impresión general es que lo nuclear, como en cualquier parte del mundo, ha sido y será un gran negocio, y donde hay dinero, o mejor dicho, tantísimo dinero, se anidan también distorsiones y “ligerezas deseadas”. Y esto, si bien de modo diverso, pasa donde quiera. La misma agencia internacional de asuntos nucleares es sinceramente un órgano de eficacia dudosa, y, de hecho, ignora casi cualquier cosa que sea enviada, en especial por los países “importantes”.
Pero aquí hablaremos sólo de Japón, y en el Sol Naciente la energía nuclear es un recurso vital, imprescindible. De hecho, es uno de los puntos basilares del vertiginoso desarrollo económico que tuvo este país durante los años de la posguerra y hasta los años que precedieron el estallido del gran boom económico nipón (alrededor de 1991). Hoy, la producción de energía nuclear tiene un valor récord: cerca del 30 por ciento de la energía producida en todo el país. Éste es un motivo por el cual la energía eléctrica tiene un costo ridículo si se compara con los costos en Italia, y por el cual las empresas, pero también las ciudades y negocios se ven, en comparación con nuestras empresas homólogas, mucho más desarrolladas.
En lo específico, este desastre ha revelado claramente el “lado oscuro” de la producción de energía nuclear japonesa e indirectamente del híper-capitalismo del Sol Naciente. Algún despabilado habrá notado cómo el primer ministro Naota Kan se presentó confundido, e incluso a veces como un personaje secundario en los acontecimientos del reactor de Fukushima. Y estamos hablando de un jefe de Estado. Y mientas los periodistas agregan detalles inventados a diestra y siniestra, ninguno puede explicar por qué un jefe de Estado en los momentos de emergencia en los reactores, se presenta en la sala de reuniones de una compañía de nombre TEPCO interrumpiendo una reunión operativa para preguntar: “¿Qué está sucediendo aquí?” Y nadie se interroga sobre el hecho de que el mismo primer ministro en un cierto punto irrumpió, en un contexto informal, con una afirmación inquietante: “Éstos de aquí hablan primero con los periodistas que con el gobierno nacional…”
Así es; antes de entrar en detalles quisiera que se comprenda que uno de los aspectos más inquietantes de la energía nuclear japonesa es que es privada. Porque aquí, en un país que ha abrazado el capitalismo extremo, todo está privatizado.
Entonces, es comprensible que la TEPCO, es decir, la Tokyo Electric Power Company, sea una de las tantas compañías propietarias de las plantas nucleares del país y, de hecho, sea la más poderosa y rica del país con ventas anuales de cerca de 5,500 billones de yen (casi 50 mil millones de euros) y una producción de energía anual ¡equivalente a la producción anual de toda Italia! Y todo en manos privadas, de una empresa, de pocos hombres de negocios.
Por otro lado, en Japón no ha habido jamás un verdadero periodismo de investigación. Casi siempre el periodismo es parte del sistema y es funcional; por ello, salvo las ocasiones en que se alza la mano por algún escándalo (a menudo controlado desde el origen), no es demasiado “fastidioso”. En otras palabras, es un sector cultural importante e incluso cualitativamente elevado, pero no es autónomo del sistema, y del resto no podría ser diverso, pues el sistema televisivo es casi todo privado y cuidadosamente patrocinado por los grandes grupos financieros entre los que obviamente están los señores de la energía nuclear. Prueba de ello es la ausencia de periodistas que escriban algo diverso de lo que comunican los boletines oficiales, y ninguno, antes que se dijera de manera oficial, ha tenido el coraje de escribir aquello de lo que ya se tenía certeza en Fukushima apenas pocos días después de las primeras fugas de vapores. De modo que, en el mundo periodístico nipón todo parece muy apagado, salvo afilar las cuchillas cuando se termine el periodo de emergencia y comience el de la responsabilidad, al menos de aquellas que se quieran hacer valer.
Volvamos entonces al tema: el lado oscuro que se descubrió luego del asunto de Fukushima, pero antes un poco de historia.
La TEPCO como otras empresas similares no fue nunca una compañía que brillase por la transparencia. Poco recuerdan, incluso en Japón, que en agosto del 2002, el gobierno japonés denunció a la TEPCO por exhibir falsa documentación durante algunos controles de seguridad en sus instalaciones. Y según parece, esto estuvo sucediendo ininterrumpidamente ¡desde 1977! 25 años de “alegre” gestión, donde la regla oficial era benéfica a los riesgos “razonables”. Sin embargo, después de un cambio en los vértices, la situación mejoró: el nuevo presidente (cercano también a la política) se disculpó públicamente hasta que en 2005, con la bendición del gobierno, fueron abiertas algunas plantas que habían sido secuestradas tres años atrás. En los años posteriores, efectivamente, las cosas mejoraron, pero salieron a la luz noticias de diversos incidentes ocurridos en silencio. Por ejemplo, hechos relativos a la gran planta de Kashiwazaki-Kariwa en las inmediaciones de Niigata. También aquí, la planta tuvo grandes dificultades a causa del terremoto de seis punto seis grados en julio de 2007. También aquí, se sabe que hubo un derrame de agua radiactiva, pero no se conoce mucho más al respecto.
Volviendo al presente, las plantas de las que se ha hablado en este terremoto/tsunami han sido cinco, pero de una se ha tenido cuidado de no hablar en Japón, mientras que los encabezados internacionales han, extrañamente, profundizado en esta cuestión (quizá porque no están controlados por TEPCO, pero en realidad no lo sé). La planta a la que me refiero son las instalaciones de reprocesamiento de Rakkasho en Amorai, heredera de la planta de Tokai.
Esta planta fue pensada en los años 80 del siglo pasado, pero maduró hasta la década siguiente con enormes inversiones, al parecer unos 30 mil millones de euros. Sus actividades fueron presididas por Nihon Gennen, también conocida como Japan Nuclear Fuel Ltd., otra de las 12 grandes sociedades que tienen en sus manos el negocio nuclear, y que son privadas.
En Rokkasho se desarrollan y pronto se impulsarán actividades vitales para el ciclo nuclear nipón, como el enriquecimiento de uranio o el reprocesamiento de uranio usado para la producción de plutonio y MOX. Pero aquí quisiera enfocar la atención en dos datos: quienes están a cargo de la planta han declarado que las estructuras son seguras y por lo tanto certificadas para sismos de seis punto cinco grados de magnitud con un margen límite de seis punto nueve grados. A esto se agrega que actualmente en Rokkasho hay almacenadas tres mil toneladas de uranio usado altamente radiactivo.
No faltaron las protestas, pero no obstante éstas, la tranquilidad transmitida por los medios de información, las empresas y los científicos, a menudo condescendientes, convenció a todos de que en la zona los sismos con magnitudes de siete u ocho grados no podrían ocurrir. Hoy, basándonos en los hechos, podemos decir que los acontecimientos de Fukushima Daiichi son graves (aunque de esto se esté ocultando mucho en estos días), pero que un epicentro más cercano a Rokkasho, habría tenido consecuencias muy diferentes.
Podríamos continuar con otros acontecimientos ligados a la energía nuclear, pero sería repetir la misma cosa. Es evidente que los dirigentes, proveedores como Toshiba, Hitachi, General Electric, etcétera, medios de comunicación que viven del patrocinio y la política forman, con matices diversos, un grupo con gran poder. Terminaré volviendo al pueblo japonés. Un pueblo orgulloso y, en el sentido cívico y comunitario, fuera de lo común, que está viviendo horas difíciles, pero que, como lo enseña la historia, logrará superar. Sin embargo, las incógnitas y riesgos que conscientemente o no ha aceptado este pueblo se encuentran entre los más elevados del mundo. El precio por un lugar en el Sol.
Publicado el 01 de mayo de 2011