El espectro de Samuel Ruiz: postales de El Tatik
Hay rebeldes con causa que, aún en vida, logran escamotear las leyes de la física y multiplicarse como panes y peces, para estar presentes de manera simultánea en los territorios y momentos más apartados e insospechables. Samuel Ruiz fue sin duda uno de ellos. Acaso por su convivencia durante cuatro décadas junto a los pueblos mayas -para quienes las distancias entre tiempos históricos y espacios vitales no tienen la misma significación que en las sociedades occidentales colonial-modernas-, este obispo de la Diócesis de San Cristóbal contaba con la capacidad de poder aparecerse, cual espectro, en cuanto evento relevante ocurriera a lo largo y ancho de nuestro continente. El Tatik, como le llamaban cariñosamente las comunidades indígenas del sur de México (palabra que equivale a “padre” en lengua tzeltal), falleció a los 86 años un 24 de enero de 2011. El día que me enteré de su siembra vinieron a mi mente dos situaciones sumamente disímiles pero afines entre sí, en las que este peregrino incansable se nos hizo presente de imprevisto.
2004. La Realidad, Selva Lacandona. Territorio rebelde si los hay. Nos avisan que, por la mañana, bien tempranito, va a realizarse una misa, como “de por sí” suele hacerse en buena parte de las comunidades zapatistas en resistencia. Incrédulo, me acerco a la precaria estructura que oficiaba de capilla. Allí estaban hombres, mujeres, ancianos y niñas, esperando atentos que la palabra santa empiece a rodar en el aire. Sorpresivamente, quien comienza a hablar es uno de ellos: común y corriente, con el mismo atuendo que de costumbre y la voz pausada de siempre. A pesar del asombro, me digo por dentro: “ahora tendré que escuchar un sermón de los que proliferan en las Iglesias, con la biblia como referencia obligada”. Pero algo inesperado ocurre: el compañero que “coordina” la misa nos habla del Foro Social Mundial que, por esos días, se estaba realizando a cientos de miles de kilómetros, y de las afinidades que tenía este encuentro con lo que allí, en las Cañadas y Los Altos de Chiapas, se estaba cultivando desde abajo y a la izquierda. La misa resultó ser una verdadera comunión espiritual y de lucha, algo así como una “plática” fraterna de educación popular. Confieso haber asistido a muy pocas, pero aquella quedará en mi corazón y memoria con una nitidez casi indeleble. Todavía puedo respirar ese aroma a religiosidad popular que a quienes participamos ese día tan especial nos empapó el alma. A la vuelta de la historia, resulta imposible no sentir la enorme resonancia del mensaje de don Samuel en las tierras zapatistas de digna insurgencia, donde supo durante tantos años caminar la palabra, para sembrar infinidad de semillas de rebeldía y autoestima colectiva.
2006. Abrapampa, norte del norte argentino. Puna jujeña donde las y los indígenas son mayoría, y la teología india se entrevera -no sin contradicciones- en las comunidades kollas. Los entrañables hermanos de la biblioteca andina de la zona nos invitan a conocer el pequeño poblado de Casabindo. El padre Quique, cura de varios pueblitos de los alrededores, y kolla como el resto de los mortales que allí habitan, se ofrece a llevarnos junto a otros compas, aprovechando que debe dar la misa de todas las semanas en la Iglesia de ese alejado paraje. Antes de arrancar cuesta arriba con una destartalada camioneta a la que le fallaban los frenos, nos muestra el espacio donde vivía dentro de la Iglesia contigua a la biblioteca. En una de sus paredes, ostentaba orgulloso una enorme foto de Samuel Ruiz, si mal no recuerdo sacada en ocasión de una visita que había realizado al país años atrás. Quique nos contó de su encuentro con él y de cómo lo había influenciado y sorprendido su desacralizada humildad. Luego partimos hacia Casabindo. Ya en la carretera, hizo detener la camioneta en medio de la ruta, para a un costado de ella -ofrenda mediante- pedirle permiso a la madre-tierra, y así poder continuar nuestro andar. Cuando llegamos a la comunidad, percibimos lo mágico de ese lugar, en particular por la omnipresencia de la cosmovisión indígena en su arquitectura, en los símbolos y hasta en sus antiguos cuadros. Quedé impactado con uno de ellos, que me recordó al de Paul Klee sobre el que tanto reflexionó Walter Benjamin: un ángel marchando con una victoriosa whipala multicolor al hombro se asomaba en el fresco. Ese día, quien también caminó entre nosotros, flameando el arco iris con una sonrisa cómplice de oreja a oreja, fue una vez más el espectro de El Tatik.
Foto: Radio Zapata
Hernán Ouviña
Politólogo, educador popular e investigador militante.
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