Rebeldes con Causa

Hernán Ouviña

Pablo González Casanova: sociólogo latinoamericanista y comandante insurgente

Un 11 de febrero de 1922, hace exactamente un siglo atrás, nacía en Toluca (México) Pablo González Casanova, uno de los referentes más importante del pensamiento crítico latinoamericano y de la sociología comprometida con las causas emancipatorias del sur global. En sus inicios formativos, transita por la carrera de Derecho en la UNAM, realiza luego una maestría del Centro de Estudios Históricos en El Colegio de México y se doctora finalmente en Sociología por la Universidad de Sorbona. Los seminarios y materias que cursa en Francia para obtener este título -nada menos que bajo la dirección de Fernand Braudel- se enfocan en el estudio de la sociedad, la historia y la filosofía tanto europea como de nuestro continente.

Tras su retorno a México, siendo el primer doctor en ciencias sociales del país, se aboca a investigar la penetración de la modernidad y la Ilustración en él durante el siglo XVIII, lo que dará lugar a la publicación de diversos libros centrados en esta y otras temáticas afines, entre los que se destacan Una utopía de América (1953), La ideología norteamericana sobre inversiones extranjeras (1955) y La literatura perseguida en la crisis de la Colonia (1958).

De manera cada vez más aguda, irá puliendo en sucesivos estudios empíricos y ensayos interpretativos una peculiar perspectiva teórico-política, descolonizadora, radical e indisciplinada, que va a caracterizar a sus reflexiones académicas y posicionamientos militantes a lo largo de su intensa y prolongada vida. Este primer momento de elaboración crítica, se asienta en un sugerente análisis de ciertos procesos históricos y fenómenos contemporáneos, reconstruidos y cepillados a contrapelo desde la sociología del conocimiento y el rigor metodológico, pero sin renegar de certeros cuestionamientos a los paradigmas predominantes en aquel entonces al interior de las Ciencias Sociales anglosajonas.

Por esta época, además de acercarse a los clásicos del pensamiento marxista y empaparse de los ideales antiimperialistas y del nacionalismo revolucionario, lee con detenimiento la inconclusa obra de Antonio Gramsci, que en sus propias palabras lo “acercó con su indiscutible liderazgo intelectual a un nuevo planteamiento de la democracia”. Es conocida la anécdota acerca de quién le regala la edición temática de los Cuadernos de la Cárcel (en su lengua original recién publicada en Italia por Einaudi). No otro que Vicente Lombardo Toledano, conspicuo dirigente del Partido Comunista Mexicano e integrante de la familia de la primera esposa de González Casanova. Su suegro será, a su vez, el dominicano Pedro Henríquez Ureña, excepcional ensayista y filósofo de enorme gravitación en México y Argentina.

Dos de sus obras escritas marcan un parteaguas en el itinerario intelectual de Pablo González Casanova en la segunda mitad de la convulsionada década del ‘60: La democracia en México (1965) y Sociología de la explotación (1969). Si en las palabras preliminares del primero de estos libros explicita que “el carácter científico que pueda tener el libro no le quita una intención política”, como es la de resolver los grandes problemas nacionales “sintiéndonos como nos sentimos corresponsables y partícipes del gran movimiento que se inició en 1910 y que, una y otra vez, lucha por salir del eterno retorno y alcanzar sus metas”, en el segundo de ellos deja entrever una toma de postura similar, ya desde la dedicatoria estampada en su página inicial: “A Camilo Torres y a C. Wright Mills, en recuerdo”.

En ambos libros -permeados por el ethos de la imaginación sociológica- introduce y desarrolla de manera precursora el concepto de colonialismo interno, fundamental para el entendimiento de las especificidades de buena parte de las sociedades que configuran la abigarrada realidad latinoamericana, así como otras categorías y matrices de análisis de raigambre marxista, que permiten aprehender -a contramano de las falsas pretensiones científicas de liberales y empiristas que rechazan este punto de vista- los rasgos distintivos y las dinámicas concretas de la explotación y apropiación de plusvalía (fenómeno histórico al que define como “absurdo e inhumano”), tales como las de sociedad dual y combinación neocapitalista del subdesarrollo.

Es sabido que, en México, al igual que en muchos otros países de América Latina, existe una considerable población indígena y/o afrodescendiente, y a la dinámica de configuración de Estados capitalistas, se le superpone la combinación de factores étnicos, regionales y de clase. El punto de partida de González Casanova es no acotar el vínculo colonial al sometimiento, por parte de una potencia o Estado expansionista, de población o naciones “externas”a su territorio. Antes bien, la noción de colonialismo interno se propone interpretar y denunciar las formas de colonialidad que han persistido en el continente durante los últimos siglos, a pesar de existir repúblicas formalmente independientes en el plano jurídico-político.

Lo que se pone en cuestión con este concepto es la suposición generalizada de que con el desmembramiento de los virreinatos se acababa también el colonialismo. Concluía, sí, el período “colonial”, pero persistía e incluso en muchas dimensiones y territorialidades se intensificaba la colonialidad, a través de un complejo proceso de reestructuración y metamorfosis de esa relación de dominación y subalternidad. Desde esta óptica, el colonialismo no sería entonces una etapa transitoria y superada del capitalismo (su “momento” primigenio ligado a la expansión mercantil de ciertas metrópolis y Estados europeos hacia nuevos territorios “vírgenes” o por conquistar). Constituiría más bien la contracara invariante de la modernidad capitalista, esto es, su lado oscuro e invisibilizado.

A su vez, en sus libros La democracia en México Sociología de la explotación, González Casanova expresa que las colonias, al lograr su independencia, no han cambiado súbitamente su estructura internacional e interna. En buena medida, en nuestro continente las naciones emergentes han conservado el carácter dual de sus sociedades, lo cual ha implicado que la cultura dominante -colonialista- tendiese a oprimir y discriminar a la colonizada. Este colonialismo interno “corresponde a una estructura de relaciones sociales de dominio y explotación entre grupos culturales heterogéneos y distintos. Si alguna diferencia específica tiene respecto de otras relaciones de dominio y explotación (ciudad-campo, clases sociales), es la heterogeneidad cultural que históricamente produce la conquista de unos pueblos por otros, y que permite hablar no sólo de diferencias culturales (que existen entre la población urbana y rural y en las clases sociales), sino de diferencias de civilización”.

La explotación combinada (esclavista, aparcera, feudal, capitalista, de peonaje, etc.), la conversión forzada de pueblos originarios en trabajadores asalariados, el despojo de sus tierras comunales, la discriminación social, cultural, jurídica y política, así como el proceso de creciente desplazamiento del indígena por el ladino (como gobernante, propietario o comerciante) son algunas de las características distintivas de este continuum colonialista durante el período de consolidación de los Estados-nación en la mayoría de los países latinoamericanos. 

Hay que recordar que una coyuntura signada por revoluciones triunfantes, agudización de la lucha de clases, procesos de descolonización en el Tercer Mundo, caída en combate de míticos guerrilleros, guerra fría y despliegue imperialista a nivel global, emergencia de una sociología liberadora y el despuntar de la figura del intelectual comprometido, condiciona y radicaliza el devenir de González Casanova. El clima de creciente politización vivido en México y la irrupción fugaz del movimiento estudiantil en 1968, sufren un trágico desenlace con la masacre de Tlatelolco y la criminalización del pensamiento crítico, lo que no impide que el contexto de ebullición lo empuje pocos años más tarde a asumir la rectoría de la UNAM (entre 1970 y 1972), durante la cual impulsa los Colegios de Ciencias y Humanidades y el Sistema de Universidad Abierta, en línea con su vocación por “desenclaustrar” una institución tradicionalmente elitista y ensimismada. En este período y los años siguientes ocupa además otros cargos académicos relevantes, entre ellos la presidencia de la Asociación Latinoamericana de Sociología.

En paralelo, coordina un proyecto de investigación que aspira a la reconstrucción de la historia reciente de nuestro continente. América Latina: historia de medio siglo (1977), publicado en dos volúmenes (uno de ellos enfocado en América del Sur y el otro en México, Centroamérica y el Caribe), reúne contribuciones de una pléyade de intelectuales e investigadores la región, de la talla de René Zavaleta Mercado, Vania Bambirra, Agustín Cueva y Theotonio Dos Santos, entre otros. En su presentación, González Casanova destaca que esta producción colectiva, pionera en la materia, por “su carácter concreto, su sentido del tiempo y de la vida social, sin duda presionará para salir de ese torpe debate en que se busca definir el ‘ser’ de América Latina como mero modo de producción, o el ‘ser’ de los latinoamericanos -personas y grupos- como entes y sustancias que escapando a las relaciones históricas concretas carecen de realidad y de memoria”.

A esta empresa investigativa le sucederá una más monumental todavía: La clase obrera en la historia de México, que dará lugar a la publicación a lo largo de un lustro de 17 volúmenes, todos ellos bajo su coordinación, a los complementará con otras colecciones de similar vocación: por un lado, Historia del movimiento obrero en América Latina, de 5 tomos, por el otro, Historia política de los campesinos latinoamericanos, en 4 tomos. En simultáneo, saldrán a la luz Imperialismo y liberación en América Latina y El Estado de los partidos en México, dos libros que tendrán varias ediciones con el correr de los años.

Su pasión por la filosofía política y los dilemas de época lo lleva a escribir en 1982 La nueva metafísica y el socialismo, libro en el que busca hincarle el diente al marxismo dogmático sin desechar la potencialidad que una interpretación no esquemática de él cobija, en tanto concepción científica del mundo y certera guía para la intervención revolucionaria en la realidad. Además, reafirma que la única alternativa viable ante este sistema capitalista de muerte y explotación es el socialismo, y que no es posible “explicar la democracia al margen de la explotación y el problema del poder al margen del trabajo”. En sintonía, durante 1983, en ocasión del centenario del fallecimiento de Marx, redacta un artículo titulado “Recuerdo y recreación del clásico”, donde reivindica al barbudo de Tréveris, no sin advertir que “la revolución latinoamericana no sigue muchos patrones clásicos”, y lamentarse porque “en nuestras sistematizaciones e historia escritas, poco es lo que hemos hecho para enriquecer la teoría con la riqueza que ya mostró la vida”.

El triunfo de la revolución sandinista y la ofensiva de las guerrillas en El Salvador y Guatemala, dará lugar a la escritura de ponencias debatidas en Simposios internacionales, artículos en revistas y, en particular, la hechura de un libro de reconstrucción histórica e interpretación de estos procesos políticos, a partir de una potente matriz teórico-analítica gramsciana, bajo el título de La hegemonía del pueblo y la lucha centroamericana (1984). En este texto articula una relectura de la principal categoría esbozada por el marxista italiano en sus Cuadernos de la Cárcel, con el estudio concreto de estas apuestas revolucionarias desplegadas en la región.

Contra quienes desdibujan a la hegemonía omitiendo uno de sus elementos neurálgicos como es el de la lucha de clases, y ante quienes desestiman las experiencias peculiares de la clase obrera latinoamericana que no es posible encasillar en las vividas por el proletariado europeo, González Casanova nos propone partir una vez más de lo específico y situado, sin desestimar los condicionamientos y determinaciones globales. Dotar, pues, de relevancia a las luchas anti-imperialistas y a las modalidades de construcción hegemónica que se producen en el marco de un Estado dependiente, atendiendo a que tienen lugar en territorios abigarrados, donde se mixturan la condición de clase y la de raza, involucrando por tanto formas de explotación diferenciales y tendientes a la dispersión, lo cual dificulta la unidad en clave hegemónica.

Una de las enseñanzas que brindan los procesos revolucionarios centroamericanos, dirá, es la posibilidad de complementar las luchas y exigencias anticolonialistas (ya sean antirracistas y/o agraristas) con las anticapitalistas, de manera tal que se transite desde las resistencias y disputas democráticas hacia la edificación de un proyecto de carácter socialista, asentado en el poder popular y en un “frente de trabajadores” que tenga como columna vertebral a la autonomía de clase (la cual es a la vez moral e intelectual, de las organizaciones y movimientos populares frente al Estado y la cultura dominante) y una política de alianzas con respecto a los restantes sectores y grupos subalternos. Ello implica asumir también que “la clase obrera y el proyecto socialista constantemente se ven mediados por la categoría concreta de pueblo, ya sea antes de la toma del poder, ya al triunfo de las fuerzas liberadoras”.

Si la revolución cubana y sandinista marcan el pulso de la escritura y el compromiso político de González Casanova entre los años ’60 y ‘80, el colapso de la URSS, la contraofensiva neoliberal y el ciclo de impugnación a este proceso de reestructuración capitalista que inaugura el alzamiento zapatista el 1 de enero de 1994 en Chiapas, abren un nuevo período de reflexión y apuesta militante en su vida, que de forma lúcida y creativa perdura hasta nuestros días. Más allá de los numerosos reconocimientos y premios que reciba durante todos estos años por su trayectoria académica, la sencillez y la vitalidad extrema, la indisciplina y el pensar crítico riguroso, junto al acompañamiento de las luchas populares y un debate fraterno gestado desde el interior de ellas mismas, serán rasgos invariantes en su periplo como intelectual orgánico sinigual, que jamás se dejará atrapar por las modas universitarias ni por los tentáculos del poder estatal y mercantil.

Su diálogo y compromiso con los pueblos indios de México y, en especial, con la rebelión encabezada por el EZLN en el sur del país, lo llevan a revitalizar la esperanza en las resistencias anti-sistémicas que despuntan en los albores del siglo XXI, ya que entiende que estas luchas “plantean una alternativa al mundo actual y el esbozo de una nueva civilización”. Nociones como las de democracia emergente, autonomía y colonialismo global, actualizan su corpus teórico heterodoxo e imaginativo, condensado tanto en uno de sus últimos libros, Las nuevas ciencias y las humanidades: de la academia a la política (2004), como en dos sendas compilaciones de sus escritos: De la sociología del poder a la sociología de la explotación (2009) y Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina (2017).

De conjunto, estos y muchos otros materiales producidos por él en el último tiempo, brindan pistas para entender las transformaciones recientes del capitalismo y la crisis civilizatoria por la que transitamos a nivel planetario, desde una perspectiva multidimensional donde la crisis de paradigmas requiere, según su diagnóstico, nuevas formas colectivas de actuar, sentir y pensar a contracorriente. “Si la humanidad tiene futuro, está en Nuestra América”, sugerirá González Casanova con entusiasmo una y otra vez en sus intervenciones.

Fiel a su estirpe trashumante y rebelde, a los 96 años coronará su trajinar ético-político con un inédito cargo que el EZLN decida otorgarle a este inquieto y eterno joven. En una emotiva ceremonia llevada a cabo durante 2018 en el CIDECI, en San Cristóbal de las Casas, el comandante Tacho lo designará como comandante insurgente Pablo Contreras. “Para ser zapatista hay que trabajar y él ha trabajado para la vida de nuestros pueblos. No se ha cansado, no se ha vendido, no ha claudicado”, explicará el vocero tojolabal de las y los sin rostro ante el público presente. Es probable que uno de los mayores anticuerpos para sostener su envidiable salud, haya sido esa terca coherencia de persistir en la búsqueda de un pensamiento crítico latinoamericano, enraizado con todas las luchas emancipatorias que hoy despuntan a lo largo y ancho del sur global. Será que la necesidad parió con él. ¡Felices primeros 100 años querido don Pablo!

Una Respuesta a “Dora Coledesky: símbolo de la lucha por el derecho al aborto”

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