Fronteras Abiertas

Laura Carlsen

El colapso del sistema en Honduras causa la migración

Cuatro mil seiscientos ochenta y tres kilómetros separan a Tijuana y Tegucigalpa. La conexión está marcada por la ruta migratoria de seres humanos obligados a salir en busca de un hábitat seguro.

Decenas de miles de hondureños migran, a menudo en familias, por las razones que migran todas las criaturas vivientes: para huir de depredadores salvajes, para dejar tierras áridas devastadas por la sequía, para escapar del hambre y por la ruptura de las formas colectivas de protección y supervivencia. A lo largo del camino son presa fácil, y mueren en números desconocidos. Cada vez más, las sociedades hacia donde huyen rechazan migrantes y frustran sus intentos de establecerse en nuevas tierras. Laboriosos y calificados, su capacidad productiva se desperdicia y la persecución erosiona su potencial humano y su felicidad.

El secreto sucio de esta crisis migratoria no es que hombres, mujeres y niños del sur estén tratando de invadir Estados Unidos y vivir como parásitos de la generosidad estadunidense. Esta es la versión cruel y deshumanizante de Trump y nada podría estar más lejos de la verdad.

El hecho que no se quiere reconocer es que Honduras vive una crisis aguda, un colapso en todas las facetas de la vida, que ahuyenta a la población empobrecida, perseguida, opositora y rebelde, la gente diferente e inconforme con un sistema diseñado para beneficiar solo a unos pocos y condenar a la mayoría a la miseria. Escribiendo ahora desde Honduras, la frustración, el enojo y hasta la desesperación son palpables.

De enero a julio, 70 mil hondureños fueron deportados de los Estados Unidos y México. Casi nadie se detuvo a preguntar qué les espera en sus lugares de origen. Todas las personas solicitantes de asilo con quienes he hablado dicen que enfrentan amenazas de muerte, reclutamiento forzado de ellos, sus hijos u otros familiares por el crimen organizado, extorsión bajo amenaza de muerte o golpizas, o el robo de sus tierras y medios de subsistencia.

Los medios internacionales apenas mencionan los acontecimientos que muestran la crisis. El tres de agosto el presidente Juan Orlando Hernández (JOH), reelegido ilegalmente entre protestas generalizadas, fue señalado como co-conspirador en el caso de tráfico de drogas contra su hermano, Tony, en un tribunal de distrito de Nueva York. La corte empieza un proceso formal que involucra al mismo presidente, que no se podría llevar a cabo en este país de impunidad. A “dictador”, ahora se le suma la acusación de narcotraficante.

Este año estalló una ola de protestas, o se intensificaron, cuando el gobierno hizo otro intento ilegal de atracar los recursos públicos, ahora a través de medidas para privatizar la salud y la educación. En los hospitales, muchos ya administrados por ONG, mueren pacientes de enfermedades curables, infecciones hospitalarias y falta de medicamentos y equipo, a pesar de los valientes esfuerzos del personal médico.


La Plataforma en Defensa de la Salud y la Educación, ahora multisectorial, se ha manifestado y promueve un programa alternativo que expresa los anhelos del pueblo para frenar el deterioro de los servicios básicos.


El gobierno no responde al reclamo popular. Honduras es ahora un país militarizado. La tropa invade las calles, donde pone retenes y para hasta por llevar lentes de sol o no bajar la ventana. Casi no hay protesta sin gases lacrimógenos y balas contra la gente que exige ‘¡Fuera JOH!’. Las fuerzas gubernamentales han asesinado y herido a manifestantes. Los bloqueos de carreteras ocurren cada semana.

La gente no tiene recursos para defenderse de los abusos, como habría en una democracia funcional. No pueden pedir al gobierno protección cuando el poder político es aliado o parte de las organizaciones criminales. Aquí varias personas me dijeron: ‘no sabes a quién temerle más: al policía o al líder de la pandilla’.

La Dra. Suyapa Figueroa, líder de la Plataforma, me dijo: “Por eso la gente huye. Si huyen tienen dos posibilidades: cruzar la frontera o morir. Aquí solo tienen una.”

Los gobiernos extranjeros no quieren ver la realidad. Fingen que eliminando a los individuos corruptos se resuelve la corrupción y gastan millones de dólares en un juego perverso que ha dejado al sistema corrupto absolutamente intacto. Cuando pregunté al ex presidente Manuel Zelaya sobre la visita hace unas semanas de la delegación de congresistas de EEUU, dijo: “Ellos vienen hablando sobre lo que está de moda —contra la corrupción. No hablan del modelo, no hablan del sistema, no hablan del imperialismo, no hablan del sometimiento del sistema económico, no hablan de la desigualdad que produce el sistema capitalista. Dicen ‘hay que meter presos a los corruptos’, de acuerdo. Pero al día siguiente que se ponen los honestos, a los seis meses son más corruptos que los que se fueron. Es el sistema el que genera corrupción.”

El gobierno de EEUU no se da por enterado del colapso del sistema que ha permitido el saqueo del país a favor de sus intereses por siglos. Aunque Trump ha anunciado la suspensión de la ayuda a Honduras y otros países centroamericanos, continúa financiando precisamente la administración y las fuerzas represivas de seguridad que bloquean todos los intentos de base para restaurar la democracia y la prosperidad del país. En nombre de contener la migración, refuerza sus causas.

Irónicamente, las “fuerzas progresistas” en Washington están llamando a aumentar la ayuda al gobierno de JOH, a pesar de que las principales organizaciones hondureñas de defensa de derechos han exigido suspender la ayuda a la dictadura e ir al fondo del crimen de Berta Cáceres, que inmediatamente cortaría la ayuda a las fuerzas de seguridad.

En México, el presidente López Obrador recibió a JOH el 26 de julio en Veracruz. Aquí en Honduras, las fuerzas democráticas han exigido a México y EEUU cesar el financiamiento al gobierno ilegítimo de JOH. El programa mexicano propone la creación de 20 mil empleos como si el problema tras la migración fuera el desempleo. La mayoría de migrantes con que he hablado en Tijuana tenía empleo, y de hecho, las amenazas que recibieron tenían que ver con extorsión en el empleo. Otros viven en la pobreza pero no por falta de trabajo sino por la estructura de desigualdad, despojo y salarios de hambre.

Las causas de la migración son políticas. No se puede resolver con programas superficiales contra la corrupción o para el desarrollo. Esta es una simulación para mantener el contexto trágico que obliga a las familias a enfrentar riesgos, incluso la muerte, en busca no de una vida mejor, sino simplemente mantenerse vivos.

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