Desborde popular. La rebelión caleña en el paro de abril de 2021 en Colombia (I)
El pasado 17 y 18 de mayo realizamos el lanzamiento del libro que lleva por nombre esta columna (1). El texto pretende ser un aporte para la memoria social de ese extraordinario desborde popular que vivimos en Colombia en el 2021, y que sin duda marcará las luchas venideras en el país durante los próximos años y décadas. Este libro busca levantar la esperanza a quien lo lea, y le permita sentir que es posible construir y consolidar experiencias de poder más allá del Estado nación y sus instituciones podridas. Pues vale la pena recordar que un discurso que se impuso con fuerza en medio del estallido era que había que parar y darle paso al gobierno progresista que ayudaría a cambiar las cosas, pero pasa el tiempo y la realidad es que desde arriba no se logra cambiar nada, pues como lo diría el jefe de la mafia Michael Corleone, hijo del famoso Vito Corleone, en la tercera parte del padrino: “Toda mi vida he tratado de ascender socialmente. Llegar a un punto en el que todo sea legal, pero mientras más subo, más corrupción encuentro y no sé dónde acabará”.
Por tanto, lo que resalta este trabajo es la labor de las y los de abajo, los lazos profundos de comunidad que dieron sostén a una experiencia inédita en las ciudades y que permite vislumbrar los brotes de que otra sociedad es posible.
En los próximos meses dejaremos algunos de los capítulos o apartados que vemos más importantes para que sean publicados. Empezaremos con el prólogo y el final del libro.
Prólogo
Las grandes transformaciones no empiezan arriba ni con hechos monumentales y épicos, sino con movimientos pequeños en su forma y que aparecen como irrelevantes para el político y el analista de arriba.
Subcomandante Insurgente Marcos
La lucha simbólica por el relato histórico, por la interpretación de los grandes hechos revolucionarios, es tan importante como la pelea material en las barricadas de la vida colectiva. La diferencia es que las barricadas, con el paso del tiempo, desaparecen del escenario visible, en tanto los relatos se instalan de modo casi perenne en el imaginario común. Por eso esa disputa es tan importante. Este libro de Felipe Martínez contribuye de modo notable a este combate de ideas.
La revuelta caleña se fue fraguando a fuego lento durante años de injusticias y humillaciones, hasta asomar la nariz cuando se dieron las condiciones, o sea a partir del paro del 28 de abril que permitió que las voces y cuerpos de abajo emergieran a la luz del día. No comenzó ese día, fue apenas el nacimiento de su etapa más visible, de ofensiva digamos. De algún modo, es la decantación de medio siglo de luchas que deben referenciarse en la década de 1960. Pero tiene también sus antecedentes más cercanos, como el paro de 2019 y luchas anteriores en esa misma década.
El trabajo de Felipe tiene la virtud de que contextualiza la rebelión de 2021 en la situación global y latinoamericana, pero también en la historia larga de las luchas populares colombianas y caleñas. Porque las grandes luchas, los levantamientos que involucran a cientos de miles, no suelen ser espontáneas aunque no estén dirigidos. El concepto de espontaneidad no se adapta a lo sucedido en nuestra América en las tres últimas décadas. Pensar que algo es espontáneo porque no está dirigido por algún partido o vanguardia, supone pasar por alto los saberes populares que se van sedimentando en la memoria colectiva y conforman un modo de ver el mundo, y supone mirar el mundo desde arriba. Por eso es necesario armar el rompecabezas del entramado complejo y contradictorio de luchas, encuentros y desencuentros, y comprender que nada sucedería si no se conjuntaran procesos históricos de larga data con humillaciones sentidas como injusticias intolerables por los sectores populares.
En segundo lugar, este trabajo tiene para la enorme y central virtud que rompe con la tradicional separación entre quienes analizan y los que participaron en el movimiento, una clásica dicotomía académico/estatal que convierte a los pueblos en objetos de estudio y los cosifica en ese lugar, mientras los intelectuales se arrogan el derecho de interpretar a las y los de abajo.
Guiado por una concepción ética de la política y del arte de relatar y escribir, Felipe entrevistó a decenas de personas y las deja hablar lo suficiente como para poder guiarnos por las reflexiones de quienes pusieron el cuerpo en los puntos de resistencia y en cada momento de la rebelión. Que el sujeto de este libro sean las personas que lucharon y no los académicos y periodistas, enseña que es posible encarar relatos tejidos en base a la ética comunitaria, lo que nos permite inducir que ya está naciendo una política de debajo que se expresa en esas miradas.
De este modo son las y los rebeldes los que analizan la rebelión, o sea la rebelión se explica por sí misma, quebrando la relación sujeto-objeto que tanto daño le ha hecho al campo anti-sistémico. No es ocioso recordar que esa relación es una terrible herencia colonial que ha sido asumida por las vanguardias y los partidos que se auto-designan como conductores iluminados de las masas. Tampoco podemos olvidar que quienes se consideran sujetos y vanguardia se convirtieron, una vez tomado el poder, en nueva clase dominante, desvirtuando sus mejores intenciones revolucionarias como vienen señalando kurdos y zapatistas.
Por eso la opción de Felipe, al colocar los testimonios como eje de la reconstrucción de la revuelta caleña, es también una señal política de gran intensidad. La historia de las revoluciones nos enseña, como ha señalado Abdullah Öcalan, que la toma del poder estatal termina por “pervertir al revolucionario más fiel” y que “ciento cincuenta años de heroica lucha se asfixiaron y volatilizaron en el torbellino del poder”. Quienes pensamos de este modo, no podemos colocar en el centro a las vanguardias que siempre se arrogan la representación de las bases y se enfocan en el Estado, y debemos hacer un serio balance de las revoluciones.
En tercer lugar, la Minga Indígena y su notable papel en apoyo de las personas que en Cali se lanzaron a las calles merece ser destacada. Uno de los testimonios recogidos por Felipe apunta que la Minga “fue un acompañamiento fundamental porque en esas barricadas no había gente de izquierda, o si había, era uno que otro, y acompañaba más en el tema de derechos humanos”. En efecto, la deserción de las izquierdas focalizadas en su inserción institucional, en particular luego de los acuerdos de paz, dejó el campo libre para ser ocupado por las juventudes rebeldes, pero éstas carecían de experiencia para enrumbar semejante movimiento.
Como señala la misma persona, “la presencia de la Minga ayudó a que las cosas no se desbordaran por el lado delincuencial”. Ofreció además a la gente común de las barriadas un ejemplo de organización que no sólo desconocían, sino que los dejó impresionados: “Nunca habían visto una organización social de ese tipo”. Estoy convencido que la confraternización y acompañamiento de la Minga es una semilla que en algún momento brotará en la organización popular de los barrios caleños. Fue un encuentro entre dos abajos que sucede raras veces en la historia y que dejará huellas que, a su debido momento, las futuras generaciones van a recuperar.
La cuarta cuestión, que aparece de forma algo diseminada en varios testimonios, es el papel de la generación de los años 60 y 70. En realidad, más que de una generación se trata de un puñado de individuos que han sobrevivido al doble exterminio provocado por la represión, por un lado, y por la integración en las instituciones, por otro, que arrasaron con aquella camada de militantes. Pero además de algunas personas, sobreviven una ética y un saber hacer que han sido canalizados de forma indirecta, no institucional sino capilar, hacia las luchas actuales. Felipe tiene la enorme ventaja de tener muy cerca a Toño (su padre), un ejemplo de ética de vida que ha sabido correrse del lugar de dirigente vanguardista para acompañar procesos. Una labor similar a dirigir “desde atrás” o “desde adentro”, que rechaza la actitud vanguardista, que está dispuesta a escuchar y aprender en colectivo.
Aquella generación, de la que formo parte, ha fracasado, pero por eso mismo fue capaz de cambiar el mundo (parafraseando a Wallerstein). De ella no debe conservarse más que la ética de poner el cuerpo y la entrega a la sabiduría de los pueblos, pero en cuanto a discursos y modos debemos aceptar que hemos sido superados por los pueblos originarios y las mujeres que luchan. Debemos soltar nuestros saberes en la convicción de que otros y otras los recogerán, como sucedió en la revuelta de Cali y en muchas otras.
En quinto lugar, quiero destacar que Felipe no rehúye los problemas y las tremendas desviaciones que aquejaron a la revuelta caleña. Las “oficinas” del narcotráfico terminaron haciéndose con algunos puntos de resistencia, sobre todo en la etapa final de la revuelta cuando el cansancio llevó a muchas personas a retirarse. Esto dejó aún más desamparadas a las personas que seguían participando diariamente.
El tema no se aborda para echar culpas sino para tener en cuenta en el futuro la necesidad de poner estos temas en debate y sobre todo auspiciar formas de autodefensa, como la Guardia Indígena, capaces de poner orden en el interior de nuestros espacios. Cuestiones para el aprendizaje colectivo ya que, como señala el historiador de la Comuna de París, Prosper-Olivier Lissagaray, “aquel que crea falsas leyendas revolucionarias para el pueblo, aquel que le divierte con historias cautivadoras es tan criminal como el geógrafo que traza mapas falaces para los navegantes”.
Este notable trabajo de investigación de Felipe Martínez, no sólo busca comprender lo sucedido, sino también ser fiel a la mirada que construyeron las y los debajo durante la revuelta. Como señalara Walter Benjamin en “Tesis sobre la historia”, “el sujeto del conocimiento histórico es la clase oprimida misma, cuando combate”. Me parece un acierto enorme poner en el centro estas cuestiones: se conoce durante el combate, momento en el cual la conciencia pega un formidable salto adelante, ya que es la lucha la que ilumina la realidad y devela las opacidades en las que se parapetan los opresores, no los libros amontonados en bibliotecas.
De ese modo, anclado en las reflexiones y vivencias recogidas durante la revuelta, este trabajo es un aporte necesario en un doble sentido: quienes participaron encontrarán un texto que refleja lo que hicieron y lo que fueron, lo que será de enorme utilidad para recomponer las filas de futuras de revueltas. Para quienes no estuvieron en la Cali insurrecta, representa la posibilidad de conocer lo más fielmente posible aquella revuelta. Para las generaciones futuras, será una referencia necesaria.
Raúl Zibechi
Montevideo, octubre de 2023
Levantar esperanza para el presente y futuro
“Casi quisiera decir que la libertad es el objetivo del universo. A menudo me he preguntado si el universo no persigue, de hecho, la libertad”
Serokati
Sin duda alguna, la experiencia de la rebelión caleña marca una nueva senda para lo que vendrá en el futuro de Colombia. Es seguro que, si las condiciones de vida de las mayorías no cambian y el modelo de la injusticia, desigualdad y muerte sigue reinando, en algún tiempo cercano, mediano o futuro, la sociedad volverá a salir con potencia para exigir una vida digna, para luchar por unos cambios reales.
La historia no se detiene y ya ha demostrado que estos ciclos de indignación y revuelta vuelven a florecer, y aunque posiblemente tienen periodos de calma y todo parece estático, hay que ir prestando atención a esos pequeños brotes de cólera que surgen en distintas geografías y tiempos, estos eventos van haciendo parte de un mismo río, como ya lo diría años atrás Rosa Luxemburgo:
A veces la ola del movimiento invade todo el Imperio, a veces se divide en una red infinita de pequeños arroyos; a veces brota del suelo como una fuente viva, a veces se pierde dentro de la tierra. Huelgas económicas y políticas, huelgas de masas y huelgas parciales, huelgas de demostración o de combate, huelgas generales que afectan a sectores particulares o a ciudades enteras, luchas reivindicativas pacificas o batallas callejeras, combates de barricada: todas estas formas de lucha se entrecruzan o se rozan, se atraviesan o desbordan una sobre la otra; es un océano de fenómenos eternamente nuevos y fluctuantes .
Ante esta posibilidad, la pregunta es, ¿cómo actuarán los sectores alternativos al presenciar un movimiento de magnitudes similares o superiores al que vivimos en el estallido del 2021 en Colombia? Vale la pena recordar que, antes de completarse los tres meses del paro, muchos políticos, partidos y movimientos sociales, coincidían en que la fuerza de esta coyuntura debía volcarse hacia el campo electoral. Allí estaba concentrada gran parte de la esperanza, lo que llevó a que la agenda, en medio y después del estallido fuera el triunfo de la primera experiencia de un gobierno progresista en la historia del país.
Pasado más de un año de este ejercicio de gobierno, comienza a sentirse un sinsabor, un desencanto de la realidad. Este desencanto trae consigo dos escenarios, en primer lugar, puede convertirse en desesperanza y llevar a pensar a gran parte de la población que ya no es posible cambiar nada. En segundo lugar, puede servir para poner los pies en el plano de la realidad con toda su crudeza, lo que implica tener el piso para hacerse fuerte e imaginar una posibilidad de futuro, aprendiendo de las lecciones que va dejando esta experiencia de gobierno, que evidencia que no basta con llevar a una persona a la presidencia del país para que las cosas cambien, sino que el cambio implica cosas más profundas, y todo esto debe partir de lo comunitario, de la organización social de base, de una manera de hacer la política distinta, donde la participación de la sociedad sea una realidad y no solo un discurso.
Posiblemente, comenzar a adentrarse en las grandes enseñanzas que dejó este desborde popular del 2021, podría servir como un punto importante para imaginar un accionar político para el corto plazo. Identificar las cosas que hicieron que el pueblo colombiano saliera a las calles. Encontrar los puntos de conexión que se deben crear con la sociedad para que vaya floreciendo un nuevo país, que comprenda su historia para saber hacia dónde caminar. Al mismo tiempo es necesario analizar con detenimiento y crear estrategias para contener dinámicas como las de las bandas criminales que entraron a disputar sus intereses en los escenarios de resistencia popular, de igual manera saber cómo atraer a la sociedad hacia propuestas que levantan las banderas de la dignidad de la humanidad y de la justicia social.
Avanzar hacia un país distinto no es nada sencillo y superar la situación sistémica del capitalismo a nivel local y global es mucho más complejo. Nos encontramos en un mundo dónde las alternativas al capitalismo se ven como utópicas, donde es más fácil imaginar el colapso social que una alternativa al sistema. Por tanto, un reto que tenemos como especie es salvar la humanidad del valle de lágrimas capitalista. Levantarle la esperanza e imaginar cambios para la crisis mundial que vivimos. Sin esperanza no habrá cambios, ahí está la importancia de la esperanza, que nos permite creer que es posible vivir en un mundo diferente, mejor, y que con esfuerzo puede concretarse. Debemos mantener la esperanza de creer con firmeza que lo que se sueña, del mundo nuevo, está creciendo a través de nosotros mismos y aportará a esos ríos históricos de la dignidad humana. Esa es la tarea, volver a traer la esperanza a la vida. Es necesario darle sentido de nuevo a la vida, amar la vida de nuevo.
Para los pueblos Zapatistas, resistir no es aguantar solamente, sino crear algo nuevo. Y esto que ellas y ellos están creando se basa en dos “armas de lucha”, que son la resistencia y la rebeldía:
Para nosotros resistencia es ponerse fuerte, duro, para dar respuesta a todo, cualquiera de los ataques del enemigo, del sistema; y rebelde es ser bravos, bravas para igual responder o para hacer las acciones, según la que convenga, ser bravas, bravos para hacer las acciones o lo que necesitamos hacer (…) esa resistencia y rebeldía hay que organizarla (…) por supuesto, no puede haber así nada más resistencia y rebeldía si no hay organización, entonces organizar esas dos armas de lucha nos ayudó mucho para tener, digamos que se abre más la mente, la forma de ver (EZLN, 2015, págs.138-139).
Debemos mantener la esperanza en la humanidad, pues es tan asombrosa que cuando trabaja colectivamente y con un mismo propósito, crea sucesos impresionantes, ya lo evidencian todos los avances y maravillas de la ciencia y las artes a lo largo de la historia. Es tan asombrosa nuestra especie que lleva siglos caminando, imaginando y dando pincelazos en diversos lugares del mundo de lo que puede ser una revolución, donde la vida en dignidad sea por fin una realidad para todos los seres que habitamos esta casa común que llamamos planeta Tierra.
¿Escucharon?
Es el sonido de su mundo derrumbándose.
Es el del nuestro resurgiendo.
El día que fue el día, era noche.
Y noche será el día que será el día.
¡DEMOCRACIA!
¡LIBERTAD!
¡JUSTICIA!
Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del EZLN.
Felipe Martínez
Sociólogo caminante y periodista popular, integrante del periódico desdeabajo y del colectivo Loma Sur.