Mujeres Transnacionales

Gretchen Kuhner

Crónica de un festival anti muros

Desde hace unos meses mi vida se mueve entre México y Estados Unidos, específicamente entre Tijuana y San Diego, pero a diferencia de las miles de personas que han sido deportadas y encuentran en Tijuana una opción para “estar más cerca” de sus familias, mi familia y yo tenemos el privilegio de movernos de ambos lados de la frontera, y así lo hicimos el pasado 03 de junio para ser partícipes del festival internacional “Derriben este muro”, organizado por Markus Rindt, director de la Orquesta Sinfónica de Dresde, quien ha vivido en carne propia la vida entre un muro. Meses antes de la caída del muro de Berlín (1989) él escapo.

De acuerdo con Markus, ese festival fue pensado como un concierto binacional, donde parte de la orquesta estaría del lado mexicano y la otra de la estadounidense. La idea era potente, los muros pueden separar pero la música siempre unirá. Sin embargo, no fue sorprendente saber que el gobierno de Estados Unidos no dio permiso, lo que no impidió que se realizará el festival, del lado mexicano, en el Parque del Faro en Tijuana al lado de la playa donde un muro de acero de extiende hacia el mar pacífico.

Poco antes de las 11 de la mañana, hora en que daría inicio el festival, decidimos cruzar caminando por San Ysidro. Al tomar un taxi rumbo a la sede del evento, el chofer nos enseñó las secciones donde se había instalado alambre de púas por encima de varios kilómetros del muro, “eso es nuevo desde que llegó Trump” nos aseguró. “Es electrificado. Si lo tocas, te quedas pegado y te mueres –ya se murió un hombre ahí y lo tuvieron que quitar como cascara de limón…y en esta zona -señalando con su dedo- sueltan víboras para que te piquen si tratas de cruzar”, en silencio mientras miraba el alambre de púas, lo escuchaba y me preguntaba ¿será que es un alambre electrificado?, ¿realmente podrá matar a alguien al grado que él menciona?, por el espejo miraba las caras de horror de mis hijas, y me pesaba la ignorancia.[1]

Por fin llegamos y los acordes de los músicos internacionales, entre ellos mexicanos, nos inundaban. Del lado estadounidense una patrulla fronteriza era parte de la escena, monitoreaba por si a alguien se le ocurría escalar el muro de acero o nadar para evitarlo. Al tiempo, de este lado, el mexicano, había un perro jugando con una pelota entre las olas, mirándolo nos preguntábamos qué pasaría si el perro nadará hasta el otro lado, al unísono nos respondimos: lo recibirían con los brazos abiertos y lo pondrían en adopción con una familia de San Diego, vaya ironía.

Como parte del festival, Enrique Chiu, quien lleva años pintando el muro, invitaba a las y los asistentes a plasmar sus ideas con color, pero siendo un artista visionario (o histórico) colocó un espejo en una sección del muro, sobre la playa, que hacía la ilusión de ser una puerta – un continuum natural de la playa, donde por supuesto el muro se desvanecía, no existía. Al acercarnos, pudimos ver del otro lado a un grupo de personas con letreros que alentaban la construcción del muro, mientras hacían ruido para “entorpecer” el concierto que se desarrollaba de este lado, pero fueron más potentes las notas musicales. Mi hija más pequeña me preguntaba por qué tenían un letrero para construir un muro, cuando ya existe, y es justo lo que nos estaba dividiendo.

Otro momento cumbre del festival fue cuando Ensamble Wall Border convirtió el muro metálico en una extensión de sus instrumentos, por un momento ese símbolo emblemático que ha separado a miles de familias se convertía en un instrumento musical capaz de unir.

Al término del festival buscamos un taxi. El chofer nos habló en inglés, lo cual no me sorprendió, pero sí lo hizo el hecho de que no conociera la dirección de uno de los restaurantes más emblemáticos de Tijuana –que era nuestro destino. Con la ruta ubicada, comenzamos a platicar. Él forma parte de las estadísticas e historias de familias separadas. De acuerdo con el Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés) en el año fiscal 2015 fueron deportadas de Estados Unidos 242,456 personas mexicanas.

Llevaba un año en Tijuana luego de haber sido deportado. Salió de Michoacán a los 14 años para buscar una vida diferente en Los Ángeles, donde trabajó durante más de 20 años. Se casó y tuvo 3 hijos. “Me deportaron hace un año y ahora vivo aquí, pero aún no conozco muy bien todas las calles. Me quede aquí porque mis hijos están en Los Ángeles y pasan el verano conmigo aquí”. En Los Ángeles trabajaba como mecánico, pero al no tener herramienta en Tijuana, manejar un taxi se convirtió en su opción, además de que le permite conocer mejor la ciudad. Aunque trabajaba a dos cuadras del lugar donde se llevó a cabo el festival que simbolizo su vida actual, desconocía el evento.

Cuando te deportaron, ¿te dieron algún documento, un lugar donde dormir? “No me dieron nada –te echan a la banqueta y a correr”. Tras su deportación mando a pedir su acta de nacimiento para poder sacar su licencia de conducir. “Muchos deportados caen en las drogas porque no saben cómo sobrevivir en México –no pueden superar el dolor”. Traía lentes de sol pero eso no impidió que se le escapara el tic nervioso que aparecía cada vez que hablaba de su situación. Quería seguir charlando, pero me quedé callada. Habíamos llegado a nuestro destino. Historias como estas se repiten a centenares por Tijuana y a lo largo y ancho de México.

De regreso a San Diego, lo hicimos caminando por la garita del Chaparral –el caracol– donde puedes entrar a Estados Unidos desde Tijuana, y viceversa, cuando eres deportado. Desde el puente de peatones se podía ver la puerta por donde entran las personas al momento de la deportación –caminan al lado tuyo, sólo nos divide una pared. También puedes ver la oficina del Instituto Nacional de Migración, donde las personas deportadas llegan/pasan, cargan sus teléfonos, y “a correr”. Durante nuestra revisión, por parte de los agentes de Protección de Aduanas y Fronteras (CBP, por sus siglas en inglés) la amiga de mi hija tuvo un problema con su visa y nos mandaron a inspección secundaria –la joven de 13 años conoce a la perfección su situación y cual es la confusión de los agentes migratorios –me explica que le pasa cada vez que cruza.

Aún con la adrenalina del festival, los recuerdos de las charlas de los taxistas, y nuestra propia realidad, nos subimos al coche y decidimos manejar del lado estadounidense del muro hacia la playa donde habíamos visto a las personas gritar palabras racistas y apoyando la construcción de un muro. Se estaba ocultando el sol pero nosotras seguimos. Nos metimos en una calle de terracería y nos topamos con una patrulla fronteriza, un agente se bajó y nos echó la luz de su lámpara, baje los vidrios y lo saludé, de inmediato nos dijo: “Están perdidas, ¿verdad?”, sin responder pensé: si, perdidas en la curiosidad e inmersas en la desigualdad. Aún si no estábamos perdidas, nos explicó como regresar a la carretera, y fue inevitable no cuestionarnos qué hubiera pasado si quienes estaban a bordo del coche hubiesen sido otras personas, ¿la reacción del agente de la patrulla fronteriza hubiese sido la misma o de inmediato hubiese asumido que acabábamos de cruzar y que éramos migrantes? Al tiempo que mi hijas se preguntaban porque los gobiernos no piensan en las familias que separan sus políticas absurdas.

[1] Los medios reportan la instalación de concertina en una zona nueva del muro desde principio del 2017, pero no encontré referencia de alambre electrificado, ni muertes de personas migrantes por esa razón.

*Twitter:@imumidf

Dejar una Respuesta

Otras columnas