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Cinetiqueta, una alternativa para la niñez frente a la ola de violencia en San Cristóbal de las Casas

Mariana Morales

Fotos: Gabriela Sanabria

San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Verano del 2023. De día. En el “El semillero”, sobre la avenida Antropólogos en la zona norte de San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Noé Pineda, cineasta y activista, está sentado en la sala de la vivienda de Arminda Guzmán Álvarez, una anciana que vende tortillas y que a petición de su sobrino Geovanni, un joven apasionado del arte urbano, convirtió su casita en el espacio cultural “El semillero”.

Desde este pintoresco lugar de cemento proyectan Cinetiqueta. Niñas y niños se sientan en sillas de plástico frente a dos bocinas, una computadora y un pequeño televisor en el que ven las obras creadas semanas atrás por otros infantes. Noé, Arminda, Geovanni y los pequeños tienen una sola cosa en la cabeza: divertirse y pasarla bien, porque viven en una ciudad y en un país violento.

Al crear las historias audiovisuales que hoy se proyectan, Noé Pineda, coordinador de Cinetiqueta, lanza la pregunta: “¿Qué es lo que más les gusta de su ciudad y qué es lo que no les gusta?” Inmediatamente los pequeños y pequeñas hablan y con plumones de colores escriben sus conclusiones, y luego, en equipo, diseñan la historia.

A Katerine, que está en el equipo de Las Unicornio, le tocó en su historia —que cuenta la importancia de no tirar basura, no robar y saber perdonar— actuar de policía y, por ratos, grabar con la cámara o con los celulares de Cinetiqueta.

Las infancias de San Cristóbal no son inmunes a lo que sucede, y en Cinetiqueta está claro.

“Es la violencia”, contesta cuando se le pregunta lo que no le gusta de su ciudad. Llevan varias horas de grabación junto a más niñas, en Tsomanotik, un centro solidario agroecológico educativo ubicado en Tzimol, donde varios infantes del municipio toman los cursos. Antes de llegar a dar un taller en Tzimol, Cinetiqueta comenzó sus proyecciones y talleres en Bosques del Pedregal, La Maya, barrio de Tlaxcala, Ciudad Real, Diego de Mazariegos, la Prudencia Moscoso, Jardines del Valle, en San Cristóbal de las Casas, con procesos locales y con la intención de retomar una ciudad para las personas, el cuidado del medio ambiente y en contra de las violencias.

“Nos levantamos a las 7 de la mañana y mi mamá me dijo que ya empezaba el curso. Me tocaron dos personajes, uno de futbolista y otro de doctor, y me gustó más el de doctor, estuvo bien divertido”, cuenta Kevin Alexander, mientras usa bata blanca y sostiene un botiquín, vestuario que trajo de casa.

El resto del vestuario y de la utilería fue hecho por los infantes usando lo que encontraron a su alrededor. Y cada vez que les toca usar la cámara, reciben la ayuda del crew de Cinetiqueta. “Me gusta que el municipio es divertido, que hay juegos. Mañana viene mi familia a verme en la proyección y me siento nervioso”, agrega Kevin.

Noé, Yesme, Sophia y Mayi trabajan día y noche para editar las historias desde dos computadoras y una televisión, equipo del que se han hecho a lo largo de los años, debido a que esta iniciativa no recibe ayuda del gobierno mexicano, sino que se autogestiona con el apoyo de la organización Societat Civil La Garriga, de Cataluña.

Tras varios días de creación y otras más de edición, las obras audiovisuales están listas para ser proyectadas en la casa de Arminda, donde los barrios son bravos y las infancias una flama de esperanza.

“Saber perdonar” es una de las películas de Las Unicornio: Vale recolecta basura, pero mientras hace esta labor deja su bolso a un lado, y una ladrona aprovecha para robársela y huir en bicicleta. Desconsolada, Vale busca ayuda, y unas niñas y una policía que comen pizza en una cafetería la apoyan. Finalmente, encuentran a la ladrona, pero lastimada porque por huir cayó desde la bici con todo y bolsa. La llevan al hospital, la curan, la ladrona se arrepiente, y todas la perdonan.

Tras varios días de creación y otras más de edición, las obras audiovisuales están listas para ser proyectadas.

A 30 años del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en San Cristóbal de las Casas, una de las siete ciudades tomadas por los guerrilleros mayas el primero de enero de 1994, ha crecido la violencia encabezada por los grupos ilegales que se disputan el territorio, la trata de personas, pornografía, venta de órganos y explotación laboral de migrantes. Tan sólo en junio pasado hubo una balacera que duró casi cuatro horas por el control del mercado de la Zona Norte, como relata el informe del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas.

En esta ciudad está uno de los diez cuarteles de la Guardia Nacional (GN) que hay en Chiapas. En general, el estado se ha remilitarizado, y a la fecha hay 71 campamentos militares y en las calles 3 mil 446 agentes de la GN y 3 mil 536 de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), señala la organización de derechos humanos que trabaja en el región desde hace tres décadas.

Arminda, de 86 años de edad, recuerda que hace 15 años, cuando llegó a San Cristóbal, “la gente vivía en paz, y en los alrededores había muchos árboles. Ahora hay muchos delitos, las chamacas desaparecen y luego aparecen muertas”.

Los feminicidios en Chiapas aumentaron en un 97.75 por ciento del 2020 al 2021. Esta entidad ocupa a nivel nacional el quinto lugar con más delitos de este tipo, y San Cristóbal de las Casas es una de las 17 ciudades con más registros, señala el Observatorio Ciudadano de Chiapas de Chiapas en su más reciente informe.

En general, en diversas regiones del estado hay violencia y grupos armados. Y, como consecuencia, se ha incrementado el desplazamiento forzado por conflictos de tierra, por poder político o disputa de cárteles, señala el informe del Frayba. El pasado primero de julio, decenas de familias de comunidades del municipio Frontera Comalapa, frente a Guatemala, regresaron a sus viviendas tras varios días de haber sido desplazados por una disputa de cárteles de droga, según reportaron medios locales.

“Me tocaron dos personajes, uno de futbolista y otro de doctor, y me gustó más el de doctor, estuvo bien divertido”, cuenta Kevin Alexander.

Las primeras colonias de la Zona Norte de San Cristóbal de las Casas se formaron en los años 80, con quienes habían sido expulsados de los municipios indígenas de los Altos de Chiapas por conflictos políticos. El gobierno, a través de la corrupción, les compró terrenos para que se asentaran, y el pueblo se fue extendiendo. Se empezaron a secar los humedales, y ahora el 95 por ciento están secos, explica Arturo Lomelí, profesor e investigador del Instituto de Estudios Indígenas de la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH), quien ha vivido y estudiado la reconfiguración del antiguo Valle de Jovel.

Algunas familias que vendieron a precios caros sus terrenos se hicieron de dinero y empezaron a hacer conexiones políticas, mientras se creaban las organizaciones delincuenciales y grupos paramilitares. Muchos jóvenes, niños y niñas empezaron a vivir en medio del negocio ilegal y de la impunidad. “Fue y es un caldo de cultivo permanente”, dice Lomelí.

De acuerdo a reportes periodísticos, uno de estos grupos delicuenciales en San Cristobal de las Casas es el de «Los Motonetos», quienes hace al menos diez años comenzaron con sus actos de violencia, aunque fue en el 2016, con el alcalde Marco Antonio Cancino, cuando éstos se agudizaron en la ciudad.

Recorren las calles de San Cristóbal a bordo de motos, se comunican por radios y son contratados como grupos de choque por civiles, sindicatos, organizaciones e, incluso, se asegura, por autoridades para desestabilizar protestas. También los relacionan con robos, asesinatos, distribución de drogas y pornografía en la región. En abril pasado, casi 70 por ciento de las escuelas de nivel preescolar indicaron que cerrarían por posibles enfrentamientos. Por fortuna, añade Lomelí, actualmente hay gente preocupada por el bienestar de San Cristóbal de las Casas, con iniciativas ciudadanas, como Cinetiqueta.

Esta ciudad repleta de museos, parques y plazas vive del turismo, pero también exporta café. Sin embargo, hoy experimenta un proceso de gentrificación, particularmente en su centro histórico, donde hay un incremento en el valor del suelo y las rentas, el aburguesamiento comercial, extensos cambios en el uso del suelo y el reacomodo de diferentes grupos de la población, entre otros cambios.

Las infancias de San Cristóbal no son inmunes a lo que sucede, y en Cinetiqueta está claro. “Ahí donde no hay cultura cinematográfica, donde no hay formación audiovisual, ahí donde no hay espacios de proyección, se crean comunidades que las construyen, ya sea hacia su interior como sujetos colectivos o hacia el exterior para mostrar su propia autorrepresentación en un campo, el cinematográfico, abundante de exclusiones y estereotipos”, dice Noé, al escribir acerca del “Cine comunitario como una búsqueda permanente”.

Noé, Arminda, Geovanni y los pequeños tienen una sola cosa en la cabeza: divertirse y pasarla bien, porque viven en una ciudad y en un país violento.

Septiembre del 2023. Cerca del mediodía. Zona Norte de San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Un hombre robusto, barba blanca, corte a rape, tatuado y con argollas en su oreja derecha corre por la calle Prudencio Moscoso, junto a niños y niñas que ríen. Trae ropa oscura, tenis desgastados y una sonrisa en la boca. Al verlo pocos podrían creer que es el cineasta del futuro. Pero lo es. Y no es cualquiera. Noé Pineda Arredondo lleva cine a los barrios bravos de esta ciudad y, además, lo hace con y para infantes, a través del proyecto autogestivo “Cinetiqueta”.

En el 2018, en el festival de Graffiti, Arte y Mural (GAM) celebrado en San Cristóbal, afloró su capacidad para que niños y niñas escribieran sus experiencias, crearan sus historias y ellos mismos las convirtieran en una obra audiovisual, estilo cineminuto. Luego de su paso por Promedios, colectivo de amplia y reconocida trayectoria en la formación de comunicadores comunitarios, Noé llegó al cine para infantes y esto marcó la diferencia en su vida.

“Lo que más me gusta de Cinetiqueta es escribir las historias”, dice Katerine, una niña de ocho años originaria del municipio Tzimol e integrante del equipo Las Unicornio, quien se acercó al mundo del cine a través de este proyecto.

Noé es originario de la Ciudad de México, pero hace 26 años que vive en San Cristóbal de las Casas. Tiene un hijo de nombre Camilo, a quien considera “su gran maestro” de lo que hace. Cuando Camilo tenía dos años de edad, le regaló una cámara, y para mantenerlo entretenido inventó estrategias que tiempo después se convirtieron en la pedagogía de lo que hoy es Cinetiqueta.

Este amante del cine trabaja con Yesme, quien en realidad se llama Yenni Esmeralda Ortiz, una chiapaneca audaz, de ojos y boca grande. “Ella es la más joven del grupo”, asegura Noé cuando la presenta con los niños y niñas. “Y tú el más viejo del grupo”, le contesta y los infantes carcajean.

Cada vez que les toca usar la cámara, las y los niños reciben la ayuda del crew de Cinetiqueta.

“Yesme viene de la defensa de derechos humanos y ahora forma parte del equipo”, dice mientras observa a Sophie Weber, una mujer francesa de mirada fuerte y temple recio, y fiel creyente de que el arte puede mejorar las cosas. Frente a él, está sentada “La Che”, como apodan los niños a Mayi Rizo, una argentina que en su recorrido por Latinoamérica hizo una parada en Chiapas, en busca de la fórmula secreta para mejorar su propuesta educativa.

Este crew tiene imaginación, sensibilidad y autonomía. Trabaja en equipo para impartir, dirigir y editar las historias audiovisuales. Y con eso basta para marcar la diferencia, junto con otras importantes iniciativas de cine comunitario en Chiapas, como Ambulante más allá, el CCC con patas, el Foro Cultural Independiente Kinoki, Terra Nostra Films y la Escuela de Cine Documental de San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

Hoy, frente al mundo de violencia creciente en el antiguo Valle de Jovel, un grupo de niños y niñas de un barrio popular tiene como alternativa la magia del cine. Por y para ellos.

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