Palestina, las cosas por su nombre

María Landi

70 veces ¡BASTA!

Imágenes: Carlos Latuff

El sionismo no es una religión. No es una etnicidad. No es judaísmo. Es un sistema opresor y una ideología colonial inventada en el siglo XIX que dice que los judíos europeos tienen derecho a sustituir a la población de Palestina y borrar su presencia y su historia.” Ali Abunimah.

Demasiadas cosas han ocurrido entre abril y este mes de mayo en Palestina y en torno a ella. Tres palabras pueden resumir un período particularmente sangriento y turbulento: Gaza, Jerusalén, Nakba1. Y una fecha que trágicamente unió a las tres: el 14 de mayo.

En la bloqueda, asfixiada e inhabitable Franja de Gaza, una pluralidad de organizaciones sociales y políticas, y sobre todo activistas de base, iniciaron el 30 de marzo (Día de la Tierra Palestina) una original protesta: montar tiendas de campaña durante seis semanas hasta el 15 de mayo (día de al-Nakba) para conmemorar el 70° aniversario de la limpieza étnica de Palestina que dio origen al Estado de Israel. Llamaron a esta movilización masiva “Gran Marcha del Retorno” para reclamar su derecho a regresar a los lugares de donde tres cuartas partes de la población de Gaza fue expulsada siete décadas atrás. A pesar de tratarse de una protesta pacífica, durante la cual familias enteras acamparon con sus niños/as, las mujeres cocinaron, pintaron e hicieron torneos de lectura, los jóvenes bailaron dabkeh, ondearon banderas de distintos países y confraternizaron -siempre dentro del territorio de Gaza- las fuerzas israelíes respondieron como suelen hacerlo, especialmente cuando se trata de la población gazatí: con francotiradores de élite que dispararon a matar o mutilaron a personas desarmadas, usando balas explosivas particularmente destructivas.

El saldo de las seis semanas de protesta fue de 120 personas asesinadas (muchas menores de edad, y la mayoría menores de 25 años), decenas de jóvenes mutilados y más de 8000 personas heridas, muchas de ellas de gravedad, que continúan muriendo hasta hoy por la falta de insumos y equipamiento de los hospitales gazatíes para salvarles la vida. Una carnicería que –como de costumbre- la sociedad israelí aplaudió celebrando como héroes a los asesinos, y la comunidad internacional –también como de costumbre- condenó tibiamente, sin tomar medida alguna de sanción a Israel2.

El 14 de mayo, en la víspera del 70° aniversario de al-Nakba -y fecha prevista para la culminación de la Gran Marcha del Retorno-, un eufórico y triunfante Netanyahu, junto a la hija y el yerno de Donald Trump, inauguraban la sede de la embajada de Estados Unidos en Jerusalén, en flagrante violación del Derecho Internacional y de espaldas al consenso internacional que desde 1947 reafirma el carácter plural, abierto y compartido que debe tener la ciudad santa para las tres religiones monoteístas, y rechaza la anexión unilateral de la misma por parte de Israel. Además de insultar al pueblo palestino en su capital históricia, política y espiritual, Israel celebró esta victoria diplomática con su actividad favorita: masacrar palestinos/as. Sólo ese día los francotiradores asesinaron a 62 gazatíes, e hirieron y mutilaron a más de 2700 (incluyendo una bebé de 8 meses).

Ni cortos ni perezosos, Guatemala, Honduras y Paraguay anunciaron el inminente traslado de sus propias embajadas de Tel Aviv a Jerusalén (el primero ya se concretó, con los gastos pagos por Israel). Parecería que los gobiernos corruptos y autoritarios de los tres países tuvieran prisa por ingresar al selecto grupo de ‘relevantes’ países como Micronesia e Islas Marshall, que no pierden ocasión de dar su apoyo incondicional a Israel en las votaciones de la ONU3. Pero como bien analizaba estos días Maren Mantovani, la postura obediente de los tres países sobre Jerusalén poco tiene que ver con la cuestión palestina: es más que nada un modo de asegurarse los favores de Estados Unidos (quien además amenazó y presionó en esa dirección), incluyendo su apoyo para mantenerse en el poder frente a la oposición de sus propios pueblos. Es coherente, además, con el historial de relaciones carnales entre Israel y los regímenes más sanguinarios del continente. También la guatemalteca Sandra Xinico denunció con elocuencia dicha colaboración: “La práctica del exterminio es algo que tienen en común los tres países (Estados Unidos, Israel y Guatemala). La amistad de la que se jactan los Estados de Israel y Guatemala se ha tratado de la “cooperación” armamentista que Israel ha dado a Guatemala, armas con las que se cometió genocidio en contra de nuestros pueblos y ahí también estuvo Estados Unidos que en nombre del anticomunismo y la contrainsurgencia invirtió y se encargó de entrenar al Ejército guatemalteco para que supiera utilizar dichas armas en contra de su pueblo. Si el propio Estado guatemalteco ha generado políticas y prácticas genocidas, no hay necesidad de imaginarse lo que es evidente, que le importa un bledo Palestina.”

Como broche de oro, a la indiferencia internacional ante la masacre que el Estado de Israel estaba cometiendo en Gaza, la hipócrita Europa sumó su complicidad otorgando el premio de este año en el festival Eurovisión a la representante de Israel (no pregunten por qué Israel participa en torneos musicales y deportivos europeos). Quizás fue el regalo de la Europa colonial que parió al Estado de Israel en su 70° cumpleaños. Representando a un Estado mafioso y matón, Netta Barzilai ganó con una canción sobre la tolerancia y contra el bullying; y casi al día siguiente celebró su victoria bailando con Netanyahu en Jerusalén y anunciando juntos que la ciudad robada será la sede de Eurovisión en 2019. Tal vez el movimiento BDS tendrá que sumar un nuevo término a los acuñados para denunciar los esfuerzos de la propaganda sionista para lavar la deteriorada imagen internacional de Israel: ‘eurowashing’4. Y, sobre todo, tendrá que llevar adelante una potente campaña de boicot cultural contra semejante operación de legitimación y blanqueo del apartheid israelí.

Si algo bueno ha tenido este interminable, sangriento e indignante mes de mayo, es la cantidad de protestas y movilizaciones populares que hubo en todo el mundo en solidaridad con los 70 años de resistencia palestina y en repudio tanto a los crímenes recientes como al genocidio incremental que el Estado de Israel comete contra ese pueblo desde hace siete décadas. Más aún: en este tiempo se han hecho más audibles las voces que llaman a quitarle toda legitimidad al sionismo y a rechazarlo como lo que es: una ideología racista y supremacista, y un proyecto colonial obsoleto, política y éticamente, que no puede tener futuro en el siglo XXI. Y a trabajar mancomunadamente por construir una democracia con igualdad de derechos para todas las personas que habitan la tierra histórica de Palestina, independientemente de su origen nacional, étnico o religioso.

En particular, activistas judíos/as antisionistas participaron en las movilizaciones de repudio, denunciaron, escribieron e invitaron a las comunidades judías en todo el mundo a dejar de apoyar los crímenes de Israel y de identificar al sionismo con el judaísmo. Robert A. H. Cohen, por ejemplo, escribió: “Cuando Israel cumple 70 años no hay nada que celebrar, pero hay muchas vidas para llorar. Los palestinos heridos y muertos a los que dispararon los francotiradores del ejército israelí en la frontera de Gaza durante las últimas dos semanas es lo que hace que el sionismo sea un crimen y no solo un fracaso político para el pueblo judío. Es la última atrocidad -es solo eso, la última atrocidad- en una larga lista de atrocidades israelíes, que el sionismo intenta legitimar y justificar. El informe de las noticias rara vez recuerda al público por qué hay tantos palestinos hacinados en la Franja de Gaza, cómo llegaron allí o de dónde vinieron sus abuelos. Pero sin ese conocimiento no se puede entender la Gran Marcha del Retorno ahora, 70 años después. Si eres palestino, la idea de que otra gente celebre el momento de tu catástrofe nacional es profundamente inmoral.” Y refiriéndose a la brecha generacional que se está dando en la comunidad judía estadounidense, afirmó: “Las y los judíos más jóvenes han aprendido demasiado sobre el desplazamiento forzado y la discriminación continua de un pueblo originario para aceptar que el sionismo fue, y sigue siendo, un inocente proyecto para la liberación judía. Ellos han cuestionado los mitos y narraciones aceptados por sus padres y abuelos, mientras que su propia comprensión de lo que debería significar «ser judíos» en el siglo XXI se siente ofendida por lo que ven que sucede en un país que dice existir y actuar por sus intereses.”

Por su parte, el músico y analista Jonathan Ofir escribió: “Este es el mito central que necesita ser desmantelado: el de la «nación judía». Es el núcleo absoluto del sionismo. Todo lo que Israel hace proviene de esta noción, de la «nación judía». Para que el judaísmo sobreviva a este horror y se convierta en una mera religión o tradición social dentro de las construcciones modernas de «naciones», el mito de la «nación judía» debe ser deconstruido. El concepto arcaico de una «nación» condicionada por la religión debe ceder el paso a la versión moderna e ilustrada, en la que el término define básicamente a aquellos que viven en un territorio dado en un momento dado, garantizándoles justicia, libertad e igualdad. Desposeer a la gran mayoría de aquellos bajo el pretexto de que hay una «nación» esperando para tomar su lugar no puede ser la solución.”

En nuestra región, una veintena de activistas, profesionales y académicos/as de origen judío (fundamentalmente del Cono Sur) rechazaron enérgicamente las declaraciones de la embajadora de Israel en Uruguay, que usó los mitos sionistas sobre la Nakba para justificar la masacre en Gaza: “Como judías y judíos, estamos hartos de ser manoseados y vilmente «representados» por instituciones sionistas que dicen protegernos y cuidarnos y se pretenden voceras de nuestra identidad, cuando en realidad la confiscan para su único objetivo: lavar la cara del proyecto sionista, sus crímenes contra la humanidad y su falsa narrativa, que niega la existencia misma del pueblo palestino y la legitimidad de sus derechos humanos y nacionales. No somos ni seremos cómplices de ese oprobio.”

Finalmente, el argentino Rubén Kotler vinculó los acontecimientos de este mes con la necesidad de redoblar el boicot cultural (a Eurovisión 2019) y el boicot deportivo (aludiendo a la campaña que le pide a la selección argentina que cancele un partido amistoso con la de Israel): “Cuando el 14 de mayo la administración Trump inauguraba su embajada en Jerusalem tenía tendido a sus pies una alfombra roja, alfombra roja de sangre, de la sangre derramada del pueblo palestino. La misma alfombra roja que le pusieron a Netta al triunfar en Eurovisión y la misma alfombra roja que le pondrán a Messi y su troup cuando pise el Estadio de Jerusalem. A 70 años de la GRAN tragedia palestina, la NAKBA, el poder imperial se consolida en Oriente Medio, y el genocidio sistemático y planificado contra el pueblo palestino se reafirma con una comunidad internacional que, canto y deporte mediante, se torna cómplice necesario. Volvemos a decir fuerte y claro: EN NUESTRO NOMBRE NO. Nunca más, NO.”

1 Invito a ver en mi blog una selección de lecturas e imágenes sobre estos hechos.

2 El Consejo de DD.HH. de la ONU aprobó crear un comisión investigadora, pero en el organismo con poder político efectivo, el Consejo de Seguridad, Estados Unidos vetó una moción para investigar en profundidad la masacre.

3 El pasado diciembre, Estados Unidos e Israel se encontraron completamente aislados en la votación celebrada en la ONU sobre el reconocimiento estadounidense de Jerusalén como capital de Israel. Solo cinco países apoyaron al eje EEUU-Israel.

4 El movimiento BDS habla de ‘whitewashing’ (blanqueo) para referirse a la propaganda sionista, y específicamente de ‘pinkwashing’, ‘greenwashing’ ‘sportswashing’ y otros para las operaciones de blanqueo en temas como LGBTQ, ecología, deportes, etc.

Una Respuesta a “Sobre helados, espionaje y otros escándalos”

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