Nos consideramos “combatientes sin fronteras”. Somos internacionalistas. Es evidente que cada transformación fundamental de una sociedad de clases sigue un camino específico – y, en este sentido, singular e inimitable –; sin embargo, no debemos obviar los puntos de convergencia de estas experiencias. De hecho, los aspectos comunes y los aspectos específicos constituyen dos lados de la misma moneda y son indivisibles. Todos los proletarios, los condenados de la tierra, los obreros, los trabajadores y el conjunto de los oprimidos sin distinción de raza, color, sexo, idioma o religión, comparten un destino similar.
Por eso consideramos que todas las luchas son fuente de solidaridad y de aprendizaje. Así, nosotros -es decir, la corriente política, crítica y revolucionaria a la que históricamente pertenecemos- estamos atentos a las experiencias revolucionarias y a los movimientos sociales desde hace años; al mismo tiempo participamos en las luchas de los trabajadores iraníes, de modo que hemos podido rescatar lecciones de victorias y derrotas: desde la gran Revolución Francesa hasta la Comuna de París, desde la Revolución Rusa y China hasta la Revolución Cubana y las luchas anticoloniales en Argelia, Vietnam, Palestina, Dhofar y El Salvador. Últimamente, las experiencias anti-imperialistas y anticapitalistas en América Latina, especialmente en Chiapas o en cualquier lado donde la lucha a favor de la igualdad y la libertad se haya vuelto una exigencia de y para la vida, han llamado nuestra atención. Nos sentimos parte de sus luchas; hemos padecido sus sufrimientos y sentido su alegría. No tenemos modelos. Todas las iniciativas son consideradas y, afortunadamente, las luchas populares recientes en Irán (2009) han avanzado en este sentido; son los primeros pasos de un larguísimo recorrido.
Si en el “cuarto mundo” los proletarios son trabajadores sin empleo, inmigrantes sin papeles, seres humanos sin techo, sin ciudadanía, sin escuela, sin hospital, incluso sin tumba, podemos entonces definirlos con una sola palabra: los “sin”; los proletarios se hacen llamar “refugiados” en Palestina e “indígenas” en América del Sur o en Chiapas. La operación de aniquilamiento de los indígenas de las Américas empezó en la época de Cristóbal Colón (1492); la iglesia católica participó en esos crímenes inhumanos con el pretexto de que esta gente no poseía «alma y espíritu» para poder recibir el cristianismo. El aparato ideológico del Estado no dudó en presentar a los indígenas como “la encarnación del mal”; para ello produjo películas hollywoodenses de indios y vaqueros e hizo entender su exterminio como señal de progreso y de desarrollo. Los imperialistas siguen ejerciendo esta misma política desde hace siglos en África y -actualmente- en Afganistán, Irak y Palestina. Se trata de llevarles « la civilización y la democracia» con bombardeos, ocupaciones continuas y bloqueos; su único objetivo es el despojo y la sumisión de estas regiones. Los proletarios del mundo tienen algo en común: no tienen nada que perder en la lucha, sólo sus cadenas, pero al ser específicas sus cualidades en cada lugar, sus vías de emancipación son necesariamente específicas.
Quinientos años de sufrimientos y de resistencia de los indígenas hicieron surgir al Ejército Zapatista de Liberación Nacional como perla de una concha. El Subcomandante Insurgente Marcos, uno de los grandes escritores de América Latina (según Régis Debray), destila un tono y un lenguaje adecuado para la situación de los pueblos indígenas.
El movimiento zapatista es hijo de su época y de su situación particular. Sus símbolos históricos y culturales son usados magistralmente para que los lazos entre las masas oprimidas y su pasado se anuden de manera fructífera con su porvenir. Los relatos del Viejo Antonio (publicado en farsi por Andeesheh va Peykar) es un ejemplo brillante de la presencia y el nexo de los cuentos y las tradiciones con los ideales del futuro. El poder de movilización de estos símbolos y la facilidad con que se pueden trasladar son impresionantes. En síntesis, se usa la memoria colectiva para pasar a una conciencia política con el fin de intervenir en la consolidación de su base. La referencia al nombre y a la tradición revolucionaria y combativa de Emiliano Zapata (como la memoria de Espartaco empleada por Rosa Luxemburgo en la Liga Espartaquista), la celebración de este símbolo de resistencia y de rebelión en contra de la hegemonía colonial, así como el esfuerzo por la libertad y por fundar un porvenir libre, se inscriben en esta línea. Han entrelazado el pasado y el presente: al garantizar la resistencia de hoy con la continuación de su identidad combativa, la reviven orgullosamente.
El hecho de que los zapatistas se presentaran con un levantamiento armado (en enero de 1994) es muy relevante, ya que sin esa rebelión ni ellos -es decir, sus pueblos mismos- lo habrían tomado en serio ni habrían aceptado las restricciones organizativas, materiales y psicológicas que la lucha imponía. Sus enemigos tampoco los habrían tomado en serio. Una vez instalados en su región se adaptaron perfectamente a la situación material al guardar sus armas y adoptar una posición defensiva. Según nosotros, si hubieran escuchado las “recomendaciones” propagadas por las instituciones totalmente ideologizadas del capitalismo internacional para imponer la “no violencia” en las masas que buscan justicia, hoy nadie seguiría oyendo hablar de los zapatistas. Sin fuerza – obviamente en sus diferentes formas – nadie escucha las reivindicaciones, por muy justas que éstas sean. Seguir armado para la autodefensa – no para atacar todos los días al enemigo y realizar acciones militares, como lo hemos visto en otros lados – es uno de los logros de los zapatistas. En resumen, toman en cuenta la importancia del poder armado en relación con las fuerzas existentes y simultáneamente lo controlan, porque sin este control la lucha puede derrapar hacia situaciones imprevisibles; los zapatistas están convencidos de la importancia de la lucha armada, pero se abstienen de cualquier militarismo en sus regiones y de la exhibición de personas armadas. Esto demuestra que confían más en las fuerzas de abajo que en la fuerza armada.
El movimiento zapatista, al contrario que la mayor parte de las minorías oprimidas que reivindican la independencia y la autonomía en muchas partes del mundo, ha intentado tejer redes con las masas de todo México y del resto del mundo e insiste en la reivindicación de los derechos de igualdad para los indígenas como ciudadanos mexicanos que son. De este modo los zapatistas atraen a otros sectores oprimidos del país, ya sea por cuestión de raza, de etnia, de género o de clase, y los invitan a tomar conciencia de sus derechos. En el plano de las reivindicaciones, donde las demás minorías reclaman – a veces con justa razón – el derecho a la autodeterminación de los pueblos, llegando incluso a la autonomía, los zapatistas, al contrario, insisten en su pertenencia a México.
Los zapatistas empezaron por la defensa de los derechos indígenas y de los otros excluidos, así como por la lucha contra el neoliberalismo. Posteriormente, tal y como sus Declaraciones evidencian, pusieron el acento en la lucha contra las relaciones de producción capitalistas y su unidad de clase con los obreros y los trabajadores (Sexta Declaración de la Selva Lacandona, incluida al final de este libro).
El movimiento zapatista ha intentado, de manera original, aprender del conjunto de experiencias obtenidas –a un alto precio de sangre, pagada por la izquierda mexicana- desde 1968.
Con sus iniciativas, propuestas e intentos, los zapatistas evitan caer en la tentación de copiar, imitar o seguir modelos; lo vemos claramente en su modo de organización, contrario a los sistemas de partido; es decir, el “mandar obedeciendo”. En la medida en que es el pueblo el que manda, el responsable militar realmente es un “Subcomandante”. Así es como es llamado el jefe militar y ello se transforma en su nombre. Abandonar la idea de la toma del poder a toda costa, promover la toma del poder desde abajo y volverlo popular en su puesta en acción, ejercerlo y avanzar paso a paso en función de la situación externa y de sus posibilidades, todo esto podría caracterizar la dimensión programática del movimiento.
Escuchemos lo que dice Marcos:
«En este caso los pueblos, las bases de apoyo zapatistas, adoptan formas que se van construyendo, que no vienen en ningún libro ni en ningún manual ni, por supuesto, les hemos dicho nosotros. Son formas de organización que tienen que ver mucho con su experiencia, y no me refiero sólo a su experiencia ancestral e histórica que viene de tantos siglos de resistencia, sino de la experiencia que han construido ya organizados como zapatistas».
Y también:
«Muchas dudas teníamos, pero no teníamos la duda de la legitimidad de lo que estábamos haciendo. No me refiero a la decisión personal de cada combatiente – que pesa, y mucho – de decidirse a pelear hasta la muerte para conseguir algo. No, me refiero a lo que significa estar llevando a cabo la acción con un respaldo colectivo, en este caso de decenas de miles de indígenas y miles de combatientes ».
Entienden que el movimiento no debe encerrarse en sí mismo sino que debe tejer lazos con el mundo exterior apoyándose en las técnicas modernas de comunicación, organizando conferencias mundiales con mil o incluso tres mil participantes en el corazón de la selva, intentando siempre establecer un lazo con los oprimidos del mundo.
Los zapatistas tienen mucha experiencia en el manejo del silencio: saben lo que tienen que decir, cuándo decirlo y cuándo guardar silencio sin dejar de realizar su trabajo meticulosa e inteligentemente. Han demostrado múltiples veces hasta qué punto estiman el valor de la palabra, además de que reconocen igualmente el valor del silencio. Los zapatistas en varias ocasiones, a veces durante un largo tiempo, han caminado en silencio para que, al abrir la boca, entren en el mundo de la palabra con una nueva iniciativa. De este modo, después de un largo silencio, organizaron la gloriosa “Marcha del Color de la Tierra”. En otra ocasión hablaron a través del “Primer Festival Mundial de la Digna Rabia” y abrieron un espacio para los otros.
Desde enero del 2009, durante más de un año, los zapatistas han guardado silencio. En silencio forman promotores de educación, capacitan a promotores de salud, organizan huertos en los pueblos para cultivar plantas medicinales, entrenan a las milicias, construyen escuelas y centros de salud y, sin ovaciones ni aclamaciones, otros pueblos se les unen para darles sangre nueva. Preservan su silencio para mirarse y así mirar el mundo.
Su visión de estar atentos a la mejoría de la vida cotidiana de la gente con su propia participación no existe – por lo que sabemos – ni en los programas de los grupos políticos del Kurdistán ni en los campamentos palestinos. Sin embargo, los zapatistas han puesto en práctica la experiencia de las “Juntas de Buen Gobierno” para mejorar el destino de los pueblos con el apoyo y la participación de la misma gente. Esta experiencia constituye en sí misma una escuela para formar al individuo y a la sociedad como entes responsables.
La posición de los zapatistas en cuanto al rechazo de la toma del poder no proviene de una renuncia ni de una actitud mística; no hay que malinterpretar sus intenciones. Se apartan de todos los métodos que apuntan al poder a cualquier precio, valoran la experiencia de la soberanía popular y promueven efectivamente la organización de la sociedad por ella misma. Las “Juntas de Buen Gobierno” son el ejemplo más destacable ya que, hasta donde sabemos, ejercen el poder político y social en sus territorios. En otras palabras, la toma del poder no se da por el derecho de un grupo (incluso en el caso de que este fuera la así llamada representación del pueblo), sino que es el derecho de la masa de trabajadores y asalariados.
El lector enterado y atento encontrará palabras y expresiones en este libro cuyo sentido le conducirá directamente al mundo zapatista y le hará admirar otras formas de trabajo político que toman sus raíces en la vida misma, revelando su belleza resplandeciente. El vocabulario y las expresiones particulares y significativas de los zapatistas crean otra cultura, tal y como ya lo señalamos más arriba. Su idioma concreto y directo, admirablemente entretejido con la naturaleza, está lleno de metáforas literarias, ricas pero comprensibles e impactantes:
« Somos los muertos de siempre, muriendo otra vez pero ahora para vivir. ¿Cuándo mero nos morimos todos? Pos la verdad no me acuerdo, pero ese día en que el sol se caminaba de ladito ya todos estábamos muertos. Todos y todas, porque también iban mujeres. Creo que por eso no nos podían matar. Como que está muy difícil eso de matar a un muerto, y pues un muerto no tiene miedo de morirse porque de por sí ya está muerto. Ese día en la mañana era un corredero de gente. No sé si porque empezó la guerra o porque vieron tanto muerto avanzando, caminando como siempre, sin rostro, sin nombre. Bueno, primero corría la gente, luego ya no corría. Como que pensaría que los muertos no tienen nada que decir. Están muertos, pues. Como que su trabajo de los muertos es andar espantando y no hablando. Yo me acuerdo que en mi tierra se decía que los muertos que caminan todavía, es porque tienen algún pendiente y por eso no se están quietos. En mi tierra así se decía. Creo que mi tierra se llama Michoacán, pero no muy me acuerdo. Tampoco me acuerdo bien, pero creo que me llamo Pedro o Manuel o no sé, creo que de por sí no importa cómo se llama un muerto porque ya está muerto. Tal vez cuando uno está vivo pues sí importa cómo se llama uno, pero ya muerto ¿pa’ qué?»
Los conceptos como « dignidad » o « guerra contra el olvido » le recuerdan al lector que durante 500 años los indígenas fueron segregados y olvidados, y le plantean el desafío de no olvidarlos jamás. Así, expresiones como «para todos, todo, nada para nosotros», «no queremos el poder», «mandar obedeciendo», «nosotros también somos mexicanos », « [queremos] un mundo donde quepan muchos mundos» y «armados para la defensa», muestran su ubicación en el mundo actual. Por añadidura, el hecho de que el inicio de su alzamiento y la primera manifestación de su existencia coincidan con el inicio del Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN) da fe de tal ubicación.
En las obras de los zapatistas observamos esfuerzos por liberarse de las imposiciones del capitalismo, esfuerzos por entretejerse con la naturaleza -valorarla y cuidarla- así como con el trabajo colectivo.
Al contrario de las prácticas de ciertas fuerzas políticas, los zapatistas no buscan utilizar a los movimientos populares con la perspectiva de la toma del poder o de la confrontación directa con el gobierno en turno. Su objetivo no es tener bajo control a los movimientos populares, sino el de construir un mundo nuevo. La importancia de esta experiencia es que muestra que los movimientos populares desde abajo, los movimientos campesinos, locales, regionales -al menos a pequeña escala-, pueden crear ciertas formas no burocráticas de poder basadas en la rotación de cargos de los representantes, mecanismos que no tienen nada en común con los métodos hegemónicos del Estado. Los zapatistas buscan –de acuerdo a sus posibilidades– participar y contribuir con la lucha de clases a partir de su propia concepción del mundo porque consideran que al pensar y actuar se puede superar la propia debilidad histórica.
América Latina es el laboratorio de las alternativas anticapitalistas; por eso, nuestro destino común es la razón esencial de nuestro apego a este movimiento. Es evidente que la evolución histórica y la estructura social y cultural de nuestras sociedades son diferentes. Los procesos de toma de conciencia y la emergencia de una voluntad colectiva en condiciones rurales, donde el medio de trabajo y el ambiente de vida de las poblaciones están limitados, son natural y fundamentalmente diferentes de los de la vida urbana en las sociedades capitalistas modernas. Esta diferencia es muy importante en la medida en que no podemos caer en una imitación pura y simple de estas experiencias ni en la negación de la relevancia de este movimiento, sino que debemos seguir atentamente todas sus complicaciones, sus logros, sus limitaciones y sus alcances. Lo importante es comprender los mecanismos de poder popular desde abajo. Debemos aprender humildemente de sus experiencias. Los zapatistas muestran sus grandes esfuerzos y ocupan actualmente un lugar importante en este camino. La lucha de clases -con sus tesoros teóricos y sus campos de batalla- es constructiva, purificadora e instructiva para todos los que luchan en el ámbito del trabajo contra el capital.
Finalicemos nuestra palabra con estas líneas del libro:
« Y si me apuran, pues hasta le hago al análisis político. Mire usted, yo digo que el problema de este país es que puras contradicciones tiene. Ahí está pues que carga un sol frío, y la gente viva ve y deja hacer como si estuviera muerta, y el criminal es el juez, y la víctima está en la cárcel, y el mentiroso es gobierno, y la verdad es perseguida como enfermedad, y los estudiantes están encerrados y los ladrones están sueltos, y el ignorante imparte cátedras, y el sabio es ignorado, y el ocioso tiene riquezas, y el que trabaja nada tiene, y el menos manda, y los más obedecen, y el que tiene mucho tiene más, y el que tiene poco tiene nada, y se premia al malo, y se castiga al bueno.
« Y no sólo, además, aquí, los muertos hablan y caminan y se dan en sus cosas raras, como eso de tratar de enderezar a un sol que tiene frío y, mírelo nomás, se anda de lado, sin llegar a ese punto que no me acuerdo cómo se llama pero el Sup nos dijo una vez. Yo creo que un día me voy a acordar…. ».
Noviembre 2010, 27º aniversario de la creación del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Publicado el 01 de Julio de 2011