Zoques desplazados, con identidad y organización renovadas

Fortino Domínguez Rueda y Fermín Ledesma Domínguez

Jalisco, México. Los zoques desplazados por la erupción del volcán Chichón hace más de tres décadas siguen padeciendo racismo, exclusión y falta de acceso a la salud, vivienda, trabajo digno y calidad de vida, pero a la vez reclaman el derecho a contar su propia historia.

Dispersos por México y Estados Unidos, los integrantes de la diáspora zoque reconocen los cambios que les trajo la desgracia de perder su tierra ancestral y los integran en su nueva identidad.

Este 28 de marzo se cumplieron 31 años de las erupciones del volcán Chichón –mejor conocido como Chichonal(1) -, en Chiapas, México. El fenómeno natural “tomó por sorpresa” a las instancias gubernamentales del Estado, que hicieron caso omiso a las voces de alerta que los indios zoques dieron con mucho tiempo de anticipación.

Desde hace tiempo, los zoques conocíamos de la existencia del volcán Chichón. Sin embargo, en la literatura oficial se recalca la idea de que fueron los trabajos del geólogo alemán, Friederich Karl Gustav Mullerried, los que permitieron su identificación. Mullerried, tras estudiar la zona de 1928 a 1932, concluyó que, en efecto, el Chichón era el único volcán activo en el sureste de México, ubicado muy cerca del los municipios de Chapultenango y Francisco León.

Hacia 1964, la actividad volcánica comenzaba a ser muy notoria en la zona. Los pobladores de los alrededores del volcán observaron que desde numerosas grietas de las laderas se despedían gases y por mucho tiempo persistió un fuerte olor azufroso. Una cresta del cono del Chichón se incendió y los temblores no cesaron durante los cinco años siguientes. Un habitante de la ribera El Volcán de Francisco León recuerda que en 1970, década en la cual llegaron a la región brigadas de exploración y de perforación de pozos de Pemex, se escuchó un gran ruido “que parecía próxima la erupción”. La migrante zoque Juana Estrada lo recuerda de la siguiente manera: “Primero cuando éste [mi hijo Rodolfo] estaba chico, como de cinco meses (1964), temblaba la tierra y Guadalupe Victoria se llenaba de azufre, feo, y temblaba la tierra, me acuerdo que esa vez no hubo maíz, todo lo acabó el azufre que cayó” (Estrada 2010).

Entre enero y marzo de 1982 las cosas se recrudecieron. Ocurrieron entre 30 y 40 temblores. Esto presagiaba un presente nada alentador para los zoques serranos. Desafortunadamente, el 28 de marzo de ese año, el volcán  Chichón entró en fase eruptiva, arrojando material piroclástico a una distancia de 37 mil kilómetros cuadrados y a una altura de 17 kilómetros. Semejaba un inmenso hongo de más de 100 kilómetros de diámetro, devastando vegetación, campos de cultivo y 14 poblados que se encontraban a 12 kilómetros a la redonda, principalmente los poblados de Chapultenango, Guadalupe Victoria, Esquipulas Guayabal y Francisco León.

El volcán tuvo tres fases eruptivas hasta el 4 de abril de 1982. El área más dañada fue de diez kilómetros de radio a partir del cráter, en la que desapareció toda existencia de vida animal y humana. La  población que no logró salir falleció atrapada por las cenizas candentes.

Las personas que vivían en la cabecera municipal de Chapultenango recuerdan cómo comenzó la erupción y cómo la gente de las colonias aledañas comenzó a llegar a las casas a pedir refugio, ayuda, consuelo. Aurea Rueda Gómez, migrante zoque ahora residente en la ciudad de Guadalajara, comenta:

Yo me acuerdo que era un domingo como a las 9 de la noche. Tu papá [Saúl Domínguez] atendía la tienda de Don Roque y junto a la tienda estaba una cantina, que atendía el compadre don Chira y hasta que los clientes se iban, él podía cerrar la cantina y tu papa se tenía que esperar a eso porque a él le tocaba apagar el motor de la luz de toda la casa. Como era domingo y era el día en que iban más borrachos, se tardaba más en apagar el motor. Yo ya me había ido a dormir, y en eso es que me levanta tu papá y me dice que levante a los niños pues ya había venido mucha gente del volcán. Me dijo que ya estaba mucha gente en el corredor de la casa, el volcán ya está haciendo erupción y que te vas a morir si no te levantas. No, pues yo me levanté, te levanté a ti y después a tu hermana. Ustedes estaban chiquitos y nos fuimos a parar allá en el corredor, donde había una madera ancha, nos fuimos ahí, por si se caía la casa o si caía una piedra pues esa tabla nos protegía, había mucha gente en el corredor, mucha gente lloraba, gritaba y decía “ya nos vamos a morir” (Gómez 2009). 

De acuerdo con estudios científicos, durante la fase eruptiva del Chichón las tierras quedaron incultivables en un radio de 10 kilómetros a la redonda en virtud del material volcánico arrojado que destruyó la vegetación nativa, con un impacto severo en la acidificación y falta de nutrientes en el suelo para la siembra de maíz, frijol y papa. Esto repercutió en daños ecológicos y económicos para las poblaciones que realizaban práctica agrícola de monocultivos como medio primario de subsistencia.

La muerte y la desolación hicieron presa de la población zoque asentada en el norte de Chiapas. El desastre afectó un total de 35 mil 599 hectáreas; las restantes 2 mil 133 de propiedad privada -cultivadas de maíz y café-, así como las tierras designadas al ganado, también colapsaron. Los daños económicos fueron valuados en más de 117 millones de dólares, principalmente en los municipios de Francisco León y Chapultenango. Un total de 22 mil 351 personas de siete municipios fueron evacuadas de la zona, de las cuales 15 mil fueron albergadas temporalmente en 37 sedes distribuidas por Villahermosa, Cárdenas y Huimanguillo, en el estado de Tabasco; y Pichucalco, Ixtacomitán, Bochil y Tuxtla Gutiérrez, en el estado de Chiapas. Por su parte, el censo del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) reveló que las familias afectadas ascendían a 9 mil 451. Extraoficialmente, entre mil 770 y 2 mil personas perdieron la vida durante las tres erupciones del volcán, lo que trajo graves consecuencias para los afectados, por el abandono de sus tierras y el desplazamiento forzado hacia otras regiones de contextos culturales y ecológicos diferentes a la región zoque del norte de Chiapas.

A raíz de la erupción, el Estado optó por establecer una política de reacomodo a través del “Programa de Reconstrucción del Volcán Chichonal” (PRVC) -nombre por demás contradictorio-coordinada por la Secretaría de Programación y Presupuesto (hoy, Secretaría de Hacienda y Crédito Público) que planteaba, entre otras cosas, otorgar apoyos emergentes, viviendas y tierras inhóspitas a las familias afectadas “porque no era razonable asignar pastizales y tierras de buena calidad a quienes no sabían sacar riqueza del suelo”, señalaron. Esta política colocó a los zoques desplazados en una situación de vulnerabilidad y despertó rivalidades con los pobladores de los municipios donde fueron reubicados.

Para reponer las tierras perdidas, el Gobierno calculó urgentemente la necesidad de adquirir 41 mil 711 hectáreas para 3 mil 344 padres de familias, las cuales incluían a 2 mil 133 ejidatarios, mil 87 avecindados y 67 pequeños propietarios afectados, con un costo total de 834 millones 220 mil pesos.

Bajo esta premisa de “reacomodo” se crearon 14 asentamientos en los municipios de Rayón, Ixtacomitán, Chiapa de Corzo, Tecpatán, Ocosingo, Acala, Estación Juárez y Ostuacán en el estado de Chiapas, mientras que algunas familias, motivadas en gran medida por relaciones de parentesco asentadas con anticipación a la erupción, optaron por migrar hacia el Valle del Uxpanapa ubicado en el sur de Veracruz y otros más engrosaron el flujo migratorio con destino a la ciudad de Guadalajara, originado desde los años sesenta.

Quienes permanecieron en Chapultenango y en el municipio de Ixtacomitán se limitaron a buscar el modo de subsistencia económica con programas de ayudas emergentes del gobierno y algunos con trabajos informales en Villahermosa, Pichucalco y zonas vecinas. Quienes obtuvieron tierras en los lugares de nuevos asentamientos comenzaron a trabajarlas con regularidad y de acuerdo al ciclo agrícola a partir de 1983, como el caso de los zoques reubicados en el municipio de Rayón, Chiapas.

La diversificación migratoria zoque y su configuración internacional (1990-2010)

Durante la década de los noventa y la década del 2000, Guadalajara recibió familias zoques enteras. Lo interesante del asunto es que ahora la migración sufre cambios en relación a los lugares de expulsión y de llegada a nivel nacional y, por si fuera poco, se articula la migración internacional, generando con ello un complejo y variado sistema migratorio zoque tanto nacional como internacional.

Durante este período se comienza a registrar la migración de zoques a ciudades del norte del país, como Chihuahua. Es en este proceso como se puede ver cómo en algunos casos los migrantes zoques utilizan la red de paisanos asentados en Guadalajara y de esta manera la ciudad se convierte en un sitio de tránsito y de estancia estacional, más que de llegada definitiva. Y de igual manera se puede identificar que el traslado se realiza de manera directa de Chiapas a Chihuahua. Es con estos dos elementos como se configuran nuevas formas y facetas de la migración interna zoque.

La diversificación en los puntos de llegada ha generado que muchas familias zoques se encuentren fragmentadas por varias ciudades. Pero la distancia no es un obstáculo para mantener la comunicación ni mucho menos para la toma de decisiones. El testimonio de Gregoria Domínguez Rueda es ilustrativo: “Yo de mis hermanos que están en Guadalajara recibo mucho apoyo, estamos muy comunicados. No nos vemos pero cuando necesito algo o viceversa siempre estamos unidos, para tomar decisiones, por si mis papás están en algún apuro. Tengo unos hermanos en Chihuahua pero estamos en constante comunicación. Por ejemplo, esta vez que mi mamá está enferma nos reunimos los que estamos en Guadalajara y ahora estamos esperando la opinión de mis otros hermanos de Chihuahua, así como la respuesta para saber si mi mamá se viene para acá. […] la familia de Chihuahua, Guadalajara y Chiapas siempre estamos en comunicación” (Rueda 2009).

Así como el traslado a la ciudad de Chihuahua se comienza a registrar durante la segunda parte de la década de los noventa, se emprende la migración internacional de los zoques de Chiapas, en específico a la ciudad de  Boston, Massachusetts, en los Estados Unidos. Al igual que en el traslado a la ciudades del norte de México, se registran dos formas de migración. Una es la que recurre a los familiares de Guadalajara, motivo por el cual el migrante radica por un tiempo en la ciudad y la segunda forma –que valga decirlo, es de mayor frecuencia- es la que se realiza de manera directa de Chiapas a los Estados Unidos, recurriendo para ello a las rutas migratorias que miles de personas han tendido hacia el vecino país del norte.

Pero además, la migración de los zoques comienza a orientarse a lugares turísticos del sur del país. Lugares como Cancún y la joven ciudad de Playas del Carmen se sumarán a los puntos de llegada que se viene registrando en la larga diáspora zoque.  Una mujer testifica: “Algunas de mis compañeras siguen yendo a trabajar a Villahermosa, pero hay otras que se van a trabajar a playas, como Playa del Carmen en Cancún, pero yo siempre me he ido a trabajar a Villahermosa. A playas nunca he ido. Los días que trabajo son de lunes a sábado, los domingos que tengo libres me junto con algunas de mis amigas ó compañeras y vamos a la plaza, al centro, a misa o al cine, y si no, decidimos ir a ver algún familiar que vive en Villahermosa. Yo tengo una tía que es de aquí de Chapultenango. […] Aquí la migración de irse a trabajar a otros lugares se empieza a muy temprana edad, ya que hay gente que a los trece años sale de Chapultenango para trabajar en otros lugares por la situación económica que se vive acᔠ(Domínguez 2009).

Con todos estos cambios registrados durante las dos últimas décadas, se puede entender que la diáspora de los indígenas zoques de Chiapas adquiere una multiplicidad de puntos de llegada y al mismo tiempo se configura como una red muy compleja de flujos de personas, información, apoyo económico, moral e incluso de tránsito de comida entre los distintos puntos. A estas alturas el desplazamiento y estancia zoque en los diversos puntos de llegada comienza a adquirir un rostro multifacético, pero todo ello marcado por un creciente contexto urbano.

El presente urbano zoque

A más de tres décadas, la situación de los zoques afectados por la erupción y desplazados de nuestro territorio ancestral no ha cambiado mucho. El acceso a la salud, vivienda, trabajo digno y calidad de vida se han esfumado como las fumarolas del volcán. Las condiciones de vida en los nuevos puntos de residencia (rural y urbana) demuestran que todo cambió para seguir igual, ya que la exclusión y el racismo siguen como ordenadores sociales que determinan nuestro presente.

Asimismo, los zoques desplazados hemos recibido poca atención de los científicos sociales. Al parecer, los pueblos que no encajan en las exigencias folcloristas de este nuevo contexto multicultural tienen como único camino la invisibilidad. Este es sin duda el caso de los zoques desplazados de Chiapas. Como bien lo han mostrado autores como Lisbona Guillen “actualmente existe en los trabajos dedicados a la etnia zoque una constante: la reiterada manifestación del poco interés antropológico que ha despertado la misma y por tanto, la falta de estudios al respecto”.

 Este poco interés puede explicarse al hecho de que los zoques en éxodo no somos un grupo étnico que se caracterice por elementos comunitaristas a ultranza. Nuestro territorio se colapsó y ahora, desde diferentes calendarios y geografías, estamos reconstruyéndonos. Los fenómenos naturales como las erupciones volcánicas, el desplazamiento forzoso de damnificados así como los diversos procesos migratorios, han reconfigurado la cultura e identidad de los zoques.

Al parecer los cambios que hemos experimentado durante el último cuarto del siglo XX chocan tajantemente con las visiones románticas y cerradas que pregonan la perpetuidad de las relaciones compactas y armónicas. Lo que ahora es correcto es reiterar la capacidad que los pueblos indígenas hemos tenido para encarar los embates de la modernidad occidental. Todo aquel o aquellos que denoten algún tipo de cambio en relación a su deber comunitario es catalogado rápidamente de traidor o de aculturizado. No está de más decir que estas visiones sólo polarizan las explicaciones y al mismo tiempo ocultan una serie de acciones desarrolladas por sujetos que se han quedado en un espacio intermedio. Tal es el caso de los zoques que fuimos desplazaos por la erupción del volcán Chichón en 1982.

Es así como los actuales “indios heterogéneos urbanos zoques” -como han sido designados por el antropólogo zoque Fortino Domínguez Rueda- que actualmente residen en ciudades como Guadalajara, Chihuahua, Distrito Federal, Cancún y Boston, en los Estados Unidos, reclaman el derecho a contar su propia historia, tanto de sometimiento como de reconstrucción cultural urbana.

Un ejemplo es el proceso organizativo que desde el 2007 articulan los zoques residentes en Guadalajara. Este proceso se ha unido con el de los compañeros zoques que actualmente residen en Chiapas. Es así como el proceso organizativo zoque comenzó a tomar fuerza. En 2012, en la conmemoración de los 30 años de la erupción del volcán, juntamos la palabra de los zoques residentes en Chiapas, Guadalajara y Veracruz, mediante un enlace virtual. A la par, los compañeros zoques de Jalisco han participado en las reuniones del Congreso Nacional Indígena región Centro – Pacifico. Desde estas acciones políticas es como buscamos reconstruirnos como pueblo indígena, pero ahora desde la distancia geográfica.

Por todo ello, los zoques que vivimos en la diáspora apuntamos a construir una sociedad que reconozca la diversidad de los diversos; una sociedad que entienda la importancia de reconocer a los pueblos indios como sujetos de derecho, aun cuando su territorio ancestral esté devastado y en proceso de reconstrucción. Que no nos juzguen por ser desplazados. Que entiendan que no existió otra salida más que el éxodo forzoso. Como dicen los compañeros zapatistas: somos de antes, sí, pero somos nuevos. Tanto así, que estamos juntando nuestros pasos con otras. Ahora sabemos que habitar en la ciudad puede convertirse en un elemento que puede ayudarnos en el proceso de liberación de nuestros pueblos. Debemos sumar esfuerzos y así proclamar a cabalidad la frase del Congreso Nacional indígena: Nunca más un México sin nosotros, nunca más sin los hombres y mujeres que del color de la tierra somos.

Fortino Domínguez Rueda es migrante zoque originario de Chapultenango, Chiapas. Licenciado en Historia por la Universidad de Guadalajara. Maestro en Antropología Social por el CIESAS Occidente. Actualmente se desempeña como profesor de asignatura en la universidad de Guadalajara.

Fermín Ledesma Domínguez es zoque originario de Esquipulas Guayabal, municipio de Chapultenango, Chiapas. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de Chiapas, UNACH. Maestro en Administración Pública por la Universidad Autónoma de Chiapas UNACH. Actualmente, cursa la Maestría en Ciencias en Desarrollo Rural Regional en la Universidad Autónoma Chapingo.

(1) En relación al nombre de Chichonal, Andrés Fábregas explica porque en la actualidad se le conoce con ese nombre. Las primeras noticias –explica Fábregas- no atinaban a ubicar en dónde estaba el volcán Chichón y menos a informar quiénes eran los zoques. A un locutor televisivo, muy influyente en aquellos años, se le ocurrió que Chichón era una “mala palabra”, con un sonido que hería la susceptibilidad de los televidentes, por lo que decidió cambiar el nombre del volcán a Chichonal. Con ello pensó “suavizaba” el incomodo apelativo. Por supuesto, no sabía que chichón en Chiapas no significaba “seno grande” sino un “chipote”, es decir, una contusión en la cabeza. Tampoco sabía del uso del plural en el castellano hablado en Chiapas. En efecto Chichonal significa para los chiapanecos “abundancia de chichones”. Prologo de Andrés Fábregas al libro de Laureano Reyes, Los zoques del volcán, México, CDI, 2007, p. 13-14.

Publicado el 13 de mayo de 2013

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