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Raúl Zibechi

Una pediatra (blanca) y un actor (negro) desnudan la crisis brasileña

El 17 de marzo la pediatra María Dolores Bressan envió un mensaje por whatsapp a la mamá de Francisco, un niño de un año, diciéndole que renunciaba “con carácter irrevocable” como pediatra de su hijo, porque ella y su esposo “forman parte del Partido de los Trabajadores (él del PSOL)”, y que “después de los acontecimiento de ayer, donde hubo escarnio público a Lula, estoy sin la menor condición para ser pediatra de su hijo”.

La pediatra trabaja en un centro estatal de Porto Alegre dependiente del gobierno de Rio Grande do Sul. La mamá de Francisco, Ariane Leitão, es concejal suplente en el municipio de Porto Alegre por el PT, fue secretaria para Políticas de las Mujeres del gobierno de Tarso Genro, es feminista y activista por los derechos humanos.

El comportamiento de la pediatra fue avalado por el Sindicato Médico do Rio Grande do Sul (Simers), cuyo presidente Paulo de Argollo Mendes dijo a Diário Gaúcho que esa actitud le valió “nuestra admiración” y que ella debe estar orgullosa por la decisión tomada. La madre de Francisco dijo que la pediatra lo atendía desde su nacimiento y que siempre fue una excelente profesional, pero que la crisis está sacando actitudes que antes la gente no se a atrevía a mostrar.

Un hecho curioso, que revela que las actitudes de este tipo están social y culturalmente normalizadas, es que la pediatra considera que está actuando con la mayor honestidad, como lo escribió en su whatsapp. “Estoy profundamente perturbada, decepcionada y no puedo de ninguna manera contrariar mis principios”, fue su frase final.

Días después sucedió otro hecho también revelador, cuando el comandante de un vuelo de Avianca que salía de Salvador, llamó a la policía para expulsar al actor Érico Brás, de 37 años, por considerarlo una “amenaza” para los demás pasajeros. Brás es un conocido actor de la Red Globo, pero es negro y mantuvo una discusión con el personal de la línea aérea por el lugar donde debía colocar las maletas su esposa, también negra, porque no había espacio suficiente.

Brás dijo a los medios que fue “tratado como un delincuente, como un terrorista”. Ocho pasajeros salieron el avión en solidaridad en un acto que fue calificado como racista, por el tono y los modales con que la tripulación se dirigió a estos pasajeros. “Fue un trato típicamente racista, porque ellos creen que pueden tratar a los negros de ese modo grosero”, dijo Brás.

Hechos de este tipo suceden casi todos los días en Brasil pero se agudizaron en las últimas semanas a raíz de la crisis política. El cantante Chico Buarque ha recibido insultos en la calle por apoyar al gobierno, personas que visten con colores rojos suelen ser agredidas porque se las considera comunistas y estos días se han visto señoras en una plaza con un cartel reclamando “porqué no los mataron a todos en el 64”, cuando se cumplían 50 años del golpe de Estado.

Son hechos “pequeños” que suceden fuera del foco de la gran política, ese tipo de sucesos a los que no suelen prestar atención los “analistas de arriba”. Pero que tienen la virtud de mostrar el odio que existe estos días en un país en crisis. Odio de clase, racista y patriarcal que se manifiesta a través de la política. Un odio que se expresa en las relaciones asimétricas: una doctora con su paciente, sobrecargos blancos con pasajeros negros, grupos contra individuos, y así en cada caso.

Las grandes crisis no deben ni pueden reducirse a cuestiones económicas. Cuando se profundizan, suelen desembocar en crisis sistémicas que no dejan nada en su lugar. Suelen iniciarse como fuertes competencias por el poder y abarcan, por lo tanto, todos los aspectos de la vida. En el caso de Brasil, una sociedad cargada con una pesada herencia colonial, la llamada crisis tiene una poderosa connotación cultural.

En estos momentos en Brasil han desaparecido los espacios comunes, aquellos donde conviven personas de diferentes sectores sociales, colores de piel, géneros y opciones sexuales. La tendencia hacia una creciente homogeneización de los espacios diferentes, es una retracción hacia la unanimidad que implica la imposibilidad de convivir entre diferentes. Como sucedió en Europa entre las dos guerras mundiales, estos comportamientos anticipan males mayores, entre ellos el genocidio o la limpieza étnica.

La clase dominante brasileña, en un sentido amplio, está compuesta por el 15% de la población, las franjas llamadas clases A y B por ingresos, o sea aquellos que ganan más de cinco salarios mínimos. Son unos 30 millones de brasileños que en su mayoría viven en el sureste y el sur, o sea entre Sao Paulo y Rio de Janeiro hasta Porto Alegre. Lo que está sucediendo puede interpretarse como la cohesión de este sector social, que adquiere una sólida conciencia de sus intereses de clase. Un ejemplo es que en el entorno de la avenida Paulista (centro de Sao Paulo), el 85% votaron contra el PT.

Como señala Noam Chomsky, es la cohesión de la clase dominante estadunidense en torno a una conciencia clara de sus intereses lo que le ha permitido mantenerse en el poder durante largo tiempo y dominar el mundo. En Brasil, los de arriba cierran filas, más allá de sus intereses parciales y puntuales, para mantenerse en el poder. ¿Estaremos los de abajo a la altura de este desafío?

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