En Movimiento

Raúl Zibechi

Trump presidente: ¿buena o mala noticia para los movimientos?

En las últimas semanas arreciaron las críticas al presidente electo Donald Trump, por lo que representa y por lo que puede hacer al frente del gobierno del principal país del mundo. Se le critica, con razón, su perfil machista y belicista, el supremacismo blanco que profesa y la posible arremetida a escala global para reposicionar a su país al frente de un mundo caótico.

Desde los movimientos antisistémicos, en particular los movimientos de mujeres, de afrodescendientes, de emigrantes y de los sectores populares, se están tomando previsiones ante lo que se avecina. Hasta ahora estamos ante actitudes reactivas muy necesarias para poner en marcha las resistencias. No tenemos aún estrategias de larga duración sobre qué y cómo, pero tampoco llegamos a completar una mirada más o menos abarcativa del escenario que enfrentamos.

Propongo algunas ideas para comprender la situación que enfrentaremos en los próximos años, sin la menor pretensión de que sean novedosas ni, menos aún, de cerrar debates que aún son demasiado incipientes.

La primera consideración es comprender el triunfo de Trump como parte de la crisis sistémica capitalista y de la superpotencia única que pretende ordenar el mundo. Trump no representa a las víctimas del neoliberalismo, apenas se aprovecha de sus sufrimientos, exacerbando las reacciones más primarias que producen esos dolores. Su gobierno no podrá resolver esa crisis, como tampoco la habrían resuelto Hillary Clinton ni Bernie Sanders. Quiero decir que la crisis sistémica, que día a día se va trasmutando en crisis civilizatoria, nos acompañará durante un largo período.

La segunda es que el triunfo de Trump tiene algunas desventajas y algunas ventajas, y que debemos tener en cuenta ambas. Entre las desventajas es que habrá más represión sobre los de abajo, más machismo y violencia contra las mujeres, ya que su discurso y los sectores sociales en los que se apoya se sienten envalentonados con su actitud. Latinos, negros e indios serán también afectados.

Entre las ventajas, el sistema tendrá menos legitimidad, la democracia se va quitando su máscara debajo de la cual aparece el rostro camuflado de policías militarizadas con sus manos ensangrentadas. Quienes sienten que aún es posible encontrar un lugar en el sistema, serán cada vez menos y serán más lo que se verán obligados a luchar para defender la vida, como sucede estos días en Dakota del Norte donde se ha formado una alianza de hecho entre sioux, ambientalistas y veteranos de guerra que vienen resistiendo con éxito la construcción de un oleoducto.

Mi impresión es que un gobierno como el de Trump puede crear condiciones para un relanzamiento de movimientos que tendrán mayor apoyo, aunque sean más reprimidos. En este punto no puede haber linealidad. Bajo los dos gobiernos de Barack Obama se registró una fuerte represión contra la población negra, con cifras que revelan una auténtica escalada policial bajo la primera presidencia negra del país. Esto muestra que las tendencias del sistema a reprimir a los de abajo (los que sobran o no son integrables, como sostiene Giorgio Agamben) se produce de forma independiente de quiénes ocupen los sillones presidenciales de turno.

Sin embargo, no pienso que sea “mejor” un gobierno de derecha, como tampoco creo que sea “peor” un gobierno progresista. El análisis general no vale y debe abordarse cada caso en concreto.

La tercera cuestión es la más compleja. Se refiera a las alternativas a los gobiernos conservadores. En el Cono Sur tenemos una larga experiencia de cómo la caída de las dictaduras llevó al poder a una clase política que mantuvo el modelo neoliberal instalado a sangre y fuego por los militares, dejó en pie los aparatos represivos y buena parte de la legislación militar, pero enarboló discursos a favor de los pueblos y políticas sociales que desarmaron a los movimientos que habían resistido exitosamente las dictaduras.

El sistema aprendió a clonar movimientos, a enarbolar demandas legítimas con el objetivo de reforzar el sistema. Las fundaciones que maneja George Soros, como Open Society, son especialistas en inventar movimientos que aparentan luchar por causas justas. En México las políticas contrainsurgentes armaron a grupos como CIOAC-H para confrontar con el zapatismo. Los gobiernos progresistas han hecho otro tanto, cooptando movimientos para que defendieran sus políticas extractivistas “desde abajo”.

Las viejas derechas ya no se levantan al grito de “Dios, Patria y Familia” porque no tendrían más que un puñado de seguidores. Los nuevos progresistas tampoco dicen que van a mantener en pie el modelo extractivo (los femicidios y el narco), porque pondrían en evidencia que no harán más que maquillar la dominación.

Es en este punto en el que se impone un debate sereno y reflexiones de carácter estratégico. ¿Qué tipo de luchas vamos a impulsar contra las derechas? ¿Qué salidas al conservadurismo son realmente alternativas y cuáles son apenas cambios cosméticos que refuerzan la dominación? Los Trump, los Macri, los Temer, son oportunidades que se nos abren –sin haberlas buscado- para profundizar el anticapitalismo.

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