En Movimiento

Raúl Zibechi

Cuando la guerra se convierte en lo cotidiano

Cuando las guerras se convierten en el aspecto dominante en la vida cotidiana, cuando arrasan la estabilidad de cuerpos y de vidas, los movimientos emancipatorios están forzados a adoptar una política concreta. De lo contrario, corren el riesgo de dejar de existir como tales, o sea como organizaciones que luchan por la liberación de su pueblo y por un mundo nuevo.

Si los movimientos y los pueblos organizados no adoptan una política concreta hacia la guerra, dependerán de las fuerzas armadas del Estado-nación para su defensa. No tendrán la menor independencia para tomar decisiones propias en sus territorios y no habrá otro modo que someterse a lo que ellas decidan.

Lamentablemente esto es lo que viene sucediendo con algunos movimientos, incluso los más potentes de Sudamérica, que se inscriben dentro de la lógica estatista y no tienen interés en salir de ella. Algunos de estos movimientos se han recostado en la geopolítica y sólo consideran como imperialista a los Estados Unidos y los países occidentales como Inglaterra y Francia.

Con la misma lógica apoyan a países enfrentados con Estados Unidos, como China, Rusia e Irán, sin tomar en cuenta que esos Estados oprimen a sus pueblos e incluso a otros, como es el caso de Rusia en Ucrania. Llegan incluso a apoyar al gobierno de Turquía pese a sus permanentes violaciones de los derechos de los pueblos y de los derechos humanos.

Pero hay otros movimientos, creo que pueden ser la mayoría, que no están alineados con sus Estados, ni se afilian a una lógica geopolítica, ni ven en China o Rusia la salvación. Pero no se han dado tiempo para reflexionar sobre la guerra o no estiman la importancia que va a tener en el futuro. Con este segundo grupo es necesario debatir, explicar que las guerras serán el pan de cada día de los próximos años, ya sea en su versión inter-estatal o en su variante “guerra contra las drogas”. Ambas fomentan el militarismo y las más diversas violencias.

En los últimos años los debates en la porción organizada de nuestros pueblos han sido girado en torno a cuestiones muy concretas y del cotidiano, pero no se ha conseguido abrirlos a temas más globales, con contadas excepciones. Existe una clara tensión anti-represiva y a veces anti-estatal, pero más como un reflejo que como consecuencia de una mirada amplia.

Finalmente, hay un tercer sector que ha encarado la autodefensa colectiva frente al extractivismo y ya tiene experiencia en la formación de guardias indígenas, negras y campesinas, sobre todo en Sudamérica. Contar con guardias de autodefensa es un paso decisivo porque supone tomar distancia del Estado-nación y de sus fuerzas armadas y policiales para la protección de los espacios propios y de la vida en común.

No es ninguna casualidad que este sector haya tomado el camino de la autonomía y no se involucre en las disputas electorales.

La experiencia zapatista sin duda es relevante, no sólo por la capacidad de defender sus territorios sino también por la construcción en ellos de un mundo diferente al del capitalismo.

Los pueblos mapuche, nasa, misak y decenas de pueblos amazónicos van en esta misma dirección. Tienen agendas propias, despegadas de las agendas estatales y de los partidos, casi siempre vinculadas a la recuperación y defensa de sus territorios y formas de vida. Es posible que estos colectivos no hayan debatido acerca de las guerras en curso y las que vendrán, pero tienen larga experiencia en la resistencia a la guerra de conquista de cinco siglos, lo que los coloca en un lugar especial.

Con lo dicho, parece claro que los pueblos originarios de América Latina van por un camino de autodefensa que siguen y seguirán otros movimientos y organizaciones. Su experiencia de largo aliento está siendo vital como podemos comprobar cada día en el sur de nuestro continente, donde todas las resistencias a la minería y el extractivismo se referencian –casi inexorablemente- en las resistencias indígenas.

Esas resistencias nunca creyeron que la emergencia de nuevas potencias mundiales pudiera mejorar su situación concreta. Más aún, han vivenciado cómo el ascenso del dominio británico y la simultánea decadencia del imperio español, no sólo no mejoró su situación sino que resultó peor aún. Algo así sucedió con la Guerra de la Araucanía en Chile y la Conquista del Desierto en Argentina, iniciadas casi simultáneamente entre las décadas de 1860 y 1880, iniciando el largo despojo de los pueblos.

Por eso saben que no hay atajos: o se defienden a sí mismos o sucumbirán de la mano de las nuevas elites asociadas con las llamadas potencias emergentes.

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