En Movimiento

Raúl Zibechi

¿Revolución?

El concepto de revolución ha sido deformado hasta volverlo irreconocible, por lo que resulta necesario recuperar sus significados originarios según el pensamiento crítico, para permitirnos comprender algunos desarrollos actuales.

Según los fundadores del socialismo científico, “toda revolución disuelve el viejo poder”. El aserto de Marx y Engels suele complementarse con la idea de que el Estado es destruido por la revolución y que en su lugar se debe instalar no un nuevo Estado sino al diferente, más parecido a lo que fue la Comuna de París, o sea una institución transitoria que apunta a la “extinción” de la figura estatal.

En el “Dictionnaire critique du marxisme”, de Georges Labica y David Bensussan, se afirma en esa misma tradición que la revolución supone la “derrota de la clase capitalista y de las instituciones políticas a través de las cuales ejercen su poder”. En suma, el fin de lo viejo.

En “El Estado y la revolución”, Lenin cita abundantemente a Marx y muy en particular su lectura de la Comuna de París. Hace hincapié en que una vez derrotada la clase dominante, su Estado debe ser destruido. Los “destacamentos de hombres armados”, o sea el Ejército, deben ser sustituidos por “el pueblo armado” que, lógicamente, no va a reprimir al pueblo ni debe constituirse en una fuerza especial de represión separada del pueblo. De ese modo, “el Estado comienza a extinguirse”.

El objetivo de la desaparición del Estado y la no sustitución del Estado burgués por otro Estado (se habló por parte de Stalin y de otros de un imposible “Estado proletario”), fue el sentido común de los revolucionarios durante largo tiempo. Marx fue claro en que no se trataba de “ocupar” el Estado y que tampoco podía transformárselo.

Por un lado, deslindaron con aquellos llamados “reformistas”, que pretendían realizar transformaciones graduales que nunca consiguieron imponerse. Es evidente que la destrucción del Estado no puede imponerse de forma gradual ni pacífica.

Pero reflexionando sobre las revoluciones del siglo XX, observamos que ninguna consiguió abolir el Estado a escala de una nación. Por el contrario, con los años reconstruyeron un Estado-nación más potente y poderoso del que existía antes de las revoluciones. Eso es lo que afirma Theda Skocpol en “El Estado y las revoluciones sociales”, al analizar las tres más importantes de la historia: la francesa, la rusa y la china.

Según Skocpol, en la primera fase de las tres revoluciones se produce una profunda crisis del Estado por el agotamiento del antiguo régimen, pero a la vez durante el proceso aparece una vanguardia que tiende a convertirse en una nueva clase dominante, la cual se aprovecha de la situación revolucionaria para reconstruir el Estado según sus intereses.

Este debate sobre qué es una revolución, podría y debería profundizarse a la luz de los desarrollos que estamos viviendo en América Latina, de la mano de los pueblos originarios y negros, y probablemente de la experiencia kurda en el norte de Siria.

En todo caso, el fin del viejo Estado y su sustitución por algo nuevo y diferente, que no sea similar al Estado (burocracia civil y militar), es un punto en el que deberíamos ponernos de acuerdo.

Sin embargo, aquí chocamos con una barrera conceptual decisiva. ¿El espacio de la revolución debe ser necesariamente el ámbito completo del Estado-nación? O sea, ¿daremos por válida una revolución sólo si se produce en el territorio íntegro de un Estado-nación?

A mi modo de ver, esto sería tanto como dar por buena una institución creada por el colonialismo. En los hechos, algunos pueblos originarios han establecido formas de “poderes no estatales” en territorios que no coinciden con los del Estado-nación, sino con aquellos donde han vivido durante siglos. No encuentro ninguna razón para que validemos una revolución sólo si abarca todo el territorio de un país que no fue diseñado por los pueblos sino por sus opresores.

Con estas ideas como telón de fondo, creo que es necesario abordar la revolución zapatista que este año alcanza su tercera década, así como otros procesos que se registran en el mundo.

Otro debate es si debemos seguir llamando revolución a estos procesos profundos de transformaciones, aunque creo que no sería positivo dejar de lado ese concepto.

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