Con viento y a la intemperie

Silvia Beatriz Adoue

Prestar atención

Cuando muerda

la palabra,

por favor,

No me apuren,

quiero mascar,

rasgar entre los dientes

la piel, los huesos, el tuétano

del verbo,

para así versear

el centro de las cosas.

Cuando mi mirada

se pierda en la nada,

por favor,

no me despierten,

quiero retener,

en el interior del iris,

la menor sombra

el ínfimo movimiento.1

De la calma al silencio, de Conceição Evaristo

“Profe, quería decirle: la semana pasada usted me miró feo porque estaba consultando el celular durante el aula. A veces, escribo lo que usted dice, o copio lo que escribe en la pizarra. Preciso hacer algo para prestar atención. En realidad, precisamos hacer varias cosas al mismo tiempo para prestar atención”. Me quedé con la boca abierta. También me sorprende la dificultad de los estudiantes en escucharse mutuamente en los debates. Repiten una pregunta que acaba de ser respondida, por ejemplo.

En cambio, el otro día fui a la penitenciaría de la ciudad para un taller de literatura. Me sorprendió la perspicacia de los detenidos, la parsimonia al analizar, la escucha “acurada” entre ellos. Me preguntaba por qué esa diferencia con las aulas en el exterior de la cárcel e indagué a los propios presos sobre los motivos. “Aquí tenemos todo el tiempo del mundo, y no tenemos celular”, me dijo uno.

Todo esto me parece una paradoja. Los presos, cuando no están sometidos al régimen de cárcel-fábrica que hay en algunas penitenciarias, viven en una especie de suspensión de los ritmos que rigen las vidas de los “libres”. Hay rutinas duras, castigos insoportables, relaciones regladas por el miedo. Sin habeas corpus, es decir, no tienen control sobre el propio cuerpo y su destino. Pero, por comparación, podemos registrar los cambios en los ritmos y usos del tiempo que rigen el mundo de los “libres”, encadenados a los celulares, a las así llamadas “redes sociales” y sus demandas2.

Eso lo sentimos en la escuela, cuya disciplina de la atención3 sucumbe ante exigencias que parten de un centro que parece no tener centro que es la internet. Un dominio ejercido desde un poder no localizable. Pero no sólo en la escuela: hasta en comunidades indígenas se oyen quejas por la falta de paciencia para con los lentos aprendizajes basados en el ejemplo y en la palabra. Las prácticas de la educación comunitaria, tradicional e inclusive de las escuelas públicas que alguna vez fueron espacio de disputa entre el Estado y los de abajo adquieren la apariencia de pérdida de tiempo frente a “lo que importa”. ¡Vaya a saber lo que eso sea!

El bombardeo constante que nos sobrecarga de demandas segmentadas, cuyo sentido general no conseguimos componer, se impone. No podemos demorarnos en ninguna de ellas. Hay que correr a la próxima. Por ser puntuales, nos parece más fácil y descansado responder a cada demanda segmentada, aunque no le adivinemos el sentido, que seguir un plan más prolongado. Sin embargo, constatamos el desgaste que provoca la interrupción intermitente del pensamiento para atender a la nueva exigencia, con la consecuente sensación de estar en falta, de ser “casi”, de no responder a la altura de las expectativas del mundo. Es frustrante. Pero el esfuerzo por desarrollar múltiples tareas al mismo tiempo nos desdobla y nos entrena, no para la alienación del trabajo de la línea de montaje o del trabajo por tareas, sino para aceptar la disipación de la energía vital. Esa energía estalla en mil partículas que se nos pierden suspendidas en el vacío antes de desvanecerse.

Autor: P W Ogata, registro de una escena de O voo da guará vermelha, de la Cia. do Tijolo.

El trabajo flexible (pega, changa, bico, free-lance o como se llame) en todas sus actuales formas (contrato “cero hora”, trabajo por plataforma o por aplicativo, uberización) han hecho del celular una cuestión de vida o muerte. Para el trabajador o la trabajadora de la ciudad, que depende de un mensaje, el teléfono móvil es un cordón umbilical del cual depende la compra de comida diaria y el pago aplazado de las cuentas del mes. No hay tiempo de descanso. Cuando no se está efectivamente trabajando, se está aguardando angustiosamente la convocación para una tarea.

Esa distracción permanente de la atención ya ocurría antes, pero durante la pandemia se aceleró. En el aislamiento, la internet resultó la mediación predominante. Y el retorno a “la normalidad” no restituyó completamente las otras mediaciones. Preferimos usar el GPS, por ejemplo, que preguntar a los vecinos por una dirección, o usar nuestra propia memoria y sentido de la orientación4. Y nos aislamos para responder a las mil notificaciones que nos aguijonean cuando estamos despiertos y aun cuando dormimos. Una de las torturas más usadas por los aparatos represivos de las dictaduras es la privación del sueño. Si no dormimos, no sólo nuestro cuerpo no puede descansar. Sin dormir, no podemos soñar. “No se preocupe”, nos dicen, “tenemos sueños para todos los gustos y necesidades, ya listos para usar, en las plataformas de streaming,o en Amazon, o en Mercado Libre”. Y, gracias al registro de nuestra interacción en las redes de internet, van ajustando los sueños que mejor se nos acomodan. Y hay más, las dramaturgias televisivas abusan crecientemente de la repetición, para que no perdamos el hilo del enredo, sabiendo que estamos haciendo otras cosas mientras miramos con un ojo la novela. Producciones para plataformas de streaming ya prevén que el público verá la película en una ventana mientras realiza otra tarea, en el mismo celular o notebook, que “robará” parte de su atención.

“Tiempo no es dinero. Tiempo es el tejido de nuestra vida, es este minuto que está pasando”5, decía el profesor brasileño Antonio Candido. Nuestra vida y su calidad, es decir, la intensidad con la que vivimos no sólo son expropiadas durante el tiempo que vendimos a cambio de salario, sino también durante el que creemos reservar al descanso y el que consideramos “libre”. ¿Qué clase de libertad es esa? ¿Y qué decisiones podemos tomar si no conseguimos prestar atención demorada?

En su novela La isla6, Aldous Huxley imaginaba unas aves como los papagayos, a los que se les enseñaba a decir: “¡Presta atención!”. Esas aves probablemente no sabían la finalidad de ese llamado de alerta, pero los humanos que escuchaban examinaban lo que venían haciendo en “modo automático”. Leer con lentitud el mundo que nos rodea, tomarnos nuestro tiempo para decidir y prestar atención. Tal vez sea un buen programa para los años que nos fueron dados: comparecer por entero a nuestra propia vida.

1 Traducción mía.

2 Vale la pena leer lo que escribe Alfonso Ballesteros Soriano al respecto: https://rebelion.org/la-sobreexposicion-a-las-pantallas-nos-convierte-en-seres-dispersos-y-poco-empaticos/

3 Es muy sugestivo lo que dice el profesor Jorge Larrosa Bondia sobre la escuela como una suspensión del tiempo y del espacio, donde se forma la disciplina de la atención. Él cree que, en la entrada de toda escuela debería haber un cartel que anuncie: “Aquí usted tiene tiempo”. Ver: https://youtu.be/5FtY1psRoS4?si=kIGCp1DASluplNlM

4 Es interesante lo que dice el psicoanalista y neurólogo Miguel Benasayag al respecto de la “atrofia” en la producción de sinapsis provocada por el recurso a tecnologías de inteligencia artificial. Ver entrevista en la revista Ciencia, Tecnología y Política, mayo/2024. Accesible en https://www.researchgate.net/publication/381162554_Entrevista_a_Miguel_Benasayag_Asistimos_a_una_delegacion_masiva_de_funciones_del_cerebro_a_las_maquinas_sin_que_haya_tiempo_para_un_reciclaje Y también la entrevista a Miguel Benasayag y Ariel Pennisi en: https://www.youtube.com/watch?v=p6kPZ95Hlkc

5 Traducción mía.

6 Ver: HUXLEY, Aldous. La isla. 17ª Ed. Trad. Floreal Mazía. Buenos Aires: Sudamericana,

Silvia Adoue

Nació en Buenos Aires. Fue costurera, obrera del vidrio y del cuero, metalúrgica, gráfica, maestra de escuela básica. Reside en Brasil desde 1982. Es educadora popular de la Escuela Nacional Florestan Fernandes (ENFF) y profesora de la UNESP. Está credenciada en el Programa TerritoriAL, convenio de la UNESP con la ENFF.

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