Poblando y en Banda, Revancha a la justicia
Fragmento del libro Poblando y en Banda, Revancha a la justicia
Este libro elaborado por colectivo editorial tinta revuelta de Yo No Fui intenta contrarrestar las narrativas hegemónicas misóginas y punitivas que producen una falsa interpretación de nuestras vidas y de nuestros modos de vivir ¿Qué es la justicia? ¿A qué le decimos justicia? ¿Por qué ligamos la justicia al castigo?
¿Cuánto deseo de castigo tenemos en sangre? ¿Cuántas veces llamamos a la policía para que solucione un problema? ¿Cuántas veces lo solucionó? ¿La presencia de la policía, te hace sentir zarpadx o te da seguridad? ¿Podremos terminar con la policialización de nuestras vidas? ¿Podemos imaginarnos otros modos de convivir y de resolver conflictos? ¿Por qué hablamos de justicia y no de justicias? ¿Qué otras justicias podemos inventar?
Construir nuestros relatos es situarnos en un contexto, es una forma de actualizar prácticas y pensamientos. Este libro es un entramado de nuestras experiencias singulares y colectivas. Una constelación de sensaciones, de rabias colectivizadas, de recorridos masticados que se materializan de distintos modos pero que se orientan en un mismo sentido: desmarcarnos de las narrativas que intentan especializar nuestras existencias, encerrarnos, des-potenciarnos o re victimizarnos.
Las palabras tienen la capacidad de armar y desarmar imaginarios, de configurar prácticas y componer constituciones. El hecho de que las cárceles, el derecho penal y el poder punitivo existan, tiene que ver con cómo organizamos nuestras palabras, nuestras prácticas y los usos que les damos. El modo en que las palabras se organizan en una carátula puede mandarte años en cana, el modo en que nosotrxs las organizamos puede configurar nuestro estar en común.
Muchas veces había tenido miedo, pero era la primera vez que lo reconocía lisa y llanamente, me caía la ficha de todo lo que había dicho en el marco de una denuncia. No podía volver al penal después de esa declaración. Me llevaron a la unidad 28 porque en la unidad 31, por las sanciones que tenía, no me recibían.
Estuve quince días en la alcaldía, luego me trasladaron a la unidad 13 de La Pampa. Ni bien entré la jefa de seguridad interna me llevó a su oficina, abrió mi legajo y empezó a leer mis sanciones una a una, al terminar me dijo: “En la primera de cambio volás a Salta1”. Yo ya estaba tan cansada, solo quería salir viva aunque fuese cumplida, me amoldé al sistema de la 13, era una unidad de mediana seguridad, le puse tanta, pero tanta onda. La directora había sido mi jefa de menores años atrás, sabía realmente que me estaba sobreesforzando por calificar, porque me dieran los puntos para irme.Ya estaba pasada, el juzgado me negó la excarcelación en término de condicional, por la conducta, como tres veces, y me repetían que con un cinco de conducta firmaban mi libertad. Con casi cinco años y ocho meses conseguí los puntos que necesitaba, salí en libertad, pasada, logré sobrevivir, volví a la calle, salí transformada. Mi cuerpo estaba automáticamente a la defensiva de todo y de todxs. Ya habían sido demasiados garrones: la damnificada, la defensora, el fiscal, los tres jueces, el secretario, el servicio penitenciario, la cárcel, el asesinato impune de mis compañeras, mi familia, la conducta, los buzones, las palizas, los traslados. Cada
uno de estos garrones que expreso no fueron garrones aislados ni fragmentados, sino que son parte de un mismo garrón, de una misma lógica siniestra: la que sostiene al sistema carcelario como centro de tortura contemporáneo. La cárcel no va a cambiar su horizonte de castigar para someter, castigar como ejemplo, castigar como el único método que han logrado poner en práctica hasta ahora. Es intolerable ver cómo festejan la inauguración de nuevas cárceles en nombre de la justicia, los derechos humanos y la seguridad. Los cuerpos que pasamos por ahí sabemos que no sirven para nada, que los índices de reincidencia suben todos los días. Nosotres queremos hablar de seguridad, la seguridad de vivir una vida vivible y habitable. Cuando hablo de esto, no me refiero a autos de lujo ni privilegios.
Algo que tengo bien en claro y no me lo enseñaron en ninguna clase, es que el poder judicial, el sistema de justicia, o como quieran llamarlo, es la condena más impune que habitamos como sociedad. Creí que al salir de la cárcel mi condena terminaba, pero me equivoqué. Las personas empobrecidas no tenemos chance con la justicia así como está dada, no hay reforma que humanice este sistema de castigo. Solo seguir desobedeciendo lo que esta justicia patriarcal quiere imponernos.
La desobediencia me sacó viva de la cárcel, la desobediencia me egresó del secundario, la desobediencia me dio las mejores amigas, la desobediencia me sacó del consumo, la desobediencia me encontró con lo colectivo, la desobediencia me mantiene más vital que nunca. La desobediencia me trajo una primera oportunidad, la desobediencia llegó para segundearme adentro y afuera, la desobediencia es la justicia que llegó para reparar todo aquello que nos quiere dañar, porque la desobediencia es tan, pero tan sabia, que siempre pudo ver que YoNoFui.
Eva Reinoso
YoNoFui es un colectivo transfeminista y anticarcelario que trabaja en proyectos artísticos y productivos, dentro y fuera de las cárceles de mujeres de Argentina. Muchas de nosotras estuvimos privadas de la libertad, otras no. Todes encontramos en la escritura la posibilidad de inventar una nueva forma de vivir y estar entre nosotres.