Ciudad de México. La tortura sexual contra las mujeres se convirtió en una eficaz arma para amedrentar a la sociedad, afirma la activista Norma Jiménez. Por ello, el grupo de mujeres sobrevivientes de las agresiones policiacas en San Salvador Atenco en el año 2006 lanzó la campaña Rompiendo el silencio, todas juntas contra la tortura sexual, con el objetivo de juntarnos y demostrar que no estamos solas, que no nos rompieron, que podemos construir desde abajo; que nadie nos va a reparar, ni el Estado nos dará justicia, declara Italia Méndez.
Para las siete mujeres que denunciaron la tortura sexual cometida en el 2006 por los policías, su camino es ahora acompañar a más mujeres que vivieron lo mismo, que se encuentran en camino de reconocer al Estado como victimario y que no admiten una solución amistosa, como les sucedió a ellas mismas en el años 2013 -cuando en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en Washington, el gobierno de Enrique Peña Nieto les ofreció una disculpa pública como reparación.
Nosotras seguimos en pie en búsqueda de la justicia, la memoria y la reparación, y no nos conformamos con una salida amistosa, señala Méndez. Explican que la sentencia de la Corte las hizo sentir que no estaban solas, y que tenían que buscar una manera de devolver la solidaridad que recibieron. Nuestro caso condensa la solidaridad de miles de personas, y devolverla por medio de la denuncia de otros casos es muy importante, reafirma Italia Méndez.
Sufrimos en carne propia la criminalización y la estigmatización; otras dejamos de tener nombre por años, recuerda Méndez. Edith Rosales agrega que está campaña significa un acompañamiento entre mujeres para seguir con las denuncias: Sabemos que con leyes o una política del Estado esto no va a cambiar, por eso es importante para nosotras visibilizarlo.
Inés Fernández Ortega, Valentina Rosendo Cantú, Miriam López, Verónica Razo y Claudia Medina, sobrevivientes de tortura sexual cometida por miembros de la fuerza pública, se suman a esta campaña. Juntas podemos compartir los aprendizajes en este largo caminar, considera Mariana Selvas; para Norma Jiménez, se convirtió en una necesidad el regresar un poco de lo aprendido.
La tortura sexual como arma del Estado
El grupo de sobrevivientes señala que para muchas mujeres, es vergonzoso denunciar la tortura sexual, por lo que practicarla es aún más efectivo para el Estado, sobre todo en un contexto como el mexicano, donde la misoginia se encuentra a todos los niveles.
En un imaginario social rompes lo más débil. En Atenco, nuestros compañeros fueron testigos mudos porque todos estuvimos en la indefensión. Fuimos torturadas sexualmente encima de ellos, y el quebrantamiento que esto trae es muy fuerte anímicamente, expone Méndez. Nosotras fuimos el castigo ejemplar porque dejaron que ellos miraran, usaron toda la violencia y lo mostraron en la televisión para que se evidenciara así.
Edith Rosales agrega que la tortura sexual es una política contrainsurgente para acabar con las resistencias sociales: Nosotras somos una advertencia -al pueblo de Atenco y al país- de que eso le puede pasar a cualquiera que se quiera manifestar.
Norma Jiménez agrega que esta manifestación de tortura es un vehículo para transmitir miedo a las mujeres por señalar que su cuerpo es un territorio donde pueden librar una batalla. En todo este andar nos dimos cuenta de que hay mucha culpa, miedo y estigma; al final, es tu cara la que sale en los medios, con encabezados como Las violadas de Atenco, describe Jiménez, y agrega que los protocolos de investigación son muy dolorosos, pues tienen que demostrar lo que les sucedió para encontrar a un culpable.
El entramado institucional y la justicia desde abajo
El proceso de denuncia para el caso de Atenco fue muy doloroso y desgastante, y es difícil denunciar desde instancias estatales, recuerda Italia Méndez: Someterme al protocolo de Estambul es uno de los retos más fuertes por los que he pasado; es revictimizarnos, pasar por lo mismo, recibir de vuelta las burlas. En la oficina de la fiscal nos dijeron que fumáramos ahí porque no iba a haber justicia, y que nos conformáramos con fumar en esa oficina. Era como saber al final que teníamos que comernos toda la porquería que nos ofrecían las instituciones.
Norma Jiménez valora que la denuncia es también una herramienta para que la gente sepa que este tipo de prácticas las cometen los que gobiernan. La gente pregunta sobre la reparación y nosotras les decimos que no esperamos que nos reparen nada, que buscamos nuestros propios medios y que eso empieza cuando decidimos que no somos instrumentos de nadie. Nuestro cuerpo no le pertenece a nadie y tampoco es castigo para nadie. Nos reapropiamos de nuestra vida y de nuestro cuerpo porque nosotras marcamos para dónde queremos ir, abunda.
El colectivo de mujeres precisa que su lucha no está encaminada a conseguir justicia de las instituciones. La justicia en México sigue siendo muy machista, por eso creo que no va la habrá por parte de ellos, refiere Yolanda Muñoz.
Patricia Torres define que la justicia es el proceso que cada una construyó.
Ocho años después de los actos de tortura cometidos en Atenco, la impunidad prevalece y jamás desaparecerá, valora Italia Méndez. Nos ha hecho creer que todo se resuelve a través del Estado, pero la justicia no es una cosa, ni viene de ningún lado. Se construye, y sólo organizándonos vamos a conseguirla, finaliza Jiménez.
11 de mayo 2014