“México requiere de movimientos estudiantiles que se conviertan en actores determinantes en las luchas del pueblo”

Argel Pineda Meléndez

La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) es tradicionalmente una institución conservadora, afirma Argel Pineda Meléndez, participante de la huelga estudiantil de 199-2000, y “y sólo en contados episodios una significativa parte de su comunidad rompió con esa tradición”, entre ellos el reciente movimiento contra la reforma de planes de estudio de los Colegios de Ciencias y Humanidades de 2012.

En el 15 aniversario de la huelga más larga de la institución, el activista afirma que “la labor del CGH marcó una pauta para la creación de nuevos espacios de participación de los universitarios; el movimiento #YoSoy132 y otros movimientos estudiantiles dentro y fuera de la UNAM recuperaron figuras organizativas heredadas del de 1999-2000, en particular la de la asamblea general y abierta”.

México. Una de las preguntas que se formula mucha gente al escuchar sobre un movimiento social con presencia en algún momento de la historia es si resultó victorioso o fue derrotado en la lucha que llevó a cabo y en los objetivos que se trazó. Cuando se fue partícipe o testigo de un episodio histórico, se elabora un balance del mismo, en el que se refleja la pertenencia o identificación con determinado grupo o posición político-ideológica, así como los intereses que se defendieron. El análisis de las condiciones socioculturales, económicas y políticas del entorno donde el fenómeno se desarrolló ayudan a completar la valoración. No son suficientes estas líneas para hacer un balance personal sobre los todos y cada uno de los aspectos del conflicto universitario de 1999-2000, pero pondremos énfasis en los retos organizativos del movimiento estudiantil de ese entonces.

En la historia de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) son memorables los episodios de conflicto en los que los estudiantes se ven involucrados como sector protagónico de la evolución de la institución y hasta de la vida política y social del país. La Universidad Nacional, históricamente, es una institución conservadora, y sólo en contados episodios una significativa parte de su comunidad rompió con esa tradición (1968, 1987, 1999 y 2012).

La organización estudiantil universitaria de masas es históricamente un fenómeno coyuntural, y eso impide forjar grandes asociaciones que tengan un trabajo constante en la defensa y ejercicio de los derechos y libertades al interior y por fuera de la institución. Por ello, los movimientos que surgen en su seno tienen que construir desde abajo los cimientos organizativos adecuados para sus propósitos, y tienen tal alcance que, aunque escasos y efímeros, los momentos en la historia de la UNAM con presencia y acción de los movimientos estudiantiles se convirtieron en periodos de cuestionamiento de las mismas estructuras económicas, políticas y sociales del país.

Para el movimiento de fines del siglo XX las anteriores experiencias de la lucha estudiantil universitaria y las recientes expresiones de insurgencia en el país, como el zapatismo, fueron los referentes que ayudaron a los miles de jóvenes sin experiencia organizativa a conformar espacios de información, representación, análisis, discusión, toma de decisiones y puesta en práctica de las mismas, que innovaron las maneras de hacer política civil independiente y nos permitieron a los estudiantes crear las herramientas para comunicar nuestro mensaje a los sectores de la sociedad mexicana a los que buscamos convencer de las razones de nuestra lucha, al mismo tiempo que defendernos del continuo acoso del Estado, de la burocracia universitaria y de los poderes fácticos del país.

La Asamblea General Universitaria primero, y el Consejo General de Huelga (CGH) después, no surgieron de repente y con todos sus principios y funciones establecidas. Este órgano central y las asambleas locales de cada escuela o facultad -luego Comités de Huelga- tuvieron que aprender los fundamentos de la organización colectiva, retomar las enseñanzas de otras luchas y adecuarlas a su espacio y a su tiempo. El ejercicio de la democracia directa y participativa, con todas sus dificultades, permitió la participación de todos los que hicimos parte del movimiento en las diversas tareas surgidas de la información, el debate y la toma de acuerdos.

Tomar decisiones entre decenas, cientos o miles de estudiantes no es cosa fácil, y los problemas internos inevitablemente surgen y se desarrollan, como en todo movimiento social, cuantimás si el conflicto se alarga por mucho tiempo. Sin embargo, el CGH tuvo la capacidad necesaria para superar hasta donde pudo las distintas dificultades que la organización colectiva conlleva y, al mismo tiempo, continuar por más de un año (aún con la huelga rota) con sus tareas informativas, de movilización y de confrontación directa con sus adversarios (incluyendo el debate público con los emisarios de rectoría en el Palacio de Minería).

Si a ello sumamos la presión política por la cercanía de las elecciones presidenciales del año 2000, la gigantesca campaña mediática contra el movimiento y la puesta en marcha de nuevos métodos de contención social como la creación de la Policía Federal Preventiva y la utilización del concepto de peligrosidad social en los procesos penales contra un millar de estudiantes encarcelados luego de la ocupación policiaca de la UNAM, decir que el movimiento universitario fue derrotado sería desconocer o minimizar su papel histórico y reducir la discusión al ámbito de las filias o fobias políticas, ideológicas, grupales o personales.

Naturalmente, el movimiento estudiantil tuvo sus alcances y limitaciones, sus aciertos, sus errores y hasta sus excesos. Todos ellos fueron parte inherente del surgimiento y el desarrollo de un ente colectivo socialmente heterogéneo y con una diversidad de ideas, motivaciones, formas de actuar y de asumir los riesgos y responsabilidades que la historia nos otorgó. Si bien no es posible hablar de una victoria contundente sobre los planes de privatización de la educación superior pública en México, nadie puede negar que fue gracias a la huelga de 1999-2000 que esos planes se contuvieron por muchos años, y que gracias a la lucha de los estudiantes de ese entonces es que cientos de miles de jóvenes en el país conservan el derecho de formarse en la universidad más grande e importante de Latinoamérica. Esas realidades hacen que muchísimos partícipes de esa lucha nos sintamos orgullosos de nuestra militancia en el movimiento estudiantil de fin del siglo XX en México.

La lucha de los estudiantes universitarios y las formas organizativas que se dieron en ella definieron el posterior trabajo de cientos de jóvenes que constituyeron colectivos dentro y fuera de la UNAM. Los debates en las asambleas locales y central, las tareas de difusión de los mensajes del movimiento,  la confrontación de posturas ante los propios representantes de rectoría, y las movilizaciones públicas a lo largo del conflicto, fueron para los estudiantes ‘cegeacheros’ la mejor escuela de formación política y de conocimiento de la estructura y funcionamiento de la Universidad, del Estado y del sistema socioeconómico capitalista.

Todo este aprendizaje fue utilizado en las posteriores batallas, en la Universidad y en otros escenarios de la lucha social. La gran cantidad de grupos organizados surgidos del movimiento, con todo y sus diferencias, continuaron identificados en la tarea de impedir el aniquilamiento de la disidencia universitaria y continuaron con el debate y la acción a favor del ejercicio y la defensa de los derechos y las libertades dentro de la UNAM y en cualquier sitio a donde su presencia llegó.

Las generaciones posteriores conocieron de manera parcial al movimiento estudiantil de hace 15 años. Lo poco que saben sobre él lo escucharon casi siempre de los medios de difusión masiva y de personas que nunca tuvieron contacto con la huelga. En pocas ocasiones su conocimiento lo obtienen de los propios actores del conflicto, y en particular de los miembros del CGH. Cada uno de quienes participamos en él tenemos nuestra propia valoración sobre su significado, y nuestra evaluación sobre sus logros y sus limitaciones. Por ello, como en cualquier otro pasaje de la historia, no puede hablarse de verdades absolutas sino de interpretaciones que, dependiendo del bando al que se pertenecía o los intereses que se defendían, darán cuenta del origen, desarrollo y secuelas de un conflicto y del papel de los actores sociales que en él participaron.

El conflicto universitario de hace tres lustros, por su misma complejidad y por las características de sus contendientes, no concluyó con la solución de las demandas estudiantiles, pero tampoco con la victoria del proyecto privatizador en la UNAM. Se contuvo la contrarreforma académica en la institución por más de una década (hasta la implementación de nuevas medidas, como los cambios curriculares en los Colegios de Ciencias y Humanidades, CCH, en 2012). Se demostró la legitimidad y la funcionalidad de la organización estudiantil independiente sobre las anacrónicas estructuras oficiales, pero no se consolidó permanentemente un órgano de representación, deliberación, decisión y acción colectiva de los estudiantes universitarios. Se evidenció la capacidad de convocatoria, y la resistencia y tenacidad del movimiento estudiantil, pero poco se avanzó en trascender del carácter defensivo y contestatario a uno propositivo y transformador (a pesar de la amplia discusión dada para definir el carácter del Congreso Universitario demandado). Se avanzó enormemente en la definición de una estructura organizativa horizontal y de participación directa, pero no se superaron varios vicios característicos de la izquierda.

Estos y otros puntos siguen mereciendo análisis y discusiones que contribuyan no sólo a difundir y reivindicar el papel del CGH en la historia de la Universidad y del país, sino a provocar el debate sobre la problemática actual de la educación y sobre la necesidad del accionar colectivo de los estudiantes para hacer de ésta verdadero instrumento de transformación y liberación social.

La labor del CGH marcó una pauta para la creación de nuevos espacios de participación de los universitarios (el movimiento #YoSoy132 y otros movimientos estudiantiles dentro y fuera de la UNAM recuperaron figuras organizativas heredadas del de 1999-2000, en particular la de la asamblea general y abierta). México sigue requiriendo de movimientos estudiantiles que, retomando los aciertos y superando las limitaciones de las experiencias pasadas, se conviertan en actores determinantes en las venideras luchas del pueblo mexicano.

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