México, Distrito Federal. Veinte años se dicen fáciles, pero andarlos es complejo. No necesariamente difícil, no doloroso, simplemente complejo. En 20 años uno tiene aciertos, errores, ama, desama, se encuentra y desencuentra con otros, se duele, se siente feliz. Veinte años y un poco antes de cumplirse, una nueva iniciativa de los compañeros zapatistas llega a nuestros oídos. En ese contexto, en el contexto de la Escuelita Zapatista, se antoja mirar. Se antoja también imaginar, seguir soñando y, sobre todo, se anhela construir los muchos mundos que podemos ser y que a veces ya somos. Quiero mirarnos atrás. Lo haré desde lo íntimo. Ahí se dibuja la persona que queremos ser. Y la persona que quiero ser es la que inició a ser hace veinte años. Pero para tejer a esa persona, a cualquier persona, se necesita al colectivo. Esto último sólo lo aprendí al pasar los años, al negarme a dejar de mirar, al permitir que la voz de los compañeros zapatistas inundara el corazón que soy, que somos.
No recuerdo cómo, dónde ni con quién estaba el 1 de enero de 1994. Recuerdo la sensación de zarandeo que después tuve. Recuerdo que el olvido decretado y escondido por la clase política mexicana y las élites gobernantes se mostró con rostros particulares, con miradas anhelantes, con una inmensa dignidad. Mi mente sigue poblada de las imágenes que una repetidora pasaba ininterrumpidamente. En las calles de siete cabeceras municipales de Chiapas caminaban varios jóvenes indígenas armados que declararon la guerra al gobierno mexicano; en Ocosingo dolían los muertos que se miraban y atribulaban los cuerpos de otros jóvenes que habían sido amarrados en el quiosco. Ese ejército pedía lo que nunca nadie debería tener que haber pedido: techo, salud, educación, trabajo, tierra, alimentación, independencia, libertad, democracia, justicia, paz, cultura e información.
La sorpresa que ese despertar nos provocó, y que tanto se ha dicho y escrito, nos trajo a muchos que ya habíamos nacido a la vida. Esa desazón nos hizo mirarnos frente a las imágenes que teníamos de frente y preguntarnos cómo habíamos podido vivir tanto (o tan poco) tiempo en el olvido. El olvido llegaba hasta nosotros. No había ningún sector de la población que no estuviese olvidado: la clase gobernante y la élite de este país no nos escucharon nunca (no nos escuchan nunca) y muchos creímos que ese olvido era el único modo de vida.
En nuestro olvido habíamos también olvidado que podíamos mirar a nuestros pares y que podíamos organizarnos. Quizá no habíamos olvidado, simplemente no sabíamos, no habíamos logrado mirar, que hay pares, que podemos organizarnos, que podemos construir mundos, que son posibles otros modos de ser, otros modos de andar, otros modos de mirar, otros modos de desear, otros modos de estar, otros modos de relacionarnos con los otros.
La sacudida, el despertar, el nacer (o renacer) nos hizo a muchos salir a la calle. El 12 de enero de 1994 mostró su rostro la llamada Señora Sociedad Civil. Ahí aprendimos que también existimos. ¿Qué fuimos, qué somos, qué queremos ser? En aquella fecha esa señora fue una masa informe que tomaba las calles del Distrito Federal. Hoy no sé qué somos, pero saber qué es uno mientras es resulta sumamente complicado. En todo caso, algunos hoy pensamos que ese 12 de enero no sólo nos manifestamos para detener la guerra, sino también para comprender lo que ocurría, para responder preguntas y, sobre todo, porque nos sentimos interpelados por la rebeldía zapatista.
Hace ya veinte años de aquel estruendo que terminó de conmover a quienes ya estábamos conmovidos por la conmoción inicial del año. Y es que, ahí, en esa movilización, nos percatamos de que había pares, de que las demandas de los compañeros en Chiapas eran demandas compartidas por muchos de nosotros. Nos percatamos de que nosotros también podíamos y queríamos ser dignos, de que estábamos ansiosos porque una rebeldía con sentido nos guiñara un ojo. Ahí algunos descubrimos que queríamos aprender una rebeldía como esa.
¿Qué quiénes queremos ser? Algunos, muchos, quisimos y seguimos queriendo caminar al lado de los compañeros zapatistas, cerca de ellos. Hace apenas unos meses se hizo presente un estruendo silencioso; en él los compañeros nos preguntaron si habíamos escuchado. Algunos, algunos de los que nacimos y nos formamos al abrigo de esa señora de la que hablé, queremos ser los que escuchan, los que empiezan a hacer otros mundos, otros muchos, todos dignos, todos rebeldes. Otros mundos donde nos miremos como pares, donde construyamos como pares.
Ese día, ese 12 de enero de 1994, muchos queríamos solidarizarnos, pero también buscábamos un espacio para ser personas. Estábamos en esa búsqueda personal de la que habla el Subcomandante Insurgente Marcos en su texto Rebobinar 1, esa búsqueda que es íntima y que puede conducir a la decisión de luchar, de caminar al lado de otros para intentar modificar el mundo, esa búsqueda que hace de un individuo una persona. Y es que si a mi me preguntan, ser persona requiere ser con otros, mirarse mirando, mirar a los otros mirándolo a uno. Ser persona es una relación, es un modo de ser en colectivo. Por eso es que podemos decir que muchos nacimos ese 12 de enero, ese día que nos miramos al lado de otros como nosotros. Ese día elegimos quiénes queríamos ser.
Mi generación y quienes nos identificamos con ese nacer nos formamos en la rebeldía zapatista. Para nosotros, no hay mundo sin zapatismo; para nosotros la política no es la política de arriba. Muchos de nosotros hemos intentado mirarnos en el espejo que los compañeros zapatistas siempre nos han ofrecido.
La rebeldía es una celebración, dicen los compañeros zapatistas. Si esto es así, entonces la vida que queremos vivir los nosotros que queremos ser, es (o son) una celebración. Pero la celebración, como la vida misma, es proceso, no es resultado, no es final. Hoy nos celebramos, no celebramos a nadie en particular, celebramos a los todos que salieron ese día, a los todos que caminan hoy y que caminarán mañana, celebramos la posibilidad de transformar, de hacer, de construir, de imaginar. Celebramos el oído y la escucha que los compañeros zapatistas tuvieron aquel 12 de enero, el que han tenido todo a lo largo del camino recorrido desde entonces y el que tienen hoy para con los todos que somos y que seremos. Celebramos la vida misma y su inagotable caminar.
Publicado el 13 de Enero de 2014