Guerrero, México. «Vivimos como animales», acusa Braulio Pérez, padre de seis hijos, en el campamento de desplazados de San Miguel Amoltepec el Viejo. Los habitantes de esta comunidad nasavi (mixteca) de la Montaña guerrerense se mantienen de pie, a pesar de haber perdido todo por el paso de los huracanes Manuel e Ingrid.
Pasaron ya cuatro meses de que el meteoro impactó en el Pacífico y dejó pérdidas humanas, de cosecha, ganado y patrimonio. También pasaron dos semanas de la visita de Enrique Peña Nieto a la cabecera municipal de Cochoapa el Grande, donde promovió su Cruzada Nacional Contra el Hambre. La comitiva no pasó por San Miguel Amoltepec, ni por ningún otro poblado afectado; por el contrario, un vehículo mató a un niño al atropellarlo.
La cabecera municipal de Cochoapa recibió importantes cambios cosméticos en su calle principal: un portal a la entrada, algunas casas de madera fueron reconstruidas con cemento y lucen recién pintadas, algo de pavimentación, un kiosko y un zócalo remodelados. Todas las fachadas tienen una lona de la Cruzada y hay más tiendas, donde se venden (y consumen) refrescos y productos chatarra.
La noche del 14 de septiembre de 2013 la comunidad de San Miguel Amoltepec el Viejo, una de las poblaciones más antiguas de la zona nasavi de Cochoapa el Grande, Guerrero, quedó sepultada bajo toneladas de lodo tras el paso del huracán Manuel. Desde entonces. Los habitantes viven a la intemperie en un terreno, cubiertos apenas por láminas.
Mientras Manuel golpeaba al estado, el gabinete estatal departía en una fiesta para el festejo de la Independencia de México. Simultáneamente, Ingrid causó pérdidas en el Golfo de México, particularmente en el norte de Veracruz y sur de Tamaulipas, además de inundaciones en varios estados y la capital.
Tras el desastre, la mayoría de los medios de comunicación focalizaron su atención en la zona turística de Acapulco y en La Pintada, Atoyac, donde un deslave también sepultó una población entera. La Montaña y Costa Chica y otras poblaciones quedaron en un segundo plano.
En el campamento, a unos 30 kilómetros por terracería de la cabecera, viven cerca de 30 familias a la intemperie. Las personas comen y duermen con chivos, borregos, gallinas y perros en el mismo terreno. Las mujeres tejen sombreros de palma que venden en 10 pesos, pero en Tlapa se venderán para eventos festivos en mucho más dinero. Sobreviven con lo que se puede rescatar de cosechas y despensas que llegaron de apoyo, pero nunca son suficientes. Tampoco hay agua potable y sólo pasó una vez una brigada médica.
Los niños de este pueblo de mayoría monolingüe padecen desnutrición severa y enfermedades respiratorias, pues desde los desgajamientos de los cerros no han sido reubicados. Tampoco se vislumbra dónde, pues sus vecinos de San Lucas no quieren que sean trasladados a sus terrenos. «Nosotros podemos construir», señala Braulio.
«Sedesol (Secretaría de Desarrollo Social) viene pero no hace nada», insiste el hombre. No miente, pues llegan dos funcionarios jóvenes a tomar nota en una libreta, sin hablar con la población, y se retiran sin más. Cada tanto, explica, reciben 10 costales de maíz, que no alcanzan para sustentar a una familia. También, por familia, recibieron una colchoneta.
Y eso fue todo.
2 de febrero de 2014